Mensaje episcopal para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos
1. Los materiales para la Semana de la Unidad
Los materiales de este año para la Semana de Oración por al Unidad de los Cristianos han sido preparados por un grupo ecuménico polaco teniendo muy presente la historia civil y religiosa de su país. Polonia ha experimentado a lo largo de los siglos muchas derrotas y victorias: ha sido divida y anexionada en distintas ocasiones por potencias extranjeras y a veces ha sido hecha desparecer por completo del mapa de Europa; gran parte de su población ha tenido que emigrar, lo que ha causado cambios muy significativos en la distribución de la población, también en lo que se refiere a la
religión; experimentó el ateismo materialista estatal de los países que cayeron bajo la influencia de la antigua Unión Soviética después de la segunda Guerra Mundial; en ella surgió un potente movimiento social y sindical que fue decisivo en la caída del muro de Berlín; ha sido la tierra natal de Juan Pablo II con todo lo que ha significado su pontificado para el mundo, Europa, la Iglesia y el compromiso ecuménico… Todo esto ha llevado al grupo ecuménico que ha preparado los materiales de este año a interrogarse sobre el significado de ‘victoria’ y ‘derrota’ a la luz de la fe. La reflexión sobre estos conceptos tiene una gran actualidad en nuestro mundo, y también, de manera especial en nuestra Iglesia en España, pues nos obliga a ir hasta el fondo en la cuestión de en dónde y en quién ponemos nuestra esperanza. El texto bíblico que se ha tomado como referencia se encuentra en el capítulo quince de la primera Carta del apóstol Pablo a los Corintios en el que se habla de la resurrección de Cristo y sus efectos.
El apóstol nos exhorta a dar gracias a Dios que “por medio de nuestro Señor Jesucristo nos concede la victoria” (1Co 15, 57). No es una victoria fruto de nuestro esfuerzo humano, ni una victoria según los criterios mundanos de éxito y fracaso, sino una victoria conseguida por Jesús a través del misterio pascual y en la que participamos por la fe. Al hacer nuestra la victoria del Señor nos vamos transformando y configurando a Cristo, nosotros y nuestras Iglesias y comunidades eclesiales, y vamos caminando hacia la unidad de todos los que creemos en la victoria del Señor, según los
criterios y los tiempos de Dios y no según los nuestros. Este esfuerzo ecuménico requiere paciencia, servicio, disponibilidad a abandonar algunas formas eclesiales que acaso nos sean familiares pero no se corresponden adecuadamente al significado verdadero y lleno de la experiencia cristiana, superar el deseo de competir entre nosotros, etc. Por eso es importante escuchar la recomendación de san Pablo: “Por tanto, hermanos míos muy queridos, manteneos firmes y constantes; destacad constantemente en la tarea cristiana, seguros de que el Señor no permitirá que sea estéril vuestro afán” (1Co 15, 58).
Para los distintos días del Octavario se proponen temas para la meditación y la oración relacionados con el concepto de victoria visto a la luz de la fe y del misterio pascual. Así, se reflexiona sobre la espera paciente del Señor, Jesús como siervo doliente, la victoria sobre el mal, la paz que trae el Resucitado, el amor fiel de Dios, el buen Pastor y el Reino de Cristo.
Los obispos de la Comisión Episcopal para las Relaciones Interconfesionales de la Conferencia Episcopal Española, que tiene también encomendados los temas relativos al ecumenismo y la unidad de los cristianos, consideramos que es un material muy apropiado y útil no sólo para ser utilizado durante la Semana de Oración por la Unidad, sino que también podría ser utilizado en otras ocasiones a lo largo del resto del año, y exhortamos a nuestros fieles y comunidades a aprovecharse de su riqueza.
Promover la unidad de todos los bautizados nos incumbe a todos y saber ver este compromiso con los ojos de la fe y no según los criterios humanos de éxito y fracaso es fundamental. Este esfuerzo ecuménico también implica entrar en el dinamismo pascual de muerte y resurrección, configurándonos cada vez más a Cristo y dejándonos transformar por Él.
2. La Jornada Mundial de la Juventud
Del 13 al 21 de agosto se ha celebrado en Madrid la Jornada Mundial de la Juventud presidida por el Papa Benedicto XVI. Este acontecimiento, que el Papa mismo ha calificado como una “cascada de luz”,1 aunque implique directamente a la Iglesia católica, tiene importantes repercusiones ecuménicas e interreligiosas. El lema elegido para la Jornada, tomado de la Carta de san Pablo a los Colosenses, exhorta a la firmeza en la fe y a edificar nuestras vidas sobre Cristo: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (cf. Col 2, 7). El encuentro personal con Cristo, que constituye el centro de la vida de todo cristiano, como también la firmeza en la fe, evitando todo relativismo y atajo simplista, son los pilares del diálogo ecuménico auténtico al que estamos llamados. En sus discursos, Benedicto XVI también subrayaba la importancia de la dimensión eclesial de la fe: “Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir ‘por su cuenta’ o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él… Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha permitido conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor.”
Estas palabras del sucesor de Pedro nos invitan a no cejar en nuestro esfuerzo por la plena unidad visible de la Iglesia querida por Cristo. Si es verdad que el testimonio alegre de tantos jóvenes cristianos ha cautivado a muchos, ese testimonio sería mucho más eficaz si surgiera de una plena unión visible de todos los renacidos por el bautismo. Este hecho debe alentarnos a orar con más insistencia por la unidad de los cristianos que, como sabemos, es un don de Dios y no una conquista nuestra. En la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid participaron jóvenes de otras
confesiones cristianas y católicos de otros ritos, colaborando también en la realización de algunos de los actos, como el Vía Crucis. Este es otro aspecto del compromiso ecuménico que debemos alentar: la organización de acciones conjuntas de oración y de servicio a la humanidad. Como afirmaba el Cardenal-Arzobispo de Madrid y Presidente de la Conferencia Episcopal Española en su discurso inaugural de la XCVII Asamblea Plenaria de los obispos españoles: “No podemos desperdiciar la gracia tan singular de la JMJ de Madrid, a la que el Papa ha calificado como ‘una estupenda manifestación de fe para España y, ante todo, para el mundo’. Hemos de recoger sus frutos y hemos de aprovechar el impulso apostólico que de ella se deriva para proseguir con decisión y confianza la tarea de la nueva evangelización en todos los campos, pero en especial, en la pastoral juvenil”.2
3. Viaje apostólico a Alemania
Del peligro de “adulterar la fe cediendo a la presión de la secularización”, de la ayuda mutua que nos debemos dar los creyentes en Cristo para evitar esto, y de lo que constituye lo esencial de la tarea ecuménica, ha hablado también el Papa Benedicto XVI en su viaje apostólico a su tierra natal, en septiembre de este año. En el histórico encuentro con los representantes del Consejo de “la Iglesia Evangélica en Alemania” en la Sala Capitular del antiguo convento agustino de Erfurt, donde vivió y estudió Lutero, el Papa señaló: “Lo más necesario para el ecumenismo es sobre todo que, presionados por la secularización, no perdamos casi inadvertidamente las grandes cosas que tenemos en común, aquellas que de por sí nos hacen cristianos y que tenemos como don y tarea. Fue un error de la edad confesional haber visto mayormente aquello que nos separa, y no haber percibido en modo esencial lo que tenemos en común en las grandes pautas de la Sagrada Escritura y en las profesiones de fe del cristianismo antiguo. Éste ha sido para mí el gran progreso ecuménico de los últimos decenios: nos dimos cuenta de esta comunión y, en el orar y cantar juntos, en la tarea común por el ethos cristiano ante el mundo, en el testimonio común del Dios de Jesucristo en este mundo, reconocemos esta comunión como nuestro común fundamento imperecedero. ¿Acaso es necesario ceder a la presión de la secularización, llegar a ser modernos adulterando la fe? Naturalmente, la fe tiene que ser nuevamente pensada y, sobre todo, vivida, hoy de modo nuevo, para que se convierta en algo que pertenece al presente. Ahora bien, a ello no ayuda su adulteración, sino vivirla íntegramente en nuestro hoy. Esta es una tarea ecuménica central. En ella debemos ayudarnos mutuamente, a creer cada vez más viva y profundamente. No serán las tácticas las que nos salven, las que salven el cristianismo, sino una fe pensada y vivida de un modo nuevo, mediante la cual Cristo, y con Él, el Dios viviente, entre en nuestro mundo”.3
En este mismo viaje apostólico, Benedicto XVI se encontró también con representantes de las Iglesias Ortodoxas, a los que señaló que “la Ortodoxia es la más cercana teológicamente a nosotros; católicos y ortodoxos han conservado la misma estructura de la Iglesia de los orígenes; en este sentido, todos nosotros somos ‘Iglesia de los orígenes’ que, no obstante, sigue siendo presente y nueva. Por eso nos atrevemos a esperar que no esté muy lejano el día en que podamos celebrar de nuevo juntos la Eucaristía, aunque desde el punto de vista humano surjan repetidamente dificultades”.4 Una de estas dificultades se halla, evidentemente, en la cuestión del Primado de Pedro, y Benedicto XVI comentó en ese mismo encuentro que para solventarla podría ser útil la distinción entre la naturaleza del Primado y la forma de ejercerlo que fue propuesta por Juan Pablo II en la encíclica Ut Unum Sint.
En Alemania, el Papa también se encontró con representantes de las comunidades judía y musulmana. A ellos, igual que había hecho con los cristianos separados, les exhortó a trabajar juntos por la promoción y la defensa de la vida humana y de la familia fundada en el matrimonio entre un hombre y una mujer.
4. Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo
El 27 de octubre de 2011, en el 25 aniversario de la primera Jornada Mundial de Oración por la Paz convocada por el Beato Juan Pablo II, Benedicto XVI ha querido volverse a reunir en Asís con representantes de otras Iglesias y comunidades cristianas y de diversas religiones para una “Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo”. El lema elegido era “Peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz”. En su importante discurso en la Basílica de Santa María de los Ángeles, delante de la pequeña Iglesia de la Porciúncula, corazón del franciscanismo, el Papa habló de la incompatibilidad entre religiosidad auténtica y violencia, reconociendo los errores que los miembros de la Iglesia han podido cometer y han cometido en el pasado: “A partir de la Ilustración, la crítica de la religión ha sostenido reiteradamente que la religión era causa de violencia, y con eso ha fomentado la hostilidad contra las religiones. En este punto, que la religión motive de hecho la violencia es algo que, como personas religiosas, nos debe preocupar profundamente. De una forma más sutil, pero siempre cruel, vemos la religión como causa de violencia también allí donde se practica la violencia por parte de defensores de una religión contra los otros. Los representantes de las religiones reunidos en Asís en 1986 quisieron decir —y nosotros lo repetimos con vigor y gran firmeza—, que esta no es la verdadera naturaleza de la religión. Es más bien su deformación y contribuye a su destrucción…. Aquí se coloca una tarea fundamental del diálogo interreligioso, una tarea que se ha de subrayar de nuevo en este encuentro. A este punto, quisiera decir como cristiano: Sí, también en nombre de la fe cristiana se ha recurrido a la violencia en la historia. Lo reconocemos llenos de vergüenza. Pero es absolutamente claro que éste ha sido un uso abusivo de la fe cristiana, en claro contraste con su verdadera naturaleza. El Dios en que nosotros los cristianos creemos es el Creador y Padre de todos los hombres, por el cual todos son entre sí hermanos y hermanas y forman una única familia. La Cruz de Cristo es para nosotros el signo del Dios que, en el puesto de la violencia, pone el sufrir con el otro y el amar con el otro. Su nombre es «Dios del amor y de la paz» (2 Co 13,11). Es tarea de todos los que tienen alguna responsabilidad de la fe cristiana el purificar constantemente la religión de los cristianos partiendo de su centro interior, para que —no obstante la debilidad del hombre— sea realmente instrumento de la paz de Dios en el mundo.5
5. Reciente recrudecimiento de la persecución contra los cristianos en diversos lugares
Todavía muy recientemente, en estas mismas Navidades --el mismo día de Nochebuena--, hemos vivido los atentados contra Iglesias cristianas en Nigeria, con muchas pérdidas de vidas humanas (al menos cuarenta muertos y decenas de heridos), así como el ataque, poco antes de Navidades, a una Iglesia en el estado de Kerala, en la India, donde los cristianos, cuya comunidad tiene una antigüedad de casi veinte siglos, constituyen el 20% de la población, y están perfectamente integrados en la vida social y cultural del país. Igualmente hay que mencionar el martirio de la cristiana Mariah Manisah, de dieciocho años de edad, ocurrido el 27 de noviembre pasado en la diócesis de Faisalabad, en el estado del Punjab, también en la India, por negarse a un matrimonio forzado con un joven musulmán, y a la inexorable conversión al Islam vinculada a ese matrimonio.
Estos hechos no son más que los últimos de un desgraciado rosario de atentados contra personas y lugares de culto cristianos. Lo cierto es que el setenta y cinco por ciento de las víctimas del odio religioso en el mundo son cristianos. Los atentados de Nigeria han recibido una condena generalizada, empezando por el Presidente nigeriano Goodluck Jonathan, pero, en general, la mayoría de estos hechos se silencian o pasan de puntillas por los medios de comunicación y en los organismos internacionales.
La posición de la Iglesia ante estos hechos está bien expresada por monseñor John Olorufemi, obispo de Abuya, en Nigeria. Decía en una entrevista a Radio Vaticana al día siguiente de los atentados: “la Iglesia católica y la Conferencia Episcopal siempre (...) hemos hecho mucho para animar y promover una vida de armonía y de respeto recíproco con la comunidad musulmana. Debemos tratar, como sea, de seguir creyendo que, a pesar de episodios como estos, vale la pena proseguir en la vía del diálogo y de la reconciliación. La inmensa mayoría de los nigerianos (musulmanes y cristianos) quiere vivir en paz, juntos. Queremos hacer ver que entre las víctimas de estos atentados también había musulmanes. Fuimos al hospital para visitar a los heridos graves. Hablé y oré con dos musulmanes”. Y también: “Desde ayer tengo en mente la Palabra de Jesús ‘no hay que temer a los que matan el cuerpo y que no pueden matar el espíritu’. No debemos temer a esta gente. No debemos dejar que maten nuestro espíritu: el espíritu de la convivencia, el espíritu de vivir juntos con los demás, el espíritu de respetarnos los unos a los otros. Hay un enorme peligro, que con este tipo de gestos se cree tensión y odio recíproco entre los cristianos y los musulmanes. Y esto sería una tragedia todavía peor. Nos han consolado mucho las palabras del Santo Padre, que ha rezado por nuestra gente. Esperamos que con las oraciones del Papa y con la ayuda de la comunidad católica volvamos a encontrar la vía de la paz”.
Estas manifestaciones de cristofobia no tienen, obviamente, relación directa con la unidad de los cristianos. Pero sí que son un reclamo que hace mucho más urgente el testimonio de nuestra unidad y de nuestra solidaridad con nuestros hermanos cristianos, sean de la confesión y de la nación que sean. El verdadero motivo para la unidad, sin embargo, no nace de unas circunstancias históricas que la hacen más “útil” o más conveniente. Nace de la voluntad de Dios y de la oración de Cristo,
que pidió al Padre nuestra unidad “para que el mundo crea” (Jn 17, 21). Esa voluntad de Dios corresponde, además, perfectamente con el deseo de unidad que llevamos inscrito en el corazón, unidad de la que la Iglesia es, en Cristo, signo e instrumento eficaz (cf. Lumen Gentium, 1).
6. La tarea ecuménica en España y la Nueva Evangelización
A la luz de estas intervenciones recientes del Santo Padre, de lo que ha significado para la Iglesia que peregrina en España la Jornada Mundial de la Juventud y los frutos que está llamada a dar, de la situación de los cristianos en algunos países y de los temas que se proponen para la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos de este año, los obispos de la Comisión de Relaciones Interconfesionales de la Conferencia Episcopal Española queremos alentar a los católicos a orar con fuerza, perseverancia y confianza, por la plena unidad visible de todos los cristianos. Unidad que es querida por Cristo y pedida por Él al Padre, que es un don, pero también una tarea de todos los bautizados y renacidos por el agua y el Espíritu. El camino hacia la unidad pasa por vivir intensamente y coherentemente la propia fe, sin adulterarla, ni ceder a las presiones del secularismo. Pasa por no avergonzarse de dar testimonio público de ella. Pasa por comprometerse con los demás cristianos, los creyentes de otras religiones y los hombres de buena voluntad por la justicia y la paz en el mundo, por la defensa y promoción de la vida humana y de la familia fundada en la unión estable y abierta a la vida de un hombre y una mujer. Pasa, en definitiva, por una conversión real y profunda, por una configuración cada vez más plena a Cristo muerto y resucitado, haciendo nuestra por la fe su victoria sobre el pecado y la muerte y manifestándola a través de nuestras obras. La nueva evangelización a la que se nos convoca pide también de todos nosotros un mayor esfuerzo ecuménico para que nuestro testimonio cristiano sea más creíble. ¡Pidamos al Señor que la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos de este año nos ayude a todos a crecer en nuestra vida cristiana y en nuestra tarea ecuménica, de modo que las personas a las que somos llamados a evangelizar con nuevo ímpetu ‘crean en el Padre y en el Hijo que ha enviado y tengan así vida eterna’ (cf. Jn 17, 3)!
Los obispos de la Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales de la Conferencia Episcopal Española
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Notas
1 Benedicto XVI, Audiencia general del miércoles 24 de agosto 2011, en Ecclesia 3.586/87 (3 y 10-IX-2011) p. 14; y en BENEDICTO XVI, Discursos en la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, edición preparada por Jesús de las Heras Muela, BAC, Madrid 2011, p. 133.
2 Antonio María Rouco Varela, Discurso inaugural de la XCVIII Asamblea Plenaria, 21 de noviembre 2011, Madrid, Edice, p. 18.
3 Benedicto XVI, Encuentro con los representantes del consejo de la Iglesia Evangélica en Alemania, antiguo convento agustiniano de Erfurt, Viernes 23 de septiembre 2011, en Ecclesia3.591 (8-X-2011) p. 19.
4 Benedicto XVI, Encuentro con representantes de las Iglesias ortodoxas y ortodoxas orientales, Discurso del Santo Padre, Hörsaal del Seminario de Friburgo de Brisgovia, Sábado 24 de septiembre de 2011, en Ecclesia 3.591 (8-X-2011) p. 26.
5 Benedicto XVI, Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo: "Peregrinos de la verdad, Peregrinos de la paz", Intervención del Santo Padre, Asís, Basílica de Santa María de los Ángeles, Jueves 27 de octubre de 2011, en Ecclesia 3.596 (12-XI-2011) p. 27.