El Papa ayer en la Audiencia General
En el pasaje de la Carta a los Gálatas que acabamos de escuchar, San Pablo exhorta a los cristianos a caminar según el Espíritu Santo (cfr. 5,16.25). Hay un estilo: caminar según el Espíritu Santo. En efecto, creer en Jesús significa seguirlo, ir detrás de él por el camino, como hicieron los primeros discípulos. Y al mismo tiempo significa evitar el camino contrario, el del egoísmo, de la búsqueda del propio interés, que el Apóstol llama “el deseo de la carne” (v. 16). El Espíritu es el guía de ese viaje en el camino de Cristo, un viaje maravilloso pero también agotador, que comienza en el Bautismo y dura toda la vida. Pensemos en una larga excursión de alta montaña: es fascinante, el destino nos atrae, pero requiere mucho esfuerzo y tenacidad.
Esta imagen nos puede ser útil para entrar en el meollo de las palabras del Apóstol: “caminar según el Espíritu”, “dejarse guiar” por Él. Son expresiones que indican una acción, un movimiento, un dinamismo que nos impide detenernos en las primeras dificultades, pero nos incita a confiar en la “fuerza que viene de arriba” (Pastor de Hermas, 43,21). Al seguir ese camino, el cristiano adquiere una visión positiva de la vida. Esto no significa que el mal presente en el mundo haya desaparecido, o que se esfumen los impulsos negativos del egoísmo y el orgullo; más bien significa creer que Dios es siempre más fuerte que nuestras resistencias y más grande que nuestros pecados. ¡Y eso es importante!
Al exhortar a los Gálatas a tomar ese camino, el Apóstol se pone a su nivel. Abandona el verbo imperativo −“caminad” (v. 16)− y usa el “nosotros” en indicativo: “caminemos según el Espíritu” (v. 25). Como para decir: pongámonos en la misma línea y dejémonos guiar por el Espíritu Santo. Es una exhortación, un modo exhortativo. San Pablo también siente necesaria para él esa exhortación. Sabiendo que Cristo vive en él (cfr. 2,20), también está convencido de que aún no ha alcanzado su meta, la cima del monte (cfr. Flp 3,12). El Apóstol no se pone por encima de su comunidad, no dice: “Yo soy la cabeza, vosotros sois los demás; yo he llegado a la cima de la montaña y vosotros estáis en camino” −no dice eso−, sino que se sitúa en medio del camino de todos, para dar ejemplo concreto de lo necesario que es obedecer a Dios, correspondiendo cada vez más y mejor a la guía del Espíritu. Y qué bonito es cuando nos encontramos con pastores que caminan con su pueblo y no se separan de él. Esto es tan hermoso; sienta bien al alma.
Este “caminar según el Espíritu” no es sólo una acción individual: también concierne a la comunidad en su conjunto. De hecho, construir la comunidad siguiendo el camino indicado por el Apóstol es emocionante, pero cuesta. Los “deseos de la carne”, “las tentaciones” −digamos− que todos tenemos, es decir, las envidias, los prejuicios, las hipocresías, los rencores se siguen sintiendo, y recurrir a unos preceptos estrictos puede ser una tentación fácil, pero al hacerlo, dejaríamos el camino de la libertad y, en lugar de subir a la cima, volveríamos abajo. Recorrer el camino del Espíritu requiere en primer lugar dar espacio a la gracia y a la caridad. Dejar sitio a la gracia de Dios, no tener miedo. Pablo, después de hacer oír su voz de manera severa, invita a los Gálatas a hacerse cargo de las dificultades de los demás y, si alguien se equivoca, a usar la mansedumbre (cfr. 5,22). Escuchemos sus palabras: “Hermanos, si a alguien se le sorprendiera en alguna falta, vosotros, que sois espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, fijándote en ti mismo, no vaya a ser que tú también seas tentado. Llevad los unos las cargas de los otros” (6,1-2). Una actitud muy diferente al chismorreo; no, eso no es según el Espíritu. Según el Espíritu es tener esa dulzura con el hermano al corregirlo y cuidarnos con humildad para no caer en esos pecados.
De hecho, cuando nos sentimos tentados de juzgar mal a los demás, como suele suceder, primero debemos reflexionar sobre nuestra fragilidad. ¡Qué fácil es criticar a los demás! Pero hay gente que parece haberse graduado en charlatanería. Todos los días critican a los demás. ¡Pero mírate a ti mismo! Es bueno preguntarnos qué nos impulsa a corregir a un hermano o hermana, y si de alguna manera no somos corresponsables de su error. El Espíritu Santo, además de darnos el don de la mansedumbre, nos invita a la solidaridad, a llevar las cargas de los demás. ¡Cuántas cargas hay en la vida de una persona: enfermedad, falta de trabajo, soledad, dolor…! ¡Y cuántas otras pruebas que exigen la cercanía y el amor de los hermanos! Las palabras de san Agustín también pueden ayudarnos cuando comenta este mismo pasaje: “Por tanto, hermanos, si alguien es sorprendido en alguna falta, [...] corrígele así, con mansedumbre. Y si alzas la voz, ama por dentro. Ya sea que animes, te muestres paternal, que reproches, que seas severo, ama” (Discursos 163 / B 3). Ama siempre. La regla suprema de la corrección fraterna es el amor: querer el bien de nuestros hermanos y hermanas. Se trata de tolerar los problemas de los demás, los defectos de los demás en silencio, en la oración, y luego encontrar el modo correcto para ayudarlo a corregirse. Y eso no es fácil. La más fácil es murmurar. “Desollar” al otro como si yo fuera perfecto. Y eso no se debe hacer. Mansedumbre. Paciencia. Oración. Cercanía. Caminemos con alegría y paciencia por este camino, dejándonos guiar por el Espíritu Santo.
Saludos
Saludo cordialmente a los fieles de lengua francesa, en particular a los jóvenes confirmados de la Diócesis de Séez y a todos los peregrinos venidos de Francia. En estos días recordamos a nuestros queridos difuntos. Que el Espíritu Santo nos ayude a caminar vigilantes en la oración y fieles a la palabra de Jesús, en espera de volverlos a encontrar un día en la alegría del cielo. ¡Dios os bendiga!
Saludo a los peregrinos de lengua inglesa presentes en esta Audiencia, especialmente a los provenientes de Inglaterra y Estados Unidos de América, junto al grupo de capellanes militares estadounidenses venidos a Roma estos días. Sobre todos vosotros y vuestras familias invoco la alegría y la paz del Señor. ¡Dios os bendiga!
Saludo cordialmente a los fieles de lengua alemana. Recordemos que la comunión de la Iglesia comprende no solo a los hermanos y hermanas de este mundo, sino también a nuestros queridos difuntos. Caminando según el Espíritu, realizamos la obra de la misericordia espiritual de rezar por ellos para que alcancen pronto la meta de la eterna visión de Dios.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Los invito a dejarse interpelar por las palabras de san Pablo: ¿Caminamos según el Espíritu o nos quedamos encerrados en deseos mundanos? Si nos dejamos guiar por el Espíritu, también estamos llamados a acompañar a los que más sufren, a rezar por ellos, a ayudarlos de una manera concreta. Los animo a seguir en este camino con paciencia y alegría. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Queridos hermanos y hermanas de lengua portuguesa: ayer recordamos a todos nuestros queridos difuntos. No olvidemos que para llegar a la meta, al término de la senda de esta vida terrena, necesitamos dejarnos guiar por el Espíritu. Sobre todos vosotros y vuestros seres queridos invoco la bendición de Dios.
Saludo a los fieles de lengua árabe. El Espíritu Santo, además de darnos el don de la mansedumbre, nos invita a la solidaridad, a llevar lar cargas de los demás, y nos empuja a corregirlos. De esto se comprende que la regla suprema de la corrección fraterna es el amor: querer el bien de nuestros hermanos y hermanas. ¡Que el Señor os bendiga a todos y os proteja siempre de todo mal!
Saludo cordialmente a todos los polacos. Ayer, al celebrar la Conmemoración de todos los files difuntos, encomendamos a la Divina Misericordia a nuestros seres queridos y, de modo particular, a los que esperan nuestra ayuda orante para entrar en el gozo de la vida eterna. La oración por los difuntos, sostenida por la esperanza dada por Cristo Resucitado, no es la celebración del culto a la muerte, sino un acto de caridad con nuestros hermanos y hermanas y cargar los pesos los unos de los otros. ¡Os bendigo de corazón!
Dirijo un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana, en particular al grupo Amigos del Deporte de Falconara Marittima y a los fieles de la parroquia de Bellagio (Como). Os animo a dar testimonio en todo ambiente el amor infinito con que Dios rodea a cada hombre.
Mi pensamiento va finalmente, como de costumbre, a los ancianos, enfermos, jóvenes y recién casados. La solemnidad de Todos los Santos y la conmemoración de los Fieles Difuntos, que hemos celebrado recientemente, nos ofrecen la oportunidad de pensar, una vez más, en el significado de la existencia terrena y en su valor para la eternidad. Que estos días de reflexión y de oración sean para todos una invitación a imitar a los Santos, que fueron fieles toda su vida al plan divino. A cada uno de vosotros mi bendición.
Fuente: vatican.va / romereports.com