El Papa ayer en el Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El domingo pasado, la liturgia nos invitó a vivir el tiempo de Adviento y la espera del Señor con la actitud de vigilancia, y es esta la oración, vigilad y orad. Hoy, el segundo domingo de Adviento, se nos muestra cómo dar sustancia a esta espera: emprendiendo un camino de conversión.
¿Cómo hacer concreta esta espera?, como guía para este viaje, el Evangelio nos presenta la figura de Juan el Bautista, quien “viajó por toda la región del Jordán, predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados” (Lc 3, 3). Para describir la misión del Bautista, el evangelista Lucas recoge la antigua profecía de Isaías: “Voz del que clama en el desierto: ¡Preparad el camino del Señor, endereza sus caminos! Cada barranco será rellenado, cada montaña y cada colina serán bajadas “(versículos 4-5).
Para preparar el camino para el Señor que viene, es necesario tener en cuenta las exigencias de conversión a las que el Bautista nos invita. En primer lugar, estamos llamados a rellenar las depresiones producidas por la frialdad y la indiferencia, abriéndonos a los demás con los mismos sentimientos de Jesús, es decir, con esa cordialidad y atención fraterna que asume la responsabilidad de las necesidades de nuestro prójimo, osea hay que ir aplanando y todo lo que consiste la frialdad.
No se puede tener una relación de caridad, de fraternidad con el prójimo si hay huecos, espacios, como tampoco se puede ir sobre una carretera con tantos baches, hay que aplanar calles, hay que cambiar una actitud. Y todo esto con un cuidado especial para los más necesitados. Entonces debemos reducir tanta dureza causada por el orgullo y la soberbia, cuanta gente sin darse cuenta tal vez, es soberbia, áspera, no tiene esa relación de cordialidad, hay que superar esto con gestos concretos de reconciliación con nuestros hermanos, pidiendo el perdón de nuestras faltas, no es fácil reconciliarse, siempre se piensa quien va a dar el primer paso. El Señor nos ayuda si tenemos buena voluntad. De hecho, la conversión está completa si lleva a reconocer con humildad nuestros errores, nuestras infidelidades y nuestros incumplimientos.
El creyente es el que, al estar cerca de su hermano, como Juan el Bautista abre caminos en el desierto, es decir, indica perspectivas de esperanza incluso en esos contextos existenciales difíciles, marcados por el fracaso y la derrota. No podemos ceder ante situaciones negativas de cierre y rechazo; No debemos permitirnos ser sometidos a la mentalidad del mundo, porque el centro de nuestra vida es Jesús y su palabra de luz, de amor, de consuelo, es Él. El Bautista invitó a la gente de su tiempo a la conversión con fuerza, vigor y severidad. Sin embargo, sabía cómo escuchar, sabía cómo hacer gestos de ternura y perdón hacia la multitud de hombres y mujeres que acudían a él para confesar sus pecados y ser bautizados con el bautismo de penitencia.
Su testimonio de vida, nos ayuda a ir adelante en nuestro testimonio de vida, la pureza de su proclamación, su coraje para proclamar la verdad lograron despertar las expectativas y esperanzas del Mesías que había estado inactivo durante mucho tiempo. Incluso hoy, los discípulos de Jesús están llamados a ser sus testigos humildes pero valientes para reavivar la esperanza, para hacer entender que, a pesar de todo, el Reino de Dios continúa siendo construido día a día con el poder del Espíritu Santo. Pensemos cada uno de nosotros como puedo yo cambiar algo de mi actitud para preparar el camino hacia el Señor
Que la Virgen María nos ayude a preparar el camino del Señor día tras día, comenzando con nosotros mismos; y a sembrar nuestro alrededor, con tenaz paciencia, semillas de paz, justicia y fraternidad.