En el seminario vi que “Cristo era más fuerte que la tiranía”
El Papa en el discurso al serle conferida la ciudadanía honoraria de Frisinga
La desolación provocada por el nazismo, el deseo de renacimiento en la posguerra y la certeza de que la tiranía puede ser derrotada por Cristo son sentimientos ligados a los años de formación del Papa en el seminario.
Él mismo los evocó con emoción al recibir, el pasado 16 de enero, a la delegación de la ciudad alemana de Frisinga reunida en el Vaticano para conferir al Papa la ciudadanía de honor.
Durante el encuentro, el Papa recordó la profunda relación que le ata a esta ciudad, inserta en el territorio de la arquidiócesis bávara que él dirigió entre los años 1977 y 1982, antes de ser nombrado por Juan Pablo II prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Un vínculo especial destacado también en la elección de Joseph Ratzinger de incluir en su escudo episcopal y después en el pontificio el símbolo del “Moro de Frisinga” -la cabeza de moro coronada retratada en su lado izquierdo, usada por todos los arzobispos de Mónaco y Frisinga desde el 1817, año del “Concordato Bávaro”, que marca el año de nacimiento de la arquidiócesis- y del “Oso de San Corbiniano”, que se refiere a una leyenda relativa al obispo Corbiniano, llegado de Arpajon, cerca de París, en torno al año 724 para anunciar el Evangelio a la antigua Baviera.
En su improvisado discurso, el Papa habló de cuando, el 3 de febrero de 1946, el seminario de Frisinga reabrió sus puertas, después de una larga espera, a un grupo de aspirantes al sacerdocio.
En aquel momento, una parte de la casa se había convertido en hospital militar para prisioneros de guerra extranjeros, que estaban allí a la espera de ser devueltos a su patria, pero a pesar de la falta de comodidad, se vivía una especie de euforia, explicó Benedicto XVI.
“Estábamos en dormitorios, en salas de estudio, etcétera, pero éramos felices -afirmó-, no sólo porque finalmente se habían ido las miserias y las amenazas de guerra y del dominio nazi, sino también porque éramos libres y sobre todo porque estábamos en el camino al que nos sentíamos llamados”.
“Sabíamos que Cristo era más fuerte que la tiranía, que el poder de la ideología nazi y que sus mecanismos de opresión”, continuó.
“Sabíamos que a Cristo le pertenecen el tiempo y el futuro, y sabíamos que Él nos había llamado y que tenía necesidad de nosotros, que estaba necesitado de nosotros”, destacó.
“Sabíamos que la gente de aquellos tiempos cambiantes nos esperaba, esperaba sacerdotes que llegaran con un nuevo impulso de fe para construir la casa viva de Dios”.
Después llegaron los años de la Escuela superior de filosofía y de teología de Frisinga -que lo verán posteriormente como profesor de teología dogmática y fundamental-, en los que los profesores “no eran sólo estudiosos, sino también maestros, personas que no ofrecían sólo los frutos de su especialización, sino personas a las que les interesaba dar a los estudiantes lo esencial, el pan saludable que necesitaban para recibir la fe desde dentro”.
Benedicto XVI también recordó el día de su ordenación sacerdotal junto a su hermano Georg, celebrada en la catedral de Frisinga el 29 de junio de 1951, y las sensaciones experimentadas al permanecer tumbado en el suelo ante el altar, durante la invocación de los santos con el canto de las letanías.
“Cuando estás allí, supino, eres consciente una vez más de tu miseria y te preguntas: ¿pero seré realmente capaz de todo esto?”, confesó.
Tras la imposición de las manos por parte del ya mayor cardenal Faulhaber, “la conciencia de que es el Señor quien pone las manos sobre mí y me dice: me perteneces a mí, no te perteneces sólo a ti mismo, te quiero, ponte a mi servicio, pero también la conciencia de que esta imposición de las manos es una gracia, que no crea sólo obligaciones, sino que es sobre todo un don, que Él está conmigo y que su amor me protege y me acompaña”.
Finalmente, la memoria del Papa se detuvo en los tres años y medio que pasó junto a sus padres en el apartamento situado en Lerchenfeldhof, que “hicieron que sintiera Frisinga verdaderamente como 'mi casa'”.
El pontífice también recordó después las torres de la ciudad que se levantan en Dombert, la colina en la que se alza la catedral, y que “indican una altura distinta a la que podemos alcanzar con el aéreo: indican la verdadera altura, la de Dios, de la que proviene el amor que nos hace personas, que nos da el verdadero “ser humano”.
Al principio de la audiencia, según informa “L'Osservatore Romano”, el alcalde de Frisinga, Dieter Thalhammer, saludó a Benedicto XVI en nombre de los presentes, citando a Thomas Mann, que decía que “un habitante de Frisinga no es sólo alguien que ha nacido allí; habitantes de Frisinga son todos los que con la vida y con las obras están ligados a ella y la estiman y aprecian”.
“En este sentido, usted es un habitante de Frisinga”, añadió.
El alcalde también informó al Papa de que, en recuerdo de la concesión de la ciudadanía de honor, será colocada en el patio de la catedral una obra de bronce.