Eugenio Bujalance
“Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo” (S. Agustín)
A partir del siglo IV, la Iglesia fijó esta fecha cuarenta días después de la Pascua, para celebrar el día de la Ascensión. Por lógica, cae siempre en jueves. ¿Por qué? Porque esta fiesta se celebra cuarenta días después del domingo de Pascua, día de la Resurrección del Señor. Por motivos pastorales ha sido traslada al Domingo siguiente. Esta cifra de cuarenta días viene del libro de los Hechos de los Apóstoles, en el que Lucas escribe que Jesús “se les presentó Él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándole del reino de Dios” (Hch 1,3).
Existe una similitud entre los cuarenta días y cuarentas noches durante el diluvio, cuarenta años pasa el pueblo de Israel caminando hacia la tierra prometida, junto con la Cuaresma, los cuarenta días de Jesús en el desierto, y la Ascensión, ¡tras cuarenta días de oración y ayuno, cuarenta de fiesta y alegría! El cuatro en la biblia significa el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la Tierra. Es un tiempo de prueba en el que Dios nos fortalece, el tiempo necesario que Dios nos da para acercarnos a Él, convertirnos y ser tocados por su misericordia. Benedicto XVI lo explicaba como “el tiempo de espera, de purificación, del regreso al Señor y de la conciencia de que Dios es fiel a sus promesas”.
Que enriquecedor es seguir el recorrido litúrgico, en el tiempo de Navidad celebrábamos que Jesucristo es enviado a Belén por Dios Padre, y ahora toca volver. La Ascensión es la prueba que garantiza el éxito del plan trazado por Dios. Jesús cumple todo lo que su Padre le había pedido.
Durante su vida terrenal y tras la Resurrección, la gloria de Jesús ha quedado un poco velada, oscurecida. Por eso Dios lo recibe con honor, Jesús es aquel en quien el Padre se complace. Sube al Padre para prepararnos un sitio, un lugar. De este modo Jesús se convierte en mediador entre Dios y los hombres.
La Ascensión de Jesús es importante porque marca el final de su paso por la Tierra. Para la Iglesia, muerte y Resurrección van unidas. La expresión “Subir al cielo” marca el comienzo de la vida sobrenatural, por eso dice el Señor al hablar a los discípulos de su muerte: “Me voy al Padre” (Jn 16, 28). Además, al subir a los Cielos, Jesús nos está explicando qué significa resucitar de entre los muertos, entrar en la gloria de Dios. San Agustín nos dice “nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón andará inquieto hasta que descanse en ti”.
Éste es también nuestro futuro, entrar en esta gloria del Padre, que nos ha sido prometida a todos. El corazón del hombre solo se puede saciar contemplando al Padre. La Ascensión nos sitúa en nuestra meta, que nuestro deseo de plenitud solamente podrá saciarse cuando contemplemos cara a cara a Dios. Estamos hechos para Dios, y solamente Él puede saciar la sed del hombre.
Este acontecimiento puede despertar en nosotros un sentimiento tristeza, producto del amor que sentimos por Jesús, como escribiera en alguna ocasión el Santo Josemaría Escrivá: “Él, siendo perfecto Dios, se hizo hombre, perfecto hombre, carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre. Y se separa de nosotros, para ir al Cielo. ¿Cómo no echarlo en falta?”, pero Él mismo nos prometió que estaría con nosotros hasta el final de los días. Esa es nuestra esperanza.
Además, con su partida, Jesús nos deja una misión “id al mundo entero y proclamad la buena nueva a toda la creación” (Mc 16, 15-20), con nuestro estilo de vida y testimonio, estamos llamados a anunciar la resurrección de Jesús. ¡que otros se encuentren con Él y crean! Esto es posible gracias a que nos promete su Espíritu Santo, no nos deja solos, su espíritu nos acompañará siempre. “recibiréis la fuerza del Espíritu Santo cuando venga sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra” (Hch 1, 8).
Por tanto, este acontecimiento en la vida de Cristo es un signo más de que para Dios nada hay imposible. Seguir el camino trazado por el Dios Padre para cada uno de nosotros aquí en la tierra, tendrá una repercusión, como lo tuvo para Jesús, la Virgen, los Santos y todos los Ángeles, también nosotros disfrutaremos de esa morada que se nos ha preparado. Ojalá que de la misma manera que Nuestro Señor Jesucristo ascendió al cielo; también nuestro corazón ascienda algún día con Él.
Oración:
Dios mío, Cristo Jesús, que has abierto el cielo a la tierra.
Me has perdonado, me has salvado, con tu inmenso amor. Me has enseñado el camino para llegar a ti; el dar la vida toda por amor.
Yo Señor es todo lo que quiero, nada más pido, que vivir eternamente junto a ti.
Que la felicidad de saber que allí en el cielo estás preparándome un lugar, alimente mi esperanza, mi fe para continuar todos los días llevando a todos lo que me has enseñado.
Que no me venza el temor, que no me paren las dificultades, que no me envilezca la incomprensión. Que donde quiera que vaya, cada cosa que haga yo sea testigo de tu amor, de que Tú has vencido a la muerte y que nos conduces a la Vida Eterna. Amén.
Fuente: Exaudi.org