ENRIQUE Gª-MÁIQUEZ
Las leyes pedagógicas no deberían aplastar con su jerarquía normativa las viejas costumbres humanísticas
Mis alumnos no entienden que me ponga tan contento cada vez que les pregunto si saben algo, y dicen que no. Les explico que me pagan por enseñarles y que su ignorancia es la materia prima de mi trabajo. Les miento a medias.
Me lo he recordado como antídoto de la crisis vocacional que provoca cualquier reforma educativa. Un compañero de oficio decía: "O te desilusionas o lo dejas", que es, además de estoico, estético. O la enseñanza se abraza como un trabajo resignado, heroico, moderadamente martirial o el idealismo, oh, oh, como suele pasar, se paga caro.
Además, a alguien tan egocéntrico como yo (doblemente, vicio por defecto, y por exceso de poeta lírico), le supone una oportunidad de oro de practicar las obras de misericordia espirituales, las siete. La primera, "enseñar al que no sabe", cae de suyo, y esa es toda la verdad por la que me pongo contentísimo cuando mis alumnos no saben (y luego sí). "Dar buen consejo al que lo necesita", es la segunda obra de misericordia y exactamente lo que hace un tutor. "Corregir al que se equivoca": cada vez que se pone un examen, lo siento. La cuarta obra es "perdonar al que nos ofende"; y advierto que se le puede perdonar perfectamente a la vez que se le pone un parte de conducta. "Consolar al triste", ay. "Sufrir con paciencia los defectos de los demás" es una obra de misericordia que hace todo el mundo en cualquier trabajo o por la calle, pero el profesor la hace mucho, además de ayudar muchísimo por su parte a que los alumnos practiquen. "Rezar a Dios por los vivos y por los muertos" es la obra de misericordia más confesional e íntima, y uno la practica de incógnito rezando por los alumnos presentes y por los pasados, que han salido al mercado laboral casi como gladiadores: «Ave, Caesar, morituri te salutant»Las nuevas leyes harán más compleja la enseñanza, desde luego; pero ¿dónde voy a encontrar otro trabajo que me permita desplegar como quien no quiere la cosa las siete obras de misericordia, con la falta que me hacen? Lejos de mí predicar la resignación en este artículo ni en ningún sitio. Las normas habrá que estudiarlas a fondo y, en lo que tengan de nocivo, criticarlas. Por fortuna, hay profesores más técnicos que yo dándole vueltas. El sacrificio será irremediable, pero, mientras tanto, me repito al oído aquello de "misericordia quiero y no sacrificio", y celebro, con mis alumnos, todo lo que no saben… todavía.
Fuente: diariodecadiz.es