El Papa en el Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La parábola contenida en el Evangelio de este domingo (cf. Lc 16,1-13) tiene como protagonista a un administrador astuto y deshonesto que, acusado de haber malgastado los bienes del amo, está a punto de ser despedido. En esta difícil situación, no recrimina, no busca justificaciones ni se deja desanimar, sino que busca una salida para asegurarse un futuro tranquilo. Reacciona primero con lucidez, reconociendo sus propios límites: “excavar, no tengo fuerzas; mendigar, me da vergüenza” (v. 3); entonces actúa con astucia, robando a su amo por última vez. De hecho, llama a los deudores y reduce las deudas que tienen con el amo, para hacer amistad con ellos y luego ser recompensado por ellos, esto es, hacerse amigos con la corrupción y obtener gratitud con la corrupción, como lamentablemente sucede hoy.
Jesús presenta este ejemplo no para exhortar a la deshonestidad, sino a la astucia. De hecho subraya: “El maestro alabó a aquel administrador deshonesto, porque había actuado con astucia” (ver 8), es decir, con esa mezcla de inteligencia y astucia que te permite superar situaciones difíciles. La clave de lectura de esta historia está en la invitación de Jesús al final de la parábola: “Haga amigos con el dinero deshonesto, para que cuando estas riquezas fracasen, los reciban en las moradas eternas” (v. 9). Parece un poco confuso pero no lo es, la “riqueza deshonesta” es el dinero -también llamado “estiércol del diablo”- y, en general, los bienes materiales.
La riqueza puede llevar a la construcción de muros, a la creación de divisiones y a la discriminación. Jesús, por el contrario, invita a sus discípulos a invertir el curso: “Háganse amigos con la riqueza”. Es una invitación a saber transformar bienes y riquezas en relaciones, porque las personas valen más que las cosas y cuentan más que las riquezas que poseen. En la vida, de hecho, no son los que tienen la riqueza los que dan fruto, sino los que crean y mantiene vivos tantos lazos, tantas relaciones, tantas amistades a través de las diferentes “riquezas”, es decir de los diferentes dones con los que Dios los ha dotado. Pero Jesús también indica el propósito último de su exhortación: “Háganse amigos de las riquezas, para que te acojan en las moradas eternas. Si somos capaces de transformar las riquezas en instrumentos de fraternidad y solidaridad, no solo será Dios quien nos acoja en el Paraíso, sino también aquellos con los cuales hemos compartido, administrando bien lo que el Señor ha puesto en nuestras manos.
Hermanos y hermanas esta página del Evangelio hace resonar en nosotros la pregunta del administrador deshonesto expulsado por el patrón: “¿Qué voy a hacer ahora?” (v. 3). Frente a nuestras faltas y a nuestros fallos Jesús nos asegura que siempre estamos a tiempo para sanar el mal hecho con el bien. Quién ha causado lágrimas, haga feliz a alguien; quien ha robado indebidamente, done a quien está en necesidad. Al hacerlo, seremos alabados por el Señor “porque hemos actuado con astucia”, es decir, con la sabiduría de aquellos que se reconocen como hijos de Dios y se ponen en juego por el Reino de los Cielos.
Que la Santísima Virgen nos ayude a ser astutos para asegurarnos no el éxito mundano, sino la vida eterna, para que en el momento del juicio final las personas necesitadas a las que hemos ayudado sean testigos de que en ellas hemos visto y servido al Señor en ellos.