Enrique García-Máiquez
La primera felicidad es descubrir a Nicolae Steinhardt
Pocos días después de la concesión del premio Nobel de literatura a John Fosse, Enrique García-Máiquez explicaba desde estas páginas que ese galardón le pilló por sorpresa. Y no solo a él: «Llamativamente, participo en un foro de internet con unos veinte intelectuales católicos inquietos e incansables lectores. Hay críticos, profesores y catedráticos. Ninguno conocía a Fosse. Ha tenido que venir el susodicho puñado de suecos a describirnos a un escritor católico, converso, de enorme calidad y que entra a fondo en los problemas existenciales con una óptica cristiana. Creo que al rebufo de esta curiosidad tendríamos que plantearnos cómo estamos comunicando en la Iglesia y sus alrededores los genios creativos que, contra lo que parece, tenemos, como siempre, pero ahora no llegan». Desde El Debate de las Ideas recogemos el guante y vamos a sacar a la luz, bajo el epígrafe «Desconocidos y olvidados», a autores que merece la pena descubrir o recuperar. Empezamos esta singular singladura de la mano, precisamente, de Enrique García-Máiquez, que nos propone descubrir a Nicolae Steinhardt.
Este título contiene una quíntuple felicidad y las cinco nos valen. Es posible que muchos de ustedes no conozcan a Nicolae Steinhardt (Bucarest, 1912-1989) ni el diario en el que narra su experiencia en un campo de concentración comunista. Era judío, de clase acomodada, pariente lejano de Sigmund Freud, al que conoció en 1927, con quince añitos (y al que irritó profundamente preguntándole por Jung y Adler) y miembro de la intelectualidad rumana. Sufrió la persecución antisemita durante el gobierno de Ion Antonesco, pero no fue hasta la llegada del comunismo cuando fue internado y torturado en las cárceles más crueles. Allí cumple cinco años, de 1959 a 1964.
Sin embargo, durante ese internamiento, encuentra, contra todo pronóstico, la felicidad. Hace gala de un extravagante savoir vivre indiscutiblemente elegante en mitad de las mayores penurias y miserias. Admira a sus compañeros de infortunio, muchos de ellos antiguos miembros de la Guardia de Hierro, rivales de antaño. Y, sobre todo, se convierte al cristianismo. Esta experiencia es la que narra en Diario de la felicidad. Lo terminó de escribir en 1972, pero no se publica hasta 1989, con la caída del Muro. El libro, que ya es un clásico en Rumanía, fue publicado en España por Ediciones Sígueme. No ha tenido el eco que merece y, sobre todo, el que nosotros necesitamos.
Véase su propio resumen: «En la pequeña celda de Zarca, solo, me arrodillo y hago balance. Entré en la cárcel ciego y salgo con los ojos abiertos; entré mimado y caprichoso, y salgo curado de ínfulas, aires de grandeza y caprichos; entré insatisfecho y salgo conociendo la felicidad; entré nervioso, irascible, sensible a las minucias y salgo indiferente; el sol y la vida me decían poco, ahora sé saborear un trozo de pan, por pequeño que sea; salgo admirando por encima de todo el valor, la dignidad, el honor, el heroísmo; salgo reconciliado: con aquellos a los que he hecho mal, con los amigos y los enemigos, incluso conmigo mismo». La primera felicidad es descubrir a este autor.
La segunda alegría es que Ediciones Sígueme acaba de sacar la segunda edición. Durante mucho tiempo lo he estado recomendado vivamente a unos y a otros para desesperación de todos, pues no lo encontraban.
La tercera felicidad es la contagiosa de Steinhardt y su ejemplo. En una de las peores cárceles del mundo, sometido a vejaciones insoportables a las que apenas da importancia, admira, piensa, reza, se convierte, llora de alegría, se ríe a mandíbula batiente. Sus descripciones son finísimas e hilarantes. Si él fue capaz de sostener su sonrisa, ¿cómo no nosotros, que no estamos tan mal?
Cuarta felicidad, la literatura. Diario de la felicidad es más que un libro testimonio de la represión marxista. Es una obra maestra literaria. Su estructura, muy suelta, un acarreo desordenado de recuerdos, con saltos en el tiempo, mezclando anécdotas, reflexiones, notas de lecturas y citas no es casual. Refleja la sinceridad del narrador y, además, su confianza en la Providencia, que siempre acaba bien el puzle de una vida (o de un libro). Son una gozada su sentido del humor, su vasta cultura (cita bien a muchos autores españoles: a Ortega y Gasset —que a fin de cuentas es nuestro pensador más europeo—, a Unamuno —que después de todo es un existencialista ibérico—, pero también a Eugenio d’Ors y otros), su indesmayable patriotismo rumano, el amor a sus padres, su perdón a los enemigos y su expresión exacta en el justo medio o, como él dice: «dicho sea esto sin una pizca de maldad o de falta de respeto, pero tampoco sin los rodeos convencionales».
La quinta alegría es más particular. Una de las ideas claves de Steinhardt es que Jesucristo es el perfecto caballero, el modelo de gentleman. Uno cierra su Diario de la felicidad más contento, deseando recomendarlo, más sabio, convertido en un mejor lector y con grandes ansias de emulación (a Cristo y a Nicolae).
Para que no tengan que fiarse ustedes solamente de mi palabra, ofrecemos, recortados y encabezados por asteriscos, unos fragmentos de la obra:
*Miles de demonios me corroen cuando veo cómo se confunde el cristianismo con la estupidez, con una especie de beatería boba y cobarde.
*Cuando has conocido a Cristo te es difícil pecar, te da una vergüenza terrible.
*El heroísmo está muy cerca de la bufonería.
*Se me ocurre decirle –tan emocionado que puedo adivinar su asombro– que también hay judíos que aman a Rumanía. «No me cabe la menor duda», me contesta con cortesía y con algo más.
*Me doy cuenta de que para un miedica como yo la testarudez es el único refugio.
*En este lugar siniestro hasta la irrealidad (una imagen bastante lograda de un infierno descolorido) iba a vivir los días más felices de mi vida.
*Desde el primer día me doy cuenta de que en la celda hay una sed enorme de poesía. Memorizar poemas es la diversión más placentera y continua de la vida en la celda. ¡Felices los que saben poesías!
*La falta de entusiasmo, dice Dostoievski, es la señal segura de la perdición. Pero lo único que no falta en la celda 34 es entusiasmo, y si así están las cosas, nada ni nadie está perdido.
*Todas las celdas están repletas de clérigos de todo tipo.
*Es posible que la definición de heroísmo y de santidad sea solo esta: hacer posible lo imposible.
*Creyendo solo a medias o un tercio, o incluso menos, casi nada, pero tan desgraciado que, con la desgracia misma ocupando el lugar de la fe, he tenido fe.
*El chivato. Esta expresión jergal está ahora en boca de los intelectuales y de la alta sociedad desde que sus miembros son los principales clientes de las cárceles.
*No sabía lo miedoso que soy. Es un descubrimiento terrible y no le veo solución.
*En ningún sitio y nunca nos pidió Cristo que fuéramos tontos. Nos llama a ser buenos, mansos, honrados y humildes de corazón, pero no idiotas.
*De la frase de Artur Miller [«but no pill can makeusinnocent»] se deduce que la felicidad y la tranquilidad no las podemos crear nosotros solos, por vía material –y que nos vienen dadas desde arriba–. Una prueba más de la existencia de Dios.
*Una inteligencia elemental es un deber. Sobre todo para un cristiano, que tiene que estar siempre alerta ante las tentaciones. Y la estupidez es una tentación.
*Nos falta totalmente el sentido del misterio. En este siglo XX el número de los aficionados a las novelas policiacas –a cuya cabeza yo me encuentro– es enorme. Nos gustan Edgar Poe, Conan-Doyle y Edgar Wallace, nos apasionan las aventuras del impecable lord Peter Wimsey, del bigotudo Hércules Poirot, del emperifollado Philo Vance, de los comisarios Ellery Queen, padre e hijo, del cínico Sam Spade, del discreto Mr. Fortune, del banal Maigret o de los complicados héroes de John Le Carré –¡y no percibimos el misterio que nos rodea a cada paso!
*Los caminos que llevan a la fe tienen todos el mismo nombre: apuesta, aventura, incertidumbre, pensamiento de un loco.
*Tal vez sea pura blasfemia, pero tengo una teoría propia según la cual Cristo no se nos muestra en los Evangelios únicamente como tierno, bueno, justo, sin pecado, misericordioso, poderoso, etc. En los relatos de los Evangelios –sin excepción– se nos aparece dotado de todos los atributos maravillosos de un gentleman y de un caballero.
*[En sus compañeros de celda, Steinhardt encuentra] una atmósfera de grandeza, de medievalismo hierático; ondean invisibles capas de púrpura, refulgen espadas de Damasco. Cada gesto revela un quijotismo contenido.
*[De Jesucristo] La fe en los hombres, el valor, el desapego, la benevolencia con los desgraciados de los que no puedes sacar ningún provecho (enfermos, extranjeros, encarcelados), el sentimiento seguro de la grandeza, la predisposición al perdón, el desprecio ante los prudentes y los ahorradores: todas ellas son cualidades del gentleman y del caballero.
*Desde este punto de vista, el libro más cercano a los Evangelios es Don Quijote, puesto que el caballero de La Mancha les dice a los de la venta que son caballeros sin saberlo y les pide que se porten como tales.
*[Apretujados en una celda mísera, él, judío, y un antiguo legionario se piden disculpas mutuamente.] Se apodera de nosotros ese estado de indecible felicidad ante el cual cualquier bebida, cualquier erotismo, cualquier espectáculo, cualquier comida, cualquier lectura, cualquier viaje, cualquier examen aprobado o cualquier cartera ministerial son una nadería, polvo y ceniza, engaño, vacío, desierto, moneda falsa y címbalo desafinado; es el estado que sigue a la plenitud de una acción conforme a las leyes divinas. Olas de alegría se vierten sobre nosotros, fluyen, nos inundan, nos embargan.
*A partir de cierto nivel (artístico, moral, espiritual, de conducta), la nobleza se sobreentiende.
*[Propone rezar a Chesterton con esta jaculatoria: «San Gilberto, ruega por nosotros»,] a imitación del «San Sócrates, ruega por nosotros» de Erasmo. [Y yo propongo rezar: «San Nicolae, sostennos la sonrisa».]
Fuente: eldebate.com