Juan Luis Selma
- Lo que le da sentido es el nacimiento del Hijo de Dios en un humilde pesebre. La estrella nos dirige hacia allí, no lo olvidemos
Este domingo comienza el tiempo de Adviento. Tenemos cuatro semanas para preparar la Navidad. Son días de mucho jaleo: luces, adornos, compras, cenas y comidas de empresa… Más que en un tiempo litúrgico, podemos sumergirnos en una espiral de consumismo.
Comentaba un amigo sacerdote que había pensado aprovechar muy bien estos días. Quería que fueran un tiempo de sacrificio y de oración, de cumplir con más finura sus deberes con Dios y con los demás. Como tenía que perder unos kilos, se ha propuesto un severo ayuno y privarse de los dulces, que no le vienen nada bien; también ser fiel a los tiempos de oración, a sus prácticas de piedad y a su trabajo. Como se puede observar, esta preparación nada tiene que ver con el “ambiente navideño” de la calle.
Para centrarnos, nos puede ayudar pensar en el comportamiento y sentimientos de una mujer a punto de dar a luz. Siente a su hijo cercano, lo nota en sus entrañas, capta sus movimientos, casi intuye su voz. Nada la distrae del próximo nacimiento, sabe que es lo más importante que le va a suceder. Vive una espera activa, de preparación: revisiones médicas, cuidado físico, adquisición del ajuar de la nueva criatura. Se priva de todo lo que pueda poner en peligro tanto su salud como la de su hijo. Sueña con ver su carita y acariciarle.
El Adviento tiene un profundo sentido de preparación, de examen, de vigilia. Debemos vivirlo con cuidado, con atención; no vaya a ser que no encontremos al que estamos esperando. Lamentablemente, el ruido, la agitación, el consumismo nos pueden despistar de su verdadero sentido. Es tiempo de mirar a la estrella que nos conduce al Portal.
Momento de esperanza, de espera activa. La ilusión de vivir bien la Navidad contrasta con nuestra experiencia de haber desaprovechado esta estupenda ocasión. Pueden pasar las fechas sin que nos acerquemos al Portal, sin que le llevemos el cariño y presentes al Niño Dios. Igual dejamos pasar la oportunidad de unirnos más a nuestros seres queridos, de reconciliarnos con algún pariente, de dar el cambio que tanto deseamos.
La costumbre de la corona de Adviento, con sus cuatro velas que vamos encendiendo cada domingo, nos anima a ser más luminosos, a tener y dar más luz según se va acercando la Navidad. Vamos a proponernos un pequeño itinerario de mejora. Por ejemplo, llenar de paz nuestro interior, perdonando y pidiendo perdón a los nuestros. Acercarnos al sacramento de la reconciliación, haciendo una buena confesión preparada, meditada, rezada. Podemos pedir ayuda a un amigo, un sacerdote, en el caso de que nos cueste o no sepamos.
Los momentos de preparación piden esfuerzo, sacrificio. Es la oportunidad de desprendernos de algún vicio, de mejorar en eso que nos gustaría: liberarnos de la dependencia del móvil, del tabaco, del mal hablar. Por cierto, podríamos decir menos tacos, utilizar palabras más amables; no usar el nombre de la Sagrada forma en vano y ayudar a que otros no lo hagan. No deja de ser una falta de respeto a lo más grande que tenemos, el Cuerpo de Cristo.
Vivir la espera con paciencia ayuda a valorar aquello que deseamos. Respetar los tiempos es bueno, dice el Eclesiastés: “Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. Tiempo de nacer, y tiempo de morir; tiempo de plantar, tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de lamentarse y tiempo de bailar…; tiempo de callar, y tiempo de hablar; tiempo de amar, y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra, y tiempo de paz”. Ya llegarán los turrones y mazapanes, el pavo y el cava. Ahora un poco de sobriedad nos vendrá muy bien.
La costumbre de leer todos los días el Evangelio y meditarlo la podríamos hacer en familia. También ensayar los villancicos, preparar el Nacimiento con los pequeños de la casa -en este caso está permitido un poco de jaleo-; al pensar en los regalos, podríamos incluir a aquellos que no los tendrán, ser generosos en las obras de caridad.
He preguntado a la IA cómo preparar la Navidad, la respuesta ha sido totalmente comercial y pagana: decoración de la mesa, menú, regalos, visitas… Gracias a Dios, sabemos que lo que le da sentido es el nacimiento del Hijo de Dios en un humilde pesebre. La estrella nos dirige hacia allí, no lo olvidemos.
Decía el Papa: “Hacerle espacio a Jesús en nuestro corazón: cada familia cristiana —como hicieron María y José—, ante todo, puede acoger a Jesús, escucharlo, hablar con Él, custodiarlo, protegerlo, crecer con Él; y así mejorar el mundo. Hagamos espacio al Señor en nuestro corazón y en nuestras jornadas. La familia de Nazaret nos compromete a redescubrir la vocación y la misión de la familia, de cada familia. Y, como sucedió en esos treinta años en Nazaret, así puede suceder también para nosotros: convertir en algo normal el amor y no el odio, convertir en algo común la ayuda mutua, no la indiferencia o la enemistad”.
Fuente: eldiadecordoba.es