El amor, esencia de Dios y sentido de la historia
El Papa con motivo del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
En la liturgia de este domingo puede leerse una de las páginas más hermosas del Nuevo Testamento y de toda la Biblia: el llamado "himno a la cariad" del apóstol Pablo (1 Corintios 12,31-13,13). En su Primera Carta a los Corintios, tras haber explicado, con la imagen del cuerpo, que los diferentes dones del Espíritu Santo contribuyen al bien de la única Iglesia, Pablo muestra el "camino" de la perfección. Éste, dice, no consiste en tener cualidades excepcionales: hablar idiomas nuevos, conocer todos los misterios, tener una fe prodigiosa o realizar gestos heroicos. Consiste, por el contrario, en la caridad (ágape), es decir, en el amor auténtico, que Dios nos ha revelado en Jesucristo. La caridad es el don "más grande", que da valor a todos los demás, y sin embargo "no hace alarde, no se envanece", es más, "se regocija con la verdad" y con el bien del otro. Quien ama verdaderamente "no busca su propio interés", "no tiene en cuenta el mal recibido", "todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (Cf. 1 Corintios 13,4-7). Al final, cuando nos encontraremos cara a cara con Dios, todos los demás dones desfallecerán; el único que permanecerá para siempre será la caridad, pues Dios es amor y nosotros seremos semejantes a Él, en comunión perfecta con Él.
Por ahora, mientras estamos en este mundo, la caridad es el distintivo del cristiano. Es la síntesis de toda su vida: de lo que cree y de lo que hace. Por este motivo, al inicio de mi pontificado, he querido dedicar mi primera encíclica precisamente al tema del amor: Deus caritas est. Como recordaréis, esta encíclica tiene dos partes, que corresponden a los dos aspectos de la caridad: su significado, y luego su aplicación práctica. El amor es la esencia del mismo Dios, es el sentido de la creación y de la historia, es la luz que da bondad y belleza a la existencia de cada hombre. Al mismo tiempo, el amor es, por así decir, el "estilo" de Dios y del creyente, es el comportamiento de quien, respondiendo al amor de Dios, plantea su propia vida como don de sí mismo a Dios y al prójimo. En Jesucristo, estos dos aspectos forman una unidad perfecta: Él es el Amor encarnado. Este Amor se nos ha revelado plenamente en Cristo crucificado. Al contemplarle, podemos confesar con el apóstol Juan: "nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él" (Cf. 1 Juan 4,16; encíclica Deus caritas est, 1).
Queridos amigos: si pensamos en los santos, reconocemos la verdad de sus dones espirituales, y también de sus caracteres humanos. Pero la vida de cada uno de ellos es un himno a la caridad, un canto vivo al amor de Dios. Hoy, 31 de enero, recordamos en particular a san Juan Bosco, fundador de la Familia Salesiana, y patrono de los jóvenes. En este Año Sacerdotal, quisiera invocar su intercesión para que los sacerdotes sean siempre educadores y padres de los jóvenes; y para que, experimentando esta caridad pastoral, muchos jóvenes acojan la llamada a dar la vida por Cristo y por el Evangelio. Que Maria Auxiliadora, modelo de caridad, nos alcance estas gracias.
El último domingo de enero es la Jornada Mundial de los Enfermos de Lepra. El pensamiento se dirige espontáneamente al padre Damián de Veuster, quien dio la vida por estos hermanos y hermanas, y proclamé santo el pasado mes de octubre. Encomiendo a su celestial protección a todas las personas que por desgracia todavía hoy sufren a causa de esta enfermedad, así como a los agentes sanitarios y voluntarios que se entregan para que pueda existir un mundo sin lepra. Saludo en particular a la Asociación Italiana Amigos de Raoul Follereau.
Hoy se celebra también la segunda Jornada de Intercesión por la Paz en Tierra Santa. En comunión con el patriarca latino de Jerusalén y el custodio de Tierra Santa, me uno espiritualmente a la oración de tantos cristianos de todas las partes del mundo, saludando de corazón a todos los que se han congregado aquí con este motivo.
La crisis económica está causando la pérdida de numerosos puestos de trabajo, y esta situación exige gran sentido de responsabilidad por parte de todos: empresarios, trabajadores, gobernantes. Pienso en algunas realidades difíciles en Italia, por ejemplo, en Termini Imerese y Portovesme; me asocio, por tanto, al llamamiento de la Conferencia Episcopal Italiana, que ha alentado a hacer todo lo posible para tutelar y promover el empleo, asegurando un trabajo digno y adecuado para el sustento de las familias.
Un mensaje de paz nos lo traen también los muchachos y muchachas de la Acción Católica de Roma. Junto a mí se encuentran dos de ellos, a quienes saludo junto a los demás que se encuentran en la Plaza, acompañados por el cardenal vicario, por sus familias y educadores. Queridos muchachos: os doy las gracias, pues con vuestra "Caravana de la Paz" y con el símbolo de las palomas cuyo vuelo liberaremos dentro de poco dais a todos un signo de esperanza.