El Papa ayer en Santa Marta
De las lecturas de hoy (Is 26,1-6 y Mt 7,21.24-27) podemos sacar tres pares de palabras, en contraste la una con la otra: decir y hacer; arena y roca; alto y bajo.
El primer grupo, decir y hacer, señala dos caminos opuestos de la vida cristiana. «No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos». Decir es un modo de creer, pero muy superficial, a medio camino: digo que soy cristiano pero no hago las cosas del cristiano. Es un poco –por decirlo de modo sencillo– disfrazarse de cristiano: decir solamente es un disfraz, decir sin hacer. En cambio, la propuesta de Jesús es concreta, siempre concreta. Cuando alguno se acercaba y pedía consejo, siempre le respondía cosas concretas. Por ejemplo, las obras de misericordia son concretas.
También la segunda pareja de palabras, arena y roca, se articula entre dos directrices opuestas. «El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande». La arena no es sólida, es una consecuencia del decir, un disfrazarse de cristiano, una vida construida sin cimientos. La roca, en cambio, es el Señor. Él es la fuerza. Pero muchas veces, quien confía en el Señor no aparece, no tiene éxito, está escondido…, pero está firme. No tiene su esperanza en el decir, en la vanidad, en el orgullo, en los efímeros poderes de la vida… «Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua». El Señor es la roca. La concreción de la vida cristiana nos hace avanzar y construir sobre esa roca que es Dios, que es Jesús; sobre la solidez de la divinidad. No sobre las apariencias o sobre la vanidad, el orgullo, las recomendaciones… No: ¡sobre la verdad!
El tercer binomio, alto y bajo, contrapone los pasos de los orgullosos y vanidosos a los de los humildes. En la primera lectura, dice el profeta Isaías que el Señor «doblegó a los habitantes de la altura, a la ciudad elevada; la abatirá, la abatirá hasta el suelo, hasta tocar el polvo. La pisarán los pies, los pies del oprimido, los pasos de los pobres». Este pasaje del profeta Isaías tiene el aire del canto de la Virgen, del Magníficat: el Señor ensalza a los humildes, a los que están en las cosas concretas de cada día, y abate a los soberbios, a los que han construido su vida sobre la vanidad, el orgullo… ¡esos no duran!
En este periodo de Adviento nos pueden ayudar algunas preguntas cruciales: ¿Yo soy cristiano del decir o del hacer? ¿Construyo mi vida sobre la roca de Dios o sobre la arena de la mundanidad, de la vanidad? ¿Soy humilde, procuro ir siempre desde abajo, sin orgullo, y así servir al Señor?