El Papa ayer en Santa Marta
Hoy nos acompañan muchos obispos y presbíteros que celebran sus bodas de plata sacerdotales, por lo que invito a todos –a mí el primero– a reflexionar sobre lo que acabamos de escuchar en la primera Carta de san Pablo a Timoteo (4,12-16), en concreto sobre la palabra “don”, sobre el ministerio como don que debemos contemplar, siguiendo el consejo de Pablo al joven discípulo: “No descuides el don que hay en ti”.
El ministerio ordenado es un don de Dios. No es un contrato laboral: tengo que hacer. No, el hacer está en segundo plano; tengo que recibir el don y protegerlo como don, y de ahí sale todo, en la contemplación del don. Si olvidamos esto, nos apropiamos del don y lo transformamos en función, se pierde el corazón del ministerio, se pierde la mirada de Jesús –que nos vio a todos y nos dijo: “Sígueme”–, se pierde la gratuidad. Y de esa falta de contemplación del don, del ministerio como don, surgen todas esas desviaciones que conocemos, desde las más feas, que son terribles, a las más cotidianas, que nos hacen centrar el ministerio en nosotros mismos y no en la gratitud del don y en el amor a Aquel que nos ha dado el don, el don del ministerio.
Un don, dice san Pablo “que te fue dado por intervención profética con la imposición de manos del presbiterio”, y que vale para los obispos y también para todos los sacerdotes. De ahí la importancia de la contemplación del ministerio como don y no como función. Hagamos lo que podamos, con buena voluntad, inteligencia, incluso con “pillería”, pero siempre para proteger ese don.
Olvidar la centralidad de un don es algo humano, como le pasó al fariseo del Evangelio de hoy (Lc 7,36-50) que invita a Jesús a su casa, descuidando muchos detalles de buena educación, descuidando los dones. Jesús se lo hace notar, señalando a la mujer que le da todo lo que el fariseo ha olvidado: el agua para los pies, el beso de bienvenida y la unción de la cabeza con aceite. Este hombre era bueno, era un buen fariseo, pero olvidó el don de la cortesía y el don de la convivencia, que también es un don. Siempre se olvidan los dones cuando hay algún interés detrás, cuando quiero hacer esto, hacer, hacer… Sí, los sacerdotes, todos nosotros debemos hacer muchas cosas, y la primera tarea es anunciar el Evangelio, pero hay que proteger el centro, la fuente de donde surge esa misión, que es precisamente el don que hemos recibido gratuitamente del Señor.
Pidamos al Señor que nos ayude a proteger ese don, a ver nuestro ministerio primariamente como un don, y luego como un servicio, para no estropearlo y no acabar como ministros empresarios, mercaderes, y tantas cosas que alejan de la contemplación del don y del Señor, que nos ha dado el don del ministerio. Una gracia que pedimos para todos, pero especialmente para los que celebran el 25º aniversario de ordenación.