10/16/12


Mensaje a los sacerdotes


    Queridísimos Hermanos:

      El 11 de octubre el Santo Padre Benedicto XVI, con una solemne concelebración, inauguró el Año de la Fe, dedicado con ocasión del Cincuentenario de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II y del Vigésimo Aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica.

      Se trata de dos eventos de extraordinaria importancia, que están íntimamente unidos: el Concilio, en efecto, es interpretado auténticamente por el Catecismo y este último es, realmente, el ‘Catecismo del Concilio’ al que es necesario acudir siempre, para poner en práctica las auténticas reformas que el Espíritu Santo sugirió a la Iglesia y que los Padres conciliares señalaron con autoridad en los Textos de aquella noble reunión.

      Los sacerdotes, en toda circunstancia y cualquiera que sea el ministerio que les han confiado los respectivos Ordinarios, deben siempre considerarse “en cura de almas”, y es parte integrante de tal cura animarum, el ejercicio testimonial y doctrinal del Munus docendi.

      A cada uno de nosotros, queridos hermanos, se nos ha confiado la correcta hermenéutica de los Textos del Concilio Ecuménico Vaticano II, los cuales, a distancia de cincuenta años, mantienen su carácter profético pneumático y reclaman ser conocidos en la continuidad de la Tradición eclesial y en el anhelo de Reforma del que son eco y horizonte a la vez. El mejor modo, pues, de llevar a la práctica las enseñanzas conciliares es hacer conocer el Catecismo de la Iglesia Católica, instrumento seguro de referencia doctrinal y moral.

      La Congregación para el Clero quiere ofrecer mensualmente, en el Año de la Fe, algunas pautas de reflexión para la formación permanente, con el deseo de que, dándole prioridad a la fe y a las consecuencias existenciales del encuentro íntimo, personal y comunitario con el Resucitado, se pueda sostener el perenne redescubrimiento de lo que somos como sacerdotes y el consiguiente valor de nuestras acciones.

      Es en el horizonte de la fe donde deben verse todas las acciones sacramentales del Sacerdote, el cual en la Iglesia y en nombre de Cristo Señor nuestro, se actúa la salvación ofrecida a todos los hombres. Sin este horizonte dilatado “hasta el Cielo”, está siempre latente el peligro de un funcionalismo mundanizante, que corre el riesgo de pretender afrontar con medios y criterios meramente humanos, los desafíos de nuestro tiempo.

      El verdadero desafío, por el contrario, es el que Cristo Resucitado y su Cuerpo, que es la Iglesia, lanzan al mundo desde hace dos mil años: un desafío de amor, de verdad y de paz, de auténtica realización y de profunda y real humanización del mundo.

      Con el deseo de un intenso, apasionado y fecundo Año de la Fe, invoco de corazón, para cada uno, la protección de la Santísima siempre Virgen María, Reina de los Apóstoles y Madre de la Iglesia, y bendigo de corazón a todos y a cada uno.