10/31/21

La Palabra del Señor hay que repetirla

 El Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En la Liturgia de hoy, el Evangelio habla de un escriba que se acerca a Jesús y le pregunta: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?» (Mc 12,28). Jesús contesta citando la Escritura y afirma que el primer mandamiento es amar a Dios; de este, como consecuencia natural, se deriva el segundo: amar al prójimo como a sí mismo (cf. vv. 29-31). Al oír esta respuesta, el escriba no solo reconoce que es justa, sino que al hacerlo, al reconocer que es justa, repite casi las mismas palabras pronunciadas por Jesús: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que […] amarle con todo el corazón, con todo la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios» (vv. 32-33).

Podemos preguntarnos, ¿por qué, al dar su asentimiento, el escriba siente la necesidad de repetir las mismas palabras de Jesús? Esta repetición es aún más sorprendente si pensamos que estamos en el Evangelio de Marcos, que tiene un estilo muy conciso. ¿Qué sentido tiene esta repetición? Esta repetición es una enseñanza para todos nosotros que escuchamos. Porque la Palabra del Señor no puede ser recibida como cualquier noticia. La Palabra del Señor hay que repetirla, asumirla, custodiarla. La tradición monástica, de los monjes, utiliza un término audaz, pero muy concreto. Dice así: la Palabra de Dios ha de ser “rumiada”. “Rumiar” la Palabra de Dios. Podemos decir que es tan nutritiva que debe llegar a todos los ámbitos de la vida: implicar, como dice Jesús hoy, todo el corazón, toda el alma, toda la inteligencia, todas las fuerzas (cf. v. 30). La Palabra de Dios debe resonar, retumbar, ser un eco dentro de nosotros. Cuando existe este eco interior que se repite, significa que el Señor habita nuestro corazón. Y nos dice, como a aquel buen escriba del Evangelio: «Non estás lejos del Reino de Dios » (v. 34).

Queridos hermanos y hermanas, el Señor busca no tanto hábiles comentaristas de las Escrituras, busca corazones dóciles que, acogiendo su Palabra, se dejan transformar dentro. Por esto es tan importante familiarizar con el Evangelio, tenerlo siempre al alcance de la mano —incluso un pequeño Evangelio en el bolsillo, en el bolso— para leerlo y releerlo, apasionarse. Cuando lo hacemos, Jesús, Palabra del Padre, entra en nuestro corazón, se vuelve íntimo y nosotros damos frutos en Él. Tomemos como ejemplo el Evangelio de hoy: no es suficiente leerlo y comprender que hay que amar a Dios y al prójimo. Es necesario que este mandamiento, que es el “gran mandamiento”, resuene en nosotros, sea asimilado, se convierta en voz de nuestra conciencia. Entonces no se queda en letra muerta, en el cajón del corazón, porque el Espíritu Santo hace brotar en nosotros la semilla de esa Palabra. Y la Palabra de Dios actúa, siempre está en movimiento, es viva y eficaz (cf. Hb 4,12). Así cada uno de nosotros puede convertirse en una “traducción” viva, diferente y original. No una repetición, sino una “traducción” viva, diferente y original, de la única Palabra de amor que Dios nos dona. Esto, por ejemplo, lo vemos en la vida de los santos: ninguno es igual al otro, todos son diferentes, pero todos con la misma Palabra de Dios

Tomemos hoy ejemplo de este escriba. Repitamos las palabras de Jesús, hagámoslas resonar en nosotros: “Amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas y al prójimo como a mí mismo". Y preguntémonos: ¿orienta realmente mi vida este mandamiento? ¿Se refleja este mandamiento en mi vida diaria? Nos hará bien esta noche, antes de dormirnos, hacer el examen de conciencia sobre esta Palabra, para ver si hoy hemos amado al Señor y hemos dado un poco de bien a los que nos hemos encontrado. Que cada encuentro sea dar un poco de bien, un poco de amor, que viene de esta Palabra. Que la Virgen María, en quien se hizo carne el Verbo de Dios, nos enseñe a acoger en nuestro corazón las palabras vivas del Evangelio.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

En varias partes de Vietnam, las lluvias intensas y prolongadas de las últimas semanas han causado grandes inundaciones, con miles de evacuados. Mi oración y mi pensamiento se dirigen a las muchas familias que sufren, junto con mi aliento a quienes, autoridades del país e Iglesia local, están trabajando para responder a la emergencia. Y también estoy cerca de las poblaciones de Sicilia afectadas por el mal tiempo.

También pienso en la población de Haití, que vive en condiciones extremas. Les pido a los líderes de las naciones que apoyen a este país, que no lo dejen solo. Y vosotros, al regresar a casa, buscad noticias sobre Haití y rezad, rezad mucho. Estaba viendo en el programa “A Sua Immagine”, el testimonio de un misionero camiliano en Haití, el Padre Massimo Miraglio, las cosas que decía... cuánto sufrimiento, cuánto dolor hay en esta tierra, y cuánto mucho abandono. ¡No los abandonemos!

Ayer en Tortosa, España, fueron beatificados Francisco Sojo López, Millán Garde Serrano, Manuel Galcerá Videllet y Aquilino Pastor Cambero, sacerdotes de la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús, todos asesinados por odio a la fe. Pastores celosos y generosos, durante la persecución religiosa de los años treinta se mantuvieron fieles al ministerio incluso a riesgo de sus vidas. Que su testimonio sea un modelo especialmente para los sacerdotes. ¡Un aplauso a estos nuevos beatos!

Hoy en Glasgow, Escocia, comienza la cumbre de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, COP26. Oremos para que se escuche el grito de la tierra y el grito de los pobres; para que este encuentro pueda dar respuestas efectivas ofreciendo esperanzas concretas a las generaciones futuras. En este contexto, se inaugura hoy en la Plaza de San Pedro la exposición fotográfica Laudato si', obra de un joven fotógrafo de Bangladesh. Id a verla.

Os saludo a todos vosotros, fieles de Roma y peregrinos de varios países, en particular a los procedentes de Costa Rica. Saludo a los grupos de Reggio Emilia y Cosenza; a los muchachos de la Profesión de Fe de Bareggio, Canegrate y San Giorgio su Legnano; así como a la Asociación Serra International Italia, a la que agradezco su compromiso a favor de las vocaciones sacerdotales. Y a los muchachos de la Inmaculada.

Os deseo a todos un feliz domingo. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

10/30/21

Amar es el mandato más importante

 Domingo 31° semana del tiempo ordinario (Ciclo B)


Evangelio (Mc 12, 28b-34)

Se acercó uno de los escribas, que había oído la discusión y, al ver lo bien que les había respondido, le preguntó:

¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?

Jesús respondió:

—El primero es: Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señory amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.

Y le dijo el escriba:

—¡Bien, Maestro! Con verdad has dicho que Dios es uno solo y no hay otro fuera de Él; y amarle con todo el corazón y con toda la inteligencia y con toda la fuerza, y amar al prójimo como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios.

Viendo Jesús que le había respondido con sensatez, le dijo:

—No estás lejos del Reino de Dios.

Y ninguno se atrevía ya a hacerle preguntas.


Comentario

El evangelio de la liturgia de hoy nos presenta un profundo e interesante diálogo entre un escriba, es decir, un experto en el conocimiento de las Escrituras y Jesús. La pregunta que le dirige es de gran importancia, porque se trata de saber cual es el sentido último de los mandamientos. Este hombre quizá sentía el peso de la gran variedad de cosas que debía cumplir como miembro del pueblo elegido y se preguntaba el porque de tanto esfuerzo. Con este fondo, podemos compartir su inquietud, y su pregunta al Maestro: ¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?

La respuesta de Jesús no se hace esperar, y saliendo a su encuentro usa las Escrituras para responder. Le recuerda así unas palabras del Deuteronomio que todo varón piadoso repetía al menos dos veces al día: “Escucha Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6, 4-5). Jesús usa esta oración, conocida como el Shema Israel (escucha Israel, en hebreo), señalando de este modo que en el centro de la fe de Israel se encuentra la razón última y el sentido de todos los mandamientos: el amor a Dios.

Y aunque el escriba solo había preguntado por el más importante, el Señor aprovecha para recordarle también el segundo en importancia, y usa nuevamente un libro de la Escritura. Esta vez toma prestadas unas palabras del Levítico: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19, 18).

Jesús recuerda así que el amor a Dios y al prójimo son la esencia de la fe y la fuente de la que manan todos los mandamientos. Nos invita así a levantar la mirada y a entender que estamos llamados no sólo a cumplir con unas determinadas obligaciones, sino a vivir un amor grande y generoso, que abarque todos los aspectos de nuestra vida, porque como recordaba san Josemaría: “Jesús no se satisface compartiendo, lo quiere todo” (Camino, n. 155).

Desde aquí se puede comenzar a entender que al igual que nuestra existencia es compleja y tiene muchas dimensiones, del mismo modo algunos mandamientos serán complejos y no evidentes en un primer momento. Lo importante es saber que todos los mandamientos, aún aquellos que nos parezcan más enrevesados, tienen como razón de fondo este amor intenso y grande que nos pide Dios. En otras palabras, que los mandamientos son modos concretos de amar a Dios y a las personas que tenemos al lado y modos de declinar el amor en las situaciones concretas.

Quizá podemos aprovechar el día de hoy para pensar el modo en que vivimos los deberes y mandamientos de la vida cristiana -en modo especial los que más nos cuesten-, y preguntarnos si los vemos como un peso con el que hay que cargar o si, por el contrario, sabemos poner en práctica lo que el Señor nos enseña hoy y los vemos como modos de concretizar nuestro amor por Dios y por los demás.

10/29/21

Inauguración de año académico del P.C.U.S

Mons. Fernando Ocariz

  “¡Bendice al Señor, alma mía! Eres tan grande, Señor, Dios mío. ¡Qué grandes son tus obras, Señor! Todo lo has hecho con sabiduría; la tierra está llena de tus criaturas”


I. Homilía

Acabamos de escuchar la historia de Pentecostés. La historia de un encuentro muy especial que, gracias al descenso del Espíritu Santo, dio a la humanidad la oportunidad de reunirse de nuevo en el nombre del Señor, ya no como extraños, sino como hermanos.

Me alegro de estar hoy aquí con todos vosotros, después de un largo tiempo de ausencia durante el cual la pandemia, aún no vencida, nos impidió reunirnos en persona. Rezo hoy de manera especial por nuestro querido profesor Miguel Ángel Tabet, y por todas las personas de nuestra comunidad académica que han fallecido en los últimos meses.

“Pentecostés es la fiesta de la unión, del entendimiento y de la comunión humana” (2012), dijo Benedicto XVI hace unos años. Esta comunión es un regalo de Dios que tanto necesita nuestro mundo y toda la familia cristiana. El inicio de un nuevo curso académico es una ocasión propicia para unirse al Señor, una vez más, en la oración por la unidad que pronunció en su última Cena: “Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (Jn 17,21).

El pasado mes de enero, el Papa Francisco, hablando de la unidad de la Iglesia, dijo: “El Señor no mandó a los discípulos estar unidos. Tampoco les dio un discurso para justificar su necesidad. No, Él rogó al Padre por nosotros, para que fuéramos uno. Esto significa que no nos basta con nuestras propias fuerzas para lograr la unidad. La unidad es ante todo un don, una gracia que hay que pedir en la oración”.

En el Evangelio de hoy hemos oído que Jesús tenía muchas más cosas que decir a los Apóstoles (cfr. Jn 16,12). Entre ellas está seguramente el anhelo de unidad en la Iglesia, y de unidad entre nosotros. Unidad que nos permite descubrir las grandes obras de Dios de las que hablaban los apóstoles (cfr. Hch 2,11). La alternativa, como bien sabemos, es quedarnos anclados en nuestras pequeñas cosas, que en lugar de acercarnos a Dios y a los demás, nos enredan en nuestro egoísmo, y no nos permiten ver la belleza del mundo, y sobre todo el valor de los demás.

El Salmo vuelve a hablar de esas grandes obras: “¡Bendice al Señor, alma mía! Eres tan grande, Señor, Dios mío. ¡Qué grandes son tus obras, Señor! Todo lo has hecho con sabiduría; la tierra está llena de tus criaturas” (Sal 103). Entre esas obras hay personas de manera especial. Cada persona es una obra del Señor que se nos ofrece como un regalo. Depende de cada uno descubrir el regalo que es cada persona que encontramos en nuestro camino.

En los años de la Universidad hay muchos encuentros con gente nueva: otros estudiantes, profesores, personal de la Universidad. Pidamos al Señor saber descubrir siempre el don que nos ofrece a través de todos esos encuentros. ¡Cuántas hermosas amistades nacen durante los años en Roma! Amistades duraderas que todos nos llevamos a nuestros países, y que a menudo son un fuerte estímulo en nuestras vidas al servicio de Dios. “Cuando una amistad es auténtica, cuando la preocupación por el otro es sincera y llena nuestra oración, no hay tiempos compartidos que no sean apostólicos: todo es amistad y todo es apostolado, indistintamente” (Carta 1-IX-2019, n. 19).

En 1969, san Josemaría decía en una meditación: Vivir según el Espíritu Santo es vivir de la fe, de la esperanza, de la caridad: dejar que Dios se apodere de nosotros y cambie nuestro corazón de raíz, llevándolo a su medida (Es Cristo que pasa, 134). Hagamos quizás también un nuevo propósito de vivir según el Espíritu Santo, que no es otra cosa que vivir como Jesús. Estas palabras de san Josemaría hablan de un cambio de corazón en la raíz. Algunos se preguntarán por qué es necesario. ¿Por qué necesitamos todavía un cambio de corazón en la raíz si ya tenemos muchos años de vida cristiana o incluso una vocación al servicio de Dios en su Iglesia? La respuesta a esta pregunta la encontramos en las palabras de Jesús que acabamos de escuchar: “Muchas cosas tengo que deciros todavía”. Si realmente queremos escuchar la voz de Dios hoy, debemos tener un espíritu abierto. Necesitamos esa actitud humilde de quien sabe que ha recibido mucho y, al mismo tiempo, de quien es consciente de que Dios es muy grande y que su sabiduría supera con creces nuestros conocimientos.

En Pentecostés, la Virgen ocupa un lugar discreto, pero está presente junto a los Apóstoles de su Hijo. Pidámosle a Ella, al comienzo de este año académico, que nos ilumine en los próximos meses para que también nosotros podamos ser instrumentos de unidad allí donde estemos y, concretamente, en la vida universitaria.

II. Discurso 

Eminencias, Excelencias, Profesores, Colaboradores, Estudiantes, Señoras y Seño-res, agradezco la posibilidad de reunirnos de modo también presencial al inicio de este año académico.

El momento que estamos viviendo, con la experiencia de la pandemia que está afectando a los países de todo el mundo, me lleva a proponer algunas reflexiones al respecto. Estamos atravesando indudablemente un momento de crisis mundial que está incidiendo notablemente en los modos de pensar y de vivir de muchísimas personas. La especial atención de nuestra Universidad hacia una comprensión del mundo, de la historia y de cada hombre a partir del misterio de Cristo, como dice el punto 2 de los Estatutos, no puede prescindir de una observación atenta de cuanto está pasando a nosotros, cerca de nosotros y a nivel global, y por tanto del estudio y de la acogida de las necesidades nuestras y de las mujeres y hombres que viven este particular momento histórico.

El término crisis en su origen griego significa distinguir, discernir, diferenciar, e incluye la capacidad de concentrarse en lo que es esencial. Por eso, en ese sentido, vivir una crisis contiene la oportunidad de aprender a detenerse, a valorar de modo ponderado los hechos y nosotros mismos en la cotidianidad de la experiencia nuestra y ajena, abriendo la mente y el corazón a las necesidades que se imponen, y a los nuevos modos de vivir, trabajar y relacionarse.

La Universidad puede constituir un lugar privilegiado donde aprender a dar forma al nuevo desarrollo actual estando en escucha atenta de las personas y acontecimientos, y poniendo dicha escucha en relación con el estudio y la vida académica. Se nos facilita la oportunidad de llevar a cabo, en el contexto de la vida intelectual, el principio que el Papa Francisco expresa en la Evangelii gaudium: «la realidad es superior a la idea» (n. 231). La realidad de las mujeres y hombres hijos de Dios en Cristo, es y debe ser un punto de referencia constante de todo estudio e investigación de nuestra Universidad.

La crisis sanitaria y sus consecuencias están llevando a la humanidad a confrontar-se sobre cuestiones fundamentales de la existencia: el sentido del sufrimiento, la soledad, la interdependencia relacional, el bien común, la libertad, la ley. El estudio y la investigación académica en las Facultades de Teología, de Filosofía, de Derecho Canónico y de Comunicación Institucional, podrán aportar contribuciones que tengan en cuenta la complejidad de lo real y de la vida de la mujer y del hombre de hoy.

Antes de la pandemia muchas personas podían estar condicionadas por el pensa-miento auto-referencial del post-humanismo, que creía en la posibilidad de auto-fundarse convencido de su propia omnipotencia. La realidad en este caso ha des-enmascarado la falsedad de la idea. De algún modo, la experiencia de la pandemia ha acercado a la humanidad a la realidad y, por lo tanto, a la verdad.


Fuente: opusdei.org

10/28/21

El velo islámico, de signo de sumisión de la mujer a símbolo de "rebeldía" frente al mundo occidental

 Ana Martín Plaza

El uso del 'hiyab' se ha extendido entre las jóvenes como signo de identidad

 El caso de Najwa ha desatado la polémica sobre el uso de esta prenda

"Di a los hombres creyentes que deben bajar su mirada y proteger su pudor, esto será una mayor pureza para ellos, y Dios está bien enterado de todo lo que hacen.

Y di a las mujeres creyentes que deben bajar su mirada y proteger su pudor, y que no deben mostrar su belleza y adornos, excepto lo que sea visible por sí mismo, que deben colocar sus velos sobre su pecho y no mostrar su belleza, excepto a sus maridos". (Corán 24, 30-31)

La decisión de Najwa de acudir a clase cubierta con el velo islámico ha puesto la polémica sobre el uso de esta prenda y su significado bajo el foco mediático en los últimos días.

Esta joven que estudia 4º de ESO fue apartada de sus compañeros del IES Camilo José Cela, en Pozuelo de Alarcón (Madrid), porque el reglamento del centro prohíbe llevar cubierta la cabeza.

Desde este miércoles, sigue sus estudios en el IES Gerardo Diego, que sí le permite usar el 'hiyab', después de que otro centro, el San Juan de la Cruz, cambiara su reglamento 'in extremis' para evitar que Najwa acudiera a sus clases.

Pero, ¿qué significado tiene realmente el velo? ¿Qué lleva a una joven a cubrirse la cabeza? ¿Y por qué existe un rechazo frontal a este tipo de símbolos?

El velo ha pasado de verse como un símbolo de sumisión de la mujer a convertirse en un signo de "rebeldía" frente a las sociedades occidentales que rechazan todo lo que tenga que ver con el Islam. Se ha convertido en un símbolo de identidad.

Interpretación del Corán

El uso del hiyab o velo islámico "obedece a una recomendación coránica (Corán 24, 30-31) que, sin duda, puede ser interpretada de muy diversas maneras", afirma Bernabé López García, catedrático de Historia del Islam Contemporáneo del Departamento de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid.

Este experto explica a rtve.es que la interpretación del 'hiyab' como "símbolo de sumisión" es una "interpretación de nuestra cultura" y subraya que "en determinadas sociedades musulmanas es percibido, incluso, como una forma de protección contra el machismo imperante".

“El 'hiyab' es expresión de recato, de pudor, un signo de castidad y puritanismo de costumbres“

El 'hiyab' es "expresión de recato, de pudor, un signo de castidad y puritanismo de costumbres", añade este catedrático de la Autónoma.

El iraquí Waleed Saleh Alkhalifa, profesor de Lengua y Literatura Árabe en esta esta misma universidad, subraya que el Corán hace mención al 'hiyab' en siete ocasiones pero que ninguna se refiere expresamente a la vestimenta de la mujer.

Para Saleh el uso del velo obedece a la "interpretación" de estos pasajes por parte de "los clérigos que han colocado a la mujer como enemigo número uno de su religión".

"Herencia judeocristiana"

En este sentido, Waleed Saleh subraya que el velo islámico no se puede separar de los símbolos de otras creencias ya que es una "herencia de las religiones judía y cristiana".

Saleh recuerda que es el Antiguo Testamento el que "inventa el pecado original" vinculado a la mujer y el que dice que el hombre está hecho a reflejo de Dios y que la mujer está hecha a reflejo del hombre, o que fue San Agustín el que "redujo el papel de la mujer a la procreación. El Islam hereda esta visión", subraya.

La diferencia, en su opinión, es que las otras dos grandes religiones monoteístas han dado pasos para dejar atrás este concepto de la mujer y el Islam todavía no lo ha hecho.

“La polémica del velo también tiene lugar en los propios países árabes y musulmanes“

Saleh recuerda, no obstante, que "la gran mayoría de las mentes liberales" de las sociedades islámicas "ven el 'hiyab' como símbolo de sumisión y limitación y, por esta razón, la polémica del velo también tiene lugar en los propios países árabes y musulmanes" desde hace ya mucho tiempo.

Tanto, que hace más de un siglo, Kassim Amin defendió la participación de la mujer en la vida pública y rechazó el uso del velo en libros como La liberación de la mujer o La nueva mujer. En 1924 la esposa del rey de Afganistán, Amanullah Khan, la reina Soraya, apareció en público con la cabeza y los brazos descubiertos, lo que le costó finalmente el trono.

"Símbolo de identidad" frente a la "islamofobia"

Sin embargo, el velo se ha ido convirtiendo poco a poco en un "signo de identidad". "Hay un repliegue sobre sí de las sociedades musulmanas que se sienten amenazadas por lo que observan como una agresión hacia los suyos por parte de sociedades avasalladoras como los Estados Unidos en Irak o Israel en Palestina", explica Bernabé López García.

Esta connotación política, de afirmación de identidad, ha ido creciendo en los últimos años entre la generación joven musulmana "en nuestro país, en Europa y también en las propias sociedades musulmanas, como rechazo a una islamofobia irracional que se va instalando en sectores de nuestra sociedad por una ignorancia que amalgama islam con terrorismo, fanatismo, incultura y atraso". “Antes que un símbolo de sumisión es señal de rebeldía“

En este sentido, y "aunque choque", subraya este catedrático de Historia del Islam Contemporáneo, "antes que un símbolo de sumisión es señal de rebeldía como pudiera serlo el uso de la barba entre los jóvenes progresistas de los años sesenta en España".

Waleed Saleh también constata que el uso del velo ha aumentado en los últimos años entre las más jóvenes y no es raro ver en algunos países musulmanes a madres de 50 o 60 años que van sin velo, acompañadas de sus hijas jóvenes que sí llevan 'hiyab'. "Entienden que es una especie de autoafirmación", afirma Saleh.

"No habría ocurrido lo mismo con otros símbolos"

Saleh cree "sinceramente" que el rechazo que ha provocado el velo de Najwa no es el mismo que hubiera provocado un alumno judío que llevara kipa porque "el mundo occidental han visto siempre al judaísmo como algo más cercano, propio, diferente y distinto al islamismo".

Todo lo que tenga que ver con el Islam, añade, se aborda con "crispación y rechazo de antemano".

Este profesor iraquí de la Autónoma cree, no obstante, que "es mejor que no haya símbolos religiosos" en los centros educativos pero reconoce que cualquier decisión que se tome al respecto tendrá "reacciones contradictorias".

En cualquier caso, Saleh no cree que el camino sea la prohibición y se muestra partidario de "primar otras medidas y actitudes desde el diálogo y la integración". "Es un tema muy difícil y por medio de la imposición no se llega a una solución".

No es equiparable a una visera o gorra

El velo islámico no se puede comparar, en su opinión, con una visera o una gorra. "No es un trauma" que un alumno tenga que quitarse estas últimas prendas en clase, pero "si una mujer creyente lleva pañuelo sería traumático obligarle a quitárselo".

“En el caso de Najwa no se ha respetado la dimensión religiosa del tema“

Bernabé López García cree que en el caso de Najwa "no se ha respetado la dimensión religiosa del tema" al comparar el velo con una gorra. "Si lo vemos como un precepto religioso, violentarlo es injusto, discriminatorio y anticonstitucional", explica.

"¿Que se diría de un director de colegio público que se niega a respetar en su cantina escolar el derecho expresado por algunos de sus alumnos de cumplir con el precepto de la Cuaresma? Si en los hábitos culinarios se acepta el respeto a la diferencia (para cristinos, musulmanes o judíos) ¿por qué no aceptarlo en los de vestir?", concluye este catedrático.

Fuente: rtve.es/

El fruto del Espíritu

 El Papa ayer en la Audiencia General


Catequesis 13. 

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

La predicación de san Pablo gira en torno a Jesús y su Misterio Pascual. El Apóstol, de hecho, se presenta como heraldo de Cristo, y de Cristo crucificado (cf. 1 Cor 2,2). A los gálatas, tentados de basar su religiosidad en la observancia de preceptos y tradiciones, les recuerda el centro de la salvación y de la fe: la muerte y la resurrección del Señor. Lo hace poniendo ante ellos el realismo de la cruz de Jesús. Escribe así: «¿Quién os fascinó a vosotros, a cuyos ojos fue presentado Jesucristo crucificado?» (Gál 3,1). ¿Quién os ha fascinado para alejaros de Cristo Crucificado? Es un momento feo de los Gálatas…

Incluso hoy en día, muchos buscan la certeza religiosa antes que al Dios vivo y verdadero, centrándose en rituales y preceptos en lugar de abrazar al Dios del amor con todo su ser. Y esta es la tentación de los nuevos fundamentalistas, de aquellos a quienes les parece que el camino a recorrer dé miedo y no van hacia adelante sino hacia atrás porque se sienten más seguros: buscan la seguridad de Dios y no al Dios de la seguridad. Por eso Pablo pide a los gálatas que vuelvan a lo esencial, a Dios que nos da la vida en Cristo crucificado. Da testimonio de ello en primera persona: «Con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Gál 2, 20). Y hacia el final de la Carta, afirma: «En cuanto a mí ¡Dios me libre gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo!» (6,14).

Si nosotros perdemos el hilo de la vida espiritual, si mil problemas y pensamientos nos acosan, hagamos nuestros los consejos de Pablo: pongámonos ante Cristo Crucificado, partamos de nuevo de Él. Tomemos el Crucifijo  entre las manos, apretémoslo sobre el corazón. O detengámonos en adoración ante la Eucaristía, donde Jesús es el Pan partido por nosotros, el Crucificado resucitado, el poder de Dios que derrama su amor en nuestros corazones.

Y ahora, de nuevo guiados por san Pablo, demos un paso más. Preguntémonos: ¿Qué ocurre cuando nos encontramos con Jesús Crucificado en la oración? Lo que sucede es lo que ocurrió bajo la Cruz: Jesús entrega el Espíritu (cf. Jn 19,30), es decir, da su propia vida. Y el Espíritu, que brota de la Pascua de Jesús, es el principio de la vida espiritual. Es Él quien cambia el corazón: no nuestras obras. Es Él el que cambia el corazón, no las cosas que nosotros hacemos, sino que la acción del Espíritu Santo en nosotros cambia el corazón.  Es Él quien guía a la Iglesia, y nosotros estamos llamados a obedecer su acción, que extiende dónde y cómo quiere. Además, fue precisamente la constatación de que el Espíritu Santo descendía sobre todos y que su gracia actuaba sin exclusión lo que convenció, incluso a los más reacios, de que el Evangelio de Jesús estaba destinado a todos y no a unos pocos privilegiados. Y aquellos que buscan la seguridad, el pequeño grupo, las cosas claras como entonces, se alejan del Espíritu, no dejan que la libertad del Espíritu entre en ellos. Así, la vida de la comunidad se regenera en el Espíritu Santo; y es siempre gracias a Él que alimentamos nuestra vida cristiana y llevamos adelante nuestra lucha espiritual.

Precisamente el combate espiritual es otra gran enseñanza de la Carta a los Gálatas. El Apóstol presenta dos frentes opuestos: por un lado las «obras de la carne», por otro el «fruto del Espíritu». ¿Qué son las obras de la carne? Son comportamientos contrarios al Espíritu de Dios. El Apóstol las llama obras de la carne no porque haya algo malo o incorrecto en nuestra carne humana; por el contrario, hemos visto cómo insiste en el realismo de la carne humana llevada por Cristo en la cruz. Carne es una palabra que indica al hombre en su dimensión terrenal, cerrado en sí mismo, en una vida horizontal, donde se siguen los instintos mundanos y se cierra la puerta al Espíritu, que nos eleva y nos abre a Dios y a los demás. Pero la carne también nos recuerda que todo esto envejece, que todo esto pasa, se pudre, mientras que el Espíritu da vida. Pablo enumera, por lo tanto, las obras de la carne, que se refieren al uso egoísta de la sexualidad, a las prácticas mágicas que son idolatría y a lo que socava las relaciones interpersonales, como «discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias…» (cf. Gál 5,19-21). Todo esto es el fruto —digámoslo así— de la carne, de un comportamiento solamente humano, “enfermizamente” humano. Porque lo humano tiene sus valores, pero todo esto es “enfermizamente” humano.

El fruto del Espíritu, en cambio, es «amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí» (Gál 5,22): así lo dice Pablo. Los cristianos, que en el bautismo se han «revestido de Cristo» (Gál 3,27), están llamados a vivir así. Puede ser un buen ejercicio espiritual, por ejemplo, leer la lista de san Pablo y mirar la propia conducta, para ver si se corresponde, si nuestra vida es realmente según el Espíritu Santo, si lleva estos frutos. ¿Mi vida produce estos frutos de amor, alegría, paz, magnanimidad, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí? Por ejemplo, los tres primeros enumerados son el amor, la paz y la alegría: aquí se reconoce a una persona habitada por el Espíritu Santo. Una persona que está en paz, que está alegre y que ama: con estas tres pistas se ve la acción del Espíritu.

Esta enseñanza del Apóstol supone también un gran reto para nuestras comunidades. A veces, quienes se acercan a la Iglesia tienen la impresión de encontrarse ante una densa masa de mandatos y preceptos: pero no, esto no es la Iglesia. Esto puede ser cualquier asociación. Pero, en realidad, no se puede captar la belleza de la fe en Jesucristo partiendo de demasiados mandamientos y de una visión moral que, desarrollándose en muchas corrientes, puede hacernos olvidar la fecundidad original del amor, nutrido de oración que da la paz y de testimonio alegre. Del mismo modo, la vida del Espíritu expresada en los sacramentos no puede ser sofocada por una burocracia que impida el acceso a la gracia del Espíritu, autor de la conversión del corazón. Y cuántas veces, nosotros mismos, sacerdotes u obispos, ponemos tanta burocracia para dar un Sacramento, para acoger a la gente, que en consecuencia dice: “No, esto no me gusta” y se va, y no ve en nosotros, muchas veces, la fuerza del Espíritu que regenera, que nos hace nuevos. Por lo tanto, tenemos la gran responsabilidad de anunciar a Cristo crucificado y resucitado, animados por el soplo del Espíritu de amor. Porque sólo este Amor tiene el poder de atraer y cambiar el corazón del hombre.


Saludos:

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española. Los animo a hacer este pequeño ejercicio, relean la lista de los frutos del Espíritu Santo que encontramos en Gálatas capítulo 5, versículos 22 y 23. Vean si se corresponden con la propia existencia de cada uno, es decir, si nuestra vida se dejó configurar con Cristo, al que contemplamos muerto y resucitado, en la imagen de la cruz y en el misterio de la Eucaristía; si nuestra vida se ha dejado trasformar por el Espíritu para ser ella misma una eucaristía, don y acción de gracias, para gloria de Dios y salvación de la gente. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.


 

Resumen leído por el Santo Padre en español

Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis reflexionamos sobre la centralidad en la predicación de Pablo del misterio de Cristo, de su muerte y de su resurrección. El Apóstol exhorta a los gálatas a no perder de vista a Jesús en la cruz y a que esta imagen se haga vida en ellos, hasta identificarse con Él. Es un llamado que nosotros debemos acoger, abrazando la cruz de Cristo, y adorándolo en la Eucaristía, donde lo contemplamos muerto y resucitado, entregado por nosotros para darnos la vida verdadera.

En esa oración, recibiremos el mismo don que Jesús entregó en la cruz: el Espíritu Santo. Él, que trasforma los corazones y guía a la Iglesia, renovará nuestra comunidad. Nos dará la fuerza para combatir el mal, es decir, todas esas obras que nos impiden ser de Dios y nos dejan en la mundanidad de nuestros deseos, esclavos de nuestro egoísmo, y nos concederá unos frutos generosos de amor, gracia, paz, paciencia, gentileza, bondad, fidelidad, humildad, dominio de sí. 

10/27/21

Emocionante carta de Benedicto XVI ante la muerte de su mejor amigo

Sven Hoppe

Afectado por la pérdida, el papa emérito espera "unirse pronto" a sus amigos en el más allá.

 Al enterarse de la muerte de su amigo «más querido», el padre Gerhard Bernhard Winkler, el Papa emérito Benedicto XVI envió una conmovedora carta de condolencias al abad de la comunidad cisterciense austríaca de Wilhering, el padre Reinhold Dessl.

«Ahora ha llegado al más allá, donde estoy seguro de que muchos amigos ya lo están esperando. Espero poder unirme a ellos pronto», dice.

En su carta, compartida en el sitio de la comunidad monástica, Benedicto XVI explica que quedó «profundamente afectado» por la muerte del padre Winkler, una persona que lo marcó por su «alegría y profunda fe».

El Pontífice Emérito dijo que estaba unido en oración a la comunidad cisterciense de Wilhering.

Gerhard Bernhard Winkler nació en Wilhering en 1931 y veinte años después se unió a la comunidad monástica de su diócesis. Ordenado en 1955, se convirtió en maestro, como Joseph Ratzinger, y se convirtió en amigo del futuro Papa.

Era especialista en historia de la Iglesia medieval y moderna adscrito a la Universidad de Regensburg (Alemania) y luego a la Universidad de Salzburgo (Austria). Especialmente reconocido fue su trabajo sobre la historia de su orden, los cistercienses, y de su fundador, San Bernardo de Claraval.

El Papa Emérito tiene ahora 94 años. Desde su renuncia en 2013, ha vivido retirado en el monasterio Mater Ecclesiæ, en medio de los jardines del Vaticano. Recibió la vacuna contra el Covid-19 a principios de año.


Traducción completa de la carta:

¡Querido padre abad!

La noticia de la muerte del padre Gerhard Winkler, que usted me transmitió, me conmovió profundamente. De todos los colegas y amigos, él era el más cercano a mí. Su alegría y su profunda fe siempre me han atraído. Ahora ha llegado al más allá, donde estoy seguro de que muchos amigos ya lo están esperando. Espero poder unirme a ellos pronto. Mientras tanto, estoy unido a usted y a la comunidad monástica en oración.

Mis mejores deseos y bendiciones,

Suyo en el señor

Benedicto XVI


Fuente:  es.aleteia.org/

Roma locuta, causa finita (Ha hablado Roma, el caso está cerrado)

Prisciliano Cordero del Castillo

El origen de esta frase se remonta a San Agustín de Hipona y a la herejía pelagiana. El Papa Inocencio I en el año 417 condenó a Pelagio y su herejía con tal rotundidad, que motivó a San Agustín a pronunciar? esta frase. Desde entonces se viene usando en la Iglesia para reconocer que, en cuestiones de fe y costumbres, la última palabra la tiene el Papa. ?Ojalá fuese así también en esta ocasión. Pero parece que no es el caso. La resolución del Papa y los obispos reunidos en Roma para estudiar el teme de la pederastia no ha satisfecho a las víctimas, ni a los medios de comunicación; es más, les ha decepcionado y no solo no valoran todo el trabajo realizado en estos días, sino que critican al Papa por haber presentado los abusos sexuales a menores como un problema universal.

En su discurso de clausura, el Papa Francisco declaró sin rodeos que el abuso de menores es un comportamiento criminal y como tal debe ser tratado y es «totalmente incompatible con la autoridad moral y la credibilidad ética de la Iglesia». En otro momento, el Papa dice: «El objetivo de la iglesia será... escuchar, vigilar, proteger y cuidar a los niños abusados, explotados y olvidados, dondequiera que estén». Luego, continuó: «Para lograr ese objetivo, la iglesia debe superar las disputas ideológicas y las prácticas periodísticas que a menudo explotan, por diversos intereses, la misma tragedia que experimentan los pequeños». El Papa, antes de abordar directamente el abuso de niños por parte de funcionarios de la iglesia, dedicó los primeros minutos de su intervención a presentar el impacto sociológico más amplio del abuso. Al citar un estudio de 2017 de Unicef sobre el abuso en 28 países, señaló que 9 de cada 10 niños victimizados fueron abusados por «alguien que conocían o que estaba cerca de su familia». Luego habló sobre la pornografía infantil o abuso cibernético y el turismo sexual, citando las estadísticas de 2017 de la Organización Mundial de Turismo, que hablan de tres millones de personas que viajan al año en busca de relaciones sexuales con menores, por lo que se trata de un «problema universal, trágicamente presente en casi todas partes y afectando a todos». «Sin embargo, continúa diciendo el Papa, debemos ser claros, pues si bien este problema afecta gravemente a nuestras sociedades en general, este mal no es menos monstruoso cuando ocurre dentro de la iglesia». «No hay explicaciones suficientes para los sacerdotes que han dañado a los niños». El Papa terminó su discurso con la presentación de ocho puntos en los que dijo que la iglesia se centrará en «desarrollar su legislación» sobre el abuso.

El primero de esos puntos es la promesa de que se protegerá a los niños y que se producirá un «cambio de mentalidad», «dando prioridad a las víctimas de abuso en todos los sentidos». El segundo y tercer puntos son un compromiso con la «seriedad impecable» en casos de abuso y con una «purificación genuina» en la iglesia. Los puntos cuarto y quinto se refieren a la formación de sacerdotes y al «fortalecimiento y revisión» de las diversas directrices de salvaguardia de las conferencias de obispos. El sexto punto se refiere al acompañamiento de quienes han sufrido abusos, el séptimo habla del abuso en el mundo digital y el octavo del turismo sexual.

Pero para las victimas el discurso de clausura carece de detalles específicos y de propuestas concretas para combatir el abuso sexual dentro de la Iglesia. Distintas asociaciones de víctimas han calificado al discurso de «decepción sorprendente». Y añaden: «Necesitábamos que el Papa ofreciera un plan audaz y decisivo. En cambio, nos dio una retórica defensiva y reciclada».

Yo creo que esta reacción no es objetiva; es precipitada. Entiendo el enfado de las víctimas y están en su derecho a exigir reparación y responsabilidades. Pero no entiendo el afán de algunos medios de comunicación de airear los casos de abuso en la Iglesia, silenciando el 90 por ciento de los casos que, según Unicef, se producen en la sociedad. ¿Es que esas víctimas son de segunda clase?, ¿o es que esos otros agresores no tienen ninguna responsabilidad?

En una reunión informativa posterior a la cumbre, el jesuita Federico Lombardi anunció cuatro medidas que se implementarán en breve. Una de esas medidas sería la combinación de un nuevo ‘motu proprio’ y una nueva ley para «fortalecer la prevención y la lucha contra el abuso». Lombardi dijo también que la Congregación para la Doctrina de la Fe publicará un nuevo manual, para «ayudar a los obispos de todo el mundo a entender claramente sus deberes y tareas» con respecto al abuso.

El verdadero fruto de esta reunión vendrá cuando los obispos se vayan a sus respectivos países e informen a las conferencias episcopales sobre la gravedad de esta crisis y sobre la nueva normativa que llegue del Vaticano, que insistirá en el deber de proteger a los niños y expulsar a los sacerdotes pederastas del ministerio, en la obligación de escuchar a las víctimas y hacer todo lo posible para ayudarlas en su curación. Todo el episcopado de la Iglesia debe responsabilizarse mutuamente y ser transparente sobre lo que ha sucedido y sobre lo que van a hacer para proteger a las víctimas. Sólo si esto sucede, la reunión podrá tener éxito. De lo contrario, aunque haya hablado Roma, el problema no habrá terminado.


Fuente: diariodeleon.es/

 

¿Interés general o bien común?

Antonio Matilla


Esta legislación, la del feto abortado,  es contraria al bien común porque va contra la dignidad de la persona humana del nasciturus

 Como lo prometido es deuda y dado que “el que avisa no es traidor, el que avisa es avisador”, pues ya avisé de mi compromiso socio-político postelectoral, del que formaba parte el seguir inspirándome y profundizar en lo posible en la Doctrina Social de la Iglesia.

Después de los inciertos resultados electorales del 26 Jn –menos inciertos que en diciembre- a nuestros políticos se les oye hablar mucho del “interés general” y poco del “bien común”. Parecen lo mismo, pero no lo son. Las palabras y los conceptos llevan una gran carga ideológica forjada a lo largo de decenios si no de siglos y no son irrelevantes. Los políticos tienen la costumbre de mentir, o por expresarme mejor, de decir lo que sus oyentes quieren escuchar, sin pescudar si lo que oyen es la verdad o meramente su verdad, la única que están dispuestos a escuchar. Pero los políticos, si aspiran a gobernar y lo consiguen, no gobiernan solo a los suyos, sino a todos y, por tanto, a todos deben dirigirse y deben cuidar muy mucho qué palabras emplean, no sea que les acusen de haber mentido; y si les acusan, poder defenderse diciendo que lo que dijeron no es lo que dicen los críticos, sino lo que aparece en las hemerotecas, fonotecas y pantallazos en las redes sociales, captados antes de ser borrados.

Y así, no es lo mismo referirse al bien común que al interés general. Ambos conceptos son importantes, pero no son idénticos. El bien común es el segundo principio en torno al que se articula la Doctrina Social de la Iglesia, como puede verse en su Compendio, en los números 160 a 196. Otros principios fundamentales son la dignidad de la persona humana, el destino universal de los bienes, la subsidiaridad, la participación y la solidaridad; estos principios están informados por cuatro valores, por este orden: la verdad, la libertad, la justicia y el amor. Principios y valores se articulan y se necesitan unos a otros de modo integral y hay que procurar tenerlos en cuenta todos a la vez.

El interés general, en una sociedad plural y democrática, moderna, regida por la opinión, no es posible conocerlo del todo y sólo podemos aproximarnos a él por medio de las encuestas y de las citas electorales. Y así, la decisión de los ciudadanos del Reino Unido, expresada en el reciente referéndum, de salir de la Unión Europea, responde a lo que la mayoría (52%) identifica con el interés general, pero no se identifica con el bien común, pues hay una minoría importante a la que perjudica claramente, la mayoría de los jóvenes británicos; también va en contra del principio de solidaridad con el resto de los ciudadanos y pueblos de Europa.

Otro ejemplo de contraposición entre el interés general y el bien común lo tenemos en las legislación española vigente sobre el aborto y sobre la defensa –o no- del nasciturus, propuesta en su día por una mayoría de diputados y aceptada de facto por la minoría parlamentaria que después derivó en mayoría y ahora en minoría mayoritaria. Además, debe haber encuestas que confirman que el interés general de la mayoría de los ciudadanos apuesta por el eufemismo de la “interrupción voluntaria del embarazo”, y ya se sabe que las encuestas suelen confirmar la opinión de quien las encarga; un proceso interrumpido de suyo puede volver a funcionar, lo que no es el caso del feto abortado. Esta legislación es contraria al bien común porque va contra la dignidad de la persona humana del nasciturus, a no ser que el interés general declare por mayoría que el nasciturus no es una persona, por más que un embrión anidado, si se le cuida, se le acepta, se le ama y se le educa desde el nacimiento, acaba siendo rectora de universidad o corredor de Seguros. También va en contra del principio del destino universal de los bienes al no considerar, de facto, que el nasciturus es un bien protegible porque no es propiedad de nadie, sino miembro de la humanidad entera y no se debe ir contra la humanidad, que eso es cosa de fachas y tiranos, un crimen.

No estoy despreciando el interés general. Solo sugiero que no puede ser la última palabra de una opinión general cambiante, pues la democracia, el menos malo de los sistemas políticos posibles, se basa también en principios generales prácticos que todos debemos respetar, expresados, por ejemplo, en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en otros Convenios Internacionales. Tengo la sensación de que nuestros políticos se dejan llevar demasiado deprisa por las encuestas y no respetan los consensos internacionales ni autóctonos, lo que deteriora la calidad, siempre frágil, de la democracia. Y esa, creo, es una de las causas del surgimiento y crecimiento exponencial de los populismos.


Fuente: salamancartvaldia.es/

10/25/21

Hoy, Jornada Misionera Mundial

El Papa ayer en el Ángelus


¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy narra de Jesús que, saliendo de Jericó, devuelve la vista a Bartimeo, un ciego que mendiga a lo largo del camino (cfr Mc 10,46-52). Es un encuentro importante, el ultimo antes de la entrada del Señor en Jerusalén para Pascua. Bartimeo había perdido la vista, pero no la voz. De hecho, cuando siente que Jesús va a pasar, comienza a gritar: «Hijo de David, Jesús, ¡ten compasión de mi!» (v. 47). Y grita. Grita esto. Los discípulos y la multitud molestos por sus gritos trataron de hacerlo callar. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mi!» (v. 48). Jesús escucha y se detiene de inmediato. Dios escucha siempre el grito del pobre, y no se molesta en absoluto por la voz de Bartimeo, es más, constata que está llena de fe, una fe que no teme en insistir, en llamar al corazón de Dios, a pesar de las incomprensiones y las reprimendas. Y aquí se encuentra la raíz del milagro. De hecho, Jesús le dice: «Tu fe te ha salvado» (v. 52).

La fe de Bartimeo trasluce de su oración. No es una oración tímida y convencional. Ante todo, llama al Señor “Hijo de David”: ósea lo reconoce Mesías, Rey que viene al mundo. Después lo llama por su nombre, con confianza: “Jesús”. No tiene miedo de El, no se distancia. Y así, desde el corazón, grita a Dios amigo todo su drama: “ten compasión de mi”. ¡Solo esa oración “ten compasión de mi!” No le pide una dádiva como hace con los viandantes. No. A Aquel que puede todo, pide todo. A la gente pide unos centavos, a Jesús que puede todo, pide todo. “Ten compasión de mi, ten compasión de todo aquello que soy”. No pide una gracia, sino que se presenta a si mismo: pide misericordia para su persona, para su vida. No es una simple petición, pero es muy bella, porque invoca a la piedad, ósea a la compasión, a la misericordia de Dios, a su ternura.

Bartimeo no usa muchas palabras. Dice lo esencial y se confía en el amor de Dios, que puede hacer volver a florecer su vida cumpliendo aquello que es imposible a los hombres. Por esto no pide al Señor una limosna, sino manifiesta todo, su ceguera y su sufrimiento, que iba más allá del no poder ver. La ceguera era la punta del iceberg, pero en su corazón había otras heridas, humillaciones, sueños rotos, errores, remordimientos. El rezaba con el corazón. ¿Y nosotros? Cuando pedimos una gracia a Dios, ¿también colocamos en nuestra oración nuestra propia historia, las heridas, las humillaciones, los sueños rotos, los errores, los remordimientos?

Hijo de David, Jesús, ¡ten compasión de mi!”. Hoy hagamos nuestra esta oración. Y preguntémonos: “¿Cómo es mi oración?”. Cada uno de nosotros se pregunte: ¿cómo es mi oración? ¿Es valiente, tiene la insistencia buena de aquella de Bartimeo, sabe “aferrar” al Señor mientras pasa, o se conforma en hacerle un saludo formal de vez en cuando, cuando me acuerdo? Aquellas oraciones tibias que no sirven para nada. Y también: ¿mi oración es “sustanciosa”, descubre el corazón delante del Señor? ¿Le presento la historia y los rostros de mi vida? O es anémica, superficial, ¿hecha de rituales sin afecto y sin corazón? Cuando la fe es viva, la oración es sentida: no mendiga centavos, no se reduce a las necesidades del momento. A Jesús, que todo puede, se le pide todo. No se olviden de esto. A Jesús, que todo puede, se le pide todo, con mi insistencia ante El. El está impaciente en derramar su gracia y su alegría en nuestros corazones, pero lamentablemente somos nosotros los que mantenemos las distancias, quizás por timidez, flojera o incredulidad. Muchos de nosotros, cuando rezamos, no creemos que el Señor puede hacer el milagro. Me acuerdo de aquella historia -que he visto- de aquel papá al que los médicos habían dicho que su hija de nueve años no iba a pasar de la noche; estaba en el hospital. Tomó un autobús y viajó setenta kilómetros hasta el santuario de la Virgen. Estaba cerrado, y aferrado a las rejas, pasó toda la noche rezando: ¡Señor sálvala! ¡Señor, dale la vida!”. Rezaba a la Virgen, toda la noche gritando a Dios, gritando desde el corazón. Luego, por la mañana, cuando regresó al hospital, encontró a su esposa llorando. Y pensó “ha muerto”. Y la esposa le dice: “es incomprensible, no se entiende, los médicos dicen que es algo extraño, parece curada”. El grito de aquel hombre, que pedía todo, fue escuchado por el Señor que le había dado todo. Esto no es un cuento: lo he visto yo, en la otra diócesis. ¿Tenemos esta valentía en la oración? Pidamos todo a Aquel que puede darnos todo, como hizo Bartimeo, que es un gran maestro, un gran maestro de oración.

Que Bartimeo nos sirva como ejemplo con su fe concreta, insistente y valiente. Y que Nuestra Señora, Virgen orante, nos haga dirigirnos a Dios con todo el corazón, con la confianza que El escucha atentamente toda oración.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas,

expreso mi cercanía a los miles de migrantes, refugiados y demás necesitados de protección en Libia: jamás los olvido; siento sus gritos y rezo por ustedes. Muchos de estos hombres, mujeres y niños son sometidos a una violencia inhumana. Nuevamente pido a la comunidad internacional mantener las promesas de buscar soluciones comunes, concretas y duraderas para la gestión de los flujos migratorios en Libia y en todo el Mediterráneo. ¡Cómo sufren aquellos que son rechazados! Allí hay verdaderos campos de concentración. Es necesario terminar con el hacer regresar de los migrantes a Países inseguros y dar prioridad al socorro de vidas humanas en altamar con dispositivos de salvataje y de desembarco previsible, garantizarles condiciones de vida dignas, alternativas a la detención, vías regulares de migración y acceso a los procedimientos de asilo. Sintámonos todos responsables de estos nuestros hermanos y hermanas, que hace demasiados años son victimas de esta situación gravísima. Recemos juntos en silencio por ellos.

Ayer en Brescia ha sido beatificada sor Lucia de la Inmaculada, religiosa de las Siervas de la Caridad. Mujer mansa y acogedora, murió en 1954 a los 45 años, luego de una vida gastada en el servicio al prójimo también cuando la enfermedad le había debilitado el cuerpo, pero no el espíritu. Y hoy en Rimini es beatificada la joven Sandra Sabattini, estudiante de medicina, desaparecida a solo 22 años a causa de un accidente automovilístico. Joven alegre, animada por una gran caridad y por la oración cotidiana, se dedicó con entusiasmo al servicio de los mas débiles en el surco del carisma del Siervo de Dios Don Oreste Benzi. Un aplauso para las dos beatas. ¡Todos juntos!

Hoy, Jornada Misionera Mundial, miramos a estas dos nuevas Beatas como testimonios que han anunciado el Evangelio con su vida. Y con agradecimiento dirijo mi saludo a tantos misioneros y misioneras – sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos – que en primera línea gastan sus energías en el servicio de la Iglesia, pagando en primera persona – a veces a caro precio – su testimonio. Y lo hacen no por proselitismo, sino para testimoniar el Evangelio en su vida en los lugares que no conocen a Jesús. ¡Muchas gracias a los misioneros! ¡También para ellos un gran aplauso! Saludo también a los seminaristas del Colegio Urbano.

Y saludo a todos, queridos romanos y peregrinos de varios Países. ¡En particular, saludo a la comunidad peruana – tantas banderas del Perú! - que celebra la fiesta del Señor de los Milagros. También el Pesebre de este año será de la comunidad peruana. Saludo además a la comunidad filipina de Roma; saludo al Centro Académico Romano Fundación (España); a las Hijas del Sagrado Corazón de Jesús reunidas en Capítulo y al grupo de la Comunidad de Emanuel. Saludo también a los participantes en la “maratón” de Treviso a Roma y a aquellos que hacen el “Camino” de la Sacra di San Michele hasta Monte Sant’Angelo; a la peregrinación ciclística en recuerdo de San Luigi Guanella; saludo a los fieles de Palmi, de Asola y San Cataldo. Y envío un saludo especial a los participantes en la Semana Social de los Católicos Italianos, reunidos en Taranto con el tema “El Planeta que esperamos”.

Deseo a todos un buen domingo. El clima es hermoso. y por favor, no se olviden de rezar por mi. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!

10/24/21

San Rafael: Medicina de Dios

 Juan Luis Selma

Los ángeles son un regalo de Dios para la Creación, son el eslabón que une a los hombres

La protección del Arcángel San Rafael es milenaria. Según la Biblia, acompañó al joven Tobías en un largo viaje que terminó felizmente recuperando las deudas que le debían a su padre, encontrando una estupenda esposa y el remedio de la ceguera paterna. Rafael significa Medicina de Dios. La ciudad de Córdoba también experimentó su protección salvándola de la peste en 1278.

Ese año se apareció el Arcángel San Rafael al padre Simón de Sousa, de la Orden Mercedaria, y le comunicó el deseo del Altísimo: que el obispo de la ciudad, don Pascual, ordenara poner una imagen de San Rafael encima de la torre, obligándose a celebrar fiesta en su honor y prestar veneración por la ciudad, y que con esto cesaría el contagio. Así se hizo y desde entonces los triunfos del Arcángel embellecen Córdoba. Tres siglos después, san Rafael se apareció en varias ocasiones al Padre Roelas anunciándole que él protegería la ciudad de cualquier amenaza.

El 7 de mayo de 1578 San Rafael le dijo al sacerdote: “Yo te juro, por Jesucristo Crucificado, que soy Rafael, ángel a quien Dios tiene puesto por guarda de esta ciudad”. Se entiende la gran devoción que se le tiene en Córdoba y que sea este día, el 24 de octubre, cuando celebramos, aunque la Iglesia universal lo hace junto a San Miguel y San Gabriel el 29 de septiembre.

Los ángeles son un regalo de Dios para la Creación, son el eslabón que une a los hombres: cuerpo y espíritu, con Dios: espíritu puro increado. Cuando se habla de espíritus nos referimos a los ángeles, fieles a Dios y a los diablos, los ángeles rebeldes y caídos. También las almas de los difuntos son espíritu a la espera de volver junto a sus cuerpos en la Resurrección final. Son mensajeros de Dios que nos cuidan y protegen especialmente de las insidias de los demonios.

El Evangelio del domingo nos muestra a Jesús dando la vista a un ciego. “Jesús le dijo: ¿Qué quieres que te haga? El ciego le contestó: “Rabbuní, que recobre la vista. Jesús le dijo: Anda, tu fe te ha salvado. Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino”.

Ser remedio para los demás, no solamente los médicos que estudian para curar, para proteger siempre la vida, para aliviar las enfermedades, para salvar; también cada uno de nosotros somos medicina de Dios para los seres cercanos. Si estamos atentos, si somos generosos con nuestros cuidados y delicadeza, sanaremos muchas heridas.

Decía el Papa: “Todos tenemos enfermedades espirituales, y no podemos curarlas nosotros solos. Necesitamos que Jesús nos cure; es necesario presentarle nuestras heridas y decirle: estoy aquí ante Ti, con mi pecado, con mis miserias. Tú puedes liberarme. Sana mi corazón”. Quizás son las heridas del alma las que más duelen: la soledad, los abusos, el remordimiento. Todos tienen derecho a vivir en paz, a recomenzar, a lograr el perdón y a poder perdonar, sólo así cicatrizan las llagas. Jesús es el Médico divino, acudamos a Él.

¿Cómo podemos ser bálsamo, ungüento precioso para sanar las amarguras de los nuestros? Caminando juntos. Estando atentos a las necesidades de los que nos rodean. Nos puede ilustrar Calderón de la Barca: “Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo se sustentaba / de unas hierbas que cogía. / ¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste que yo?; / y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hierbas que él arrojó”. Mirar, hacernos cargo, comprender. Dar la mano. Acariciar.

Decía San Juan Pablo II que somos un don para los demás: “Dios te dio a mí. Como es manifiesto, esas palabras que escuché en mi juventud no son simplemente una observación al margen. Dios efectivamente nos da personas: nos da hermanos y hermanas en nuestra humanidad, comenzando por nuestros padres.

Luego, en la medida que crecemos, Él va colocando más y más gente nueva en el camino de nuestra vida. De algún modo cada una de esas personas es un don para nosotros, y de cada una podemos decir: Dios te dio a mí. Tener conciencia de esto se convierte en un enriquecimiento para ambos… Nuestra humanidad correría peligro si nos encerráramos solamente en nuestro yo particular, rechazando el amplio horizonte que se va abriendo a los ojos de nuestras almas en la medida que transcurren los años”.

¡Cuánto consuela tener alguien que escucha, que se hace cargo de lo que me pasa, que me mira con cariño! Si somos conscientes de que nuestra vida se engrandece al entregarla, que somos la medicina adecuada para devolver la alegría a los nuestros, que somos un don para ellos y, a su vez, lo son para mí, embelleceremos el mundo con triunfos, como lo hace Córdoba con San Rafael.


Fuente: eldiadecordoba.es

10/22/21

San Juan Pablo II el papa del nuevo milenio

D. Manuel González López de Lemus


La celebración de la fiesta litúrgica de san Juan Pablo II: Karol Josef Wojtyla, ese es su nombre antes de ser papa, nos trae a la memoria a uno de los grandes personajes del siglo XX.

Nacido en Wadovice, Polonia el 18 de mayo 1920. Fue elegido Romano Pontífice el 16 de octubre del 1978, siendo su pontificado el tercero más largo de la historia de la Iglesia Católica. Estuvo en la sede de Pedro durante casi 26 años y medio y falleció el 2 de abril del 2005.

Su pontificado ha marcado la vida de la Iglesia, preparándonos para entrar en el siglo XXI recordándonos la necesidad de una nueva evangelización. Este papa, como nuestro Señor Jesucristo, ha sido un signo de contradicción.

Sufrió mucho, no solo mental y espiritualmente, incluso físicamente. Un atentado en la plaza de san Pedro pudo haber acabado con su vida. Por un lado, su juventud estuvo marcada por el sufrimiento: su madre murió cuando él apenas tenía 9 años. Su hermana Olga había muerto antes de que él naciera. Su hermano mayor Edmund, que era médico, murió en 1932 por contagio de una enfermedad cuando curó a un hombre de condición humilde. Junto con su padre, Karol Wojtyla, se trasladó a Cracovia para iniciar sus estudios en la Universidad Jagellónica. Su padre, un suboficial del ejército polaco, murió en 1941 durante la ocupación de Polonia por la Alemania nazi. Karol tenía escasamente 21 años cando se quedó totalmente huérfano.

Por otro lado, su país sufrió la tiranía de dos regímenes totalitarios que intentaron destruir y borrar Polonia del mapa de Europa. En primer lugar, la ocupación nazi del país del año 1939 al 1945, 6 años de terror sufridos por la recientemente re-fundada República de Polonia. Y, desde casi el final de la segunda guerra mundial del 1945 al 1989, año en que el régimen comunista perdió la hegemonía sobre Polonia. Los polacos fueron capaces de sobrevivir todas estas atrocidades gracias a la gran fe en Dios, en su cultura y tradiciones.

San Juan Pablo II sufrió en sus carnes la crisis de la modernidad provocada por regímenes, que piensan que el hombre por sí sólo, sin Dios, puede decidir lo que es bueno y lo que es malo. Del mismo modo, se puede también disponer que un determinado grupo de personas sea aniquilado. Estos atropellos provocaron la crisis de la modernidad, que llegó a una degradación y pulverización de la dignidad de la persona humana. El comunismo, el nazismo y el fascismo habían sido esas ideologías que rechazaron a Dios como Creador y fundamento para determinar lo que es bueno y lo que es malo.

Pero el papa Wojtyla tuvo que luchar contra manifestaciones modernas, que también atentaban contra la dignidad de la persona en las sociedades libres. Cada vez que un ser humano era reducido a un objeto de manipulación se pulverizaba el derecho fundamental de cada individuo. Por eso, en su libro Memoria e identidad, nos recuerda que la caída de esas ideologías totalitarias ha dado paso a otras formas de exterminio: como la destrucción legal de vidas humanas concebidas, antes de su nacimiento por medio del aborto. Tampoco faltan las fuertes presiones en organismos internacionales para alterar la célula básica de la sociedad: la familia, dejándola desprotegida y debilitando sus fundamentos. En algunos lugares, se ha llegado a permitir la legalización de la eutanasia, acabando así con la vida de los que no son útiles. El pontífice polaco, ha sido un luchador, en todos estos campos, de la dignidad de la persona humana. Principio que procede de que toda vida es portadora de la imagen de Dios y como tal sujeto de unos derechos inalienables.

Así el Romano Pontífice, ha planteado la necesidad de descubrir otra ideología del mal, tal vez más insidiosa y velada, que intenta instrumentalizar incluso los derechos del hombre contra el hombre y contra la familia. Por todo esto, san Juan Pablo II se mereció el título del papa de la familia.

Personalmente querría compartir algunas experiencias personales que tuve con san Juan Pablo II. La primera vez que tuve la oportunidad de verle fue en una reunión de universitarios de todo el mundo en Roma, durante la Semana Santa del año 1981. Fue en un encuentro multitudinario en el aula Pablo VI durante una audiencia general. Había estado allí unos años antes en 1974, cuando vi, por primera y última vez a Pablo VI, mi emoción fue grande al verle en la silla gestatoria -una silla llevada en andas por varios hombres- pero lo más que pude acercarme fueron unos 50 metros.

En el año 1981, en la audiencia con san Juan Pablo II no sólo nos acercamos a él, sino que llegamos a tocarle, fue una locura… No sé cómo no le hicimos daño. El domingo de Resurrección tuvimos otra reunión con él en el patio de San Dámaso, sólo para universitarios. Fue muy interesante y graciosa. Nos tomó el pelo con gracia y le contamos cosas, todos levantábamos la mano porque queríamos hablar. Yo nunca había estado tan cerca de un papa.

Unos meses más tarde, una vez que acabé la carrera de Medicina que alternaba con estudios de Filosofía y Teología, me fui a Roma a un seminario internacional. Mi intención era acabar los estudios de Teología. Fueron casi dos años inolvidables, durante ese tiempo, asistí a la Santa Misa que celebraba para universitarios por el Adviento y muchas veces al Ángelus que rezaba desde las ventanas de su apartamento.

Muy pronto aprendí que, si quería verle de cerca, lo que tenía que hacer era ponerme junto a una madre con su bebé. San Juan Pablo II tenía una atracción especial por las madres con sus niños. Raramente me falló ese truco tan sencillo. Verdaderamente Karol Wojtyla era el papa de la familia.

Antes de acabar mi estancia en Roma, hacia el mes de mayo de 1983, me plantearon que, como había acabado mis estudios, si estaba dispuesto a ordenarme sacerdote. Ya antes dejé claro que estaba dispuesto, aunque la Medicina me apasionaba. Al responder que sí, me quedé casi sin palabras al contarme que, si no tenía inconvenientes, la ceremonia de ordenación sería el 12 de junio, fiesta de Pentecostés, el lugar sería la basílica de San Pedro y el oficiante el Papa…

La ceremonia fue indescriptible, la cercanía de Juan Pablo II impresionante y todo, incluido el enclave, inefable. Hubo dos momentos en los que el papa ahora santo se acercó a mí durante la ceremonia: el primero fue en la imposición de manos. Éramos unos 72 candidatos, distribuidos en varias filas. Yo estaba al principio de la última. Al Papa ya se le veía con cierto cansancio. Pero al llegar a mí, que estaba de rodillas, me apretó con tanta fuerza que por poco me caigo al suelo, sentí una fuerza enorme que pasaba a través de él.

La segunda es el abrazo de la paz. El celebrante está sentado en la sede, el candidato se acerca, se pone de rodillas frente al Papa y abre un poco los brazos en gesto de recibir los suyos. Una vez que yo tuve sus manos sobre mis brazos, le miré y en voz baja le pedí si podía besar su mano. No dijo nada, quedó en silencio, me miró y con cara de pillo me pareció que me decía: eso no se pide y date prisa antes de que te eche el maestro de ceremonias… Ni corto, ni perezoso me acerqué y le besé la mano, inmediatamente me llamaron la atención para dejar paso al próximo.

Después de la ceremonia, como es tradicional, todos los que se acaban de ordenarse hacen una foto con el papa delante de la Piedad de Michelangelo. No pude acercarme ya que éramos muchos. Pero yo sabía que después saludaba a los que habían ayudado en la ceremonia de acólitos y monaguillos.

Me quité los ornamentos todo lo rápido que pude y me acerqué hacia él. Entre dos cortinas avancé y le alcancé cuando estaba cerca de la puerta por donde se accede al ascensor que tomaba para ir a su cuarto. En ese momento un guardia suizo me vio y me agarró del brazo y me dijo que no podía acercarme. Yo llamé al papa y le dije que era uno de los que acababa de ordenar, me miró, sonrió e hizo ademán de acercarse a mí. En ese momento su secretario le tomó del brazo y no le dejó seguir. Él se volvió, le miró a la cara e hizo el gesto de seguir avanzando hacia donde yo me encontraba. Cuál fue mi sorpresa cuando vi que su secretario le agarró del brazo y no lo dejó avanzar. Esta segunda vez se volvió y marchó hacia el ascensor, dejándome desconsolado por haber perdido la oportunidad de saludar a solas al Santo Padre. No obstante, ese día aprendí una gran lección que nunca olvidaré: el papa, que es el vicario de Cristo en la tierra, también obedece, aunque le apetezca en ese momento otra cosa.

Fuente: exaudi.org