El Papa en el Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La liturgia de hoy nos propone el encuentro entre Jesús y un hombre que «tenía muchos bienes» (Mc 10, 22) y que ha pasado a la historia como “el joven rico” (cf. Mt 19, 20-22). No sabemos su nombre. En realidad, el Evangelio de Marcos habla de él como «uno», sin mencionar su edad ni nombre, para sugerir que todos podemos vernos en ese hombre, como en un espejo. Su encuentro con Jesús, de hecho, nos permite hacer un test sobre la fe. Leyendo esto me hago un test sobre mi fe.
Esta persona comienza con una pregunta: «¿Qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?» (v. 17). Fijémonos en los verbos que usa: he de hacer – para tener. Esta es su religiosidad: un deber, un hacer para tener; “hago algo para conseguir lo que necesito”. Pero esta es una relación comercial con Dios, un do ut des. La fe, en cambio, no es un rito frío y mecánico, un “debo-hago- obtengo”. Es una cuestión de libertad y amor. La fe es cuestión de libertad, es cuestión de amor. Y aquí tenemos la primera pregunta del test: ¿qué es la fe para mí? Si es principalmente un deber o una moneda de cambio, estamos muy mal encaminados, porque la salvación es un don y no un deber, es gratuita y no se puede comprar. Lo primero que hay que hacer es deshacerse de una fe comercial y mecánica, que insinúa la falsa imagen de un Dios contable, un Dios controlador, no un padre. Y muchas veces en la vida podemos vivir esta relación de fe “comercial”: hago esto para que Dios me dé esto.
Jesús —segundo pasaje— ayuda a ese hombre ofreciéndole el verdadero rostro de Dios. Y así — dice el texto— «fijando en él su mirada, le amó» (v. 21): ¡esto es Dios! Aquí es donde nace y renace la fe: no de un deber, no de algo que hay que hacer o pagar, sino de una mirada de amor que ha de ser acogida. De este modo la vida cristiana resulta hermosa, si no se basa en nuestras capacidades y nuestros proyectos, sino que se basa en la mirada de Dios. Tu fe, mi fe ¿está cansada? ¿Quieres revitalizarla? Busca la mirada de Dios: ponte en adoración, déjate perdonar en la Confesión, párate ante el Crucifijo. En definitiva, déjate amar por Él. Este es el comienzo de la fe: dejarse amar por Él, que es padre.
Después de la pregunta y la mirada hay —tercer y último pasaje— una invitación de Jesús, que le dice: «Solo una cosa te falta». ¿Qué le faltaba a ese hombre rico? El don, la gratuidad: «Vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres» (v. 21). Esto es lo que quizás también nos falta a nosotros. A menudo hacemos lo mínimo indispensable, mientras que Jesús nos invita a hacer lo máximo posible. ¡Cuántas veces nos conformamos con los deberes —los preceptos, alguna oración y muchas cosas así—, mientras Dios, que nos da la vida, nos pide impulsos de vida! En el Evangelio de hoy se ve claramente este paso del deber al don; Jesús comienza recordando los mandamientos: «No mates, no cometas adulterio, no robes ...» etc. (v. 19), y llega a la propuesta positiva: “¡Ve, vende, da, sígueme! (cf. v. 21). La fe no puede limitarse a los noes, porque la vida cristiana es un sí, un sí de amor.
Queridos hermanos y hermanas, una fe sin don, una fe sin gratuidad es una fe incompleta, es una fe débil, una fe enferma. Podríamos compararla con un alimento rico y nutritivo que carece de sabor, o con un partido más o menos bien jugado pero sin goles: no, no va bien, falta “la sal”. Una fe sin don, sin gratuidad, sin obras de caridad al final nos entristece: como aquel hombre que, aunque mirado con amor por el mismo Jesús, volvió a casa «entristecido» y «apenado» (v. 22) . Hoy podemos preguntarnos: “¿Cuál es la situación de mi fe? ¿La vivo como algo mecánico, como una relación de deber o de interés con Dios? ¿Me acuerdo de alimentarla dejando que Jesús me mire y me ame?”. Dejarse mirar y amar por Jesús; dejar que Jesús nos mire, nos ame. “Y, atraído por Él, ¿correspondo con gratuidad, con generosidad, con todo el corazón?
Que la Virgen María, que dijo un sí total a Dios, un sí sin peros —no es fácil decir sí sin peros: la Virgen lo hizo, un sí sin peros—, nos haga gustar la belleza de hacer de la vida un don.
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Después del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy también tengo la alegría de anunciar la proclamación de nuevos beatos. Ayer, en Nápoles, fue beatificada María Lorenza Longo, esposa y madre de familia del siglo XVI. Tras quedarse viuda, fundó en Nápoles el Hospital de los Incurables y las Clarisas Capuchinas. Mujer de gran fe y de intensa vida de oración, se prodigó por las necesidades de los pobres y los que sufren. Asimismo hoy, en Tropea, Calabria, fue beatificado don Francesco Mottola, fundador de los Oblatos y Oblatas del Sagrado Corazón, fallecido en 1969. Pastor celoso e incansable anunciador del Evangelio, fue testigo ejemplar de un sacerdocio vivido en la caridad y la contemplación. ¡Un aplauso para estos nuevos beatos!
Hoy, con motivo del Día Mundial de la Salud Mental, me gustaría recordar a los hermanos y hermanas que padecen trastornos mentales y también a las víctimas, a menudo jóvenes, del suicidio. Recemos por ellos y sus familias, para que no se les deje solos ni se les discrimine, sino que sean acogidos y apoyados.
Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de varios países: familias, grupos, asociaciones y fieles. En particular, saludo a los fieles de Bussolengo y a los de Novoli; a los confirmandos de la parroquia de la Resurrección, en Roma, y a la Cooperativa del Sol de Corbetta. También veo que están los de Montella, y los saludo... Con la imagen de sor Bernadetta. Oramos por su pronta canonización.
Os deseo a todos un feliz domingo. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.