10/01/12


NO HAY QUE SENTIR CELOS CUANDO OTROS ACTÚAN EN NOMBRE DE CRISTO


El Papa ayer durante el rezo del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas!
El Evangelio de este domingo nos presenta uno de esos episodios de la vida de Cristo, que, a pesar de ser tomado, por así decirlo, al paso, contiene un profundo significado (cf. Mc. 9,38-41). Se trata del hecho de que un sujeto, que no era de los seguidores de Jesús, había echado fuera demonios en su nombre. El apóstol Juan, joven y celoso como era, quería impedírselo, pero Jesús no se lo permite, y en cambio, aprovecha la oportunidad para enseñar a sus discípulos que Dios puede hacer cosas buenas e incluso milagrosas, aún fuera de su círculo, y que se puede cooperar con el Reino de Dios en varias maneras, incluso al ofrecer un simple vaso de agua a un misionero (v. 41).
San Agustín escribe a propósito: ​​"Como en la Católica, --es decir, en la Iglesia--, se puede encontrar lo que no es católico, así fuera de la Católica puede haber algo de lo católico" (San Agustín,Sul battesimo contro i donatisti: PL 43, VII, 39, 77). Por lo tanto, los miembros de la Iglesia no deberían sentir celos, sino regocijarse si alguien de fuera de la comunidad hace el bien en el nombre de Cristo, siempre que lo haga con rectitud de intención y con respeto. Incluso dentro de la propia Iglesia, puede suceder que a veces cuesta valorar y apreciar, en un espíritu de comunión profunda, las cosas buenas hechas por las diversas realidades eclesiales. En su lugar, todos debemos ser capaces de apreciarnos y estimarnos siempre entre sí, alabando al Señor por la infinita "fantasía" con la cual actúa en la Iglesia y en el mundo.
En la liturgia de hoy resuena también la invectiva del apóstol Santiago con los ricos deshonestos, que ponen su confianza en las riquezas acumuladas a fuerza de opresión (cf. St. 5,1-6). En este sentido, Cesáreo de Arles indica en un discurso: "La riqueza no puede herir a un hombre bueno, porque la da con misericordia, así como no puede ayudar a un hombre malo, porque la conserva con avidez o la desperdicia en la disipación" (Sermón 35, 4). Las palabras del apóstol Santiago, mientras nos advierten del vano deseo de los bienes materiales, constituyen un fuerte llamado para usarlos en la perspectiva de la solidaridad y del bien común, siempre actuando con justicia y moralidad, a todos los niveles.
Queridos amigos, por intercesión de la Santísima Virgen María, oremos para que sepamos regocijarnos por cada gesto e iniciativa de bien, sin envidia ni celos, y usar sabiamente de los bienes terrenales en la continua búsqueda de los bienes eternos.