Vicente Bosch
Una copia del cuadro de las Dos Trinidades, obra del pintor español Murillo del 1680, conservada en la National Gallery de Londres, preside el retablo de la Capilla del Colegio Mayor Albalat de Valencia, en el que viví durante una fase importante de mi vida. La pintura representa en lo alto a Dios Padre rodeado de ángeles, y algo más abajo –casi en el centro– el Espíritu Santo en forma de paloma, sobrevolando la cabeza de un Jesús Niño de cuatro o cinco años, tomado de su mano derecha por María y de su mano izquierda por José. Los dos sentados o inclinados por debajo del Niño. He pasado muchas horas de oración ante ese cuadro en los inicios de mi vocación al Opus Dei, hace ya casi cincuenta años. Lo que me deslumbró de esta obra de arte fue la belleza de rostro de María y la ternura de su mirada a Jesús, junto con la juventud de san José y su mirada de humilde estupor hacia quien contempla el cuadro. Me parece que en este santo grupo pictórico se condensan dos de las principales ideas que subyacen en al teología josefina de san Josemaría: la inseparabilidad de los miembros de la Sagrada Familia, la Trinidad de la tierra, y su evidente relación con la Trinidad del cielo y su designio salvador; y la cercanía al hombre de las figuras paterna y materna de José y María, constituidas en camino para llegar a Jesús, único acceso al Padre por el Espíritu Santo.
1. La devoción de san Josemaría a san José
San Josemaría vivió desde su infancia el 19 de marzo como una fiesta especial, puesto que san José era su onomástico y también el de su padre, don José Escrivá Corzán (1867-1924).
Más tarde, los años de seminario en Zaragoza (1920-1925) serían de maduración intelectual, cultural y literaria del joven Josemaría. El testimonio de un compañero de seminario –Francisco Moreno Monforte– revela que «conocía muy bien las obras de santa Teresa y citaba frecuentemente párrafos enteros que se sabía de memoria» . Su devoción al santo Patriarca sería confirmada por los escritos de la Santa de Ávila, que tanto contribuyeron a la expansión de la devoción a san José. De hecho, san Josemaría toma de ella las expresiones “mi Padre y Señor” y “glorioso Patriarca”; y en el n. 561 de Camino la cita textualmente: «De San José dice Santa Teresa, en el libro de su vida: ‘Quien no hallare Maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro, y no errará en el camino’. -El consejo viene de alma experimentada. Síguelo». Cabe preguntarse si el “alma experimentada” es santa Teresa o el mismo Josemaría. «A favor de interpretar que el “alma experimentada” pueda ser el propio san Josemaría juega (…) la carta a Juan Jiménez Vargas, (…), en la que el joven sacerdote explica que san José le ha ayudado a meterse en las “Llagas de Cristo”, y anima a Juan a probar su propia experiencia» :
«Entiendo que, si continúo por este modo de contemplar (me metió S. José, mi Padre y Señor, a quien pedí que me soplara) voy a volverme más chalado que nunca lo estuve. ¡Prueba tú! (…) Un abrazo. Desde la Llaga de la mano derecha, te bendice tu Padre, Mariano».
La devoción de san Josemaría a san José se deduce de sus mismas palabras, al referirse a él como aquel «a quien tanto quiero y venero» (Amigos de Dios, n. 72/c). Y esa misma devoción trató de inculcarla en los demás:
«Quiere mucho a San José, quiérele con toda tu alma, porque es la persona que, con Jesús, más ha amado a Santa María y el que más ha tratado a Dios: el que más le ha amado, después de nuestra Madre. –Se merece tu cariño, y te conviene tratarle, porque es Maestro de vida interior, y puede mucho ante el Señor y ante la Madre de Dios» (Forja, n. 554).
El mismo san Josemaría cuenta en la homilía “En el taller de José”, fechada el 19.3.1963, la alegría que le produjo la decisión de Juan XXIII, al clausurar la primera sesión del Concilio Vaticano II el 8.12.1962, de insertar el nombre del santo Patriarca en el Communicantes de la Misa: «una altísima personalidad eclesiástica me llamó en seguida por teléfono para decirme: Rallegramenti! ¡Felicidades!: al escuchar ese anuncio pensé en seguida en usted, en la alegría que le habría producido. Y así era: porque en la asamblea conciliar (…) se proclama el inmenso valor sobrenatural de la vida de San José, el valor de una vida sencilla de trabajo cara a Dios, en total cumplimiento de la divina voluntad» (Es Cristo que pasa, n. 44/c).
El amor al santo Patriarca –a quien recurría constantemente al iniciar y terminar su oración personal, enseñando a sus hijos a hacer igualmente– «se desarrolló en san Josemaría con ímpetu creciente hacia el final de su vida en la tierra, y con singular intensidad durante la catequesis que llevó a cabo en América en los dos últimos años (1974-1975)».
2. Algunas bases teológicas de las enseñanzas de san Josemaría sobre san José
Sin pretensión de ser exhaustivo, me limitaré a señalar algunos puntos que, en mi opinión, reflejan la teología subyacente en las enseñanzas de san Josemaría sobre san José, que reflejan una verdadera “imagen” evangélica del santo Patriarca.
-1º) La calidad humana de san José
San Josemaría daba una particular importancia a las virtudes humanas, pues consideraba que «componen el fundamento de las sobrenaturales» (Amigos de Dios, n.74/c). En su predicación «suena constantemente el principio fundamental de la mejor Cristología: Iesus Christus, perfectus Deus, perfectus homo. Y nuestra identificación con Cristo –que eso es la santidad a la que estamos llamados– tiene que realizarse desde nuestra humanidad endiosada por Él, mediante la acción del Espíritu Santo» . Y podemos suponer sin engaño que Dio concedería al santo Patriarca las virtudes humanas y sobrenaturales necesarias para cumplir su misión de cabeza de la Sagrada Familia. La Sagrada Escritura lo describe como un hombre justo” (Mt 1,19); es decir, recto, piadoso, bueno, cumplidor de la Ley de Dios.
San Josemaría, en una homilía del 19.3.1963 dedicada al san Patriarca, con el título “En el taller de José, afirmaba:
«De las narraciones evangélicas se desprende la gran personalidad humana de José: en ningún momento se nos aparece como un hombre apocado o asustado ante la vida; al contrario, sabe enfrentarse con los problemas, salir adelante en las situaciones difíciles, asumir con responsabilidad e iniciativa las tareas que se le encomiendan» (Es Cristo que pasa, n. 40/d).
Es de sobra conocido que el espíritu del Opus Dei se apoya, como en su quicio, en el trabajo profesional ordinario ejercido en medio del mundo. En este sentido, José fue el primer trabajador cristiano que, junto a Jesús, vivió en sus tareas ordinarias su vocación a la santidad. Y los Evangelios nos dicen que José «era un trabajador, como millones de otros hombres en todo el mundo; (…) un obrero que trabajaba en servicio de sus conciudadanos, que tenía una habilidad manual, fruto de años de esfuerzo y de sudor» (Es Cristo que pasa, n.40/b-c). Nada tiene que ver esta imagen del santo Patriarca con la caricatura que dibujan algunos apócrifos de recurrir a los milagros para resolver problemas corrientes: «San José no es el hombre de las soluciones fáciles y milagreras, sino el hombre de la perseverancia, del esfuerzo y –cuando hace falta– del ingenio» (Es Cristo que pasa, n. 50/b).
Sin darnos cuenta estamos reflejando una teología de la vida ordinaria, propuesta por san Josemaría, y que tiene en la figura de san José un modelo emblemático:
«[San José] nos habla con su ejemplo del valor místico de la vida ordinaria. (…) ¿Cómo se nos muestra –desde el punto de vista humano– la vida de la Familia de Nazaret? Una vida escondida, normal, sencilla, no exenta de sufrimientos y de preocupaciones que todos conocemos bien por la experiencia de nuestra propia vida. La vida corriente constituye un camino hacia la santidad, un camino seguro y al alcance de todos».
La homilía “En el taller de José” insiste en esa normalidad de la vida corriente, que destaca el lado humano de la personalidad del santo Patriarca. Fue Cristo quien dio valor redentor al trabajo realizado en el taller de José, pero podemos cabalmente pensar que la laboriosidad de José era ya cristiana, y que su trabajo profesional fue cauce de esa santidad ordinaria promulgada por Jesús.
El elogio del trabajo santificador trazado en las páginas de esta homilía se apoya en el sentido que le dan Cristo y san José:
«Conviene no olvidar, por tanto, que esta dignidad del trabajo está fundada en el Amor. El gran privilegio del hombre es poder amar, trascendiendo así lo efímero y lo transitorio. (…) Por eso el hombre no puede limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor» (Es Cristo que pasa, n. 48/a).
El amor y el servicio a los demás es lo que mueve a trabajar bien: «El Patriarca trabajaba con la conciencia de cumplir la voluntad de Dios, pensando en el bien de los suyos, Jesús y María, y teniendo presente el bien de todos los habitantes de la pequeña Nazaret» (Es Cristo que pasa, n. 51/a). La justicia que se destaca en san José va también por esta línea: «el justo es el que ama a Dios y demuestra ese amor, cumpliendo sus mandamientos y orientando toda su vida en servicio de sus hermanos, los demás hombres» (Es Cristo que pasa, n. 40/i).
San Josemaría recibió «con emoción y alegría la decisión de celebrar la fiesta litúrgica de San José Obrero (…) que es una canonización del valor divino del trabajo» (Es Cristo que pasa, n. 52/c).
No haríamos justicia a la personalidad humana de José sin una breve referencia a su amor humano, virginal, de esposo de María. Su castidad fue, evidentemente, don de Dios, pero requería virtudes humanas como las de fortaleza, ternura, fidelidad y perseverancia:
«No estoy de acuerdo con la forma clásica de representar a San José como un hombre anciano, aunque se haya hecho con la buena intención de destacar la perpetua virginidad de María. Yo me lo imagino joven, fuerte, quizá con algunos años más que Nuestra Señora, pero en la plenitud de la edad y de la energía humana. (…) Joven era el corazón y el cuerpo de San José cuando contrajo matrimonio con María, (…) cuando vivió junto a Ella respetando la integridad que Dios quería legar al mundo, como una señal más de su venida entre las criaturas. Quien no sea capaz de entender un amor así, sabe muy poco de lo que es el verdadero amor, y desconoce por entero el sentido cristiano de la castidad» (Es Cristo que pasa, n. 40/e-f).
-2º) La vida teologal de san José
El Espíritu Santo actuó en José a partir de esa excelente materia prima de su personalidad humana: «el nombre de José significa, en hebreo, Dios añadirá. Dios añade, a la vida santa de los que cumplen su voluntad, dimensiones insospechadas: lo importante, lo que da valor a todo: lo divino» (Es Cristo que pasa, n. 40/h). En la homilía que estamos analizando, san Josemaría muestra la presencia en san José de esas grandes virtudes que hacen teologal la vida cristiana:
« Así fue la fe de San José: plena, confiada, íntegra, manifestada en una entrega eficaz a la voluntad de Dios en una obediencia inteligente. Y con la fe, la caridad, el amor. Su fe se funde con el Amor: con el amor de Dios que estaba cumpliendo las promesas hechas a Abraham, a Jacob, a Moisés; con el cariño de esposo hacia María, y con el cariño de padre hacia Jesús. Fe y amor en la esperanza de la gran misión que Dios, sirviéndose de él –un carpintero de Galilea–, estaba iniciando en el mundo: la redención de los hombres. —Fe, amor y esperanza: éstos son los ejes de la vida de San José y los de toda vida cristiana» (Es Cristo que pasa, nn. 42/f; 43/a).
De este entramado de virtudes humanas y vida teologal san José es, después de la Santísima Virgen, el modelo más perfecto, que hace de él un «Maestro de vida interior» (Camino, n. 560). Efectivamente, José vivió en continuo contacto y trato con Jesús y María, por lo que ese título le conviene sumamente:
«Para San José, la vida de Jesús fue un continuo descubrimiento de su propia vocación. (…) San José, como ningún hombre antes o después de él, ha aprendido de Jesús a estar atento para reconocer las maravillas de Dios, a tener el alma y el corazón abiertos» (Es Cristo que pasa, n. 54/b-c).
«José (…) le ha tratado diariamente [a Jesús], con cariño delicado, y ha cuidado de Él con abnegación alegre. ¿No será ésta una buena razón para que consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él. Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús» (Ibidem, n. 56/a).
-3º) La predestinación de san José
Dios ha pensado en cada uno de nosotros antes de la creación de mundo (cfr. Ef 1,4) y nos ha asignado una misión en su plan de salvación en Cristo. En función de esta predestinación cada uno recibe las gracias y dones necesarios para cumplir esa misión, que en el caso de José fue hacer crecer y educar a Jesús y custodiar a María, gobernar la Sagrada Familia. Y esto requería dotes precisas y abundantes. San Josemaría entendió que Dios llenó de perfecciones a José para ser padre de Jesús, y utiliza el argumento de conveniencia que, tradicionalmente, los teólogos han aplicado a María. En una reunión familiar con sus hijos de Roma en octubre de 1974 san Josemaría afirmó:
«La misma razón que los teólogos aplican a Santa María, para exponer sus privilegios, se puede decir de San José. Convenía que el que había de ser padre de Dios en la tierra tuviera tanta perfección y que estuviera lleno de virtudes (…). Dios podía hacerlo, llenándole de gracias. Luego lo hizo».
Dios confió a José la custodia de sus tesoros más preciosos y, por tanto, participó de manera singular en la obra de la salvación como padre virginal y mesiánico de Cristo y esposo de María. Pero esa singular predestinación de José a quien Dios confió los primeros misterios de la salvación, Jesús y María, se prolonga en el Christus totus, que es la Iglesia según la expresión de san Agustín: «San José es realmente Padre y Señor, que protege y acompaña en su camino terreno a quienes le veneran, como protegió y acompaño a Jesús mientras crecía y se hacía hombre» (Es Cristo que pasa, n. 39/b). En esta protección de José a Jesús y María se apoya el Patrocinio que ejerce sobre la Iglesia Universal, Cuerpo Místico de Cristo.
-4º) Inseparabilidad de la trinidad de la tierra
La elección eterna de José ha de ser considerada junto a la inseparabilidad de las tres personas que componen la trinidad de la tierra: «“Jesús, María y José, que esté siempre con los tres”, repetía [san Josemaría] de continuo. Este deseo suyo de no separar nunca a los tres que Dios había unido –ab aeterno y para siempre– en su plan salvífico (…) se manifestaba hasta en su propio nombre, Josemaría, que quiso unir en uno sólo sin separación alguna». El 25 de de 1974 el Fundador del Opus Dei afirmaba en un tertulia: «No separéis a José de Jesús y de María, porque el Señor los unió de una manera maravillosa (…). Insisto: invocad en vuestro corazón, con un trato constante a esta trinidad de la tierra, a Jesús, María y José, para que estemos cerca de los Tres, (…)».
Fuente: omnesmag.com/