Salvador Bernal
Un denominador común: intentar contribuir a fortalecer la familia, tan maltratada en el mundo contemporáneo, de modo particular en la comunicación social
Las noticias sobre el documento de trabajo para el próximo sínodo extraordinario de obispos sobre la familia, me han traído a la memoria el fenómeno de confrontación típico hace más de cincuenta años en torno al Concilio Vaticano II. Por aquel tiempo creció la información religiosa y, salvo error por mi parte, comenzó a hablarse de los vaticanistas, es decir, de los periodistas especializados en información sobre la Iglesia.
Junto a ellos, grupos de presión notorios trataban de influir en las deliberaciones sobre temas más o menos delicados en las comisiones conciliares y en las sesiones plenarias. Pasado el tiempo, se comprueba tanto la sesgada información que se difundía, como la escasa influencia de posturas que se autoproclamaban fautores de la Iglesia del futuro.
Algo de esto sucede ahora, a mi juicio, en la preparación del próximo sínodo. El pasado 26 de junio se presentaba oficialmente el instrumentum laboris, con la precisión de que no representa la posición de la Santa Sede: más bien refleja una síntesis de las respuestas al cuestionario −enviado desde Roma en noviembre del 2013, procedentes sobre todo de las conferencias episcopales.
Frente a lo que parecía deducirse de algunas intervenciones no lejanas sobre estas cuestiones de obispos mediáticos de países desarrollados, no parece que el conjunto de respuestas refleje entusiasmo alguno por ideologías postmodernas que replantean la identidad familiar. Ciertamente, las 87 páginas del documento plantean más interrogantes que respuestas tradicionales o novedosas, pero con el denominar común de intentar contribuir a fortalecer la familia, tan maltratada en el mundo contemporáneo, de modo particular en la comunicación social.
Quizá por eso, la primera parte del texto subraya la necesidad de difundir más la enseñanza de la Biblia sobre la familia: ahí está el núcleo y el fundamento de la espiritualidad y de la vida de los cristianos. Más indispensable aún es una adecuada difusión del magisterio eclesiástico, incluida la responsabilidad de los pastores locales en la transmisión fiel de la doctrina, por encima de criterios o posiciones personales. Si en épocas no lejanas, episcopado y clero daban una imagen que algunos criticaban por monolítica, a veces se producen hoy climas de confusión justamente por lo contrario.
En cualquier caso, siempre con el trasfondo petrino de dar razón de la propia esperanza, se impone mejorar la transmisión en esta época tan dependiente de las comunicaciones. Un gran reto −para clérigos y laicos, todos llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la evangelización en su propio ambiente− es justamente pensar y repensar los contenidos magisteriales, para reflejar en la transmisión su profundidad humana, su belleza también cultural y su capacidad transformadora como cauce de paz y libertad solidarias.
Gran preocupación de Benedicto XVI fue la revitalización de la ley natural. Esa inquietud está presente en el documento sinodal, especialmente ante las dificultades que derivan de esquemas culturales o sociales ajenos o alejados del cristianismo: desde los hedonismos individualistas del occidente, a las exigencias de culturas tribales o tradiciones ancestrales en el tercer mundo. Una visión consecuencialista refleja el despojo humano y la inestabilidad social producidos por tales planteamientos.
Pero no es suficiente mostrar el fracaso de la modernidad. Es preciso fortalecer los mensajes ilusionantes de los pontífices y de los santos de nuestro tiempo, no siempre bien conocidos ni siquiera por los creyentes. Y siempre con optimismo: a pesar de tantas campañas, los sondeos de opinión siguen reflejando la nostalgia de la familia, y la confianza en ella, aun como gran refugio en momento de crisis.
La prensa ha destacado mucho las situaciones límites que también abordará el sínodo. No por ser minoritarias dejan de ser atendibles: basta recordar la parábola de la oveja perdida. Pero no parece que deban constituir el nervio de la vida y de la pastoral cristiana. Más bien −y de acuerdo con principios del Concilio Vaticano II quizá insuficientemente desarrollados, se trataría de profundizar con sentido positivo en la concepción de la familia como instrumento de santidad y de evangelización.