7/30/14

Comentario a la liturgia Domingo XVIII Ciclo A

P. Antonio Rivero, L.C.

Textos: Is 55, 1-3; Rm 8, 35.37-39; Mt 14, 13-21


Idea principal: Dios quiere saciar nuestra hambre y sed.

Resumen del mensaje: Dios sabe de nuestra radical hambre y sed. Por eso ha preparado desde siempre platillos sustanciosos y vinos de solera (primera lectura). Pero los fue distribuyendo de a sorbos. Y cuando ya no aguantó su corazón nos dio a comer generosamente como manjar el Cuerpo y a beber la Sangre de su Hijo Jesucristo, y quedamos satisfechos (evangelio). Con este alimento tendremos fuerzas para satisfacer nuestras necesidades espirituales y salir victoriosos ante las luchas diarias (segunda lectura).  E incluso nos sobrará para alimentar a nuestros hermanos necesitados.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, veamos las diversas hambres y los diversos tipos de sed que tiene el hombre de hoy. Hambre y sed de Dios, que si no es canalizada nos hace caer en la tentación paradisíaca “seréis como dioses”. Hambre y sed de espiritualidad, que si no es orientada se convierte en supermercado donde cada uno satisface sus emociones y sentimientos. Hambre y sed de libertad, que si no es formada desemboca en libertinaje. Hambre y sed de fama y honra, que si no es purificada nos hace caer en espectáculo apoteósico como a tantos faraones, reyes, guerreros, legisladores, cantores y actores. Hambre y sed de dinero, que si no es controlada nos roba el sueño y la paz. Hambre y sed de sexo, que si no es integrado con las otras dimensiones del amor afectivo, amistoso y espiritual, nos devora, engulle y erotiza. Hambre y sed de justicia, que si no es hermanada con la misericordia, nos empuja a la crueldad. Hambre y sed de salud, que si no es equilibrada se convierte en fuente de hipocondría. Hambre y sed de descanso, que si no es dosificada es motivo de pereza y holgazanería.

En segundo lugar, Dios en Cristo viene a saciar completamente nuestra hambre y sed interior. Ya desde el Antiguo Testamento, Isaías nos hacía la invitación de Dios: “Acudid por agua…venid, comed sin pagar vino y leche gratis…comeréis bien…”. Esta multiplicación de panes y peces, narrada hoy en el evangelio, es el anuncio y el preludio de lo que Cristo será para todos nosotros: nuestro alimento; anticipo del misterio de la Eucaristía. La metáfora de la comida y de la bebida es muy apropiada para hacernos comprender otros bienes que nos regala Dios: su cercanía, su perdón, su amor. ¡Cuántas veces Jesús utilizó el ambiente de una comida para hacernos sentar a la mesa del perdón y salvación! Ahí está Cristo Alimento en cada misa. Ahí está Cristo Alimento en el evangelio.

Finalmente,  pero también nos encarga “dadles vosotros de comer”. No todo lo hace Dios. No todo lo provee Cristo con su milagro. Cristo da los panes y peces multiplicados a los discípulos, y luego estos se los dan a la gente. Debemos compartir con Él su compasión y su sintonía con el hambriento, en todos los sentidos de hambre y sed. Somos colaboradores de ese Cristo que quiere saciar el hambre y la sed de la humanidad. ¡Qué triste sería quedarnos en un rincón comiendo a solas el pan de nuestra fe, de nuestra esperanza, de nuestro amor, de nuestra bondad! ¡Qué triste sería no compartir el vino de nuestra alegría, de nuestro optimismo, de nuestra solidaridad, de nuestro consejo! San Juan Pablo II dijo:“Pienso en el drama del hambre que atormenta a cientos de millones de seres humanos, en las enfermedades que flagelan a los países en desarrollo, en la soledad de los ancianos, la desazón de los parados, el trasiego de los emigrantes. No podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por la atención a los necesitados se nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo. En base a este criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas” (Mane nobiscum Domine, 28).

Para reflexionar: ¿De qué tengo hambre y sed? ¿A dónde voy a saciar mi hambre y sed? ¿Reparto mi pan con mis hermanos o me lo como a solas?