Llucià Pou Sabaté
En este tiempo de pandemia, abundan las bajas laborales por distintas formas de estrés, el nivel de pobreza aumenta muchísimo, como también los umbrales de personas en riesgo de exclusión social
A veces, no podemos cambiar las cosas e intuimos que se hace más necesaria que nunca la paz interior. La buscamos por todas partes, sin ver que la tenemos dentro de nosotros, cuando hallamos la actitud adecuada que nos hace descubrirla, que nos permite ver una realidad más profunda que lo que pasa fuera de nosotros. Y es que la tarea más importante que tenemos entre manos es la posesión de nuestra interioridad, a través de un desarrollo espiritual. Es decir, que no siempre podemos cambiar lo de fuera, y aunque lo hiciéramos a nuestro gusto, no tendríamos paz pues la paz viene de la actitud que tenemos ante las cosas, no en las cosas que pasan sino cómo nos lo tomamos. A eso podemos llamarlo el contexto, que está influido por el ambiente que respiramos (la historia y cultura del momento) pero sobre todo por esa actitud interior que vamos forjando con nuestra vida, con nuestra libertad interior (la que han tenido algunos incluso cuando les faltaba libertad exterior, tanto en la cárcel como en campos de concentración). Por tanto, es la actitud lo que hemos de cultivar de modo principal, y vamos a verlo: cultivar un contexto más amplio, una actitud adecuada, cómo cultivar un nuevo paradigma que nos haga abrir los ojos a lo que de verdad importa, y cómo verificar que la verdad que pensamos es real y no una comedura de coco.
Buscar la mejora de las situaciones que incomodan
Para que haya de verdad paz, no podemos estar resignados ante lo que pasa, sino buscar la mejora de las situaciones que incomodan; pero, aún más importante que eso, es la actitud interior: tener una aceptación viendo que todo es para nuestro bien y, para ello, necesitamos una comprensión de lo que sucede a un nivel más profundo. Esto nos dará un contexto más amplio con el que no nos alteraremos más ante los acontecimientos de la vida. Podemos estar en medio de problemas ante los que no encontramos solución: miedo al covid-19, a perder el trabajo… la ansiedad puede transformarse en angustia, con lo que sufrimos más que si llegara todo lo malo que imaginamos y que no es real.
¿Cómo salir de esos laberintos? Si estamos perdidos en un laberinto, tenemos los obstáculos ante nuestros ojos y no encontramos salida fácilmente, pero si podemos elevarnos por encima de esos problemas, podemos ver todo con más claridad. Así, siguiendo el ejemplo del laberinto, si vamos en avión, lo sobrevolamos y nos encontramos en un nivel superior donde no hay obstáculos sin salida. Así, en ese nivel ya desapareció aquel problema que nos agobiaba. Y eso es porque al ampliar el contexto mental, al subir de nivel de consciencia, ya se diluyó el problema. Es decir, lo que antes llamábamos problema, que en realidad era un proceso necesario para nuestro crecimiento. Y superado ese proceso, porque tenemos más comprensión, podemos afrontar otros procesos que comienzan y que veremos como problemas.
Nos preocupamos de cambiar las cosas y está bien que mejoremos la situación, pero en realidad es más importante cambiar nosotros para ver las cosas con una actitud de comprensión. Esto es ampliar el contexto. No es algo mental, sino de la intuición, del fondo del corazón. Es confiar en que todo irá encontrando un sentido que aún no vemos. Lo contaré con la historia de un aprendiz de monje que, al entrar en el convento, le encargaron colaborar en tejer un tapiz. Al cabo de varios días, no aguantaba más y dijo:
-«Esto es insoportable, trabajar con un hilo amarillo tejiendo en una maraña de nudos, sin belleza alguna ni ver nada. ¡Me voy!…».
El maestro de novicios le dijo:
-«Ten paciencia, porque ves las cosas por el lado que se trabaja, pero sólo se ve tu trabajo por el otro lado«.
Entonces, le llevó al otro lado de la gran estructura del andamio, y se quedó boquiabierto. Al mirar el tapiz contempló una escena bellísima: el nacimiento de Jesús, con la Virgen y san José, con los pastores y los ángeles… y el hilo de oro que él había tejido, en una parte muy delicada del tapiz: la corona del niño Jesús. Y entendió que formamos parte de un designio divino, el tapiz de la historia, que se va tejiendo sin que veamos nunca por completo lo que significa lo que vemos, su lugar en el proyecto divino. No lo veremos totalmente hasta que pasemos al otro lado, cuando muramos en esta vida y pasemos a la otra.
Aceptación basada en la compresión
Hay un salmo que lo expresa bellamente: «Por ello, no tememos aunque tiembla la tierra o se derrumban los montes en el mar, aunque bramen las olas, y tiemblen los montes con su fuerza. El Señor… está con nosotros» (Salmo 45). Esa intuición profunda nos da una aceptación basada en la comprensión de que nada es absurdo, sino que todo tiene un sentido escondido.
Muchas veces el sufrimiento nos toca, pero si llenamos aquello de contenido, aunque la mente no entienda, la intuición sabe confiar en un sentido escondido. Entonces, aparece una comprensión, dejamos que los acontecimientos fluyan sin ofrecer resistencia y, aunque la mente no entienda el sinsentido del mal, esa luz nos hace intuir que habrá una reordenación… Las expresiones populares no hay mal que por bien no venga, Dios aprieta pero no ahoga, no hay pena que cien años dure, el tiempo pone las cosas y las personas en su sitio son algunas de las formas de expresar esa intuición.
Lo que pasa fuera ha de ser interpretado por nuestra visión de dentro. Toda información ha de ser interpretada por el receptor en un contexto determinado. Así es como se interioriza y posteriormente se experimenta. El contexto exterior (cultura, sociedad, economía, política…) influye mucho en nuestra visión de las cosas.
Por ejemplo, un troglodita se reiría de nuestra crisis económica o sanitaria, pues en su contexto pensaría que no nos falta nada. Pero nuestra civilización basada en el bienestar material está en crisis y, de ahí, puede salir una nueva visión del mundo o nuevo paradigma que amplíe el contexto en la mente humana, lo cual permitirá a las personas comprender más profundamente la filosofía ancestral, redefinir el propósito de su vida y, sobre todo, cambiar la propia intención, que es el motor de todo progreso evolutivo.