Pedro López
Si no se rompe esta espiral de lucha no terminaremos nunca
Mi amigo, a propósito del clima belicista, me hace una consideración que traslado: ¿Cómo podemos contribuir a la paz del mundo los ciudadanos corrientes?
En mi opinión, ya no vale la máxima clásica de que si quieres la paz prepárate para la guerra. De modo que incrementar el gasto presupuestario en defensa no sirve para solucionar la paz, si lo que conlleva es una carrera armamentística que, de ser usada, borraría de la faz de la tierra, en 100 minutos, a 100 millones de habitantes, dejando un rastro de destrucción inimaginable. Por tanto, lo que conviene hacer es instaurar una nueva lógica de la paz que pasa inexorablemente por aprender a convivir.
En este sentido, no sirve solo con presionar a los gobiernos o a las Naciones Unidas para que desaparezcan los vetos de los cinco grandes (Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Gran Bretaña), sino que es necesario que las resoluciones de la ONU sean vinculantes, gusten o no, a todos los países componentes. No es tarea fácil; pero hay que proseguir en este intento.
Una cosa más cercana a nosotros, y que ahora se hace más patente, es la lucha marxista que define a nuestras sociedades democráticas y que da lugar a la “cultura de la cancelación”. Aterricemos. La (in)cultura de la cancelación viene del movimiento woke, que a su vez procede del queer, que a su vez se origina de la corriente radical feminista, que viene de una dialéctica destructiva: la del enfrentamiento. La mujer contra el hombre; la de los hijos contra los padres; la de los alumnos contra los profesores; la de los blancos contra los negros; las féminas contra los trans; la de “hunos contra lo hotros” en frase unamuniana… Interminable, puesto que la dialéctica hegeliana en la que se basa es la de una tesis que se contrapone a una antítesis que origina una síntesis, que, a su vez, es la tesis de otra antítesis, y así ad infinitum. Si no se rompe esta espiral de lucha no terminaremos nunca. Lo malo es que se estructura “racionalmente”, con una lógica miope y torpe porque es un a priori pre-político, un prejuicio, que degenera en una racionalización de la mala voluntad; y, que sirve para dárselas de moderno, cuando en realidad regresamos a la barbarie.
La cancelación supone que aquel que difiera del discurso predominante, de lo políticamente correcto, queda cancelado: se le censura, se le ningunea, se le cercena su carrera, se le acosa y se le derriba, se le arroja a las tinieblas exteriores, se le mata civilmente… y este despropósito es aplaudido por cretinos que consideran que están realizando un favor a la humanidad, cuando no hacen más que poner un muro más de separación, injusto y agresivo.
Así pues, la contribución de los ciudadanos a la paz consiste en saber convivir con los otros, con los divergentes, con los que piensan de otra manera. En cristiano, es el amor a los demás, la comprensión y la transigencia, la empatía con quien consideramos que está errado; y desde la argumentación racional, sin deconstructivismos, ni eslóganes que originan, a la hora de dialogar, una torre de babel: porque las palabras son también misiles ideológicos cuando no se tienen en cuenta su significado o se las manipula para inyectarlas hipersónicamente y destruir y descalificar al oponente.
Mucho nos queda por progresar para alcanzar la paz en nuestro propio entorno, y no es cosa de los otros.
Fuente: levante-emv.com