El Papa en el Regina Caeli
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El libro de los Hechos de los Apóstoles (cf. 2, 1-11) narra lo que sucedió en Jerusalén cincuenta días después de la Pascua de Jesús. Los discípulos estaban reunidos en el cenáculo y con ellos estaba la Virgen María. El Señor resucitado les había dicho que se quedaran en la ciudad hasta que recibieran de lo alto el don del Espíritu. Y este se manifestó con un «ruido» que vino repentinamente del cielo, como un «viento impetuoso» que llenó la casa en la que se encontraban (cf. v. 2). Se trata, pues, de una experiencia real, pero también simbólica. Algo que sucedió pero que también nos da un mensaje simbólico para toda la vida por vida.
Esta experiencia revela que el Espíritu Santo es como un viento fuerte y libre, es decir, nos trae fuerza y nos trae libertad: viento fuerte y libre. No se puede controlar, detener ni medir; y ni siquiera predecir su dirección. No se deja enmarcar en nuestras exigencias humanas — nosotros tratamos siempre de enmarcarlo todo—, no se deja enmarcar en nuestros esquemas y en nuestros prejuicios. El Espíritu procede de Dios Padre y de su Hijo Jesucristo e irrumpe en la Iglesia, irrumpe en cada uno de nosotros, dando vida a nuestras mentes y a nuestros corazones. Como dice el Credo: «Señor y dador de vida». Tiene el poder porque es Dios, y da vida.
El día de Pentecostés, los discípulos de Jesús todavía estaban desconcertados y asustados. Aún no tenían el valor de salir a la luz. Y nosotros también, a veces sucede, preferimos permanecer dentro de las paredes protectoras de nuestro entorno. Pero el Señor sabe cómo llegar hasta nosotros y abrir las puertas de nuestro corazón. Él envía al Espíritu Santo sobre nosotros que nos envuelve y derrota todas nuestras vacilaciones, derriba nuestras defensas, desmantela nuestras falsas certezas. El Espíritu nos hace nuevas criaturas, como lo hizo ese día con los Apóstoles: nos renueva, nuevas criaturas.
Después de recibir el Espíritu Santo ya no volvieron a ser como antes —los ha cambiado —, sino que salieron, salieron sin temor y comenzaron a predicar Jesús, a predicar que Jesús ha resucitado, que el Señor está con nosotros, de tal manera que cada uno los entendía en su propia lengua. Porque el Espíritu es universal, no nos quita las diferencias culturales, las diferencias de pensamiento, no, es para todos, pero cada uno lo entiende en su propia cultura, en su propia lengua. El Espíritu cambia el corazón, ensancha la mirada de los discípulos. Los hace capaces de comunicar a todos las grandes obras de Dios, sin límites, superando los confines culturales y los confines religiosos en los que estaban acostumbrados a pensar y vivir los Apóstoles. Los capacita para llegar a los demás respetando sus posibilidades de escucha y comprensión, en la cultura y el idioma de cada uno (vv. 5-11). En otras palabras, el Espíritu Santo pone en comunicación personas diferentes, realizando la unidad y universalidad de la Iglesia.
Y hoy nos dice mucho esta verdad, esta realidad del Espíritu Santo, donde en la Iglesia hay pequeños grupos que siempre buscan la división, separarse de los demás. Este no es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Dios es armonía, es unidad, une diferencias. Un buen cardenal, que fue arzobispo de Génova, decía que la Iglesia es como un río: lo importante es estar dentro; si estás un poco de ese lado y un poco del otro lado, no importa, el Espíritu Santo crea unidad. Usaba la figura del río. Lo importante es estar dentro de la unidad del Espíritu y no mirar esas pequeñeces de que tú estés un poquito de este lado y un poquito de ese otro lado, que reces de esta manera o de esa otra... Esto no es de Dios La Iglesia es para todos, para todos, como mostró el Espíritu Santo el día de Pentecostés.
Pidamos hoy a la Virgen María, Madre de la Iglesia, que interceda para que el Espíritu Santo descienda en abundancia y llene los corazones de los fieles y encienda en todos el fuego de su amor.
Después del Regina Caeli
¡Queridos hermanos y hermanas!
Encomiendo a la oración de todos vosotros la situación de Colombia, que sigue siendo preocupante. En esta solemnidad de Pentecostés rezo para que el amado pueblo colombiano sepa acoger los dones del Espíritu Santo para que, a través de un diálogo serio, se encuentren soluciones justas a los muchos problemas que sufren especialmente los más pobres, debido a la pandemia. Exhorto a todas las personas a evitar, por razones humanitarias, conductas perjudiciales para la población en el ejercicio del derecho a la protesta pacífica.
Recemos también por la población de la ciudad de Goma, en la República Democrática del Congo, que se vio obligada a huir debido a la erupción del gran volcán Nyiragongo.
Los fieles católicos en China celebrarán mañana la fiesta de la Santísima Virgen María, Auxilio de los cristianos y Patrona celestial de su gran país. La Madre del Señor y de la Iglesia es venerada con particular devoción en el Santuario de Sheshan, en Shanghái, y es invocada asiduamente por las familias cristianas, en las pruebas y en las esperanzas de la vida diaria. ¡Qué bueno y qué necesario es que los miembros de una familia y de una comunidad cristiana estén cada vez más unidos en el amor y en la fe! De esta manera padres e hijos, abuelos y niños, pastores y fieles pueden seguir el ejemplo de los primeros discípulos que, en la solemnidad de Pentecostés, eran unánimes en oración con María en espera del Espíritu Santo. Por eso, os invito a acompañar con ferviente oración a los fieles cristianos en China, nuestros queridos hermanos y hermanas, a quienes llevo en lo más profundo de mi corazón. Que el Espíritu Santo, protagonista de la misión de la Iglesia en el mundo, los guíe y ayude a ser portadores de la buena nueva, testigos de bondad y caridad, constructores de justicia y paz en su patria.
Y hablando de la festividad de mañana, María Auxilio de los cristianos, un pensamiento para los salesianos y las salesianas, que trabajan tanto, tanto, en la Iglesia por los más lejanos, por los más marginados, por la juventud. ¡Que el Señor los bendiga y los lleve adelante con tantas santas vocaciones!
Mañana se clausura el Año Laudato si’. Doy las gracias a todos los que han participado con numerosas iniciativas en todo el mundo. Es un camino que debemos continuar juntos, escuchando el grito de la Tierra y de los pobres. Por ello, se pondrá en marcha de inmediato la “Plataforma Laudato si’”, un camino operativo de siete años que guiará a familias, comunidades parroquiales y diocesanas, escuelas y universidades, hospitales, empresas, agrupaciones, movimientos, organizaciones, institutos religiosos a asumir una estilo de vida sostenible. Mis mejores deseos para los muchos animadores que hoy reciben el mandato de difundir el Evangelio de la Creación y cuidar nuestra casa común.
Os saludo cordialmente a todos vosotros, procedentes de Roma, de Italia y de otros países. Veo ahí Polonia, México, Chile, Panamá y muchos otros… Veo banderas allá: Colombia. ¡Gracias por estar presentes! En particular, saludo a los jóvenes del Movimiento de los Focolares… ¡Meten ruido estos Focolares! Y a los participantes en el “Paseo de la amistad con las fuerzas del orden”.
Os deseo a todos un feliz domingo. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto. ¡Muchos saludos para todos!