Enrique García-Máiquez
Contra las "verdades" estancas del relativismo, la belleza es transversal y para todos
La belleza se justifica por sí sola, como salta a la vista. Desconfío mucho, por tanto, de las defensas de la belleza, aunque en este mundo de la apoteosis del feísmo, la abstracción, el relativismo estético y el nihilismo totalitario parezcan necesarias. Qué va. Un leve manotazo de belleza aparta todas las moscas de momento. Así que aquí no vengo a defender a la belleza ni a explicar su utilidad, sino a agradecerle que nos defienda tanto. La belleza es nuestra prima de Zumosol.
Incluso contra los peligros más actuales. Con las redes sociales, es fácil caer en una cámara de eco ideológica, de modo que solamente sigamos a quienes piensan más o menos como nosotros. El relativismo imperante anima muchísimo a ello, porque, si todo es más o menos verdadero, mejor me quedo con lo que ya me acoge. Lo mío, además, viene de antes, porque estoy tan convencido de la verdad de aquello en lo que creo y amo, y tengo tan poco tiempo de sobra, que paso bastante.
Contra estas capas superpuestas, entre las que hay que contar la pereza, por supuesto, arremete la belleza. Puede que Luis Cernuda no piense como yo acerca del amor o de la guerra civil, pero qué hermosos poemas escribió sobre ambas cuestiones. Ahí sí que me compensa dedicarles un tiempo, que será ganado. El joven poeta arcense Abraham Gragera no es precisamente lo que llamaría un correligionario político mío, pero qué buenos son sus textos, que me ponen en su piel por un instante intenso y fecundo. La belleza toma el atajo y nos mete gustosamente (sin tener que forzar nuestras inclinaciones) en pensamientos distintos.
Jamás se lo agradeceremos bastante. Si no, vendrían otras manos mucho menos amables a arrancarnos de nuestras ideas preconcebidas. El dolor, por ejemplo, de un fracaso o de un batacazo. Entonces a uno no le queda más remedio que replantearse sus posiciones y tal vez sus teorías. Y todavía sería peor quedarse instalado en las equivocaciones sin que nada nos despierte. Pero cuánto mejor lo hace la belleza. Con qué manos delicadas. Y aunque muchas otras veces viene a confirmar, con una sonrisa, aquello en lo que uno cree y ama, tampoco su paso entonces es inútil, porque te deja agradecido a aquellos que, aunque piensen o actúen distinto, prefirieron la belleza a los gritos o al desprecio o la fuerza para imponer sus visiones del mundo. La verdad nos hará libres; la belleza verdaderos, y la libertad, buenos.
Fuente: diariodecadiz.es