Carlos García
Es sintomático que el gran número de edificios vacios en los mismos núcleos de las grandes ciudades sean más rentables en esta situación que cumpliendo la función que viene inserta en la palabra “casa”
Si bien hay un cáncer temido que afecta a nuestros cuerpos individuales, hay también otro que no debe ser menos temido que afecta a nuestras sociedades, si se me permite, aunque sea a efectos literarios, entender éstas como un gran cuerpo. La paradoja reside en que si de la extirpación del primero nadie en ningún momento duda, de la del segundo, llamado capitalismo, no sucede así. El momento en el que tiene lugar el diagnóstico es clave en ambos casos para el éxito de los tratamientos, ¿estamos abordando adecuadamente el diagnóstico de por qué morimos como sociedad?
Un análisis clínico nos puede mostrar distintos síntomas, que en las V Jornadas “Otra Economía Está en Marcha” de Economistas sin Fronteras fueron puestos sobre la mesa por distintas y distintos ponentes, como si de personalidades médicas se trataran:
¿Acaso no es sintomático que el gran número de edificios vacios en los mismos núcleos de las grandes ciudades sean más rentables en esta situación que cumpliendo la función que viene inserta en la palabra “casa” (“edificio para habitar” según la RAE), tal y como nos expuso Saskia Sassen?
¿Acaso no es sintomático que con tratados de libre comercio, como el pretendido TTIP, una empresa, como representante de un interés privado, tenga la posibilidad de llevar a los estados a un tribunal de arbitraje (igualmente privado) si percibe que estos, que lo público, que alguna ley emanada de su soberanía, viola o perjudica sus intereses, su lucro exclusivamente privado? ¿Acaso no ha sucedido esto ya en casos, contrarios muchos de ellos al Derecho Internacional, como los de Metalclad contra México, Occidental Petroleo contra Ecuador o Philip Morris contra Uruguay, en este caso alegando una pérdida de mercado fruto de la campaña nacional “Uruguay libre de humo de tabaco” premiada por la OMS? ¿Acaso no caminamos hacía un nuevo gobierno de facto (no explícito) de las empresas, blindadas en un mercado ultraregulado, como concluimos en el taller coordinado por Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate?
¿Acaso no es sintomática la exacerbada y fantasiosa individualidad, fruto de todo un proceso histórico que puede arrancar desde que el ser humano es tal (como nos planteo Almudena Hernando), que parece ser enarbolada aún hoy como dogma de éxito y signo de masculinidad, que hace que el individuo se considere como una entidad independiente y aislada del resto de las personas? ¿Dónde queda la vital identidad relacional, aquella en la que lo que prima son los vínculos y en la que el ser humano sabe quién es en tanto que forma parte de una unidad mayor (la sociedad, el grupo); que es indispensable y que lo masculino relegó, ocultándola, hacía lo femenino como, en cierto modo, una forma de despreocuparse de su indispensabilidad, de “externalizar” a la otra mitad de la humanidad algo básico para la supervivencia del conjunto?
¿Acaso no es sintomática otra ilusión, la de infinitud promovida por el capitalismo, sobre la disponibilidad de materias primas en el planeta, cuando vivimos desde los años 80 en una destrucción de bienes tal que impiden la regeneración de la naturaleza, como nos recordó Yayo Herrero? ¿Acaso no padecemos el olvido de que las personas vivimos encarnadas en cuerpos que hay que sostener y cuidar, que necesitan horas y horas de cuidados que son realizados mayoritariamente por las mujeres? ¿Acaso no se encuentra la sociedad actual fugada de esas dos realidades, de la necesidad vital de los cuidados y de que el mundo en el que vivimos es finito, y la economía actual parece haber declarado la guerra, por tanto, a los cuerpos y a los territorios?
Los síntomas, como vemos, son muchos y abarcan varias categorías de la realidad. El capitalismo corroe el cuerpo social de distintos modos, en sus distintas partes, presenta distintas facetas ponzoñosas, de la misma forma que bajo la unitaria palabra “cáncer” se esconden en realidad un conjunto de enfermedades relacionadas.
¿Cuál es el tratamiento para intentar revertir esta autodestructiva situación? Cada cual podemos intuir nuestra receta. Una posible puede contener, por un lado, algo de concienciación, pedagogía, de funcionar como altavoces hacía nuestro entorno, cargados de argumentos sólidos que cursos como el de “Otra Economía Está en Marcha” nos proporcionan; y, por otro, y relacionado con lo anterior, algo de lucha, de movilización, de éxitos que las movilizaciones contra el TTIP de los tribunales parajudiciales y antisoberanos, contra viviendas vacías y gente sin casa, contra las violencias machistas del histórico 8M, nos demuestran. Quizás así podamos empezar a vislumbrar un horizonte en el que empecemos a superar la enfermedad, camino de una sociedad plena, sana y llena de vida.
Fuente: ecosfron.org/