Semblanza del fundador del Opus Dei a diez años de su canonización
Mª Dolores García de Luquín
Un santo de nuestro tiempo y el santo de lo ordinario, así lo definió el Papa Juan Pablo II el día de su canonización, el 6 de octubre del 2002.
Nació en Barbastro, España, el 9 de enero de 1902, en una familia profundamente cristiana.
Fue a los 15 años al ver en la nieve los pies descalzos de un monje carmelita, que él se preguntó, ¿si él, no era capaz de ofrecerle nada al Señor? Y empezó a meterse en su alma esa inquietud divina. Decidió hacerse sacerdote para estar enteramente disponible a la voluntad de Dios.
Ya siendo sacerdote y mientras se encontraba en la Casa Central de los Paúles de Madrid, participando en unos ejercicios espirituales junto a otros sacerdotes de la diócesis, después de celebrar la Santa Misa se retiró a su habitación, donde comenzó a releer las notas que había recopilado, durante los últimos años, mociones de Dios: inspiraciones, propósitos de oración…
Usaba siempre el verbo ver al referirse a aquella inspiración divina del 2 de octubre de 1928, ¿qué vio? Vio, de modo inefable, a personas de toda raza y nación, de todas las culturas y mentalidades, buscando y encontrando a Dios en su vida ordinaria, en su familia, en su trabajo, en su descanso, con sus amistades y conocidos. Personas con el ansia de vivir en Cristo, de dejarse transformar por El, de luchar por la santidad en medio de sus ocupaciones habituales, en el campo, en la fábrica o en el despacho: en todas las profesiones honradas de la tierra.
Vio a multitudes aspirando a la santidad. A miles de santos en medio del mundo. Personas que se esforzarían por santificar su trabajo, por santificarse en su trabajo y por santificar a los demás con su trabajo; que lucharían por cristianizar su ambiente con el calor de su cercanía con Cristo; que serían, entre sus parientes y amigos, Cristo que pasa. Personas con un afán grande por llevar la fe y el mensaje cristiano a todos los sectores de la sociedad.
Vio a cristianos corrientes que vivían con plenitud la vocación recibida en el bautismo. Apóstoles de Cristo, que hablarían con sencillez y naturalidad, esforzándose por ponerlo en la cumbre de toda actividad humana, ofreciendo a Dios cada día.
Vio un camino de santidad y de apostolado para servir a la Iglesia, como la Iglesia quiere ser servida y no servirse de la Iglesia.
Dios quería abrir un panorama de vocación en medio de la calle para su Iglesia, dirigido a personas de todas las edades, estados civiles y condiciones sociales. Era un nuevo horizonte eclesial que prometía frutos abundantes de santidad y de apostolado en toda la tierra.
Don Josemaría se arrodilló, emocionado, mientras repicaban las campanas de la cercana Iglesia de nuestra Señora de los Ángeles. “Tenía yo, veintiséis años, la gracia de Dios y buen humor, y nada mas. Y tenía que hacer el Opus Dei”.
Fue el inicio de transformar esa visión que Dios le reveló, en realidad. Y así quiso Dios que se realizara Su Obra.
Por su entrega y fama de santidad, al morir el 26 de junio de 1975, 69 cardenales, alrededor de 1.300 obispos de todo el mundo, 41 superiores de órdenes y congregaciones religiosas, sacerdotes, religiosos, representantes de asociaciones laicales, figuras de la sociedad civil y personalidades del mundo de la cultura, de la ciencia y de arte solicitaron al Santo Padre el comienzo de su Causa de beatificación y canonización, convencidos de que sería un gran bien para la Iglesia.
En ese momento el Opus Dei estaba extendido en los cinco continentes, y contaba con mas de 60.000 miembros de 80 nacionalidades, al servicio de la Iglesia con el mismo espíritu de plena unión al Papa y a los Obispos, que vivió siempre San Josemaría.
Su cuerpo reposa en la Iglesia Prelaticia de Santa María de la Paz en Roma.
Fue canonizado el 6 de octubre del 2002.
Bibliografía: "Amigos de Dios". "Homilías", Josemaría Escrivá; "San Josemaría Escrivá de Balaguer", Miguel Dolz.