Juan Luis Selma
La vida, el mundo actual nos quiere llevar por otros derroteros. Nos incitan a pensar en nosotros, a buscar lo mío, a regalarme a mí mismo
Todos conocemos personas que están siempre alegres, contentas. Esto nos puede llamar la atención y cuestionarnos a qué es debido. Lo fácil es achacarlo a su carácter o, incluso, pensar que se trata de una persona un poco simple. Pero lo cierto es que esa alegría no nos deja indiferentes. La vemos en los niños y, también, en los santos. La contemplamos en las personas generosas y brilla por su ausencia en aquellos que van de importantes por la vida.
Si examinamos nuestro interior, veremos que el éxito profesional, el salirnos con la nuestra, el disfrute de los mejores placeres no siempre nos llena, ni nos da la buena alegría. No hace mucho hice un viaje en el AVE; en los asientos de mi izquierda iban dos jóvenes a una despedida de solteros. No pararon de beber cervezas, que llevaban de casa, para que les salieran más baratas. Querían alegrarse para llegar a la fiesta entonados. Como si el ir a una celebración no fuera ya motivo de gozo.
La liturgia de este domingo, que tiene nombre propio, Gaudete, nos invita a alegrarnos. “Hermanos: estad siempre alegres”, nos anima san Pablo. También nos recuerda la Sagrada Escritura, que "hay mayor alegría en dar que en recibir". El motivo de tanto gozo es la cercanía de El Salvador. En Belén, el Padre Eterno nos da a su Hijo. La Navidad es un misterio de entrega, de generosidad sin límites. Allí, Dios nos hace el mejor regalo, su Hijo, y por eso todos le llevan presentes.
El cántico de los ángeles, del cosmos, es de alegría. Si queremos, también nosotros podemos unirnos a ese gozo celestial siendo generosos, dando, regalando. La lógica de la alegría, de la felicidad, es la generosidad: la de dar. La vida, el mundo actual nos quiere llevar por otros derroteros. Nos incitan a pensar en nosotros, a buscar lo mío, a regalarme a mí mismo. Pensamos que esto es lo mejor y, sin darnos cuenta, nos encerramos en una espiral de egoísmo, idolatramos el yo y nunca tenemos bastante. El ego es insaciable, cada vez pide más y está más insatisfecho con lo que tiene.
Canta la poetisa Isabel Reyes: “Ah, si tú conocieras la alegría de dar! Mira, es la forma más hermosa de amar, que reciben los otros. Ser la fuente generosa para que todos puedan beber. Reconocerse agua y darse sin pensar, / Pues las almas son como las plantas, a las que hay que regar. Benditos y felices los que logran decir: Hoy me he dado”. Darse es Navidad, por eso es tan alegre.
Me comentaba una madre que estaba organizando la comida de Navidad. Les decía a los hijos que no se preocuparan, que ella lo pondría todo. Quería que estuvieran todos juntos y en armonía. Contrasta con otros comentarios que se escuchan entre hermanos o cuñadas…: pullitas sobre el táper, sobre lo que han llevado los otros, comparaciones… No estropeemos las fiestas, no rompamos la armonía. Al Portal cada uno lleva lo que puede y todo es bienvenido.
Vamos a plantear estos días desde la generosidad, intentemos ser un regalo para los otros. Vamos a pensar qué podemos llevar al Niño que va a nacer. Recorramos la lógica divina de la entrega y seamos parcos, sobrios con nosotros mismos. Regalémosle a Dios parte de nuestro tiempo asistiendo a la misa el día de Navidad. Dejemos a sus pies nuestros pecados en la confesión. Seamos una figurita más del Nacimiento que lleva humildes presentes. Lo podemos hacer regalando a los pobres.
Compartamos nuestro tiempo con los mayores o enfermos. Que nuestras visitas no sean de cortesía: rápidas, fugaces. Acompañemos a los que están solos. Planteemos nuestro descanso procurando que lo hagan nuestros seres queridos.
Vamos a fomentar este modo de ver la vida. Me comentaban de un niño, educado en esta escuela, que, al enterarse del papel de los padres en los regalos de Reyes, rebajó sustancialmente sus peticiones a los Magos de Oriente. Otros piden regalos para los niños pobres, para sus hermanos. Educar en la sobriedad, en la cultura de pensar en los otros, en la alegría de compartir, es ayudar a que los nuestros sean más felices. Todos hemos experimentado la verdad de esta actitud; lo felices que somos cuando pensamos en los demás, cuando somos generosos, cuando, por agradar, nos olvidamos de nosotros mismos.
Escribe Santa Teresa en el Libro de las Fundaciones: "Esta fuerza tiene el amor, si es perfecto: olvidamos nuestro contento por contentar a quien amamos".
La Navidad es un misterio de amor, del amor que Dios nos tiene queriendo ser uno como nosotros; del amor del Padre, que nos da a su Hijo. Dios está contento dando, regalando. Aprendamos nosotros. Salgamos de la tela de araña del egoísmo descubriendo las necesidades de nuestro prójimo. Experimentemos la alegría de dar.
Fuente: eldiadecordoba.es