José Antonio García-Prieto Segura
«Tuvo la impresión de que bajo la mano de la Virgen, había alcanzado la certidumbre y hasta creyó sentir su admirable y pacificadora dulzura de una manera tan profunda que, sin la menor inquietud, alejó la amenaza de un retorno a la duda.»
Quizá no exagero si comienzo diciendo que nunca, pueblecito y población tan pequeños, atrajeron tantas y tan numerosas gentes del mundo entero, como Lourdes. Este nombre ya lo dice todo. Su población no llega a 15.000 habitantes pero pandemia aparte, cada año venía recibiendo unos tres millones de personas, no precisamente turistas en su inmensa mayoría. Razón de su atractivo: los peregrinos creen que María, la Madre de Dios hecho hombre, visitó ese lugar por primera vez el 11 de febrero de 1858, como embajadora del Cielo. Se manifestó allí a una joven muchacha: Bernadette Soubirous. Ante un nuevo aniversario de aquella visita, deseo evocar el testimonio de tres visitantes que podrían ayudarnos a que Lourdes también sea hoy para nosotros, lo que, en su momento, fue para ellos: una luz de vida que dio un sentido nuevo a su existencia, y llenó de esperanza trascendente su futuro.
Son tres testimonios muy singulares, con íntimas experiencias de sus protagonistas, que quisieron compartirlas con quienes, pasado el tiempo, leyéramos sus relatos escritos o escuchásemos las entrevistas personales. Sus trayectorias de vida hasta el momento de viajar a Lourdes fueron muy diferentes y casi, en lo único que coincidían, era en el hecho de ser médicos. Las referencias textuales de sus escritos serán el nervio e hilo conductor de este artículo que aparecerá en dos partes.
El primer testimonio es el de Joseph Auguste Carrel, más conocido como Alexis, porque su madre, siendo muy niño, le cambió el nombre en recuerdo del progenitor, y así es mundialmente conocido: como Alexis Carrel. Nacido en 1873, estudió Medicina en Lyon y su mentalidad podría calificarse de corte escéptico y racionalista. En julio de1903, sustituyendo a un colega médico viaja a Lourdes en un tren lleno de enfermos, que tienen puestas sus esperanzas de vida en un posible milagro por mediación de la Virgen. Recogería su testimonio en el libro autobiográfico Viaje a Lourdes. Lo escribe en tercera persona y el protagonista se llamará Lerrac, que es su propio apellido Carrel, leído al revés.
Quería comprobar de primera mano lo que algunos llamaban “milagros” y que para él no pasaban de meras sugestiones. Le llama y centra su atención una joven, Marie Bailly -también conocida como M. Ferrand-, diagnosticada de peritonitis tuberculosa, cuyo estado parecía cercano a la muerte. Las palabras de Lerrac -durante el viaje- lo dicen todo: “Está en un estado dramático. He debido inyectarle cafeína. Temo que se me muera entre las manos: si esta enferma se curase sería verdaderamente un milagro. Lo creería y me haría fraile". Llegados a Lourdes, en el Hospital que acoge a los enfermos, con otros colegas examina de nuevo a la enferma, y escribe: «Se encuentra en el último grado de la caquexia. El corazón late sin orden ni concierto (...) . Morirá pronto; puede vivir tal vez unos días pero está sentenciada.» Y cuando una enfermera pregunta si pueden llevar a Marie a una de las piscinas donde se sumergen los enfermos, nuestro médico responde: «Y si muere en el camino, ¿qué hará usted?»
Lerrac se acerca a la gruta de la Virgen, próxima a las piscinas. A Marie Ferrand no llegan a introducirla y solo derraman sobre su vientre -enormemente hinchado por el líquido ascítico, fruto de la peritonitis tuberculosa-, tres jarras de agua de Lourdes. La llevan después frente a la imagen de la Virgen en la gruta; sus ojos miran confiadamente a María. Habían pasado las 2 de la tarde y allí se encontraba también el médico que, muy sorprendido, escribirá más tarde: «La mirada de Lerrac se posó en Marie Ferrand, y le pareció que su aspecto había cambiado, diríase que los reflejos lívidos de su cara habían desaparecido y que su cutis presentaba menos palidez. Estoy alucinado -se dijo a sí mismo; es un fenómeno psicológico interesante, y tal vez sería necesario tomar nota.»
Pasan pocos minutos y comprueba asombrado que la joven mejora repentinamente y, por el relato del mismo Carrel, cabría decir que a ojos vista, porque la enorme tumefacción del vientre comienza a desaparecer: la manta que cubría el abultado abdomen de Marie desciende lentamente. Algo así como si estuviésemos observando un milagro, grabado a cámara lenta. El médico palideció y prosigue su testimonio: “"Creo enloquecer de verdad" - pensaba Lerrac. "¿Cómo os sentís? - preguntó a Marie. "Muy bien, aunque sin fuerzas, pero me siento curada"- respondió Marie susurrando. No había duda. El estado de Marie Bailly mejoraba. Estaba irreconocible. Lerrac no habló más. Ni pensaba. El hecho tan inesperado era tan contrario a sus previsiones, que le parecía estar soñando”. La curación no tenía explicación médica alguna.
A partir de aquel hecho, Alexis Carrel fue dando un giro a sus convicciones más profundas y comenzó a ver el sentido trascendente de la vida humana. Dios se lo había hecho descubrir, por medio de una enferma curada milagrosamente por mediación de la Señora de Lourdes. Así lo recordará al escribir que Lerrac «tuvo la impresión de que bajo la mano de la Virgen, había alcanzado la certidumbre y hasta creyó sentir su admirable y pacificadora dulzura de una manera tan profunda que, sin la menor inquietud, alejó la amenaza de un retorno a la duda.»
Los años que siguieron a su conversión no le faltaron incomprensiones, y en 1904 dejó Francia para trabajar en Estados Unidos y proseguir allí la labor profesional. Su investigación científica fue tan valiosa, que en 1912 recibió el Premio Nobel de Medicina en reconocimiento a sus trabajos sobre suturas vasculares y trasplantes de órganos y vasos sanguíneos.
Pero nada mejor que saborear, sin intermediarios, la riqueza del testimonio humano y espiritual que late en su Viaje a Lourdes. Animo a dejarse interpelar directamente por la lectura del libro. Las luces de vida y esperanza que a él le llegaron por mediación de la Virgen ¿por qué no podrían llegar también a otros muchos -para despertarles la fe o para aumentársela si ya la tuvieran- a través de quien ha pasado y superado crisis y momentos de oscuridad?
‘Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá'
Después de que Alexis Carrel viajara a Lourdes, otros dos médicos también lo hicieron: Maurice Caillet y Luis de Moya. Natural de Burdeos, Maurice en su libro Yo fui masón, cuenta con detalle su vida antes y después de su conversión en Lourdes. Ofrezco algunas pinceladas biográficas, con pasajes textuales de su libro. “Nací en 1933, de padres que habían rechazado cualquier tipo de religión, se habían casado por lo civil y no me habían bautizado, todo ello a pesar de que mi padre, médico, recibió en Bretaña una formación católica clásica”. De niño, en Bretaña, nunca entró en una iglesia. “Durante el último año de bachillerato (…), tuve un brillante profesor de Filosofía que no hizo más que fortalecer en mí el ateísmo, el materialismo y el positivismo.” Siguió después la profesión médica del padre. “Abordé esta carrera desde una óptica cientificista, pensando que la ciencia iba a resolver todos los problemas de la vida e incluso de la muerte.”
Desde sus convicciones puramente materialistas inicia en Rennes el ejercicio profesional. “Evidentemente, la urología, (…), no suele ser fuente de inspiración de cuestiones y problemas metafísicos. Sin embargo, la práctica de la cirugía me llevó necesariamente a tener que tomar decisiones de tipo moral —ético, que diríamos hoy—. Apliqué mis convicciones, practicando, incluso antes de su legalización, la contracepción artificial y la esterilización de hombres y mujeres”. Por entonces, un amigo le propuso su afiliación a la masonería, de la que formó parte durante 15 años.
Compartió su vida con una enfermera, Claude, con la que más tarde contrajo matrimonio. Ella enfermó gravemente en 1984, y le propuso unos días de reposo en Cerdeña; de nuevo le cedemos la palabra: “Se me ocurrió entonces una idea impropia de un masón ateo: proponer a Claude que durante nuestro camino de regreso a Bretaña nos detuviéramos en Lourdes. Pensé que eso podía provocarle un choque psicológico salvador o lo que las ciencias ocultas llaman un “choque cosmotelúrico” (…). Por supuesto, yo no creía en el carácter sobrenatural, espiritual, de las curaciones que se producen en Lourdes.” Y con sencillez, prosigue:
“Los efectos psicológicos sobre Claude de esta propuesta fueron desastrosos pues aunque ella, como enfermera profesional era consciente de la gravedad de su estado, no podía imaginar que su marido, médico racionalista, cientificista, francmasón y anticlerical, pudiera sugerirle el paso por las aguas milagrosas de Lourdes. Tuvo el valor de no decir nada al escucharme. Pero al haber conservado siempre la fe cristiana, discreta pero firme, temió otro peligro. Tuvo miedo de que un fracaso de esa iniciativa provocara en mí un aumento del escepticismo y del ateísmo.” Pero llegó el momento en que las luces de María Virgen tocaron el corazón de Maurice; lo rememora así:
“Mientras ella estaba en las piscinas, el frío me obligaba a refugiarme en la Cripta, donde asistí, con interés, a la primera misa de mi vida. Cuando el cura, al leer el Evangelio, dijo: ‘Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá', se produjo un choque tremendo en mí porque esta frase la oí el día de mi iniciación en el grado de Aprendiz y la solía repetir cuando, ya Venerable, iniciaba a los profanos. En el silencio posterior -pues no había homilía- oí claramente una voz que me decía: ‘Bien. Pides la curación de Claude. Pero ¿qué ofreces?'. Instantáneamente, y seguro de haber sido interpelado por Dios mismo, sólo me tenía a mí mismo para ofrecer. Al final de la misa, acudí a la sacristía y pedí inmediatamente el bautismo al cura. Éste, estupefacto cuando le confesé mi pertenencia masónica y mis prácticas ocultistas, me dijo que fuera a ver al arzobispo de Rennes. Ese fue el inició de mi itinerario espiritual.”
Tiempo después Maurice recibía el bautismo y “Claude me reveló entonces que, durante nuestra primera visita a Lourdes, mientras yo rogaba por su curación, ella, en la piscina, pedía mi conversión. Dios, que está más allá del tiempo, nos había escuchado a los dos. Y pude experimentar la gracia particular del sacramento, pues mis relaciones íntimas se transformaron por completo”.
Maurice falleció en noviembre de 2021, justo un año después de que lo hiciera Luis de Moya, tercer protagonista de estas visitas a Lourdes. Luis, también médico como ellos, poco después de terminar la carrera, se hizo sacerdote. En 1991, por un accidente de tráfico quedó tetrapléjico y hasta su muerte en 2020 pasó su vida en silla de ruedas. Conviví con él cinco años y fueron casi treinta los que, sin moverse de la silla, desarrolló una intensa actividad sacerdotal, gracias a los adelantos tecnológicos que le permitieron crear Fluvium.org, un portal de internet, desde donde difundió de múltiples modos su fe y alegría cristianas. Su libro Sobre la marcha contiene gran riqueza de valores y es como un canto a la vida, esperanzador y lleno de optimismo. También invito a su lectura, como lo hice con los otros libros autobiográficos de sus dos colegas médicos.
En un epígrafe titulado “Romerías” refleja su cariño filial a la Virgen María. Desde Pamplona, donde vivía, visitó numerosos santuarios: menciona hasta nueve y termina así este pasaje del libro: “a nuestra Señora de Aranzazu cerca de Oñate, a Izaskun en Tolosa, al Pilar en Zaragoza, a nuestra Señora de Torreciudad y otras más, sin olvidar, por supuesto, Lourdes, donde voy cada verano”. Aunque Lourdes aparezca al final de todos, se diría que es más bien como la “joya de la corona” de tantas advocaciones marianas. Allí le acompañé un año y puedo decir que él no pedía por su curación; sí, en cambio, por la Iglesia y otras intenciones. Refiriéndose a sus acompañantes, que rezábamos con él el rosario escribe: “Cada uno sabrá qué intenciones ha puesto en cada parte del rosario, en cada misterio, en cada Avemaría, porque es claro que un Avemaría da -puede dar- para mucho”. En su caso, fueron incontables las que rezó y ciertamente le dieron para mucho, comenzando por su talante optimista y animoso que no perdió a pesar de vivir -como decía- 29 años en silla de ruedas.
Si las luces de vida y esperanza de la Virgen se encendieron por primera vez en Lourdes para Alexis Carrel y Maurice Caillet, para Luis se hicieron más y más potentes, porque ya iluminaban su vida cuando por primera vez acudió allí. Sólo así se explica que, navegando contra corriente a causa de la tetraplejia, encarase la vida con una alegría que -como le oímos más de una vez- le llevaba a decir : “Yo no me cambiaría por nadie en el mundo”; o bien, en los años 90 antes de la llegada del euro: “Yo me considero un millonario que ha perdido mil pesetas”. Por medio de la Virgen de Lourdes se han visto milagros de muchos colores: desde los que entran por los ojos, como el de Carrel, hasta -si se quiere considerar como silencioso milagro- el de la alegría de un tetrapléjico como Luis, pasando por la no menos interior y silenciosa conversión de Maurice, el hombre que fue masón y cambió el sentido de su vida con las luces de la gracia divina.
¡Cuántas íntimas transformaciones no habrá contemplado María desde su Gruta de Lourdes! Pero es Madre generosa que va más allá, y no regatea su mediación de luces y esperanzas desde cualquier lugar de la tierra: basta acudir a Ella confiadamente, con la seguridad de que un Avemaría bien rezada, da, puede dar para mucho.