La aristocracia del espíritu no es un adorno ni un lujo, sino que es más bien una necesidad social
Nueva Revista me encargó un ensayo sobre la nobleza de espíritu. Puse manos a la obra con la esperanza de que se me pegase algo.
Se me pegó, porque he quedado enganchado al tema, más hondo, ancho y alto de lo que parece. Hace ya varios meses que publiqué el artículo, pero no pasa una semana en que no encuentre aquí o allá nuevas añoranzas postmodernas, lúcidos análisis e, incluso, auténticas llamadas de auxilio.
Aquí y allá: en los autores más inesperados. Cuando empecé a escribir, fui corriendo, como es lógico, a mi Oscar Wilde, mi Ortega y mi Gasset y mi Sir Roger Scruton, además del vizconde de Bonald, el conde de Foxá, el marqués de Tamarón y el duque de La Rochefoucauld, príncipe de Marcillac. Me iluminaron muchísimo; pero no estaban tan solos.
Acabo de descubrir cuánto interesó el tema a Albert Camus. Como tuvo una infancia muy pobre y una biografía tan controvertida como comprometida con un sesgo izquierdista, sorprende más… y sirve para confirmar que estamos ante un ideal imprescindible.
Él dice claro: "Este mundo se mueve tanto ─como un gusano al que cortan en pedazos─ porque ha perdido la cabeza. Busca a sus aristócratas". E insiste: "Por más que pretenda otra cosa, el siglo anda buscando una aristocracia. Pero no ve que para ello necesita renunciar al objetivo que se fija como principal: el bienestar. No hay aristocracia sin sacrificio. El aristócrata es, en primer lugar, el que da sin recibir, el que se obliga. El Antiguo Régimen murió por olvidar esto". Glosando estas frases, podría haber escrito yo mi ensayo.
Camus pensó escribir otro y hasta tenía título: Breve tratado de moral práctica o (por provocación) de aristocracia cotidiana. Ya tenía el tono: "Una parte de mí ha despreciado sin medida esta época. Nunca pude perder, ni siquiera en mis peores incumplimientos, el gusto por el honor". Y el contenido: "Cualesquiera que sean nuestras debilidades personales, la nobleza de nuestro oficio arraigará siempre en dos compromisos difíciles de mantener: la negativa a mentir sobre lo que se sabe y la resistencia a la opresión".
Esa mención a su oficio de escritor no es casual. Camus, intelectual comprometido, sólo imaginaba dos aristocracias: "La de la inteligencia y la del trabajo. Pero la inteligencia sola no es una aristocracia. Ni el trabajo solo". Se necesitan, completándose. De paso, nos da unos ánimos oportunísimos para la vuelta de las vacaciones.
Enrique García-Máiquez, en diariodecadiz.es.