10/09/12


Carta del Prelado del Opus Dei
(octubre 2012)

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

Al recorrer los días de este mes, volverán a nuestra memoria tantos aniversarios, tantos hitos de la historia del Opus Dei, que —como escribió muchas veces san Josemaría— es verdaderamente la historia de las misericordias de Dios, que ahora nos toca hacer a nosotros.

Desde aquel 2 de octubre de 1928, la Obra dio todos sus pasos guiada por la mano providente de Dios Padre nuestro, con el impulso del Espíritu Santo, amparada bajo el manto de la Santísima Virgen. Ahora, cada una y cada uno de sus hijos, con el empeño diario de convertir nuestra existencia en un canto de alabanza a la Trinidad, nos sentimos movidos a clamar, en unión con san Josemaría: Grátias tibi, Deus, grátias tibi! Queremos manifestarlo con la mente, con el corazón, con los labios y con las obras, a lo largo de nuestro paso por la tierra. Ciertamente, hay fechas —como la que se cumple mañana— en las que esta necesidad se vuelve más perentoria; pero, como decía nuestro Fundador en la víspera de sus bodas de oro sacerdotales, dirigiéndose al Señor: no es una obligación de este momento, de hoy, del tiempo que se cumple mañana; no. Es un deber constante, una manifestación de vida sobrenatural, un modo humano y divino a la vez de corresponder al Amor tuyo, que es divino y humano.

Han transcurrido ochenta y cuatro años desde ese mirábilis dies, desde ese día maravilloso; y lo que nuestro Padre vio en la quietud de la habitación donde se hallaba recogido en oración, después de haber celebrado la Santa Misa, se contempla ya como una realidad universal, una luminaria que guía a innumerables personas del mundo entero, enseñándoles a convertir todas las tareas honradas —las de cada jornada— en caminos que conducen derechamente a la santidad; caminos que el mismo Dios ofrece a mujeres y a los hombres.

Grátias tibi, Deus, grátias tibi! Damos gracias a Dios de todo corazón por su bondad inmensa, y también por la heroica fidelidad de nuestro Padre. «Su vida y su mensaje —proclamó el beato Juan Pablo II hace diez años— han enseñado a una inmensa multitud de fieles —sobre todo laicos que trabajan en las más diversas profesiones— a convertir las tareas más comunes en oración, en servicio al prójimo y en camino de santidad». Por eso, añadía este gran Pontífice, «con razón se le puede definir como "el santo de la vida ordinaria"».

Esta solemne declaración del Vicario de Cristo era el broche final de la Iglesia a la fama de santidad que rodeaba a nuestro amadísimo Padre ya en vida. Lo había hecho notar el Papa Pío XII a unos obispos australianos, hablándoles de nuestro Padre: «Es un verdadero santo, un hombre enviado por Dios para nuestra época». También Pablo VI lo consideraba un sacerdote santo, como refirió don Álvaro —con la autorización del Papa— tras una audiencia con el Romano Pontífice en 1976. En aquella ocasión, Pablo VI afirmó que nuestro Fundador había sido «uno de los hombres que en la historia de la Iglesia había recibido más carismas y había correspondido a esos dones de Dios con mayor generosidad».

Un mes antes de ser elevado a la cátedra de Pedro con el nombre de Juan Pablo I, el Cardenal de Venecia, glosando una frase de san Josemaría enConversaciones, había escrito: «Las "realidades más vulgares" son el trabajo que nos toca hacer cada día; los "brillos divinos que reverberan" son la vida santa que hemos de llevar. Escrivá de Balaguer, con el Evangelio, decía continuamente: Cristo no nos pide un poco de bondad, sino mucha bondad. Pero quiere que la alcancemos no a través de acciones extraordinarias, sino con acciones comunes. El modo de ejercitar esas acciones es lo que no debe ser común».

Recojo sólo unas pinceladas que enmarcan la figura de san Josemaría, un santo que —como afirmó también Pablo VI— ya no pertenece a la Obra en exclusiva, sino que es propiedad de la Iglesia universal. ¡Con qué alegría vemos extenderse la devoción a nuestro Padre en el mundo entero, entre personas de todas las razas y condiciones! En verdad ha llegado «a constituir en muchos países un auténtico fenómeno de piedad popular». Pero no podemos olvidar que, con nuestra conducta cotidiana, nos toca recordar qué es el Opus Dei, y cómo se ha de intentar servir más y más a la Iglesia, a las almas.

Toda nuestra gratitud a Dios —con sentimientos y hechos— adquiere más intensidad al conmemorar el décimo aniversario de la canonización. Muchas veces os he impulsado a mantener muy vivos en la memoria y en el corazón los acontecimientos del 6 de octubre de 2002, redescubriendo su constante actualidad. Esta fecha —que tanto surco ha dejado en millones de personas, y no exagero— resulta especialmente adecuada para meditar con profundidad la vocación a la santidad en las circunstancias ordinarias de la existencia, que todas y todos hemos recibido, pidiendo luces al Señor por intercesión de san Josemaría para responder fielmente a esa llamada.

En las conversaciones de nuestro Padre con los Custodes, afloraba muchas veces su confianza en sus hijas y en sus hijos, de entonces y de todos los tiempos futuros. A la vez, añadía que no cesaba de insistir al Señor que cundiera entre ellos una idea madre, de modo que fuese una constante en el alma de cada mujer y de cada hombre del Opus Dei: que no estamos haciendo una tarea buena, de mayor o menor categoría, sino que Dios nos ha metido en un designio divino de entero servicio a la Iglesia, a las almas, a la humanidad. Nos remarcaba que es preciso que día tras día hilemos fino en nuestro mirar a Cristo, porque cuanto más intensamente lo hagamos, más nos acercaremos a nuestros iguales, despertando en todos los ambientes la grande e incomparable alegría de vivir de fe. Se detenía nuestro Fundador en los deseos apostólicos que le consumían en los primeros años, y siempre; porque al contemplar tantos lugares en los que la gente se desentendía de la fe, pedía al Cielo que supiésemos llevar a los sitios más diversos la amistad de Dios con la humanidad, persona a persona.

Para apuntalar esa idea madre, nos pueden servir unas palabras del Cardenal Ratzinger el día de la canonización, en las que subrayaba la docilidad de san Josemaría a la Voluntad divina. El entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe hacía unas incisivas consideraciones sobre la figura de nuestro Padre, a quien aplicaba una frase de la Sagrada Escritura en la que se afirma que Moisés hablaba con Dios cara a cara, como un amigo habla con un amigo: «Me parece que, aunque el velo de la discreción nos oculte tantos detalles (...), se puede aplicar perfectamente a Josemaría Escrivá este "hablar como un amigo habla con un amigo", que abre las puertas del mundo para que Dios pueda hacerse presente, obrar y transformarlo todo».

El 6 de octubre es también otro aniversario de la historia del Opus Dei, pues en 1932, durante un curso de retiro espiritual, nuestro Padre comenzó a invocar como patronos de la Obra a los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, y a los Apóstoles Pedro, Pablo y Juan, considerándolos desde entonces como patronos de las diversas direcciones del apostolado del Opus Dei. Me causó y me causa mucha alegría la coincidencia de ese aniversario con el día de la canonización de nuestro Padre; parece como si el Señor haya querido señalarnos, una vez más, que hemos de avanzar siempre por las sendas que abrió nuestro Fundador con plena fidelidad al querer divino, sin apartarnos en nada del camino que nos marcó con sus enseñanzas y su vida santa. Hoy podemos preguntarnos cómo es nuestro seguimiento de Cristo en esta partecica de la Iglesia que es el Opus Dei. ¿Nos esforzamos a diario por seguir las huellas de san Josemaría? ¿Recurrimos con frecuencia a nuestro santos patronos y a los Ángeles Custodios? ¿Acudimos con fe a su intercesión al sacar adelante las diversas iniciativas apostólicas?

Al día siguiente de esta fecha, el 7 de octubre, se inaugura una nueva Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos, en torno al tema de la nueva evangelización. Apoyad sus tareas con oración y sacrificio, con el ofrecimiento del trabajo, con una especial cercanía al Santo Padre y a los Pastores en comunión con él.

Poco antes, el día 4, el Papa tiene previsto hacer una peregrinación al santuario de Loreto. Acompañémosle pidiendo la intercesión de la Santísima Virgen por los frutos de esa Asamblea y del Año de la fe, que se inaugurará el 11 de octubre. Os he enviado, hace pocos días, una larga carta sugiriendo modos concretos de participar en este Año; por eso, no me detengo más en este punto. Sólo os insisto en que recorramos estos meses muy cerca de nuestra Madre la Virgen, cobijados bajo su manto. No olvidemos que precisamente el 11 de octubre de 1943, fiesta entonces de la Maternidad divina de María, fue cuando la Obra recibió el nihil obstat, la primera aprobación de la Santa Sede.

Antes de concluir el mes de septiembre, he ido a Zürich, y desde allí me he desplazado a Einsiedeln, lugar mariano al que nuestro Padre y el queridísimo don Álvaro acudieron en tantas ocasiones. Allá tuvo lugar, en 1956, un Congreso General en el que se decidió el traslado del Consejo a Roma. A Santa María hemos invocado para que guíe los pasos de toda la Obra.

De cara al nuevo año de la historia del Opus Dei, os encarezco que renovéis el afán apostólico en cada jornada. Lancémonos con optimismo a sembrar la doctrina de Cristo a nuestro alrededor, entre las personas con quienes tratamos más o menos directamente; y en todo el mundo, con ansias de difundir la fe católica y el espíritu de la Obra por todas partes, mediante la oración y el trabajo santificante y santificado. ¡Cuántas personas nos esperan, en los lugares donde ya trabajamos establemente y en muchos otros!

La convocatoria del Papa con la Carta apostólica Porta fídei, ha de traducirse en un tiempo especial que informe la vida de todos los hijos de Dios, por el robustecimiento de nuestros deseos de santidad y por la expansión apostólica que el Señor desea que se lleve a cabo. Os sugiero que encomendéis estas intenciones a la intercesión del beato Juan Pablo II, cuya memoria litúrgica se celebra el próximo día 22.

Con todo cariño, os bendice  vuestro Padre + Javier