Federico Piana
Hay un modo concreto de comprender con qué intensidad la Iglesia promueve y defiende la paz en el mundo: basta contar a todos los hombres y mujeres que, en todos los continentes, arriesgan su vida para difundir los valores de fraternidad humana que enseña el Evangelio. Sería demasiado largo relatar aquí las historias de los últimos quince años, pero dos de ellas, emblemáticas, pueden ayudar a esclarecer el gran empeño de los católicos por conseguir pacificar pueblos y naciones.
La primera historia procede de Haití, nación caribeña sumida hoy en el caos más absoluto y enfrentada a la feroz violencia de las bandas armadas que asolan el país y agravan su ya gran pobreza. En este contexto, Monseñor Pierre André Dumas, obispo de la diócesis de Anse-à-Veau-Miragoâne, siempre ha intentado que las distintas facciones enfrentadas dialoguen, organizando reuniones con los líderes de las distintas bandas armadas con el objetivo de alcanzar la paz. A finales de febrero, se encontraba en la capital haitiana, Puerto Príncipe, para una de estas reuniones cuando un atentado interrumpió sus sueños: ahora, herido, se debate entre la vida y la muerte.
Otra historia procede de Sudán, país africano desgarrado por un sangriento conflicto civil. Aquí hay una monja, la comboniana Elena Balatti, que en la frontera con Sudán del Sur reúne cada día a cientos de refugiados que, a causa de la guerra, quieren escapar a un lugar seguro. La hermana Elena, arriesgando cada vez su propia vida, los sube a un barco y los pone a salvo. Entre estos hombres y mujeres, sudaneses y sursudaneses, la Hermana Elena intenta reavivar el entendimiento y la paz.
Un compromiso global que no sólo une a monseñor Dumas y a la hermana Elena, sino también a muchos católicos de los que, tal vez, nunca se sepa nada.
Fuente: omnesmag.org