4/29/10

Aborto: la verdadera “cuestión moral de nuestro tiempo”


Gonzalo Miranda


A algunos podrá parecer fuera de lugar dedicar un número entero (es más, dos) de una revista de bioética (Studia Bioethica) al tema del aborto. Se pretende que la cuestión está ya superada desde el punto de vista ético y bioético. Incluso hay quien presiona para que el aborto se considere como un de los derechos humanos...
Nosotros pensamos en cambio que vale la pena hablar de ello. Y que hoy, más que hace algunos años, se puede afrontar el debate de forma razonada y seria. No hace mucho tiempo propuse a los autores de una importante retransmisión televisiva nacional, en la que yo acababa de participar, de invitar a dos mujeres americanas, madre e hija, que se encontraban en Italia. Se trataba de un bellísimo testimonio de acogida de la vida y de perdón, tras una interrupción del embarazo fracasada. Acogieron en seguida la propuesta, con una condición: no se debía mencionar la palabra “aborto” – “Ya sabe, estamos en televisión”.
Quizás hoy la cuestión ya no sea un tabú. Se puede hablar de ella; se habla. Pero se hace de modo esporádico, a menudo solamente en la onda de algún episodio llamativo o de la formación de alguna lista de cara a las elecciones políticas.
Se trata en cambio de una cuestión que merece ser siempre examinada, profundizada, entendida, discutida. El hecho de que una madre ponga fin, con la intervención del médico y con el aval de la lay, a la vida del hijo que lleva en su propio seno no podrá nunca convertirse en una cuestión banal, ni siquiera “normal”. Al contrario, si no se quiere huir de este drama y si tenemos presente su imponente dimensión social en nuestros días, deberíamos reconocer que se trata de una verdadera “cuestión moral”.
No reduzcamos este concepto al debate político sobre la corrupción dentro de cualquier partido. Hay problemas que demuestran ser mucho más que “cuestiones” y mucho más profunda y dramáticamente “morales”. Nelson Mandela decía que la situación de conflicto en los territorios de Gaza se había convertido en “la cuestión moral de nuestro tiempo”. Si se tuviera que hacer una clasificación, pensaría que la verdadera cuestión moral de nuestro tiempo, en Italia y en muchos otros países, es más bien la del aborto. Millones de mujeres en el mundo deciden poner fin a la vida que crece en su vientre; millones de pequeños seres humanos son eliminados antes de poder ver la luz del sol; millones de mujeres y de familias sufren por esta profunda laceración. Una cuestión en la que, además, está en juego nuestra propia concepción del ser humano y de su dignidad universal. En el fondo, se trata de una cuestión moral similar a algunas de las más densas y profundas que ha afrontado la humanidad a través de los siglos. Ante algunas cuestiones similares no basta hacer como si no pasara nada, mirando hacia otro lado.
A propósito de esto, puede ser muy instructivo recordar la cuestión moral de la esclavitud tal como se presentó en el debate social en los Estados Unidos hace ya dos siglos.
En 1857, la Corte Suprema americana dictó una sentencia (en el caso Dred Scott vs Sanford) que negaba a los negros los derechos reconocidos por la Constitución a los ciudadanos americanos. El texto de la sentencia explica que quienes escribieron la Constitución “no consideraban a los negros traídos como esclavos desde África y a sus descendientes como ciudadanos, dado que en aquella época eran considerados una clase de seres subordinada e inferior, que había sido subyugada por la raza dominante, y, emancipados o no, permanecían sujetos a su autoridad, y no tenían derechos y privilegios sino los que aquellos que tenían poder y el Gobierno quisieran ofrecerles” (1).
Podría parecer que la cuestión estaba definitivamente cerrada, nada menos que por una sentencia de la Corte Suprema en un país democrático en el que las sentencias dictan ley. Aquella sentencia, sin embargo, no resolvió el debate social sobre la esclavitud. El año siguiente, de hecho, tuvieron lugar los famosos siete debates públicos en el Estado de Illinois, de cara a las elecciones para el Congreso americano, entre Stephen Douglas y Abraham Lincoln. El tema central fue precisamente la esclavitud (2). No la posibilidad o no de abolirla totalmente. La cuestión debatida era más simplemente si se debía permitir la extensión legal de la esclavitud en los Estados del Norte, en los que aún no se había legalizado. Douglas acusó repetidamente a Lincoln de ser “abolicionista”, grave insulto en la época, que indicaba a una persona que pretendía abolir totalmente la esclavitud. Y la prueba era que se había permitido afirmar públicamente que la Declaración de Independencia americana se aplicaba tanto a los negros como a los blancos (afirmación que contrastaba evidentemente con la sentencia de la Corte Suprema apenas citada). Lincoln acusaba a Douglas de querer “nacionalizar la esclavitud”, extendiéndola a los Estados del Norte.
La argumentación de Douglas es de lo más significativa, también para nuestros tiempos: son los ciudadanos los que deben decidir democráticamente si quieren o no legalizar la esclavitud en su propio Estado. Era la llamada doctrina de la Popular Sovereignty (soberanía popular). En el fondo, la esclavitud era legal en muchos Estados (era un hecho consumado); y si los ciudadanos de otros Estados la querían, no se veía cómo alguien pudiera oponerse a esta voluntad democráticamente expresada. Todos los Estados, por tanto, debían tener el poder de excluir del orden de los derechos a las “razas inferiores”.
Lincoln no argumentó a favor de la completa igualdad social, pero afirmó que Douglas ignoraba la humanidad básica de los negros y el hecho de que los esclavos tuviesen el mismo derecho a la libertad. Dijo: “Concuerdo con el juez Douglas sobre el hecho de que él (el negro) no es igual a mí en muchos aspectos – ciertamente no en el color, y quizás tampoco en la capacidad moral o intelectual. Pero, en el derecho a comer, sin el permiso de nadie, el pan que gana con sus propias manos, es igual que yo e igual al juez Douglas, e igual a todo hombre viviente”.
Y después cargó con fuertes expresiones, diciendo que no podía no odiar el celo por difundir la esclavitud: “Lo odio a causa de la monstruosa injusticia de la misma esclavitud”. Se preguntaba también: “Si se hacen excepciones a la Declaración de Independencia, que declara el principio de que todos los hombres son iguales, ¿dónde se acabará? Si un hombre dice que no se aplica al negro, ¿por qué no podrá decir otro que no se aplica a otro hombre?”.
Hizo también una afirmación importante sobre el futuro del debate: la crisis y el conflicto serán superados solamente cuando la esclavitud sea puesta “en el camino de la extinción definitiva”. Dijo también que la esclavitud debía ser considerada un mal y que se debía impedir su expansión: “Éste es el verdadero problema. Este es el problema que persistirá en nuestro país, cuando las lenguas del juez Douglas y la mía estén en silencio. Es la eterna lucha entre estos dos principios – bien y mal – en el mundo entero”.
Las elecciones para la Asamblea General del Estado fueron vencidas ese año por el partido de Stephen Douglas. Evidentemente muchos pensaban como él. Pero después, en la carrera por la Presidencia de la Nación, Douglas fue derrotado por Lincoln. La grave cuestión moral de la esclavitud no se calmó; al contrario, como sabemos, fue uno de los factores del estallido de la terrible Guerra Civil americana. Solo después de esa guerra, vencida por los “nordistas” contrarios a la extensión de la esclavitud, y por la insistencia del Presidente Lincoln, se llegó a la abolición, con la XIII enmienda de la Constitución, en 1865. Solo en ese momento el áspero debate social se encaminó al final, cuando, como había dicho Lincoln, la esclavitud misma fue puesta “en el camino de la extinción definitiva”.
Reflexionemos, por tanto. Analicemos, examinemos, meditemos. Discutamos, No hay sentencia judicial, ni pequeña ni “suprema”, no hay ley ni resolución internacional que pueda borrar la cuestión moral de nuestro tiempo. La conciencia humana se puede oscurecer, pero no muere nunca.
Studia Bioethica ha dedicado dos números a esta reflexión (http://www.uprait.org/sb/index.php/bioethica/issue/view/4). El tema y el número de los textos recibidos nos han convencido de recoger el material en un solo cuaderno.
Tras un recorrido histórico en el que se desenmascaran algunos lugares comunes falsos sobre la práctica y el pensamiento en materia de aborto, se presenta un estudio de la situación actual de esta práctica desde el punto de vista demográfico. Se adentra después en el análisis de la ley italiana. Ante todo proponemos una consideración sobre el origen histórico de los contenidos y sobre los efectos de la ley 194 de 1978 sobre la sociedad italiana. Se estudia después el problema relativo a la aplicación efectiva de esa ley, en sus múltiples aspectos. Finalmente, se ofrece una perspectiva real y posible para mejorar de la ley en vigor.
Se propone después un análisis crítico de la suposición bastante común que establece una relación inversamente proporcional entre la práctica de la contracepción y aborto. Dos psicólogos ofrecen un estudio sobre las consecuencias del aborto voluntario sobre la otra víctima de esta práctica: la mujer.
Se amplía ulteriormente el horizonte, evidenciando las recientes estrategias pro-aborto en el debate parlamentario en Inglaterra y proporcionando una panorámica de la presencia actual de nuestra temática en una de las vitrinas principales de la cultura actual: el cine.
Finalmente, tres contribuciones más breves: un estudio sobre el aborto en el pensamiento feminista y femenino; una investigación sobre algunos términos muy utilizados en el contexto cultural actual que se prestan a usos ambiguos y manipulatorios; una rápida ojeada al loable y eficaz servicio que prestan en toda Italia los “Centros de Ayuda a la Vida”.
Otras temáticas, algunas relacionadas de alguna, se afrontan en la “Sección abierta” de la revista. Junto a la revista monográfica y a las recientes publicaciones en materia de bioética, ofrecen un instrumento interesante para la profundización y la reflexión personal.
Reflexión que no debemos nunca dar por agotada, sobre todo en un problema como el del aborto, verdadera cuestión moral de nuestro tiempo.