10/31/23

El Dios de la nueva ciencia

Pedro López

La filosofía nos acerca a una verdadera ‘demostratio’, no a una mera ‘probatio’, como la ciencia

Estaba deseoso de leer el libro Dios. La ciencia. Las pruebas de dos autores franceses, ambos ingenieros industriales y empresarios, que ha causado furor en la Francia secularizada y laicista. Me ha recordado conversaciones con colegas que me planteaban objeciones acerca de la ciencia y Dios. Ciertamente hemos de reflexionar sobre esos tres aspectos que tiene nuestra andanza por esta vida. No son sinónimos ni tampoco diacrónicos: pueden muy bien meditarse a la par y sincrónicamente: la ciencia, la filosofía y la teología.

Es evidente que hay una ciencia que hace que admitamos que las cosas son como son y no de otra manera. ¡Y por eso funciona! Es un primer camino áspero, progresivo, que con esfuerzo nos va empinando, nos hace subir los escalones de la ciencia que parecen interminables. Poco a poco. No todas las personas son capaces de hacerlo en profundidad, pero tampoco es necesario. Aunque el libro se lee bien y para un público amplio, es necesario disponer de conocimientos suficientes para entender algo de Física y de Biología. Esta sería la primera parte, lo que los autores llaman «las pruebas»; no son demostraciones, ni deben serlo, sino la escala que nos alza.

Esas pruebas, nos suben al atrio que es la filosofía. Aquí sí que podemos apoyarnos en esas razones científicas, en los escalones izados, que los autores clasifican en físicas y biológicas. De las primeras, se refieren a dos fundamentalmente: el universo tiene comienzo, el famoso big-bang, y final -la muerte térmica-: no es eterno. Y que hay un principio antrópico: todas las constantes físicas tienen el valor que tienen, lo que los autores denominan el «ajuste fino»: una pequeña variación en su valor haría que no estuviéramos aquí leyendo este artículo. Y son bastantes.

La filosofía nos acerca a una verdadera ‘demostratio’, no a una mera ‘probatio’, como la ciencia. Ambas hacen referencia a que el universo es el hogar del hombre, en un sentido amplio, pues hace posible la existencia de nuestro sistema solar, de nuestro planeta, de la vida; y eso se corresponde con la finalidad. Y para que haya final tiene que haber guionista, alguien que guíe. En definitiva, un creador.

Y una vez en el atrio, hay que cruzar el umbral de la catedral: eso es la fe. Este último paso es ciertamente libre, nada hay que nos pueda «obligar» a darlo; pero todo contribuye a que atravesarlo sea razonable. Y cuando uno entra en la basílica se deslumbra, se deja llevar por la belleza y el asombro, y entonces se da el verdadero encuentro. Lo que André Frosard alude en su obra Dios existe: yo me lo encontré.

El libro deja en evidencia a aquellos, que una y otra vez, dicen y remachan que dios no existe, es un invento. Por eso el universo debe ser eterno; y si no lo es, improvisamos el multiverso. Esa reducción a que ningún argumento rebata y estropee «mi verdad», porque ya no son teorías contrastables, científicas, refutables, sino hipótesis inverificables: creencias irrebatibles. Otro problema es que sean falsas o verdaderas. Creíbles o increíbles.

Fuente: levante-emv.com


10/30/23

Amar sí, pero ¿qué es amar?

Juan Luis Selma

Todo el mundo necesita amar y quiere que le amen; muchos pensamos ser expertos en el querer, pero, lamentablemente, erramos con frecuencia

“Errar y frustrarse en el amor es lo más terrible: es una pérdida eterna que ni el tiempo ni la eternidad pueden compensar”, decía Sören Kierkegaard. Está claro que todo el mundo necesita amar y quiere que le amen; muchos pensamos ser expertos en el querer, pero, lamentablemente, erramos con frecuencia.

El panorama del desamor es inquietante. Me pregunto qué pasará cuando sean muchos los que no se hayan sentido queridos. Todavía hay reductos de cariño y muchos nos hemos sentido amados. Pero, o trabajamos el campo, o nos quedamos sin cosecha. Hay demasiados enemigos del auténtico amor, especie en extinción.

Tenemos las parejas DINK: familias con dos sueldos y sin querer hijos, que son el sueño de muchos jóvenes, mientras otros muchos no los pueden tener. Las uniones de hecho, sin estabilidad, sin acabar de comprometer su amor. Otras familias están desestructuradas, rotas. Muchas que tienen que salir delante solas. Y, luego, los problemas para conciliar el trabajo con la dedicación al hogar, el consumismo galopante, las ideologías…

Estamos hechos para amar. Este el gran anhelo de todos, lo que llevamos en el ADN. De modo que no nos podemos realizar como humanos sin amor. Quizás, por esta carencia, el mundo, con todos sus avances tecnológicos y médicos, está tan deshumanizado.

La gran defensora del amor ha sido la Iglesia, con sus aciertos y errores. Las encíclicas Deus caritas est y Amoris laetitia son dos grandes exponentes de su Magisterio reciente. Pero hay la sospecha de que el amor que predica es demasiado angelical, descarnado, poco humano. El mundo contrapone el ágape al eros. El amor cristiano se entendería como el primero: oblativo, descendente; como el que da sin recibir. Mientras que el eros, que sería el gran ganador, es vehemente, posesivo, ascendente.

Deus caritas est recoge los tres tipos de amor clásicos, los recién citados, más el de amistad. También indica, siguiendo la enseñanza de la Biblia, que es el amor esponsal el más completo y representativo. Adán experimenta una soledad, que solo será superada por la presencia de Eva: “hueso de mis huesos, carne de mi carne”; ahora, ambos, serán “una sola carne” y podrán ser fecundos y poblar la tierra.

Pensamos que es una emoción, un sentimiento al margen de la razón o de la voluntad. Algo que me viene y disfruto y que se va. Otra versión es identificarlo con el eros, una pasión, un mero goce corporal, que nada tiene que ver con el espíritu; algo meramente animal que solo busca utilizar al otro encerrándose en sí. También lo podemos rebajar al mero mercantilismo, un notable compañerismo de ayuda mutua: mientras me sirvas, te aguanto.

Lo propio del amor es el éxtasis que, en griego, significa desplazamiento, salir de sí mismo, y en latín trance, asombro. Este me hace disfrutar, me saca de mi pobreza enriqueciendo al amado. Busca el bien del otro en cuanto otro y, así me alegra y enriquece, me hace feliz. Nada tiene que ver con el egoísmo, con el mero sentimiento. Es tan bonito y enérgico que me compromete en el otro, pasando la prueba del tiempo, yendo hacia la eternidad.

Hay un totum revolutum entre eros, ágape y philia. No es solamente un salir de uno mismo, entrega y pura búsqueda del bien del amado; es también eros, disfrute, enriquecimiento. Para dar amor debemos, a su vez, recibirlo como don. El amor verdadero enriquece tanto al amado como al amante. Es paciente y esperanzado porque quien pone amor, acaba recibiéndolo.

Jesús resume toda la ley en “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es como este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas”. No nos debe extrañar que sea el origen y el fin de todo. Y el amor es único: el divino y el humano; es “el amor que mueve el sol y las demás estrellas” en boca de Dante.

Compromete alma y cuerpo, sentidos y emociones, voluntad y cabeza. Afecta al hombre entero. Es chispa, fuego y brasa. Es pasión y libertad. Es articulado. No es fácil de definir, sobre todo cuando no se ha experimentado. El amor vale la pena. Por amor comprometemos la libertad, la gastamos dirigiéndonos a su bien; dejamos atrás, con gozo, todo lo que lo puede dañar. A diferencia del mero enamoramiento, de la mera pasión, el amor implica a toda la persona. Exige estar preparado, solo los fuertes pueden amar y defender al amado. Debemos capacitarnos para amar, aprender el arte de amar.

A Dios también le podemos querer. Amándole, ganamos. Como san Juan, podremos decir: “Nosotros hemos creído en el amor”. Este amor a Dios y de Dios nos capacita para querer a los demás. Nos lleva al próximo y al lejano. Pidámosle no equivocarnos en el amor.

Fuente: eldiadecordoba.es


10/29/23

El mandamiento del amor vincula el amor a Dios al amor al prójimo

 El Papa en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

       El Evangelio de hoy nos habla del mayor de los mandamientos (cfr. Mt 22, 34-40). Un doctor de la ley interroga Jesús sobre este tema, y Él responde con el “gran mandamiento del amor”: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente [… y] a tu prójimo como a ti mismo» (vv. 37.39). Amor a Dios y al prójimo, inseparables el uno del otro. Detengámonos un momento para reflexionar sobre esto.

El primero: el hecho que el amor al Señor viene antes que nada nos recuerda que Dios siempre nos precede, nos anticipa con su infinita ternura (cfr. Jn 4,19), con Su cercanía, con Su misericordia, porque Él siempre está cerca, es tierno y misericordioso. Un niño aprende a amar en el regazo de la mamá y del papá, y nosotros lo hacemos en los brazos de Dios: dice el Salmo (131,2), «como un niño tranquilo en el regazo de su madre», así debemos sentirnos en los brazos de Dios. Y allí, absorbemos el cariño del Señor; allí encontramos el amor que nos empuja a donarnos con generosidad. Lo recuerda San Pablo cuando dice que la caridad de Cristo tiene en sí una fuerza que nos empuja a amar (cfr. 2 Cor 5,14). Y todo comienza a partir de Él. No puedes amar seriamente a los demás si no tienes esta raíz, que es el amor de Dios, el amor de Jesús.

El segundo aspecto que se desprende del mandamiento del amor. Vincula el amor a Dios al amor al prójimo y significa que, amando a los hermanos, nosotros reflejamos, como espejos, el amor del Padre. Reflejar el amor de Dios, aquí está el centro de la cuestión; amarle a Él, a quien no vemos, a través del hermano, a quien vemos (cfr. 1 Jn 4,20). Un día, un periodista preguntó a santa Teresa de Calcuta si creía que estaba cambiando el mundo con lo que hacía, y ella le respondió: «¡Yo no! ¡Yo nunca pensé en cambiar el mundo! Solamente intenté ser una gota de agua limpia en la que pudiera brillar el amor de Dios» (Conferencia de prensa para la entrega del Nobel por la Paz, 1979). Así fue como ella, tan pequeña, pudo hacer tanto bien: reflejando, al igual que una gota, el amor de Dios. Y si, a veces, mirándola a ella y a otros santos, llegamos a pensar que son héroes inimitables, pensemos en esa pequeña gota – el amor es una gota que puede cambiar muchas cosas. ¿Y cómo se hace eso? Dando el primer paso, siempre. A veces no es fácil dar el primer paso, olvidar cosas, dar el primer paso – hagámoslo. Esta es la gota: dar el primer paso.

Por eso, queridos hermanos y hermanas, pensando en el amor de Dios que siempre nos precede, podemos preguntarnos: ¿soy agradecido al Señor, que es el primero en amarme? ¿Siento el amor de Dios y Le estoy agradecido? Y: ¿intento reflejar su amor? ¿me esfuerzo por amar a mis hermanos y hermanas, por dar este segundo paso?

Que la Virgen María nos ayude a vivir el gran mandamiento del amor en nuestra vida cotidiana: amar y dejarnos amar por Dios y amar a nuestros hermanos

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Despues del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!

Doy las gracias a todos los que – en tantos lugares y de distintas maneras – se unieron a la Jornada de ayuno, oración y penitencia que vivimos el viernes pasado, pidiendo por la paz en el mundo. No nos rindamos. Sigamos rezando por Ucrania y también por la grave situación en Palestina e Israel y otras regiones en guerra. En Gaza, en particular, que haya espacio para garantizar la ayuda humanitaria y que los rehenes sean liberados inmediatamente. Que nadie renuncie a la posibilidad de detener las armas. Que cesen el fuego. El Padre Ibrahim Faltas – lo acabo de escuchar en el programa "A Su Imagen"- el padre Ibrahim dijo: "¡Alto el fuego! ¡Alto el fuego!". Es el Vicario de Tierra Santa. Nosotros también, con el padre Ibrahim, decimos: ¡Alto el fuego! ¡Deténganse, hermanos y hermanas! ¡La guerra es siempre una derrota, siempre!

       Estoy junto a la población de la zona de Acapulco (México), azotada por un huracán muy fuerte. Rezo por las víctimas, por sus familias y por los que han sufrido graves daños. Que Nuestra Señora de Guadalupe sostenga a sus hijos en la prueba.

Saludos a todos ustedes, romanos y peregrinos de Italia y de muchas partes del mundo. Saludo en particular los padres de “figli in Cielo” (“hijos en el Cielo”) de Torano Nuovo, los fieles de Campana, el grupo vocacional “Talità kum” de la Parroquia romana de San Juan de los Florentinos, los jóvenes de confirmación de Eslovenia y aquellos de Gandosso, así como la peregrinación de las Hijas de San Camilo y de los Ministros de los Enfermos.

A todos ustedes les deseo un buen domingo. Por favor, no olviden rezar por mí. ¡Buen almuerzo y adiós!

Fuente: vatican.va

10/28/23

El primer mandamiento

 30.° domingo del Tiempo ordinario (Ciclo A)


Evangelio (Mt 22,34-40)

Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se pusieron de acuerdo, y uno de ellos, doctor de la ley, le preguntó para tentarle:

— Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?

Él le respondió:

— Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es como éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas.

Comenario

Fariseos y saduceos eran dos grupos muy influyentes en la sociedad en la que vivía Jesús, pero tenían puntos de vista distintos en la interpretación de la Ley. Los saduceos eran personas de la alta sociedad. De entre ellos habían salido, desde el inicio de la ocupación romana, los sumos sacerdotes que, en ese momento, eran los representantes judíos ante el poder imperial. Estaban más pendientes de la política y del Templo que de las cuestiones religiosas relacionadas con la vida diaria. Los fariseos, por su parte, eran muy minuciosos en el cumplimiento de las prescripciones de la Ley de Dios.

Quizá admirados por la brillantez de la respuesta de Jesús a unos saduceos, a los que había dejado sin palabras, unos fariseos lo pusieron a prueba con una pregunta muy delicada. En su cuidado meticuloso por cumplir hasta la más pequeña indicación de la Ley, los fariseos llegarían a establecer una lista de seiscientos trece mandamientos. Ante tal abundancia y variedad de preceptos, que hace muy difícil incluso recordarlos todos, no es superflua la pregunta que le hacen: ¿Cuál es el mandamiento principal de la Ley?

La respuesta de Jesús es un tanto sorprendente, pero muy certera. No les señala ninguno de los diez mandamientos del Decálogo, sino que menciona dos que no forman parte de él. Primero cita un texto que en el Antiguo Testamento forma parte de una oración llamada Shemá, contenida en el libro del Deuteronomio: “Escucha, Israel: el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6,4-5). El segundo, “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19,18), es uno de los muchos preceptos incluidos en la denominada Ley de Santidad, que está en el libro del Levítico.

Lo singular en la respuesta de Jesús consiste en señalar esos dos mandamientos que estaban como perdidos en medio de la multitud de preceptos contenidos en la Ley, y mencionarlos juntos, poniendo de manifiesto que el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables y complementarios.

Lo primero es el amor a Dios, un amor que es justa correspondencia a quien se ha adelantado a amarnos a nosotros. Ahora bien, ¿en qué consiste el amor a Dios? Benedicto XVI nos lo explica en su Encíclica Deus caritas est: “La historia de amor entre Dios y el hombre consiste precisamente en la comunión de voluntad que crece en la comunión del pensamiento y del sentimiento, de modo que nuestro querer y la voluntad de Dios coinciden cada vez más: la voluntad de Dios ya no es para mí algo extraño que los mandamientos me imponen desde fuera, sino que es mi propia voluntad, habiendo experimentado que Dios está más dentro de mí que lo más íntimo mío”.

A la vez, el amor a Dios nos lleva de la mano al amor al prójimo, como él mismo sigue explicándolo más adelante: “en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. (…) Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva de Jesucristo. Su amigo es mi amigo. (…) Al verlo con los ojos de Cristo, puedo dar al otro mucho más que cosas externas necesarias: puedo ofrecerle la mirada de amor que él necesita.

“Si queremos ayudar a los demás, hemos de amarles, repito –insistía san Josemaría–, con un amor que sea comprensión y entrega, afecto y voluntaria humildad. Así entenderemos por qué el Señor decidió resumir toda la Ley en ese doble mandamiento, que es en realidad un mandamiento solo: el amor a Dios y el amor al prójimo, con todo nuestro corazón”.

Fuente: opusdei.org

10/27/23

Un amigo en el Cielo

Javier Vidal-Quadras Trías de Bes


“El Evangelio es un libro que habita en el interior de cada alma. Cada vez que lo leo entiendo algo de mi propia circunstancia…”

Gonzalo está dormido en su sillón. Pienso en el escueto mensaje que me había enviado dos horas antes: “Buenos días, Javier, si tienes opción para hoy y puedes soportar que tengo un mal día, incluido que no puedo ducharme, me gustaría verte, hora de siempre, abrazos”.

Y aquí estoy. Las once de la mañana del viernes 21 de mayo de 2021. Dudo por unos momentos si despertarle o marcharme. El ordenador está encendido, con un escrito a medio redactar en la pantalla: estaba trabajando… De pronto, al verlo así, recostado en el sillón, la cabeza inclinada, el pelo ralo y ya cano del todo, las manos cruzadas sobre las piernas, el jersey de estar por casa…, sus sesenta años parecen proyectarse como una amenaza hacia la vejez que a todos nos acecha.

—Gonzalo, Gonzalo…

—Eh…, sí, perdona, me había quedado dormido. Estoy muy cansado hoy.

—¿Quieres que vuelva otro día?

—No, no, ya está… Era solo una cabezada.

Me fijo en un tubito que asoma por debajo del jersey.

—Es el aparato de la quimio. Mira, lo llevo aquí ─se sube el jersey unos centímetros─. Me va bombeando quimio regularmente. Lo noto bastante cuando me entra en el cuerpo.

—¿Cómo te encuentras?

—Hoy, muy cansado. Estaba trabajando, pero me he sentado un momento a descansar. Siéntate. ¿Recuerdas lo que hablamos hace dos semanas, la humildad como base para aceptar el sufrimiento? Estoy trabajando la humildad, intentando darle un cauce específico, que no quede en una mera reflexión…

Percibo urgencia en su voz, casi necesidad de no perder el tiempo en lo superfluo. La profundidad de pensamiento que siempre le ha caracterizado parece haber enraizado en lo espiritual, como si todo lo demás fuera un estorbo. Intento llevar la conversación a su estado de salud. Quiero saber cómo está realmente, pero no me deja.

—Perdona que corte este tema, pero si tienes una reunión a las 12 no disponemos de mucho tiempo. Mira, estoy trabajando la escucha. Le he dado muchas vueltas a lo que me dijiste de la humildad y está muy bien, pero pienso que hay que encontrar una forma de visualizarla, hacerla presente de manera real. Yo me he propuesto escuchar con respeto e intentando comprender a quien habla. Es algo que me cuesta. Yo he escuchado poco. Normalmente, ya he reflexionado acerca del tema de conversación y tengo mi criterio formado. Me molesta profundamente oír tonterías o improvisaciones infundadas. Ahora, me esfuerzo, callo y escucho hasta el final, atiendo e intento descubrir las motivaciones.

No me extraña, pensé, con tu inteligencia. El número uno en la universidad. No recuerdo a Gonzalo Serraclara sacar ningún notable. Sobresalientes y matrículas de honor. Profundo, delicadamente educado y ceremonioso, a veces casi litúrgico. En aquellos años de mi juventud despreocupada, cuando le conocí, Gonzalo era como un anticipo de madurez. Sus apuntes inmaculados eran como un manuscrito medieval. Sus aficiones tenían un aire aristocrático: doma clásica, pintura, ópera, lectura intelectual…

**********

Han pasado dos años y medio desde el día en que escribí estas palabras. Un tiempo que se ha transformado en un inesperado privilegio para todos los que hemos podido estar cerca de Gonzalo.

Guardo en mi memoria no pocas perlas espirituales recibidas de él, un alma profunda, con una inteligencia fuera de lo común que, aplicada a lo divino, era capaz de extraer lecturas nuevas y luminosas. Algunas las tengo apuntadas: “Hoy he conseguido rezar solo tres misterios del rosario. La Virgen es una mujer. Hay que visualizarla. Te la puedes encontrar, si ella quiere, en cualquier esquina”. O, en otra ocasión: “el Evangelio es un libro que habita en el interior de cada alma. Cada vez que lo leo entiendo algo de mi propia circunstancia…”

Una de las últimas veces que hablé con él estaba intentando penetrar en lo más profundo del perdón. El perdón en primera persona, ahora sí, con urgencia real, sin intelectualismos, con la fuerza que da haber sufrido durante tres años un dolor casi continuo: “Perdonar es muy difícil. Es un acto de grandeza. Hay que perdonar, Javi”.

Su última petición, por teléfono, lacónica, fue: “El día que vengas, me interesa hablar de cómo rezar en el dolor”. No pudo ser. Le mandé unas notas. Le preocupaba que su oración, ante la dificultad de concentración que le provocaba el dolor, fuera demasiado mecánica. “La oración mecánica es como la voz del enamorado, que no sabe decir otra cosa que ‘te quiero’, y lo repite una y otra vez», le escribí. “Bien visto. Gracias”, me contestó.

Hace un rato, volando hacia España, después de pelearme unas cuantas horas con la wi-fi que promete la publicidad a veces engañosa del avión que me acoge y me comprime, me ha entrado, como llegado desde el Cielo en un despiste del piloto, la noticia de que Gonzalo ha dejado de sufrir.

Como sucede con las almas grandes, ya he empezado a sentir su cercanía y su calor, con aquella extraña energía que recibe la vida humana cuando resurge en espíritu, capaz de atravesar la materia y percutir en el hondón del alma con la inusitada fuerza del Amor nuevo en que se estrena. Un alma grande, sí, que ha volado muy alto ─como pocas he visto yo─ en estos últimos años de enfermedad. Y, para mí y para tantos, desde hoy, ¡un amigo en el Cielo!

Fuente:  javiervidalquadras.com

 

10/26/23

Unidos al Papa de todo corazón

Rafael Domingo


Una certera y cuidada reflexión sobre la unidad de los católicos con el sucesor de Pedro "principio y fundamento perpetuo y visible de unidad".

Vivir la unidad en la Iglesia y con el Papa es un don que Dios concede a los corazones humildes, verdaderamente libres. La unidad es un don y una tarea que cada católico ha de llevar a cabo diariamente.

Unidos a Cristo en su Iglesia

Unidad es la propiedad de un ser que impide que pueda dividirse. El vínculo de unidad más firme y profundo lo constituye el amor, por ser de carácter netamente divino. Por eso, hablar de unidad es hablar de amor y hablar de amor a la unidad es hablar de la unidad del amor, es decir, de la unidad del único Dios, que es amor: “Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Juan 4, 16).

Los católicos sabemos por la fe del misterio de la unidad de Dios en la Trinidad de personas, es decir, en una comunión de amor. Siendo Dios uno, el Padre que ama es uno, el Hijo amado es uno y el Espíritu Santo, vínculo de amor, es uno. Sabemos también por la fe que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero Hombre en la unidad de su Persona divina y que su Cuerpo Místico, la Iglesia, es una: una sola es la fe, una sola la vida sacramental, y única la sucesión apostólica. 

Es Cristo quien, por la acción vivificadora del Espíritu Santo, otorga unidad a su Cuerpo Místico, la Iglesia. Por eso, la Iglesia, como nos recordó san Juan Pablo II, “vive de la Eucaristía” (Ecclesia de Eucharistia 1), que nos une sacramentalmente a Cristo y nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre hasta formar un solo cuerpo. Todo bautizado participa de este sagrado misterio de la unidad.

Unidos al Papa en la Iglesia de Cristo

El amor a la unidad de la Iglesia se manifiesta de una manera muy particular en la unión con el Romano Pontífice, “principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium 23). 

Por eso, los católicos debemos vivir profundamente unidos al Papa, en plena comunión con él, con independencia de su raza, lengua, color, lugar de nacimiento, inteligencia, capacidad, carácter, gustos o simpatía personal. Se trata de una unión netamente espiritual, y, por tanto, estable, permanente, que no puede depender de los avatares de la vida, de la atracción emocional que nos produzca el talante o el talento de un Papa concreto ni de la satisfacción intelectual que nos generen sus enseñanzas. El verdadero amor al Papa, al dulce Cristo en la tierra, como lo llamaba santa Catalina de Siena, es más divino que humano. De ahí que deba pedirse a Dios como un don que se recibe, que el Espíritu Santo otorga a cada uno para que fructifique en obras de servicio a la Iglesia. 

Esta unión con el Papa se ha de manifestar en un profundo respeto y afecto filial hacia su persona, una oración constante por sus intenciones, una ininterrumpida escucha de su doctrina, una obediencia pronta a sus disposiciones y un servicio desinteresado en todo cuanto solicite.

No ser más papistas que el Papa

Cuando el modo de ser y gobernar de un Papa nos atraiga y sintamos que “hay química”, podemos dar gracias a Dios porque esas emociones positivas que surgen en nosotros nos facilitarán una mayor oración de petición por el Romano Pontífice. Lo emocionalmente positivo constituye un potente motor que allana el camino de la virtud. 

Cuando el modo de ser y gobernar de un Papa concreto no nos satisfaga plenamente o no compartamos algunas de sus decisiones en materias opinables, será el momento de ir emocionalmente e intelectualmente contra corriente, de purificar la intención, y de aumentar y redoblar la oración por su persona e intenciones hasta alcanzar ese estado de amor y oración constante por el Papa que nada tiene que ver con emociones pasajeras ni argumentos cambiantes. Amar al Papa no significa ser más papistas que el Papa, sino vivir unidos a su persona e intenciones en Cristo.

Esta unión con el Papa, como cabeza del colegio episcopal, se manifiesta también en la unión con todos y cada uno de los obispos en comunión con el Papa, como sucesores de los apóstoles. Como decía san Ignacio de Antioquía (Carta a los esmirnianos 8.1): “nadie haga al margen del obispo nada en lo que atañe a la Iglesia”. La Iglesia, como nos ha recordado el Papa Francisco, es esencialmente comunión y, por ende, “sinodal”, porque todos caminamos juntos (Discurso 18.9.21, entre otros muchos).

Conclusión: la unidad como don y tarea

Vivir la unidad en la Iglesia y con el Papa es un don que Dios concede a los corazones humildes, verdaderamente libres, que viven completamente eucaristizados (san Justino, Apología 1, 65), dentro del Corazón de su Hijo y se nutren de él. Además de don divino, la unidad también constituye una tarea gustosísima, que requiere un esfuerzo continuado y exige, cada día, una nueva conquista, en la que, una vez más, se unen el cielo y la tierra.

Fuente: omnesmag.com

Cristianos del siglo XXI con el espíritu de los primeros

 José Antonio García-Prieto Segura

Curiosas coincidencias han hecho que los “primeros cristianos” llamen de nuevo a mi puerta. Terminaba de releer “Los primeros cristianos en Roma”, de Jerónimo Leal -profesor de Patrología en la Universidad de la Santa Cruz, en Roma-, al mismo tiempo que enviaba mi artículo “Iglesia sinodal y primeros cristianos”, publicado el pasado día 17. Y justamente el mismo día del envío, Gabriel, amigo promotor de www.primeroscristianos.com me regalaba recién salido de imprenta “El ejemplo de los primeros cristianos” (EUNSA, 2023), donde recoge sus trabajos en esa página web.

Tanta conjunción sincrónica en torno a los protagonistas de la Iglesia naciente me impulsa a hablar nuevamente de ellos para animarnos a seguir su ejemplo y tomar nota de algo indiscutible: si lo que fue esencial en sus vidas no permaneciera también hoy en las nuestras, la Iglesia llegaría a su fin. No sucederá porque, en palabras de su Fundador, “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”(Mt 16, 18);pero convendrá repasar qué fue lo esencial, las claves por las que vida y mensaje de aquellos primeros triunfó y ha llegado hasta nosotros, incluso tantas veces contra viento y marea.                                                       

“Contra viento y marea” recuerda la furiosa tormenta en el lago de Genesaret contra la barca de Pedro, imagen tradicional de la Iglesia. Hoy también, no menos que entonces, la Iglesia se ve sacudida por olas turbulentas que, como aguas de confusas ideologías y modernas costumbres neo-paganas, pugnan por entrar en la barca de Pedro para hundirla. Estos vientos son, en el fondo, los mismos que soplaron contra los primeros cristianos, pero hoy lo hacen con lenguajes seductores y ropajes variopintos, porque el demonio no da la cara y le gustan los disfraces. Recordaré pues, los dos ámbitos contrapuestos en la pugna: el de los factores positivos que explican la supervivencia del mensaje cristiano, y el de los vientos que entonces le fueron contrarios.

Un primer factor esencial fue que vivieron codo con codo junto a sus conciudadanos, como lo hizo Jesús, sin crear un gueto aparte por así decir. Pero a la vez, fue una vida ordinaria en coherencia con la de Cristo y, por tanto, yendo contracorriente de los parámetros paganos de su época, y de los usos y costumbres opuestos a la dignidad humana. Seguían aquellas palabras de san Pablo: “hacedlo todo (…) sin tacha, en medio de una generación depravada y perversa” (Fil 2,15); y Pablo no escribía de oídas. Idéntico testimonio encontramos en la Carta de un cristiano del siglo II dirigida a un tal Diogneto, donde leemos: ”Los cristianos no se distinguen de los demás hombres ni por su tierra, ni por su lengua, ni por sus costumbres (…); sin embargo, se muestran viviendo un tenor de vida admirable, que a todos sorprende”.

La Carta desciende a conductas concretas de los cristianos: “Como todos, se casan; como todos, engendran hijos, pero no abandonan a los recién nacidos. Ponen mesa común, pero no lecho. Están en la carne, pero no viven según la carne. Pasan su vida en la tierra, pero son también ciudadanos del cielo. Obedecen a las leyes establecidas, pero con su vida las sobrepasan” (Carta, 5).

Otro factor clave en la vida de los primeros fue su firmísima convicción de que Cristo -resucitado- caminaba no ya junto a cada uno, sino que vivía en su interior, en su corazón y, por el amor, se manifestaba después en obras que todo el mundo podía ver: en medio del diario ajetreo, en el trabajo, en la convivencia, en la ayuda al necesitado, en la plaza pública…. Era una conducta a la vista de todos, en el escaparate, atrayente, y que Tertuliano resumió en su Apología con el conocido elogio: “Mirad, cómo se aman”. Era la fe encarnada, hecha vida en obras que entraban por los ojos. Han pasado XXI siglos, la sociedad humana ha evolucionado en muchos aspectos, pero las vidas ejemplares de aquellos primeros nos jalean hoy para que mantengamos lo permanente, y lo transmitamos a la siguiente generación.

Otra clave más, esencialísima como las anteriores: no tenían maniatado ni escondido en su intimidad el amor a Cristo, sino que lo comunicaban a todos “con ocasión y sin ella”que dirá san Pablo a Timoteo, porque se sabían apóstoles, enviados por él, en virtud del Bautismo. Así, el fuego del Espíritu se difundió a los cuatro vientos, llegando a todos los corazones.

Siendo determinantes las claves mencionadas, considero primerísima y animadora de todas, el hecho de que cada cristiano, a través de la fe, se dejó conquistar como sucede con los enamorados, por el encuentro con el amor de Dios y su atrayente humanidad en la persona divina de Jesús. Esto hizo que, personalmente, casa uno se tomara muy en serio las palabras del Señor: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20). Cada uno se hizo creyente de los pies a la cabeza, a tiempo completo, y sin ocultar su fe.

Botón de muestra del acompañamiento y fuerza cautivadora de Jesús, lo ofreció él mismo, el día de su resurrección, al abordar a los discípulos de Emaús. Abatidos y desesperanzados, igual que nos puede suceder a nosotros, con el ardor de Jesús recobraron su fe muerta, como lo manifestaron diciéndose uno a otro:“¿No es verdad que ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Luc 24, 32).Es lógico pensar que, en cada creyente de los primeros tiempos, ardía una llama del espíritu que conquistó a los de Emaús.

Pasando ya al ámbito opuesto, el de los vientos contrarios, ¿dónde estuvieron los peligros principales? Por resumirlos al máximo, mencionaré solo dos; el de las persecuciones cruentas que se cobraron muchos mártires, y el más grave y sinuoso: el riesgo de adulterar la verdad del mensaje con falsas doctrinas que intentaron introducirse en la Iglesia. A distancia de XXI siglos poco han cambiado las cosas, aunque esta afirmación pueda sorprender.

Las primeras persecuciones cruentas más que obstáculo fueron nuevo impulso para la fe, como testimoniaba Tertuliano: “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. Hoy tampoco faltan testimonios martiriales de cristianos, y el Informe de 2023 sobre libertad religiosa en el mundo, que bienalmente publica Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), señala que en 61 países los ciudadanos se han enfrentado a graves violaciones de la libertad religiosa y en 28 de ellos, a clara persecución.                                                                                                                  El otro gran peligro ya mencionado, fue el riesgo de adulterar el mensaje cristiano con enseñanzas contrarias a la verdad. Concretamente, por el gnosticismo. Las enseñanzas gnósticas buscaban seducir con un engañoso conocimiento pretendidamente superior al de la revelación de Jesús, y una práctica de vida desencarnada y espiritualista. Sin embargo, ese “caballo de Troya” del gnosticismo no logró penetrar en la Iglesia; aunque el tema requiere más desarrollo, es momento de concluir ya, recordando las palabras del Señor y la intención de estas líneas.

Las puertas del infierno no prevalecerán: no ganaron la batalla entonces, ni tampoco triunfarán hoy. La antorcha de la fe y vida cristiana de los primeros ha llegado hasta nosotros, y no permitiremos que se apague. El actual “caballo de Troya” con sus modernas ideologías -igualitarismos indiscriminados, buenismos que adulteran la realidad, cantos de sirena para copiar en la Iglesia modelos de gobierno ajenos a la voluntad de Cristo, conductas vejatorias de la dignidad humana, etc.-, ha de quedar fuera de la viña del Señor. Con su gracia, el testimonio sereno y firme de los primeros cristianos, ha de seguir prevaleciendo en nosotros, cristianos del siglo XXI.

Fuente: religion.elconfidencialdigital.com

La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente

El Papa ayer en la Audiencia General


Catequesis 24. Los Santos Cirilo y Metodio, apóstoles de los eslavos

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy os hablaré de dos hermanos muy famosos en Oriente, hasta el punto de que se les llame “los apóstoles de los eslavos”: los santos Cirilo y Metodio. Nacidos en Grecia en el siglo IX en una familia aristocrática, renuncian a la carrera política para dedicarse a la vida monástica. Pero su sueño de una existencia retirada dura poco. Son enviados como misioneros en la Gran Moravia, que en la época comprendía varios pueblos, ya en parte evangelizados, pero en los cuales sobrevivían muchas costumbres y tradiciones paganas. Su príncipe pedía un maestro que explicara la fe cristiana en su lengua.

La primera tarea de Cirilo y Metodio es por tanto estudiar a fondo la cultura de esos pueblos. Siempre este estribillo: la fe debe ser inculturada y la cultura debe ser evangelizada. Inculturación de la fe, evangelización de la cultura, siempre. Cirilo pregunta si tenían un alfabeto; le responden que no. Y él replica: ¿quién puede escribir un discurso sobre el agua?”. De hecho, para anunciar el Evangelio y para rezar hacía falta un instrumento propio, adecuado, específico. Inventa así el alfabeto glagolítico. Traduce la Biblia y los textos litúrgicos. La gente siente que esa fe cristiana ya no es “extranjera”, sino que se convierte en su fe, hablada en la lengua materna. Pensad: dos monjes griegos que dan un alfabeto a los eslavos. Esta es la apertura del corazón que arraigó el Evangelio entre ellos. No tenían miedo estos dos, eran valientes.

Pero pronto comenzaron los conflictos por parte de algunos latinos, que ven arrebatado el monopolio de la predicación entre los eslavos, esa lucha dentro de la Iglesia, siempre así. Su objeción es religiosa, pero solo en apariencia: Dios puede ser alabado – dicen – solo en las tres lenguas escritas en la cruz, el hebreo, el griego y el latín.  Estos tenían la mentalidad cerrada para defender la propia autonomía. Pero Cirilo responde con fuerza: Dios quiere que todo pueblo lo alabe en la propia lengua. Junto al hermano Metodio apela al Papa y este aprueba sus textos litúrgicos en lengua eslava, los hace colocar en el altar de la iglesia de Santa María Mayor y canta con ellos las alabanzas del Señor según esos libros. Cirilo muere pocos días después, sus reliquias son todavía veneradas aquí en Roma, en la basílica de San Clemente. Metodio, sin embargo, es ordenado obispo y enviado de nuevo a los territorios de los eslavos. Aquí tendrá que sufrir mucho, incluso será encarcelado, pero, hermanos y hermanas, nosotros sabemos que la Palabra de Dios no es encadenada y se difunde entre esos pueblos.

Mirando el testimonio de estos dos evangelizadores, que san Juan Pablo II quiso copatrones de Europa y sobre los cuales escribió la encíclica Slavorum Apostoli, vemos tres aspectos importantes.

En primer lugar, la unidad: los griegos, el Papa, los eslavos. En esa época había en Europa una cristiandad no dividida, que colaboraba para evangelizar.

Un segundo aspecto importante es la inculturación, de la cual he dicho algo antes: evangelizar la cultura y la inculturación hace ver que la evangelización y cultura están estrechamente conectadas. No se puede predicar un Evangelio en abstracto, destilado, no: el Evangelio debe ser inculturado y es también expresión de la cultura.

Un último aspecto, la libertad. En la predicación hace falta libertad, pero la libertad siempre necesita de la valentía, una persona es libre cuanto más valiente es y no se deja encadenar por tantas cosas que le quitan la libertad.

Hermanos y hermanas, pidamos a los santos Cirilo y Metodio, apóstoles de los eslavos, ser instrumentos de “libertad en la caridad” para los otros.  Ser creativos, ser constantes y ser humildes, con la oración y con el servicio.

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Saludos

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor, por intercesión de los santos Cirilo y Metodio, que nos conceda ser instrumentos de unidad, de paz, estableciendo en nuestro entorno relaciones cordiales, que contribuyan a superar el odio y las contraposiciones que hieren y que dividen a la gran familia humana. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Muchas gracias.

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LLAMAMIENTO

Pienso siempre en la grave situación en Palestina y en Israel: pido la liberación de los rehenes y el ingreso de las ayudas humanitarias a Gaza. Sigo rezando por quien sufre y esperando en caminos de paz, en Oriente Medio, en la martirizada Ucrania y en las otras regiones heridas por la guerra. Recuerdo a todos que pasado mañana, el viernes 27 de octubre, viviremos una jornada de ayuno, de oración y de penitencia; a las 18.00, en San Pedro, nos reuniremos a rezar para implorar la paz en el mundo.

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Resumen leído por el Santo Padre en español 

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy nos acercamos a la figura de dos misioneros apasionados con la evangelización: los hermanos Cirilo y Metodio, llamados también “los apóstoles de los eslavos”. Mi predecesor Juan Pablo II los proclamó copatronos de Europa. Quisiera destacar tres aspectos importantes de estos santos: la unidadla inculturación y la libertad. Cirilo y Metodio evangelizaron siempre unidos a Cristo y a la Iglesia. También hoy urge que estemos unidos para anunciar el Evangelio. Donde hay división, trabaja el diablo.  

Además, estos dos monjes se adentraron tanto en aquella cultura —se inculturaron tanto—, que incluso llegaron a crear un alfabeto propio, que hizo posible la traducción de la Biblia y de los textos litúrgicos a las lenguas eslavas, favoreciendo con ello la difusión de la Buena Noticia. Por último, quisiera subrayar que, a pesar de las críticas y los obstáculos, Cirilo y Metodio se caracterizaron por la libertad evangélica, que los impulsaba a seguir las inspiraciones del Espíritu y a estar abiertos al futuro que Dios les iba indicando.    

Fuente: vatican.va

 

10/25/23

Para que gane el hombre, el mundo

Juan Luis Selma

Las guerras que está sufriendo el mundo no son de religión, sino de increencia, de orgullo

Estoy muy tocado por las reacciones que he visto estos días en torno al desgraciado suceso de Álvaro Prieto. Las vigilias de oración y misas en Córdoba, los comentarios de madres y de amigos. El lunes, al llegar al colegio Ahlzahir, encontré a todos conmocionados, especialmente a los chicos de Bachillerato. Celebramos una eucaristía, rezamos y veíamos la necesidad de hacer un poco más humana esta sociedad desde nuestra fe.

Tanto dolor no puede ser en vano. Aprovechemos para estar más cerca unos de otros, para ser más humanos, mirando al Hombre perfecto: Cristo. Tengamos esperanza en la otra vida que nos espera: sin llanto ni dolor. Seamos valientes y demos la vuelta a la sociedad dando espacio a Dios, a las virtudes cristianas, a la preocupación por los demás. No se trata de buscar culpables, sino de ser mejores, para que gane el hombre, el mundo.

Hoy es la fiesta de san Juan Pablo II, además de ser el Domund: el domingo de las misiones. Momento propicio para proclamar la belleza de nuestra fe. Para encender nuestros corazones y ponernos en camino, como reza el lema de este año: Corazones ardientes. Pies en camino. Tenemos que ser un corazón con patas, vivo, encendido, en movimiento. Repartiendo esperanza y amor, como Juan Pablo II, por todos los rincones.

Hace 45 años resonaba poderosa y vibrante la voz del joven papa polaco: “¡Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con la potestad de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera! ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!”, seguía proclamando en la inauguración de su ministerio: “Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce lo que hay dentro del hombre. ¡Solo Él lo conoce!”.

Tenemos el temor de que Dios nos robe algo, nos quite humanidad, algo de nuestra felicidad y autonomía. Nada más equivocado. Las guerras que está sufriendo el mundo no son de religión, sino de increencia, de autosuficiencia y de orgullo; de venganzas y de falsos derechos, de oscuros motivos, incluso económicos. Dios no tiene la culpa. Tampoco la tiene de la muerte del joven Álvaro. Somos los hombres, con nuestros pecados, los que oscurecemos el mundo, los que lo hacemos inhabitable. Él lo hizo bueno, el enemigo es quien siembra la cizaña.

Ser de Dios, vivir según su ley, con Él, no nos deshumaniza. Es el único que no tiene intereses propios, torcidos, inconfesables, que no quita nada. Vale la pena fiarse de Dios. Lo dicen también las encuestas: muestran que los creyentes tienen mejor calidad de vida. En Dios hay esperanza y perdón, hay luz y seguridad, hay camino y compañía; hay familia y vida, futuro.

Si nos dejamos acompañar por Jesús, si nos miramos en Él y vivimos con Él, seremos mejores hombres y mujeres, estaremos en las cosas de los demás. Oiremos, cómo nos dice el Evangelio, “dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Jesús y sus discípulos trabajaban, cuidaban de su familia, pagaban impuestos, se preocupaban de los demás, cumplían las leyes; eran los mejores ciudadanos.

También los cristianos son simpáticos, hacen la vida agradable, tienen chispa. Junto a la princesa Leonor, fueron protagonistas de la Fiesta Nacional sus compañeros cadetes. Se ha hecho viral el saludo, en el besamanos del Palacio Real, de Miguel Reynoso, que sacó los colores y la sonrisa de la Princesa y de los Reyes. Con su mirada pícara le dijo: “¡Qué guapa estás, Borbón!”. Como es sabido, el tal Miguel tiene unas profundas creencias religiosas heredadas de su familia; esto no le quita ni pizca de humanidad.

Con Dios ganamos, sumamos. No nos dejemos engañar. Son paradigmáticas las palabras de Benedicto XVI en la inauguración de su pontificado, en las que se refería a su predecesor: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! El Papa hablaba a los fuertes, a los poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad a la fe. Sí, él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la corrupción, del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les habría quitado nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una sociedad justa”.

No privemos a los nuestros de la luz y de la sal de Cristo. No tengamos reparos a vivir en plenitud la vida cristiana. Esto no nos separa del mundo ni de los demás, un corazón ardiente impulsa a servir y a amar. La fe auténtica no enrarece, devuelve la auténtica humanidad.

Fuenteeldiadecordoba.es

10/23/23

¿Yo, qué imagen llevo dentro de mí?

 El Papa ayer en el Ángelus


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El Evangelio de la Liturgia de hoy nos relata que algunos fariseos se unen a los herodianos para tender una trampa a Jesús. Siempre buscaban tenderle trampas. Van donde Él y le preguntan: «¿Es lícito pagar impuesto al César o no?» (Mt 22,17). Es un engaño: si Jesús legitima el impuesto, se pone de parte de un poder político mal respaldado por el pueblo, mientras que si dice de no pagarlo puede ser acusado de rebelión contra el imperio. Una auténtica trampa. Pero Él escapa de esta insidia. Pide que le muestren una moneda, que lleva impresa la imagen del César, y les dice: «Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (v. 21). ¿Qué significa esto?

Estas palabras de Jesús se han convertido en algo de uso común, pero a veces se han utilizado de manera equivocada – o al menos reductiva – para hablar de las relaciones entre Iglesia y Estado, entre cristianos y política; a menudo se entienden como si Jesús quisiera separar a “César” y a “Dios”, es decir, la realidad terrenal de la espiritual. A veces, también nosotros pensamos así: una cosa es la fe con sus prácticas y otra cosa, la vida de todos los días. Y esto no funciona. Esto es una “esquizofrenia”, como si la fe no tuviera nada que ver con la vida concreta, con los desafíos de la sociedad, con la justicia social, con la política y etcétera.

En realidad, Jesús quiere ayudarnos a colocar al “César” y a “Dios” cada uno en su importancia. Al César - es decir, a la política, a las instituciones civiles, a los procesos sociales y económicos – pertenece el cuidado del orden terrenal, y nosotros, que en esta realidad estamos inmersos, debemos restituir a la sociedad lo que nos ofrece a través de nuestra contribución de ciudadanos responsables, prestando atención a lo que se nos confía, promoviendo el derecho y la justicia en el mundo del trabajo, pagando honestamente los impuestos, comprometiéndonos por el bien común y etcétera. Pero, al mismo tiempo, Jesús afirma la realidad fundamental: que a Dios pertenece el hombre, todo hombre y todo ser humano. Y esto significa que nosotros no pertenecemos a ninguna realidad terrenal, a ningún “César” de turno. Somos del Señor y no debemos ser esclavos de ningún poder mundano. En la moneda, por lo tanto, está la imagen del emperador, pero Jesús nos recuerda que en nuestra vida está impresa la imagen de Dios, que nada ni nadie puede ensombrecer. Al César pertenecen las cosas de este mundo, pero el hombre y el mundo mismo pertenecen a Dios: ¡no lo olvidemos!

Comprendamos entonces que Jesús nos está devolviendo a cada uno de nosotros a la propia identidad: en la moneda de este mundo está la imagen de César, pero, ¿tú – yo, cualquiera de nosotros - qué imagen llevas dentro de ti? Hagámonos esta pregunta: ¿yo, qué imagen llevo dentro de mí? ¿Tú, de quién eres imagen en tu vida? ¿Nos acordamos de pertenecer al Señor, o nos dejamos modelar por las lógicas del mundo y hacemos del trabajo, de la política, del dinero, nuestros ídolos a adorar?

Que la Virgen Santa nos ayude a reconocer y a honrar nuestra dignidad y la de todo ser humano.

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Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

De nuevo una vez más mi pensamiento va a lo que está sucediendo en Israel y en Palestina. Estoy muy preocupado, afligido, rezo y estoy cerca de todos lo que sufren, de los rehenes, de los heridos, de las víctimas y de sus familiares. Pienso en la grave situación humanitaria en Gaza y me aflige que también el hospital anglicano y la parroquia greco-ortodoxa hayan sido alcanzados en los días pasados. Renuevo mi llamamiento para que se abran espacios, se siga permitiendo que llegue ayuda humanitaria y se libere a los rehenes.

La guerra, toda guerra que hay en el mundo – pienso también en la martirizada Ucrania – es una derrota. La guerra siempre es una derrota, es una destrucción de la fraternidad humana. ¡Hermanos, deteneos! ¡Deteneos!

Recuerdo que, para el próximo viernes, 27 de octubre, he convocado una jornada de ayuno, de oración y de penitencia, y que esa tarde, a las 18.00 horas en la plaza de San Pedro, viviremos una hora de oración para implorar la paz en el mundo.

Hoy se celebra la Jornada Misionera Mundial, que lleva por tema “Corazones ardientes, pies en camino”. ¡Dos imágenes que dicen todo! Exhorto a todos, en las diócesis y en las parroquias a participar activamente.

Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos, en particular a las hermanas Siervas de los Pobres hijas del sagrado Corazón de Jesús, de Granada; a los miembros del Centro Académico Romano Fundación; a la confraternidad del Señor de los Milagros, de los peruanos en Roma: y gracias, ¡gracias por vuestro testimonio! Seguid así, con esta piedad tan hermosa.

Saludo a los miembros del Movimiento misionero laical “Todos custodios de humanidad”, al Coro polifónico “San Antonio Abad” de Cordenons y a las asociaciones de fieles de Nápoles y de Casagiove.

Saludo también a los chicos de “Casa Giardino” de Casalmaggiore, al grupo de jóvenes amigos de la Comunidad del Emmanuel, a los dirigentes y a los profesores de la Escuela católica “Jean XXIII” de Toulon, a los estudiantes del Instituto “St. Croix” de Neuilly.

Deseo a todos un feliz domingo. también a vosotros, muchachos de la Inmaculada. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.

Fuente: vatican.va


10/21/23

MOMENTO DE ORACIÓN POR LOS MIGRANTES Y LOS REFUGIADOS

Reflexión del Papa

XVI ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS


Nunca sabremos agradecer lo suficiente a san Lucas por habernos transmitido esta parábola del Señor (cf. Lc 10,25-37). Esta parábola también está en el centro de la Encíclica Fratelli tutti, porque es una clave, yo diría la clave para pasar de la cerrazón de un mundo cerrado a un mundo abierto, de un mundo en guerra a la paz de otro un mundo. en paz. Esta tarde la hemos escuchado pensando en los migrantes, a quienes vemos representados en esta gran escultura: hombres y mujeres de todas las edades y procedencias; y en medio de ellos los ángeles que los conducen.

El camino que conducía de Jerusalén a Jericó no era una vía segura, como tampoco lo son hoy las numerosas rutas migratorias que atraviesan desiertos, bosques, ríos, y mares. ¿Cuántos hermanos y hermanas se encuentran hoy en la misma condición del caminante de la parábola? ¡Muchos! ¿Cuántos son asaltados, despojados y golpeados a lo largo del camino? Parten engañados por traficantes sin escrúpulos. Luego son vendidos como mercancías. Son secuestrados, encarcelados, explotados y convertidos en esclavos. Son humillados, torturados, y violentados. Y muchos, muchos mueren sin llegar nunca a su destino. Las rutas migratorias de nuestro tiempo están pobladas por hombres y mujeres heridos y abandonados medio muertos; por hermanos y hermanas cuyo dolor clama ante la presencia de Dios. A menudo son personas que escapan de la guerra y del terrorismo, como vemos lamentablemente en estos días.

También hoy, como entonces, están los que ven y pasan de largo, seguramente buscándose una buena excusa, en realidad por egoísmo, indiferencia, miedo. Esta es la verdad. En cambio, ¿qué nos dice el Evangelio sobre aquel samaritano? Dice que vio a aquel hombre herido y se conmovió (v. 33). Esta es la clave. Y La compasión es la huella de Dios en nuestro corazón. El estilo de Dios es la cercanía, la compasión y la ternura; este es el estilo de Dios. Y la compasión es la impronta de Dios en nuestro corazón. Esta es la clave. Este es el punto de inflexión. De hecho, desde ese momento la vida de aquel herido comenzó a recuperarse, gracias a aquel extraño que se comportó como un hermano. Y de este modo, el fruto no es sólo una buena acción de asistencia, sino el fruto es la fraternidad. 

Como el buen samaritano, estamos llamados a hacernos prójimos de todos los viandantes de hoy, para salvar sus vidas, curar sus heridas, aliviar su dolor. Lamentablemente, para muchos es demasiado tarde y no nos queda más remedio que llorar sobre sus tumbas, si las tienen, o el Mediterráneo acabó siendo su tumba. Pero el Señor conoce el rostro de cada uno, y no lo olvida.  

El buen samaritano no se limitó a socorrer al pobre viajero en el camino. Lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Aquí podemos encontrar el sentido de los cuatro verbos que resumen nuestra acción con los migrantes: acoger, proteger, promover e integrar. Los migrantes han de ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados. Se trata de una responsabilidad a largo plazo; en efecto, el buen samaritano se comprometió tanto al ir como al regresar. Por eso es importante prepararnos adecuadamente para los desafíos de las migraciones actuales, comprendiendo sus criticidades, pero también las oportunidades que estas ofrecen, con vistas al crecimiento de sociedades más inclusivas, más hermosas, más pacíficas.

Me permito subrayar la urgencia de otra acción, que no está contemplada por la parábola. Todos debemos comprometernos a hacer más seguro el camino, para que los viajeros de hoy no sean víctimas de los bandidos. Es necesario multiplicar los esfuerzos para combatir las redes criminales, que especulan con los sueños de los migrantes. Pero también es necesario indicar rutas más seguras. Por eso, es necesario comprometerse para ampliar los canales migratorios regulares. En el actual escenario mundial es evidente que es necesario hacer dialogar las políticas demográficas y económicas con las migratorias, en beneficio de todas las personas implicadas, sin olvidarse nunca de poner en el centro a los más vulnerables. También es necesario promover una orientación común y corresponsable para el control de los flujos migratorios, que parecen destinados a aumentar en los próximos años.

Acoger, proteger, promover e integrar; este es el trabajo que nosotros debemos hacer.

Pidamos al Señor la gracia de hacernos cercanos a todos los migrantes y los refugiados que llaman a nuestra puerta, porque hoy «todo el que no es salteador o todo el que no pasa de largo, o bien está herido o está poniendo sobre sus hombros a algún herido» (Carta enc. Fratelli tutti, 70).

Y ahora haremos un breve momento de silencio, recordando a todos aquellos que no han sobrevivido, que han perdido la vida en las diversas rutas migratorias, y a aquellos que han sido utilizados, esclavizados.

Fuente: vatican.va

10/20/23

El tributo al César

29.º domingo del Tiempo ordinario (Ciclo A).

Evangelio (Mt 22, 15-21)

Entonces los fariseos se retiraron y se pusieron de acuerdo para ver cómo podían cazarle en alguna palabra. Y le enviaron a sus discípulos, con los herodianos, a que le preguntaran:

—Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas de verdad el camino de Dios, y que no te dejas llevar por nadie, pues no haces acepción de personas. Dinos, por tanto, qué te parece: ¿es lícito dar tributo al César, o no?

Conociendo Jesús su malicia, respondió:

—¿Por qué me tentáis, hipócritas? Enseñadme la moneda del tributo.

Y ellos le mostraron un denario.

Él les dijo:

—¿De quién es esta imagen y esta inscripción?

—Del César —contestaron.

Entonces les dijo:

—Dad, pues, al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

Al oírlo se quedaron admirados, lo dejaron y se fueron.

Comentario

Jesús resuelve magistralmente la trampa dialéctica que le tendieron sus enemigos sobre el tributo al César con la célebre sentencia “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (v. 21). Con este logion o dicho, el Señor no solo desbarató la treta que le planteaban, sino que también sentó las bases para una recta distinción entre el poder temporal y el espiritual y para una actuación cristiana coherente en medio del mundo.

En tiempos de Jesús, Judea vivía una situación política y religiosa dramática. Por un lado, toda la región estaba sometida al Imperio Romano; como provincia conflictiva, Judea requería presencia militar permanente a cargo de un procurador, encargado de garantizar el sometimiento del pueblo y de cobrar los impuestos por medio de recaudadores locales: los publicanos. Por otro lado, los herodianos preferían la mediación de un príncipe local que cobrara los impuestos y diera parte del dinero a Roma. Por su parte, las autoridades religiosas debían velar por el sostenimiento del templo de Jerusalén, el culto y las instituciones.

En este cruce de intereses, el llamado tributo al César resultaba por tanto materia de controversia asegurada: ¿qué era lo justo en aquella difícil situación para cualquier judío piadoso? El denario era la paga de un jornalero por un día de trabajo (cfr. Mateo 20,2) y un par de denarios fue lo que dejó el buen samaritano en la parábola lucana para gastos de la posada (Lucas 10,35). Un denario equivalía a diez ases, y de ahí su nombre. No era una suma muy alta, pero tampoco despreciable; y, sobre todo, estaba destinada a los intereses de los romanos. El dilema parecía por tanto insalvable: si Jesús animaba a pagar el tributo, aparecía ante la opinión pública como amigo de los gentiles y su prestigio entre el pueblo podía caer. Si por el contrario animaba a no pagar el tributo, era posible acusarlo de soliviantar al pueblo contra Roma.

Con excelente sabiduría, Jesús invita a observar la moneda que servía para pagar y a verificar la presencia de la efigie del César acuñada en ella. San Hilario parafraseaba la respuesta de Jesús así: “La moneda del César está hecha en el oro, en donde se encuentra grabada su imagen; la moneda de Dios es el hombre, en quien se encuentra figurada la imagen de Dios; por lo tanto dad vuestras riquezas al César y guardad la conciencia de vuestra inocencia para Dios”.

El Papa Francisco retoma esta idea cuando dice: “La referencia a la imagen de César, incisa en la moneda, dice que es justo sentirse ciudadanos del Estado de pleno título —con derechos y deberes—; pero simbólicamente hace pensar en otra imagen que está impresa en cada hombre: la imagen de Dios. Él es el Señor de todo y nosotros, que hemos sido creados «a su imagen» le pertenecemos ante todo a Él”.

La respuesta de Jesús a la cuestión ha sido un recurso frecuente para desarrollar la doctrina social de la Iglesia, que defiende tanto el ámbito civil, con sus derechos y deberes, como el ámbito eclesial, con los suyos propios. Se trata de dar al César, a la autoridad legítima, lo que le corresponde en justicia y, a la vez, defender los derechos de la Iglesia, sin emplearla en beneficio propio o mezclarla con fines meramente temporales.

A propósito de esta escena y hablando a cristianos que tienen que santificarse en medio del mundo, san Josemaría recomendaba vivir la unidad de vida, es decir, conjugar los deberes cívicos con los religiosos sin invadir ni negar el ámbito de ninguno de ellos. Decía pues: “ya veis que el dilema es antiguo, como clara e inequívoca es la respuesta del Maestro. No hay —no existe— una contraposición entre el servicio a Dios y el servicio a los hombres; entre el ejercicio de nuestros deberes y derechos cívicos, y los religiosos; entre el empeño por construir y mejorar la ciudad temporal, y el convencimiento de que pasamos por este mundo como camino que nos lleva a la patria celeste. (…) La elección exclusiva que de Dios hace un cristiano, cuando responde con plenitud a su llamada, le empuja a dirigir todo al Señor y, al mismo tiempo, a dar también al prójimo todo lo que en justicia le corresponde”.

Fuente: opusdei.org