Prisciliano Cordero del Castillo
- La promesa de que se protegerá a los niños y que se producirá un «cambio de mentalidad»
El origen de esta frase se remonta a San Agustín de Hipona y a la herejía pelagiana. El Papa Inocencio I en el año 417 condenó a Pelagio y su herejía con tal rotundidad, que motivó a San Agustín a pronunciar? esta frase. Desde entonces se viene usando en la Iglesia para reconocer que, en cuestiones de fe y costumbres, la última palabra la tiene el Papa. ?Ojalá fuese así también en esta ocasión. Pero parece que no es el caso. La resolución del Papa y los obispos reunidos en Roma para estudiar el teme de la pederastia no ha satisfecho a las víctimas, ni a los medios de comunicación; es más, les ha decepcionado y no solo no valoran todo el trabajo realizado en estos días, sino que critican al Papa por haber presentado los abusos sexuales a menores como un problema universal.
En su discurso de clausura, el Papa Francisco declaró sin rodeos que el abuso de menores es un comportamiento criminal y como tal debe ser tratado y es «totalmente incompatible con la autoridad moral y la credibilidad ética de la Iglesia». En otro momento, el Papa dice: «El objetivo de la iglesia será... escuchar, vigilar, proteger y cuidar a los niños abusados, explotados y olvidados, dondequiera que estén». Luego, continuó: «Para lograr ese objetivo, la iglesia debe superar las disputas ideológicas y las prácticas periodísticas que a menudo explotan, por diversos intereses, la misma tragedia que experimentan los pequeños». El Papa, antes de abordar directamente el abuso de niños por parte de funcionarios de la iglesia, dedicó los primeros minutos de su intervención a presentar el impacto sociológico más amplio del abuso. Al citar un estudio de 2017 de Unicef sobre el abuso en 28 países, señaló que 9 de cada 10 niños victimizados fueron abusados por «alguien que conocían o que estaba cerca de su familia». Luego habló sobre la pornografía infantil o abuso cibernético y el turismo sexual, citando las estadísticas de 2017 de la Organización Mundial de Turismo, que hablan de tres millones de personas que viajan al año en busca de relaciones sexuales con menores, por lo que se trata de un «problema universal, trágicamente presente en casi todas partes y afectando a todos». «Sin embargo, continúa diciendo el Papa, debemos ser claros, pues si bien este problema afecta gravemente a nuestras sociedades en general, este mal no es menos monstruoso cuando ocurre dentro de la iglesia». «No hay explicaciones suficientes para los sacerdotes que han dañado a los niños». El Papa terminó su discurso con la presentación de ocho puntos en los que dijo que la iglesia se centrará en «desarrollar su legislación» sobre el abuso.
El primero de esos puntos es la promesa de que se protegerá a los niños y que se producirá un «cambio de mentalidad», «dando prioridad a las víctimas de abuso en todos los sentidos». El segundo y tercer puntos son un compromiso con la «seriedad impecable» en casos de abuso y con una «purificación genuina» en la iglesia. Los puntos cuarto y quinto se refieren a la formación de sacerdotes y al «fortalecimiento y revisión» de las diversas directrices de salvaguardia de las conferencias de obispos. El sexto punto se refiere al acompañamiento de quienes han sufrido abusos, el séptimo habla del abuso en el mundo digital y el octavo del turismo sexual.
Pero para las victimas el discurso de clausura carece de detalles específicos y de propuestas concretas para combatir el abuso sexual dentro de la Iglesia. Distintas asociaciones de víctimas han calificado al discurso de «decepción sorprendente». Y añaden: «Necesitábamos que el Papa ofreciera un plan audaz y decisivo. En cambio, nos dio una retórica defensiva y reciclada».
Yo creo que esta reacción no es objetiva; es precipitada. Entiendo el enfado de las víctimas y están en su derecho a exigir reparación y responsabilidades. Pero no entiendo el afán de algunos medios de comunicación de airear los casos de abuso en la Iglesia, silenciando el 90 por ciento de los casos que, según Unicef, se producen en la sociedad. ¿Es que esas víctimas son de segunda clase?, ¿o es que esos otros agresores no tienen ninguna responsabilidad?
En una reunión informativa posterior a la cumbre, el jesuita Federico Lombardi anunció cuatro medidas que se implementarán en breve. Una de esas medidas sería la combinación de un nuevo ‘motu proprio’ y una nueva ley para «fortalecer la prevención y la lucha contra el abuso». Lombardi dijo también que la Congregación para la Doctrina de la Fe publicará un nuevo manual, para «ayudar a los obispos de todo el mundo a entender claramente sus deberes y tareas» con respecto al abuso.
El verdadero fruto de esta reunión vendrá cuando los obispos se vayan a sus respectivos países e informen a las conferencias episcopales sobre la gravedad de esta crisis y sobre la nueva normativa que llegue del Vaticano, que insistirá en el deber de proteger a los niños y expulsar a los sacerdotes pederastas del ministerio, en la obligación de escuchar a las víctimas y hacer todo lo posible para ayudarlas en su curación. Todo el episcopado de la Iglesia debe responsabilizarse mutuamente y ser transparente sobre lo que ha sucedido y sobre lo que van a hacer para proteger a las víctimas. Sólo si esto sucede, la reunión podrá tener éxito. De lo contrario, aunque haya hablado Roma, el problema no habrá terminado.
Fuente: diariodeleon.es/