Marta Arrechea Harriet de Olivero
La honestidad es la virtud que nos lleva a “actuar con rectitud de intención”.
Así como la veracidad es el amor y la fidelidad a la verdad intelectual, descubierta por la inteligencia (y es la aspiración suprema del intelecto) y la sinceridad es la transparencia entre lo que pensamos y lo que decimos a los demás, la honestidad está dirigida a nuestras acciones. Una persona honesta es la que permanentemente busca lo correcto, lo honrado, lo justo, lo que se debe hacer, que pone las cartas sobre la mesa y no pretende aprovecharse de la confianza ni de la inocencia o ingenuidad de los demás. Como sentencia Patrón Luján: “Ser hombre es tener vergüenza, sentir pena de burlarse de una mujer, de abusar del débil o de mentir al ingenuo”. La honestidad nace y crece en la familia y durante los siglos cristianos fue motivo de orgullo para una familia que podía contar con ese escudo de nobleza. Significaba haber hecho multitud de sacrificios, de haber superado retos, de haber hecho elecciones y sobre todo renuncias (visibles o a veces invisibles) con las cuales se templaba el alma y se fortalecía el espíritu.
La persona honesta sabe cuántos sacrificios y renuncias se hacen por tener una vida de bien, ordenada, limitada a vivir con lo que tenemos sin robar o aceptar coimas, con solvencia económica honestamente ganada, con alegría y tristezas compartidas, con la tranquilidad que brinda una conciencia en paz durante la vida y especialmente a la hora de la muerte. Durante los siglos cristianos, y en una sociedad impregnada por sus valores, la honestidad fue siempre un motivo de orgullo que las personas y las familias llevaban como un galardón sobre su apellido y sobre sí mismas. “Pobres pero honestos” era todo una consigna a seguir con orgullo que marcaba el orden de prioridades.
Es la virtud que nos lleva, (aunque a veces nos cueste mucho), a cumplir con la palabra empeñada, con nuestros compromisos, a pagar nuestras deudas puntualmente, (aunque podamos no hacerlo porque sabemos que nos esperan). A no contraer deudas o pedir plata prestada al amigo (si sabemos de antemano que no podemos devolverla). A comentarle a nuestro novio/a si hemos tenido un pasado indigno, si somos infértiles genéticamente, (por un aborto previo o cualquier otra enfermedad que pueda afectar en un futuro nuestro matrimonio y no podremos tener hijos). Si hemos tenido un hijo natural, (aunque viva en otro país y no lo veamos, pero existe). Si nos avergonzamos de algún miembro de nuestra familia porque nos deshonra y tratamos de ocultarlo pero que igualmente integrará la futura familia. Si por distintos motivos queremos negarle nuestro propio origen y aparentar una realidad falsa a quien nos ha hecho un voto de confianza incondicional y aspira a compartir su vida con nosotros.
Los argentinos hemos conocido y vivido años atrás una sociedad, que si bien no era perfecta, valoraba la honestidad. La mayoría hemos crecido con las puertas de las casas abiertas, (algunas hasta de noche), dejábamos las llaves puestas en los coches y nadie sacaba nada, al verdulero se le pagaba a fin de mes y su famosa “libreta” estaba siempre correcta, el médico mandaba sus honorarios a fin de año y no por esto se perjudicaba porque había estabilidad, los negocios, (especialmente en el ámbito agropecuario), se hacían de palabra y la palabra era sagrada. La palabra para los hombres de bien tenía el valor casi de un documento. Nosotros conocimos esa Argentina. No fue una ficción. Lo cual nos indica que se puede vivir de esa manera y no como hoy en que los ciudadanos honestos nos vemos forzados a vivir tras las rejas y bajo llaves y alarmas de seguridad.
Por el contrario, el vicio o pecado opuesto es la deshonestidad en nuestras acciones. Es la que nos llevará a manipular a los demás para obtener beneficios, a chantajear y especular para controlar a las personas. A engañar en el noviazgo y casarnos por interés haciéndole creer que lo amamos con locura cuando lo que amamos es su dinero o la vida que nos dará. A mostrar exagerado interés por ayudar a mi compañera/o de trabajo casada/o cuando en realidad lo que queremos es seducirla/o.
Es deshonesto mantener o alargar una relación sentimental sabiendo que uno no está dispuesto a casarse, creándole a la otra persona falsas expectativas de matrimonio y jugando con sus sentimientos. Es deshonesto eternizar relaciones sentimentales que no estamos dispuestos a cortar, por nuestra flojera, placer o interés. Es deshonesto mudarnos de nuestra ciudad a otra haciéndole creer a nuestro cónyuge que lo hacemos por el bien de los hijos cuando en realidad es porque queremos estar cerca de nuestras amigas y de nuestra madre, y le presentamos como bueno lo que en realidad es sólo nuestro propio interés. Es deshonesto pedir becas en el colegio para nuestros hijos, (que recaerán en las cuotas de otros padres que nos mantendrán), si podemos pagarlas y gastamos en otras cosas superfluas. Es deshonesto si tenemos un almacén o una fábrica y vendemos 800 grs de azúcar por un kilo, o ponemos fechas falsas de vencimiento en los productos obligando a los consumidores a comprar nuevos por temor a intoxicarse.
Otro mecanismo psicológico que determina la deshonestidad es la negación el no aceptar nuestra propia realidad, (en todos los órdenes). Esto puede constituir la raíz de nuestra tendencia a la deshonestidad, y de ahí que la honestidad sea hija de la veracidad. Auto engañarnos por no aceptar nuestra propia realidad nos llevará al mal hábito de engañar a los demás y a comportarnos muchas veces, muy injustamente con el prójimo. Los griegos ya decían: “Excusa no pedida, acusación manifiesta”, porque la tendencia a la excusa no sólo indica debilidad de carácter, sino un espíritu acostumbrado a maniobrar para defenderse. Por no aceptar que no hemos estudiado, nos excusaremos ante nuestros padres de que no sabíamos la lección porque la profesora explica mal. No seremos sinceros con nuestros padres y seremos deshonestos para con la profesora. Nos excusaremos que estamos sin un peso por no aceptar que hemos malgastado el dinero desordenadamente y acusaremos a nuestro cónyuge de mala administración, lo cual es deshonesto hacia el o ella. Nos excusaremos que vivimos llenos de privaciones porque no nos pagan lo justo y no asumiremos que es porque gastamos más de los debido, lo que es una actitud deshonesta hacia nuestros patrones que nos pagan puntualmente y bien.
Otro mecanismo deshonesto es la racionalización. Racionalizar la necesidad de nuestras actitudes deshonestas y tratar de encontrar razones para justificarlas con continuos pretextos. A decir verdad, encontraremos siempre una razón por la cual estamos desordenados. Pero lo grave es cuando la verdadera razón se convierte en una excusa para justificarnos y no aceptar nuestra realidad, que es la verdad, para no tener que modificarnos y corregirnos. Encontramos razones para justificar que no colaboramos en el hogar, que llegamos tarde al trabajo, que no somos felices en nuestro matrimonio cuando somos los grandes responsables de estas faltas. En general, la mente de un alcohólico, de un jugador empedernido, de un infiel o de un irresponsable está habituada por años a justificarse y lo lleva al auto engaño, de ahí la imposibilidad de corregirse. Aún detalles que parecen ínfimos, (como el vestirnos habitualmente con la ropa ajena, porque es mejor que la nuestra), en el fondo tratan de vender una imagen que no es real, que es falsa, porque pretendemos disfrutar de un guardarropa que no es nuestro, cuando nuestra realidad es que contamos con tan solo pocas cosas y se nos debiera aceptar por quienes somos y no por lo que llevamos encima que, además, es ajeno. Las modas no debieran imponernos necesidades que no tenemos, como variar continuamente de ropa, practicar todos los deportes posibles que practican otros o veranear en lugares que no podemos.
La revolución ha calado muy hondo aún en esta ruptura y erosión de la propiedad privada y los jóvenes hoy en día, envueltos en una sociedad tremendamente consumista, no sólo no saben el esfuerzo que normalmente cuesta adquirir las cosas, sino que creen que es igual usar el buzo propio que el ajeno.
Otra forma deshonesta de excusarnos es la proyección. Proyectarse es ver en los otros nuestros propios defectos, debilidades y miserias. Cuando pensamos más en los defectos de las otras personas que en los nuestros propios, terminamos cayendo en un mecanismo de evasión de nuestra propia realidad que no es más que una deshonestidad con nosotros mismos. Si somos avaros, hablaremos continuamente de la avaricia del prójimo, si somos egoístas pondremos la lupa sobre el egoísmo de determinada persona, para que los ojos ajenos se dirijan al otro y no a nosotros. Ni siquiera los nuestros sobre nosotros mismos. Es una forma sutil y perversa de autoprotección, (muy común) que nos permite seguir cómodamente con nuestros defectos.
Sólo Dios puede leer nuestras conciencias y nuestro corazón, de ahí que sólo Él podrá medir el grado de honestidad en nuestras palabras y nuestras acciones. Cada uno sabrá en su interior si actúa con honestidad en la vida, si es coherente con lo que piensa, dice y hace y si utiliza la verdad como herramienta fundamental de su existencia o no o, si por el contrario, la mentira es su hábito existencial y su herramienta para manejarse. Hay una anécdota simple y pero muy ilustrativa que explica la honestidad en el proceder. Un emperador que convocó a todos los solteros del reino para encontrar un marido digno para su hija. A quienes asistieron les repartió una semilla diferente a cada uno y les pidió que volvieran a los seis meses con la planta en una maceta. La planta más bella ganaría la mano de su hija. Así se hizo, pero había un joven cuya semilla no germinaba mientras que las del resto se habían convertido en hermosas plantas. A los seis meses todos debían asistir al palacio pero el joven cuya maceta estaba vacía estaba triste y no quería asistir. Su madre, con una visión transparente, limpia, y apostando a que su hijo había actuado bien y honestamente, lo instó a asistir de todas maneras con la maceta vacía, ya que también era un participante. Finalizada la inspección, el rey hizo llamar a su hija y le otorgó la mano al pretendiente con la maceta vacía diciéndole: “Este es el heredero al trono y se casará con mi hija. A todos les han dado una semilla infértil y todos trataron de engañarme plantando otras plantas, pero este joven tuvo el valor y la honestidad de mostrar su maceta vacía. Su honestidad y valentía son las virtudes que un futuro rey necesita, lo mismo que mi hija”.
Marta Arrechea Harriet de Olivero, en es.catholic.net/