10/20/21

"Somos libres al servir..."

 El Papa en la Audiencia General


En estos días estamos hablando de la libertad de la fe, escuchando la Carta a los Gálatas. Pero me ha venido a la cabeza lo que Jesús decía sobre la espontaneidad y la libertad de los niños, cuando este niño ha tenido la libertad de acercarse y moverse como si estuviese en su casa… Y Jesús nos dice: “También vosotros, si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos”. El valor de acercarse al Señor, de estar abiertos al Señor, de no tener miedo del Señor: yo agradezco a este niño la lección que nos ha dado a todos. Y que el Señor le ayude en su limitación, en su crecimiento, porque ha dado este ejemplo que le ha salido del corazón. Los niños no tienen un traductor automático del corazón a la vida: el corazón va adelante.

El Apóstol Pablo, con su Carta a los Gálatas, poco a poco nos introduce en la gran novedad de la fe, lentamente. Es realmente una gran novedad, porque no renueva solo algún aspecto de la vida, sino que lleva dentro esa “vida nueva” que recibimos con el Bautismo. Allí se derramó sobre nosotros el don más grande, el de ser hijos de Dios. Renacidos en Cristo, hemos pasado de una religiosidad hecha de preceptos a la fe viva, que tiene su centro en la comunión con Dios y con los hermanos, es decir, en la caridad. Hemos pasados de la esclavitud del miedo y del pecado a la libertad de los hijos de Dios. Otra vez la palabra libertad.

Procuremos hoy entender mejor cuál es para el Apóstol el meollo de esta libertad. Pablo afirma que no es en absoluto «un pretexto para la carne» (Gal 5,13): es decir, la libertad no es una vida libertina, según la carne o según el instinto, las ganas individuales y los impulsos egoístas; al contrario, la libertad de Jesús nos conduce a estar −escribe el Apóstol− «al servicio los unos de los otros» (ibíd.). ¿Pero eso es esclavitud? Pues sí, la libertad en Cristo tiene algo de “esclavitud”, cierta dimensión que nos lleva al servicio, a vivir para los demás. La verdadera libertad, en otras palabras, se expresa plenamente en la caridad. De nuevo nos encontramos ante la paradoja del Evangelio: somos libres al servir, no al hacer lo que queremos. Somos libres al servir, y ahí viene la libertad; nos encontramos plenamente en la medida en que nos damos. Nos encontramos plenamente en la medida en que nos entregamos, tenemos el valor de darnos; poseemos la vida si la perdemos (cfr. Mc 8,35). Esto es Evangelio puro.

¿Y cómo se explica esta paradoja? La respuesta del Apóstol es tan sencilla como comprometida: «mediante el amor» (Gal 5,13). No hay libertad sin amor. La libertad egoísta de hacer lo que quiero no es libertad, porque vuelve sobre sí misma, no es fecunda. Es el amor de Cristo el que nos ha liberado y es también el amor el que nos libera de la esclavitud peor, la de nuestro yo; por eso la libertad crece con el amor. Pero atención: no con el amor intimista, con el amor de telenovela, no con la pasión que busca simplemente lo que nos va bien y nos gusta, sino con el amor que vemos en Cristo, la caridad: ese es el amor verdaderamente libre y liberador. Es el amor que brilla en el servicio gratuito, modelado por el de Jesús, que lava los pies a sus discípulos y dice: «Os he dado ejemplo para que, como yo he hecho con vosotros, también lo hagáis vosotros» (Jn 13,15). Servir los unos a los otros.

Para Pablo la libertad no es “hacer lo que me parece y me gusta”. Ese tipo de libertad, sin un fin y sin referencias, sería una libertad vacía, una libertad de circo: no va. Y de hecho deja el vacío dentro: cuántas veces, después de haber seguido solo el instinto, nos damos cuenta de que nos quedamos con un gran vacío interior y de haber usado mal el tesoro de nuestra libertad, la belleza de poder elegir el verdadero bien para nosotros y para los demás. Solo esta libertad es plena, concreta y nos mete en la vida real de cada día. La verdadera libertad siempre nos libera, pero cuando buscamos esa libertad de “lo que me gusta y lo que no me gusta”, al final nos quedamos vacíos.

En otra carta, la primera a los Corintios, el Apóstol responde a quien sostiene una idea equivocada de libertad. «¡Todo es lícito!», dicen esos. «Sí, pero no todo conviene», responde Pablo. «Todo es lícito, pero no todo edifica», responde el Apóstol. El cual luego añade: «Que nadie busque su provecho, sino el de los demás» (1Cor 10,23-24). Esta es la regla para desenmascarar cualquier libertad egoísta. Y a quien es tentado de reducir la libertad solo a sus gustos, Pablo le pone delante la exigencia del amor. La libertad guiada por el amor es la única que hace libres a los demás y a nosotros mismos, que sabe escuchar sin imponer, que sabe querer sin obligar, que edifica y no destruye, que no explota a los demás para su propia conveniencia y les hace el bien sin buscar su propio beneficio. En definitiva, si la libertad no está al servicio −este es el test−, si la libertad no está al servicio del bien corre el riesgo de ser estéril y no dar fruto. En cambio, la libertad animada por el amor conduce hacia los pobres, reconociendo en sus rostros el de Cristo. Por eso el servicio de unos a los otros permite a Pablo, escribiendo a los Gálatas, hacer una anotación en absoluto secundaria: así, hablando de la libertad que los otros Apóstoles le dieron de evangelizar, subraya que le recomendaron solo una cosa: acordarse de los pobres (cfr. Gal 2,10). Interesante esto. Cuando tras aquella lucha ideológica entre Pablo y los Apóstoles se pusieron de acuerdo, ¿qué le dijeron los Apóstoles?: “Adelante, sigue adelante y no te olvides de los pobres”, o sea, que tu libertad de predicador sea una libertad al servicio de los demás, no para ti mismo, no para hacer lo que te guste.

Sin embargo, sabemos que una de las concepciones modernas más difundidas sobre la libertad es esta: “mi libertad acaba donde comienza la tuya”. Pero aquí falta la relación, ¡la relación! Es una visión individualista. En cambio, quien ha recibido el don de la liberación obrada por Jesús no puede pensar que la libertad consista en estar alejado de los demás, sintiéndoles como molestos, no puede ver al ser humano enrocado en sí mismo, sino siempre en una comunidad. La dimensión social es fundamental para los cristianos, y les permite mirar el bien común y no el interés privado.

Sobre todo en este momento histórico, necesitamos redescubrir la dimensión comunitaria, no individualista, de la libertad: la pandemia nos ha enseñado que nos necesitamos los unos a los otros, pero no basta saberlo, hay que elegirlo cada día concretamente, decidir por esa senda. Decimos y creemos que los demás no son un obstáculo para mi libertad, sino la posibilidad para realizarla plenamente. Porque nuestra libertad nace del amor de Dios y crece en la caridad.

Saludos

Saludo cordialmente a las personas de lengua francesa, en particular a los estudiantes del Studium de Notre-Dame de Vie, a los miembros del Equipe Notre-Dame, a los jóvenes de Bons-en-Chablais y a los fieles de la parroquia de Martigny en Suiza. Pidamos la gracia de estar llenos del amor de Dios para hacer de nuestra casa común un lugar donde todos puedan vivir dignamente con acceso a los recursos que el Creador nos ha dado. ¡A todos, mi bendición!

Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en la audiencia de hoy, especialmente a los grupos de los Estados Unidos de América. Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco el gozo y la paz del Señor. ¡Dios os bendiga!

Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua alemana. Tratemos siempre de vivir como Cristo, al servicio de los demás y en alabanza y gratitud a Dios, Padre de nuestra vida y Creador del universo. Que el Señor os guíe y os proteja en vuestro camino.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Veo que allí están las Ministras de los Enfermos, las hijas de la Madre Torres Acosta. Estas monjitas se pasan las noches cuidando enfermos y duermen un rato de día. Son un ejemplo de lo que es servicio hasta el fin, con abnegación de sí mismas. Sigan por ese camino. Gracias por lo que hacen. Pidamos a Jesús —modelo de caridad y servidor de todos— que nos libere de nuestras esclavitudes y nos ayude a ser auténticamente libres, impulsándonos a amar con gestos concretos de misericordia y caridad. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

Saludo con afecto a los fieles de lengua portuguesa, deseando que el amor esté siempre en vuestros corazones, especialmente hacia los más pobres. ¡Así seremos verdaderamente libres! ¡Que Dios os bendiga y os proteja de todo mal!

Saludo a los fieles de habla árabe. La pandemia nos ha enseñado que nos necesitamos los unos a los otros, pero saberlo no es suficiente, tenemos que elegirlo concretamente todos los días. Decimos y creemos que los demás no son un obstáculo para mi libertad, sino la posibilidad de realizarla plenamente. Porque nuestra libertad nace del amor de Dios y crece en la caridad. ¡El Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!

Saludo cordialmente a los polacos aquí presentes. Queridos hermanos y hermanas, pasado mañana es la memoria litúrgica de San Juan Pablo II. Os encomiendo a su protección a vosotros, a vuestras familias y a todo el pueblo polaco. Recordad siempre lo que os dijo: «“¿Quién nos separará... del amor de Cristo?” (...) Estad atentos, para que nada os separe de ese amor: ningún falso eslogan, ninguna ideología equivocada, no ceder a la tentación de transigir con lo que no es de Dios. Rechazad todo lo que destruye y debilita la comunión con Cristo» ( 2-VI-1997). ¡Os bendigo de todo corazón!

Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua italiana. Saludo a las Capitulares de las Siervas de María Ministras de los Enfermos y deseo para toda la Congregación un renovado y generoso compromiso de testimonio evangélico. Saludo además a los fieles de las parroquias de San Pellegrino en Reggio Emilia y de Santa Maria Assunta en Scigliano. Espero que vuestra estancia en Roma contribuya a hacer crecer el amor y la fidelidad a Cristo en el alma de cada uno.

Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados: ¡son tantos! En este mes de octubre la Iglesia exhorta a rezar por las misiones y a acoger la invitación de Cristo a ser sus activos colaboradores. Dad al Señor vuestra generosa disponibilidad y ofreced vuestros sufrimientos para que se cumpla el plan salvífico del Padre celestial. A todos mi bendición.