El sacerdote en los ritos de conclusión de la Santa Misa
Mauro Gagliardi
1. Los Ritos de Conclusión en las dos formas de la Misa de Rito Romano
1.1 Los Ritos de Conclusión de la Santa Misa tienen lugar, en ambas formas del Rito Romano – la ordinaria y la extraordinaria – una vez terminada la oración después de la Comunión. Para la forma ordinaria (o de Pablo VI), la Institutio Generalis Missalis Romani (IGMR) en el n. 90 se expresa en estos términos:
“Al rito de conclusión pertenecen:a) Breves avisos, si fuere necesario. b) El saludo y la bendición del sacerdote, que en algunos días y ocasiones se enriquece y se expresa con la oración sobre el pueblo o con otra fórmula más solemne. c) La despedida del pueblo, por parte del diácono o del sacerdote, para que cada uno regrese a su bien obrar, alabando y bendiciendo a Dios. d) El beso del altar por parte del sacerdote y del diácono y después la inclinación profunda al altar de parte del sacerdote, del diácono y de los demás ministros”.
El papel del sacerdote, por tanto, consiste en dar breves avisos a los fieles, en saludarles con la fórmula litúrgica Dominus vobiscum y en bendecirles con una fórmula sencilla o solemne. El sacerdote, si falta el diácono, pronuncia también la fórmula de despedida Ite, missa est. Los Ritos terminan con el beso del altar y con una inclinación profunda ante él, como al inicio de la Misa.
1.2 Podemos comparar esta estructura con la establecida por las normas del Misal de la forma extraordinaria (o de san Pío V, en la revisión realizada por el beato Juan XXIII). Los elementos fundamentales son comunes a las dos formas del rito, pero se observan también diferencias. El saludo Ite, Missa est aquí se antepone a la bendición. Recibida la respuesta Deo gratias, el sacerdote se dirige de nuevo hacia el altar y, profundamente inclinado, con las manos juntas y apoyadas en él, dice la oración Placeat, que san Pío V hizo añadir en su Misal (1570). Se trata de una bella oración con la que el ministro ordenado pide a la Trinidad que acepte el sacrificio eucarístico en favor suyo y de todos aquellos por los que el sacerdote lo ha ofrecido. Este es el texto:
Placeat tibi, sancta Trinitas, obsequium servitutis meæ: et præsta, ut sacrificium quod oculis tuæ maiestatis indignus obtuli, tibi sit acceptabile; mihique et omnibus pro quibus illud obtuli, sit, te miserante, propitiabile. Per Christum Dominum nostrum. Amen.
Recitada con devoción esta oración, el sacerdote besa el altar, eleva los ojos al cielo mientras abre y cierra los brazos elevándolos y volviéndolos a bajar ante el pecho, inclina la cabeza hacia la cruz y dice: Benedicat vos omnipotens Deus; después se vuelve hacia el pueblo y lo bendice con el signo de la cruz simple en el nombre de la Trinidad (el mismo gesto que se realiza en la forma ordinaria).
Los Ritos de Conclusión de la forma extraordinaria prevén aún una lectura bíblica: el sacerdote, de hecho, tras bendecir al pueblo, se dirige de nuevo al altar, al lado del Evangelio, y proclama el Prólogo del Evangelio de Juan, introduciendo la lectura con las mismas fórmulas y los mismos gestos que se usan para la proclamación del Evangelio dentro de la Liturgia de la Palabra. Al leer Et Verbum caro factum est, se inclina. El último Evangelio es siempre Jn 1,1-14, que se omite en algunas celebraciones. El Prólogo del Evangelio de Juan era apreciado ya desde el siglo XIII como fórmula de bendición, en particular para obtener buen tiempo, y por lo fue insertado por san Pío V en su Misal. Esta lectura, por tanto, debe entenderse como parte de la bendición.
1.3 Notemos que la continuidad en los Ritos de Conclusión entre la forma extraordinaria y la forma ordinaria del Rito Romano está en estos elementos: la bendición del pueblo, la fórmula de despedida, el beso y la veneración del altar. Las diferencias entre las dos formas se observan en algunas supresiones en el paso del Vetus al Novus Ordo y en un añadido realizado a este último. El Novus Ordo ha cambiado la estructura de desarrollo de los Ritos de Conclusión, sea invirtiendo el orden entre despedida y bendición, sea eliminando la oración Placeat y el último Evangelio. El añadido que este hace consiste en cambio en la indicación del IGMR, n. 90/a, que prevé la posibilidad de dar breves avisos al inicio de los Ritos de Conclusión. Otro añadido (tomado de la praxis antigua) es la posibilidad de utilizar fórmulas de bendición más solemnes.
2. Las dos columnas que sostienen los Ritos de Conclusión: bendición y despedida
2.1 De cuanto se ha dicho, resulta que las dos columnas que sostienen los Ritos de Conclusión de la Misa son la bendición y la despedida. En la Sagrada Escritura, la palabra “bendecir / bendición” tiene un significado muy amplio. En el hebreo del Antiguo Testamento, la raíz brk indica la fortuna de aquellos hombres a los que todo les sale bien, pero indica también la fecundidad, la abundancia, la riqueza e incluso la humedad de las nubes (¡verdadera y auténtica riqueza y bendición en el desierto!). Además de estos significados, brk se usa en el sentido verbal de “hacer homenaje”, “alabar”, “glorificar”, “expresar reconocimiento” y también “hablar bien de alguien”. Finalmente, así como en Israel cualquier saludo era un augurio de bendición, brk significa también sencillamente “saludar”. El significado más cercano a nuestra forma de entender la “bendición”, se encuentra expresada en los textos que tratan sobre augurios de bendición de los padres a los hijos, o de los sacerdotes a los participantes en el culto, o también respecto a las promesas hechas por Dios a favor de los hombres. Se encuentran también fórmulas litúrgicas fijas, por ejemplo Nm 6,23-26.
En el Antiguo Testamento, la bendición, al igual que la maldición, tiene una fuerza que realiza lo que las palabras expresan. Por ejemplo, “benedición” es una fuerza que se transmite a alguien mediante la imposición de las manos (cf. Gn 48,14.17) o pronunciando una palabra sobre alguien (cf. Gn 27,27-29; 49,1-28). Una vez recibida mediante la bendición, la fuerza no puede ser quitada de un hombre (cf. Gn 27,33.35; Nm 22,6). Aun cuando Dios no viene explícitamente mencionado, se sobreentiende siempre que la fuerza de la bendición viene de Él. Además de sobre el pueblo elegido y sobre los individuos, el Antiguo Testamento conoce una bendición divina también sobre objetos (cf. Ex 23,25; Dt 7,13; 28,4-5; Jr 31,23; Pro 3,33), aunque no sea presentado un rito litúrgico correspondiente.
Entre los diversos personajes que en el Antiguo Testamento bendicen, están también los sacerdotes que bendicn a las personas que acudn al templo (cf. 1Sam 2,20), los peregrinos (cf. Sal 118,26) además d al pueblo reunido (cf. Lv 9,22). Es más, se dice que, estrictiamente hablando, JHWH ha designado sólo a los sacerdotes y los levitas para bendecir en su nombre (cf. Dt 21,5; 10,8).
En el tiempo de Jesús, en el templo de Jerusalén, los sacerdotes, al realizar la liturgia matinal, pronunciavan la “bendición de Aarón”, es decir, el ya citado Nm 6,23-26. El Nuevo Testamento hace propios los usos y las concepciones de la bendición veterotestamentaria y judía. La Carta a los Hebreos recuerda la bendición de Melquisdec a Abraham y la de Isaac a Jacob (cf. Hb 7,1; 11,20). Según san Paolo, la bendición divina a Abraham llega también a aquellos que no son de su descendencia por vía carnal: pero es necesaria la fe (cf. Ga 3,8-9). Es también interesante otra anotación en Hebreos que, partiendo de la bendición de Melquisedc, observa que “es incuestionable que el inferior recibe la bendición del superior” (Hb 7,7): por tanto, quien bendice ha sido constituido por Dios en una posición superior respecto a aquel que es bendecido. Jesús mismo bendice mediante la imposición de las manos: los niños (cf. Mc 10,16) y los discípulos (cf. Lc 24,50). Releyendo la vida de Jesús tras la resurrección san Pedro dirá que Dios ha enviado al Hijo a bendecirnos (cf. Hch 3,26) y san Pablo precisará que se trata de una eulogía pneumatiké, una bendición espiritual (Ef 1,3). El cristiano está llamado a imitar a Cristo y a bendecir siempre: “Bendecid a los que os maldigan” (Lc 6,28; cf. Rm 12,14).
2.2 De estos elementos bíblicos desciende el uso litúrgico cristiano de bendecir, que tiene el significado de “pedir a Dios sus dones sobre sus criaturas, y darle gracias por los dones ya recibidos”. Prosper Guéranger sostuvo que la bendición debe remontarse de algún modo a las instituciones litúrgicas dictadas por los mismos apóstoles. A nivel ritual, ésta se realiza con la imposición de las manos sobre las personas o también sobre las asambleas, extendiendo los brazos y dirigiendo las palmas de las manos hacia los presentes. El signo cristiano de bendición por excelencia es sin embargo el signo de la cruz, y por ello justamente el Rito Romano hace comenzar y concluir la Eucaristía con este signo.
“'Serás una bendición', había dicho Dios a Abraham al principio de la historia de la salvación (Gen 12,2). En Cristo, hijo de Abraham, esta palabra se realiza plenamnete. Él es bendición para toda la creación y para todos los hombres. La cruz, que es su signo en el cielo y sobre la tierra, debía por tanto convertirse en el verdadero gesto de bendición de los cristianos”.
Al término de la Misa, la bendición puede llevarse a cabo de distintas formas: como bendición sencilla, como triple bendición solemne, o como oración de bendición sobre el pueblo.
El sacerdote celebrante debe tener presente el papel de mediador que él lleva a cabo también al impartir la bendición final de la Misa, que no sólo es un acto debido, o una manera como otra cualquiera para concluir la celebración. En la bendición final (como en toda la Misa) se entrecruzan dos dinámicas: una desde abajo, por la que el hombre da gracias a Dios, “dice-bien” de Dios por los dones ya recibidos, y otra desde lo alto, por la que Dios mismo derrama sus bienes sobre los fieles. El sacerdote está precisamente en el centro de este flujo de oración y de gracia.
2.3 De la naturaleza teológica de la bendición conclusiva, deriva también el carácter propio del saludo. Tampoco aquí se trata sncillamente de un saludo de cortesía a los presentes, sino a explicitación de un misterio de gracia. Benedicto XVI nos recuerda que en el saludo Ite, missa est,
“se nos permite captar la relación entre la Misa celebrada y la misión cristiana en el mundo. En la antigüedad missa significaba sencillamente 'dimisión'. Con todo, ha encontrado en el uso cristiano un significado cada vez más profundo. La expresión 'dimisión', en realidad, se transforma en 'misión'. Este saludo expresa resumidamente la naturaleza misionera de la Iglesia. Por tanto, es bueno ayudar al pueblo de Dios a profundizar esta dimensión constitutiva de la vida eclesial, partiendo desde la liturgia”.
El saludo por parte del sacerdote constituye, por tanto, una última admonición a vivir lo que se ha celebrado. Se trata de custodiar la gracia recibida en el sacramento, para que traiga frutos en la vida cristiana de cada día. Por ello, con el tema del saludo está relacionado también el gran tema de la relación entre liturgia y ética, entendiendo esta última en el sentido más amplio posible (vida moral en la caridad, testimonio, anuncio, misión, martirio). El hecho de que el saludo no esté solo, sino que se una y derive de la bendición, nos dice que en este compromiso no estamos solos: el Señor nos acompaña y “obra con nosotros” (cf. Mc 16,20) y por ello nuestra vida puede ser el “culto lógico” agradable a Dios (cf. Rm 12,1-2; 1Pe 2,5). “El saludo, acto presidencial, declara disuelta la asamblea. Tal como se reúne por la convocatoria divina (Rm 8,30), así el presidente, que actúa in persona Christi, envía a los fieles a las acciones cotidianas de la vida, para realizarlas de modo nuevo, transformándolas en materia de salvación; por ello la asamblea responde: 'Demos gracias a Dios'”.
El historiador católico Henri Daniel-Rops, en un folleto en el que medita sobre el significado de la Santa Misa en el rito de san Pío V, rsume así el sentido de la bendición final y del saludo:
“Precisamente cuando la Misa está a punto de acabar, y nosotros vamos a retomar el trabajo de cada día entre afanes y peligros, la Iglesia nos recuerda que debemos vivir bajo la mano de Dios y que bajo su mano seremos guiados y protegidos. De esta forma toda la esencia de la Misa estará, en un cierto sentido, incorporada a nuetsro ser y continuada en nuestra vida de cada día. [...] El Ite Missa est, o fórmula de despedida, puede ser explicada como un anuncio solemne de la conclusión de la función, pero nos avisa también de que nuestro servicio personal a Dios no ha hecho más que empezar. Con el Placeat [...] somos llevados a contemplar la omnipresencia del Dios Uno y Trino, en cuyo nombre se invoca sobre nosotros la Bendición final. Con un bellísimo gesto litúrgico, el celebrante levanta las manos en alto como para alcanzar del Cielo la gracia que nos acompañará para protegernos y guiarnos”.
Por parte ortodoxa, le hace eco el hieromonje Gregorio del Monte Athos, que en un libro en el que comenta la divina liturgia de san Juan Crisóstomo, interpreta así el saludo:
“La divina liturgia es un camino. Un camino cuyp objetivo, cuyo fin es el encuentro con Dios, la unión del hombr con él. Esta meta ya ha sido alcanzada. Hemos llegado al final de nuestro camino. Hemos visto la luz verdadera. Hemos visto al Señor transfigurado sobr el Tabor. Nos hemos acercado a su santo cuerpo y a su sangre inmaculada. Y mientras nos atrevemos a balbucir a nustro ilustre visitante: 'Que bien se está aquí' (Mt 17,4), la madre Iglesia nos recuerda que el final de nuestro camino litúrgico debe convertirse en el inicio de nuestro camino de testimonio: ¡Vayamos en paz! Debemos dejar el monte de la transfiguración para volver al mundo y recorrer el camino del martirio en nuestra vida. Este camino se convierte en el testimonio del creyente en orden al Camino y a la Vida que acog en sí. En la divina liturgia hemos recibido en nosotros a Cristo. Ahora somos llamados a llevarlo al mundo. A convertirnos en los testigos de su vida en el mundo: los testigos de la nueva vida. [...] Tras habernos acercado a la Eucaristía debemos salir al mundo como 'cristóforos' – portadores de Cristo – y 'pneumatóforos' – portadores del Espíritu –. Seguidamente debemos luchar para hacer que no se extinga la luz recibida”.
3. Conclusiones y perspectivas
3.1 El sacerdote en los Ritos de Conclusión de la Santa Misa está aún llevando a cabo una tarea sacerdotal, es decir, de mediación entre Dios y el pueblo fiel. No se trata sólo de saludarse y de darse cita para la próxima vez, recordando quizás los compromisos durante la semana. El sacerdote aquí invoca sobre el pueblo la bndición divina, mientras que en nombre del pueblo agradece a Dios los dones ya recibidos por su bndad. También aquí él actúa in persona Christi. Por ello, no dice en plural “nos bendiga Dios omnipotente...”, ni “la Misa ha terminado, vayamos en paz”. Él habla en nombre de la Persona de Cristo y como ministro de la Iglesia, por ello imparte la bendición, mientras la invoca, y envía a los fieles a la misión cotidiana de la vida: “os bendiga Dios”... “Id en paz”. A través de él, Cristo y la Iglesia encargan a los bautizados este testimonio cotidiano que dar del Evangelio.
3.2 La revisión de los Ritos de Conclusión realizada por el Misal de Pablo VI marca algunos elementos de progreso: a) Las distintas modalidades de bendición expresan más cmpletamente el mensjae de la Escritura y de la Tradición litúrgica; b) La supresión del último Evangelio no representa un daño grave, dado el carácter de bendición que éste tenía en el Vetus Ordo; c) La inversión del saludo y la bendición manifiesta que sólo con la gracia de Dios podemos ser fieles al Señor cada día.
Sobre estos puntos, no hay que lamentarse de los cambios realizados. Se podría reflxionar sobre la oportunidad de reintroducir el Placeat. Sin embargo, hay que reconocer el empobrecimiento teológico y celebrativo debido a la inserción, en el Novus Ordo, de los avisos a los fieles como parte propia, oficialmente normalizada, de los Ritos de Conclusión. Aunque la más reciente subraye que estos avisos deben ser breves y que hay que darlos sólo si son necesarios, esto no quita que se ha introducido oficialmente un elemento de por sí extraño a la liturgia, que después de hecho se ha convertido muy a menudo en el vrdadero elemento central de los Ritos de Conclusión de la Misa. Mientras, por tanto, se sugiere a los sacerdotes reducir al mínimo, es más, en lo posibe que se elimine del todo esta práctica, se debe esperar que en una futura reforma del IGMR se retire la actual concesión. No hay duda de que la práxis de los avisos haya precedido a la normativa; sin embargo no parece oportuno reconocer de iure lo que antes se hacía de facto, con el fin de no favorecer tanto la costumbre es sí cuanto la extensión de su práctica. Está claro que una comunidad cristiana, sobre todo parroquial, necesita formas de comunicación interna, pero particularmente en nuestros días estas no faltan, razon por la que no parece necesario insertarlas en la liturgia.