ESPERAMOS EL DÍA GLORIOSO EN QUE PODAMOS CELEBRAR JUNTOS LOS SACRAMENTOS
El papa ayer en la audiencia general
¡Queridos hermanos y hermanas!
Empieza hoy la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos que, desde hace más de un siglo, se celebra cada año por cristianos de todas las Iglesias y comunidades eclesiales, para invocar aquél don extraordinario por el que el mismo Señor Jesús oró durante la Última Cena, antes de su pasión: “Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros, de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado”. La práctica de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos fue introducida en 1908 por el padre Paul Wattson, fundador de una comunidad religiosa anglicana que luego entró en la Iglesia católica. La iniciativa recibió la bendición del papa san Pío X y fue luego promovida por el papa Benedicto XV, que animó su celebración en toda la Iglesia católica con el breve Romanorum Pontificum, del 25 de febrero de 1916.
El octavario de oración fue desarrollado y perfeccionado en los años treinta del siglo pasado por el padre Paul Couturier de Lyon, que apoyó la oración “por la unidad de la Iglesia como quiere Cristo y conforme a los instrumentos que El quiere”. En sus últimos escritos, el padre Couturier ve tal Semana como un medio que permite a la oración universal de Cristo "entrar y penetrar dentro del Cuerpo cristiano"; debe crecer hasta convertirse en "un inmenso, unánime grito de todo el Pueblo de Dios", que pide a Dios este gran don. Y precisamente en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, el impulso del Concilio Vaticano II a la búsqueda de la plena comunión entre todos los discípulos de Cristo encuentra cada año una de sus más eficaces expresiones. Esta cita espiritual, que une a cristianos de todas las tradiciones, acrecienta nuestra conciencia del hecho que la unidad hacia la que tendemos no podrá ser sólo el resultado de nuestros esfuerzos, sino que mas bien será un don recibido de lo alto, que hay que pedir siempre.
Cada año, los materiales para la Semana de Oración los prepara un grupo ecuménico de una diferente parte del mundo. Querría detenerme en este punto. Este año, los textos han sido propuestos por un grupo mixto compuesto por representantes de la Iglesia católica y del Consejo Ecuménico Polaco, que comprende a varias Iglesias y comunidades eclesiales del país. La documentación ha sido luego revisada por una comisión integrada por miembros del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y por la Comisión Fe y Constitución del Consejo Ecuménico de las Iglesias. También este trabajo conjunto en dos etapas es un signo del deseo de unidad que anima a los cristianos y de la conciencia de que la oración es la vía primaria para lograr la plena comunión, para que unidos hacia el Señor andemos hacia la unidad. El tema de la Semana de este año –como hemos oído- está tomado de la I Carta a los Corintios: “Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo” (cfr 1 Cor 15,51-58), su victoria nos transformará. Y este tema fue sugerido por el amplio grupo ecuménico polaco que he citado, el cual, reflexionando sobre su propia experiencia como país, quiso subrayar lo fuerte que el es apoyo de la fe cristiana en medio de las pruebas y trastornos, como los que caracterizan la historia de Polonia. Tras un amplio debate, fue elegido un tema centrado en el poder transformador de la fe en Cristo, en especial a la luz de la importancia que esta reviste para nuestra oración en favor de la unidad visible de la Iglesia, Cuerpo de Cristo. Inspiran esta reflexión las palabras de san Pablo que, dirigiéndose a la Iglesia de Corinto, habla de la naturaleza temporal de todo lo que pertenece a nuestra vida presente, marcada también por la experiencia de “derrota” del pecado y de la muerte, frente a lo que nos trae la “victoria” de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte en su Misterio pascual.
La historia particular de la nación polaca, que conoció períodos de convivencia democrática y de libertad religiosa, como en el siglo XVI, ha estado marcada, en los últimos siglos, por invasiones y derrotas, pero también por la constante lucha contra la opresión y la sed de libertad. Todo esto ha inducido al grupo ecuménico a reflexionar de manera más profunda sobre el verdadero significado de “victoria” --qué es la victoria- y de “derrota”. Respecto a la “victoria” entendida en términos triunfalistas, Cristo nos sugiere un camino bien diverso, que no pasa a través del poder y la potencia. De hecho, afirma: "Si uno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el siervo de todos" (Mc 9,35). Cristo habla de una victoria a través del amor que sufre, a través del servicio recíproco, la ayuda, la nueva esperanza y el concreto consuelo dado a los últimos, a los olvidados, a los rechazados. Para todos los cristianos, la más alta expresión de tan humilde servicio es Jesucristo mismo, el don total que hace de Sí mismo, la victoria de su amor sobre la muerte, en la cruz, que resplandece en la luz de la mañana de Pascua. Nosotros podemos tomar parte en esta "victoria" transformadora si nos dejamos transformar por Dios, sólo si realizamos una conversión de nuestra vida y la transformación se realiza en forma de conversión. He aquí el motivo por el que el grupo ecuménico polaco ha considerado especialmente adecuadas para el tema de la propia meditación las palabras de san Pablo: "Todos seremos transformados" por la victoria de Cristo, nuestro Señor" (cfr 1 Cor 15,51-58).
La plena y visible unidad de los cristianos, que anhelamos, exige que nos dejemos transformar y conformar, de manera cada vez más perfecta, a la imagen de Cristo. La unidad por la que oramos exige una conversión interior, tanto común como personal. No se trata simplemente de cordialidad o de cooperación, es necesario reforzar nuestra fe en Dios, en el Dios de Jesucristo, que nos ha hablado y se ha hecho uno de nosotros; hay que entrar en la nueva vida en Cristo, que es nuestra verdadera y definitiva victoria; hay que abrirse los unos a los otros, tomando todos los elementos de unidad que Dios ha guardado para nosotros y que siempre nuevamente nos da; hay que sentir la urgencia de dar testimonio al hombre de nuestro tiempo del Dios vivo, que se ha dado a conocer en Cristo.
El Concilio Vaticano II puso la búsqueda ecuménica en el centro de la vida y de la actuación de la Iglesia: "Este santo Concilio exhorta a todos los fieles católicos a que, reconociendo los signos de los tiempos, cooperen diligentemente en la empresa ecuménica" (Unitatis Redintegratio, 4). El beato Juan Pablo II subrayó la naturaleza esencial de tal empeño, diciendo: "Esta unidad, que el Señor dio a su Iglesia y en la cual quiere abrazar a todos, no es accesoria, sino que está en el centro mismo de su obra. No equivale a un atributo secundario de la comunidad de sus discípulos. Pertenece en cambio al ser mismo de la comunidad". (Enc. Ut Unum Sint, 9). La tarea ecuménica es por tanto una responsabilidad de toda la Iglesia y de todos los bautizados, que deben hacer crecer la comunión parcial ya existente entre los cristianos hasta la plena comunión en la verdad y en la caridad. Por tanto, la oración por la unidad no está circunscrita a esta Semana de Oración, sino que debe convertirse en parte integrante de nuestra oración, de la vida orante de todos los cristianos, en todo lugar y en todo tiempo, sobre todo cuando personas de tradiciones diversas se encuentran y trabajan juntas por la victoria, en Cristo, sobre todo lo que es pecado, mal, injusticia, violación de la dignidad del hombre.
Desde que nació el movimiento ecuménico moderno, hace más de un siglo, siempre hubo una clara conciencia de que la falta de unidad entre los cristianos impide un anuncio más eficaz del Evangelio, porque pone en peligro nuestra credibilidad. ¿Cómo podemos dar testimonio convincente si estamos divididos? Ciertamente, por lo que se refiere a las verdades fundamentales de la fe, es mucho más lo que nos une que lo que nos separa. Pero las divisiones permanecen, y se refieren también a diversas cuestiones prácticas y éticas, suscitando confusión y desconfianza, debilitando nuestra capacidad de transmitir la Palabra salvífica de Cristo. En este sentido, debemos recordar las palabras del beato Juan Pablo II, que en su encíclica Ut Unum Sint habla del daño causado al testimonio cristiano y al anuncio del Evangelio por la falta de unidad (cfr nn. 98, 99). Es este un gran reto para la nueva evangelización, que puede ser más fructífera si todos los cristianos anuncian juntos la verdad del Evangelio de Jesucristo y dan una respuesta común a la sed espiritual de nuestro tiempo.
El camino de la Iglesia, como el de los pueblos, está en las manos de Cristo resucitado, victorioso sobre la muerte y sobre la injusticia que Él ha soportado y sufrido en nombre de todos. Él nos hace partícipes de su victoria. Sólo Él es capaz de transformarnos y convertirnos, de débiles y titubeantes, en fuertes y valientes para hacer el bien. Sólo Él puede salvarnos de las consecuencias negativas de nuestras divisiones. Queridos hermanos y hermanas, invito a todos a unirse en oración de modo más intenso durante esta Semana por la Unidad, para que crezca el testimonio común, la solidaridad y la colaboración entre los cristianos, esperando el día glorioso en el que podamos profesar juntos la fe transmitida por los apóstoles y celebrar juntos los sacramentos de nuestra transformación en Cristo. Gracias”.