P. Juan Luis Selma
Yo espero que el destello de la Navidad me ayude a descubrir todo lo bueno que los míos tienen, todas esas virtudes que les adornan y que mi ceguera me impide ver. Espero estos días ser mejor para los míos…
Hace un par de días me comentaba un amigo que, ya que la ciudad no está demasiado iluminada en estos días navideños, podríamos comprar una vela de los “chinos” y salir todos con una luz encendida a iluminar las calles. Esto me da pie para reflexionar sobre estos días. La Navidad da luz y calor a todos. Todos deberíamos ser un foco que alumbre a los demás, luz que hace ver lo bueno que tienen, claridad que les ayude a no errar el camino, resplandor que les quite los temores, que les aliente siempre a caminar con esperanza. Luminosidad cálida que de calor y ternura.
Yo espero que el destello de la Navidad me ayude a descubrir todo lo bueno que los míos tienen, todas esas virtudes que les adornan y que mi ceguera me impide ver. Espero estos días ser mejor para los míos. Quiero que sean días de esperanza. Quiero recuperar la inocencia infantil, la ilusión de cantar alegres y ruidosos villancicos. Quiero entretenerme contemplando las figuritas del Belén, quiero ser ese pastorcillo que le lleva presentes al Niño que acaba de nacer. Quiero abrazar a ese Dios que se hace niño indefenso.
La Navidad, si no existiera habría que inventarla. Es fiesta de familia, ya que nos enseña que Dios necesita de una familia para venir a la tierra. Fiesta de paz para los hombres de buena voluntad, como el ángel nos anuncia. Fiesta de fraternidad, ya que, a ese hogar de Jesús, María y José, todos pertenecemos.
El 25 de diciembre el mundo se detiene, admira a un Niño recién nacido. Canta a la vida. Se llena de ternura. Resplandece. Reina la paz. “Queridos niños, cuando en sus casas se recojan en oración ante el pesebre, fijando la mirada en el Niño Jesús, sentirán el estupor, que es más que una emoción fuerte. Es ver a Dios y sentirán estupor por el gran misterio de Dios hecho hombre. El Espíritu Santo pondrá en sus corazones la humildad, la ternura y la bondad de Jesús porque Jesús es bueno, es tierno, es humilde. ¡Esta es la verdadera Navidad! No se olviden”, dijo Francisco el pasado domingo a los niños que llevaban las imágenes del Niño Jesús a bendecir.
Llenarnos de estupor. Admirar la cercanía de un Dios que se hace uno de nosotros. Que acepta nuestros límites, que ríe y que llora con nosotros. Que nos recuerda que somos sus hijos amados, que nuestra vida tiene sentido. Que somos amados. Que hay esperanza. Que el mundo que el creó es tan bueno, que se viene a vivir con nosotros.
¿Qué esperas de la Navidad? He preguntado a varios jóvenes. Y la respuesta ha sido pasarlo bien, disfrutar con la familia y con los amigos. Pasar unos días en el calor de la familia, con los míos. Vamos pues a intentar que nuestros sueños sean realidad. Vamos a pedírselos al Niño Dios, y vamos a trabajarlos. Mucha gente anda estos días haciendo preparativos: compras, limpieza, adornos… vamos a preparar también nuestro corazón. Si quiero que en mi hogar reine la paz y la armonía buscaré pacificar mi corazón, tendré que ponerme en paz conmigo mismo para poder dar paz a los demás.
"La paz es consecuencia de la guerra, de la lucha, de esa lucha ascética, íntima, que cada cristiano debe sostener contra todo lo que, en su vida, no es de Dios: contra la soberbia, la sensualidad, el egoísmo, la superficialidad, la estrechez de corazón. Es inútil clamar por el sosiego exterior si falta tranquilidad en las conciencias, en el fondo del alma, porque del corazón es de donde salen los malos pensamientos, los homicidios… (Mt 15, 19)" decía san Josemaría. Vamos a reconocer nuestros errores, nuestros pecados. Pidamos perdón y perdonemos a los que nos han ofendido. La naturaleza humana es a la vez grandiosa y limitada. Tenemos que acostumbrarnos a convivir con nuestros límites y con los de los demás. Esto es lo normal. Hagamos un esfuerzo estos días por comprender y en perdonar. Seamos generosos, espléndidos. Hagamos que nuestros hogares sean luminosos y alegres. Vivamos el misterio de la Navidad.
«Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron» dice el prólogo del evangelio de san Juan. No cerremos las puertas del corazón, de nuestra casa a nadie. No impidamos que el Amor acampe entre nosotros. No nos conformemos con unas navidades superficiales, consumistas, egoístas. Trabajemos esa Navidad en la que soñamos. Podemos hacerla realidad. Dios nos la quiere regalar. Los nuestros se la merecen. Aunque no existiera, aunque parezca un cuento, la podemos hacer realidad. Yo he vivido muchos milagros de Navidad. Inténtalo y verás cómo es posible. Haz que el Niño Jesús se encuentre en tu casa como en la suya. Seamos una nueva luz, una estrella más.