Pedro Guevara Mann, diácono
Hoy quiero comenzar donde todo debe comenzar, con el Reino de Dios. En el mensaje para la JMJ Roma 2000 el Papa Juan Pablo II les dijo a los jóvenes del mundo: “Ustedes son los Santos del nuevo milenio”.
Pero, ¿qué quiere decir que somos santos?
Yo no pienso que soy santo o que puedo ser santo. Porque, ¿quién soy yo? Soy un católico ordinario. Crecí en una familia católica, probablemente ordinaria como la tuya: misa los domingos, catecismo, sacramentos, grupo juvenil. De adolescente formé parte del primer grupo juvenil y coro de la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe en Panamá.
Cuando me fui de Panamá, seguí practicando mi fe. Nunca dejé de ir a misa. En el “college”, asistía a las reuniones ecuménicas cristianas, y tocaba mi guitarra. En la universidad me uní a la comunidad católica y al movimiento de estudiantes cristianos. Así fue. Nunca “perdí” mi fe. Siempre he vivido una vida “normal” de “buen” católico.
Pero así como muchos, aunque siempre estuve “con” la Iglesia y siempre, he “seguido” a Cristo, nunca había tenido un encuentro personal con Cristo. Bueno, no reconocía que había tenido encuentros personales con Cristo.
Porque a veces los tenemos y ni nos damos cuenta.
Un encuentro personal con Cristo, casi siempre nos lleva a un llamado. Y sí, había tenido encuentros, pero nunca me habían llevado a un llamado. Nunca.
Eso es, hasta que comencé a trabajar para la Oficina Nacional de la Jornada Mundial de la Juventud 2002, en Toronto.
Yo fui el Director Artístico de la JMJ2002, responsable de toda la programación artística: la música, danza y expresión dramática y todo el montaje escénico de todos los Actos Centrales. Para el Festival Juvenil coordinamos la participación de cerca de 200 grupos de 35 países, un total de unas 400 presentaciones en ocho idiomas. También coordiné la producción del CD oficial de la JMJ y toda la música y danza para la Liturgias y Actos Centrales con el Papa. Fue una experiencia inolvidable y de muchas bendiciones. Igualmente, nunca he estado tan ocupado ni he dormido tan poco. Pero a la vez, nunca me sentí súper estresado, ni que el cielo se me venía encima. Nunca sentí que perdía la esperanza. Siempre supe que este trabajo era de Dios y para Dios.
Y en ese pequeño detalle es que algo dentro de mí cambió.
Mi experiencia con la Jornada fue una experiencia de las bienaventuranzas. Las hemos escuchado ya muchas veces: Bienaventurados los pobres y los que lloran, porque de ellos es el reino de los cielos (Mateo 5:3-12 y Lucas 6:20-23).
Para mí la JMJ de Toronto fue una experiencia de la Bienaventuranzas:
Bienaventurados los que están frustrados, los que no tienen plata, los que no tienen suficiente tiempo en el día y tienen demasiado trabajo… Bienaventurados los que tienen hambre, bienaventurados los que se perdieron y no llegaron a sus Catequesis, los que no comieron porque la comida se acabó, los que estaban sucios, mojados, con sueño, con frío o con calor o insolación. Bienaventurados los que se deshidrataron…. los que tuvieron que recaudar cientos de dólares para comprar un boleto de avión y después no consiguieron visa…
Bienaventurados porque de ellos es el Reino de Dios.
Dentro de dos meses, cientos de miles de jóvenes estarán viajando a Panamá para la 34ª Jornada Mundial de la Juventud. Pero ¿para qué? ¿Para qué todo ese sufrimiento? ¿Para qué gastar tanta plata para viajar tan lejos y estar metido en el tumulto de gente, de no ver nada, de mojarse y pasar hambre? ¿Para qué fuimos llamados, como dijo Juan Pablo II en Toronto, a “hacer resonar las avenidas con el gozo y amor de Cristo”?
En los próximos meses estaré compartiendo con Uds. de donde surgió la JMJ y por qué es tan importante para la Iglesia. Espero que puedan seguir leyendo.