Juan Luis Selma
La maternidad está llena de emociones, de la madre y del hijo, que enriquecen a la persona
Este primer domingo de mayo, el mes de las flores, es el día de la madre y por extensión de las mujeres. Oí hace poco a un médico comentar que la naturaleza prepara a las mujeres una vez al mes a ser madres. El útero se dispone mediante una serie de cambios fisiológicos al posible embarazo. Esta revolución hormonal afecta profundamente a la mujer. Lo decía a un grupo de varones para ayudar a que entendiéramos mejor la psicología femenina.
La maternidad está llena de emociones, de la madre y del hijo, que enriquecen a la persona. Tengo un amigo médico que afirma que el origen de muchas patologías se da durante el embarazo. La sinergia entre madre e hijo es muy grande y, desde el seno materno, aprendemos a ser queridos, acogidos. El bebé aprecia el clímax sereno, receptivo en el que va viviendo sus emociones.
También contaba un padre primerizo su admiración ante la total dedicación de su mujer a su bebe: día y la noche pendiente del niño. Sin una queja. Con alegría. Disfrutando. ¡Qué precioso invento son las madres! Quizás el amor a las madres es lo que más nos iguala, en lo que coincidimos todos. Ser persona es ser hijo, tener madre y padre, una vida recibida, donada por amor. Estamos hechos para amar. Y la tarea más importante de nuestra vida es capacitarnos para ello. Un modo muy concreto puede ser mostrar agradecimiento a nuestra madre, al Creador, por querer traernos a la vida en el seno materno; y a las mujeres, por su generosidad.
Me conmueve ver todas las mañanas a muchas madres llevando sus hijos a la guardería a la vez que van a su trabajo. Lo primero que hacen al terminarlo es recogerlos de nuevo, cansadas pero alegres y abnegadas. Nos acompañan a lo largo de toda la vida y su pérdida es la ruptura que más nos duele y afecta. Por eso debemos cuidarlas mientras podamos y acompañarlas en su vejez con nuestra cercanía y cariño. El mejor regalo del “Día de la madre” no se vende en los grandes almacenes o en las floristerías, es nuestro tiempo agradecido, la correspondencia a su amor.
Pienso que no hay incompatibilidad alguna entre feminidad y maternidad, que en ningún caso esta mengua a la primera. Hay voces contrarias, voces numerosas y gritonas. Pero desde la serenidad, desde el sentido común y desde lo más profundo del corazón todos sabemos que no es así. El mundo necesita del genio femenino, de su talante, de su riqueza. Es verdad que está muy masculinizado, pero no lo hagamos aún más con la pérdida de la femineidad: la competitividad, el rendimiento y la eficacia, la dureza deben dejar paso a la aceptación, a la ternura y sensibilidad, a la paciencia: nadie como las madres son capaces de esperar tan bien.
La mujer valora mucho más la belleza, la armonía, el detalle. Dejemos que hermoseen y embellezcan los hogares, los espacios, las ciudades. No podemos ser tan prácticos e impacientes que robemos la belleza a la vida. La armonía, esa capacidad de conjuntar las notas, los múltiples matices de la vida complican un poco las cosas, pero las hacen más hermosas. Parémonos a escuchar, intentemos comprender.
En una ocasión piropearon a la Madre de Jesús: “¡Feliz el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron!” dijo una mujer. Llama la atención la respuesta del Señor: “Mejor, bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”. Nos dice que la mayor grandeza de la Virgen está en escuchar a Dios y en acomodar la vida a sus enseñanzas. Mayo es el mes de María. Recuerdo con qué ilusión llevaba flores a María de pequeño en este precioso mes. Otro modo espléndido de honrar a las madres es hacerlo a través de nuestra Madre del Cielo: llevarle flores, rezarle el rosario, visitar sus ermitas y santuarios.
El Papa ha convocado una “maratón de oraciones” durante todo el mes de mayo, que involucrará especialmente a los santuarios de todo el mundo, para pedir por el fin de la pandemia de coronavirus. Secundemos esta preciosa iniciativa y acudamos a la que es Salud de los enfermos para que pase pronto esta dura prueba. Ella, con su solicitud materna, no dejará de escucharnos. Y aprendamos de Jesús a honrar a nuestras madres como Él lo hizo. Es conmovedor escuchar sus últimas palabras desde la Cruz en las que nos la ofrece como madre, en las que nos pide que la acojamos y la pronta repuesta de Juan que la recibe en su casa. En esta castiza tierra se nos permite exclamar: ¡Olé la madre que me parió!
Juan Luis Selma, en eldiadecordoba.es