Juan Luis Selma
- Invertir supone riesgo, salir de la postura cómoda y caminar, emprender nuevas acciones
El fin de semana pasado, con la canícula adelantada, he acompañado a más de cincuenta matrimonios jóvenes en un retiro del proyecto Amor Conyugal. Visto así, sin anestesia, parece una locura dedicar un fin de semana en pleno verano a encerrarse en una casa de ejercicios a rezar. Además, con niños incluidos.
El horario intensísimo, de siete de la mañana hasta bien entrada la noche. El objetivo, impresionante: descubrir la grandeza del matrimonio, verlo desde el proyecto primigenio de Dios. El resultado, magnífico: vivir como enamorados. Amar con el corazón ensanchado, con el Corazón de Jesús.
Hay inversiones que siempre son rentables. En esta, me emocionaron los testimonios de agradecimiento de varios esposos que, no solo pudieron volver a mirarse a los ojos, sino que salieron convencidos de que estaban hechos el uno para el otro y para ser felices juntos. Basta con mirarse desde otra perspectiva, mirar al otro con la mirada de Dios. Esto requiere mucha oración, estar con Él que me ama y me da la capacidad de amar. Es otra lectura de la vida real y posible para los esposos de hoy.
Cuando nos ponemos las gafas de ver en profundidad nos pasa como al submarinista que se sumerge en un mar grisáceo y descubre un mundo lleno de color y de vida. Algo inimaginable, oculto, pero real. Esta experiencia es muy frecuente en los que se acercan a Dios, a la Iglesia. Si vencemos los prejuicios, la pereza, el miedo y vamos a confesar, a estar un rato frente a Jesús en el sagrario, a un santuario de la Virgen, experimentaremos un gozo y una paz, una alegría de vivir y de amar que nos renueva. La famosa frase de Alfonso Guerra: “Vamos a poner a España que no la va a reconocer ni la madre que la parió” se quedará corta.
Cuenta el libro del Génesis que se la apareció el Señor a Abraham junto a la encina de Mambré, en lo más caluroso del día. Lo hizo en forma de tres personajes. Este les invitó a su tienda, les agasajó: “Haré que traigan agua para que os lavéis los pies y descanséis junto al árbol. Mientras, traeré un bocado de pan para que recobréis fuerzas antes de seguir, ya que habéis pasado junto a la casa de vuestro siervo”. La acogida, la generosidad, se vio recompensada con la promesa de la llegada del hijo esperado. Dios no se deja ganar en generosidad.
La inversión consiste en fiarnos de Dios, de ese ser que no vemos, que está tan denostado en nuestra sociedad, pero que es el único que no quita nada y lo da todo, como afirmaba Benedicto XVI. Aunque no le veamos está a nuestro lado. Nunca nos deja solos, todo lo nuestro le interesa. Lo espera todo de nosotros porque todo nos lo ha dado y, lo que espera es que seamos tan felices como Él proyectó al crearnos.
Invertir supone riesgo, salir de la postura cómoda, segura y caminar, emprender nuevas acciones. Solo lo hace el que tiene esperanza, ilusión de mejorar su situación. Si no estamos contentos con nuestra vida, si nos falta paz, si el matrimonio no marcha, si estamos atrapados por adicciones; incluso si no le vemos sentido a la vida, hay que saber que hay salida, que hay esperanza.
El Evangelio nos muestra las diferentes actitudes de las hermanas Marta y María. La primera todo lo fía en la acción, en el trabajo, en sus cualidades. Esto le lleva a estar estresada, inquieta, sin paz y, por eso, descontenta y quejosa con su hermana. Cuando crecen los defectos de los nuestros ante nuestros ojos, cuando nos sentimos molestos por sus actitudes, es muy probable que estemos reflejando en ellos nuestras frustraciones. Nos vendrá muy bien escuchar lo que Jesús dice: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada”.
Invertir en Dios no significa desentendernos de las cosas, es conjugar los papeles de las dos hermanas. En palabras del Papa: “Marta y María nos muestran el camino.
Si queremos disfrutar de la vida con alegría, debemos aunar estas dos actitudes: por un lado, el “estar a los pies” de Jesús, para escucharlo mientras nos revela el secreto de cada cosa; por otro, ser diligentes y estar listos para la hospitalidad, cuando Él pasa y llama a nuestra puerta, con el rostro de un amigo que necesita un momento de descanso y fraternidad”.
Podemos y debemos dedicar tiempo al descanso, airearnos; pero no olvidemos que, si no cuidamos el alma, no alcanzaremos la paz y la alegría que buscamos. Junto a la inversión en playa o campo debemos dedicar tiempo a la oración: buscar una capilla, una iglesia donde podamos sentarnos a los pies de Jesús.
Fuente: eldiadecordoba.es