P. Antonio Rivero, L.C.
Textos: Jon 3, 1-5.10; 1 Co 7, 29-31; Mc 1, 14-20
Idea principal:
Cristo llama a unos cuantos para que le ayuden, en cuerpo y alma, en la obra de la salvación, las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana y los doce meses del año.
Síntesis del mensaje: El domingo pasado el Señor hacía una pregunta a los que lo seguían: “¿A quién buscáis?”. Hoy les habla con un imperativo categórico y una promesa: “Seguidme y yo os haré pescadores de hombres”. También a Jonás Dios le llamó y le encargó una misión: “Vete a Nínive a anunciar el mensaje que te indicaré” (primera lectura). Misión que urge, pues la vida es corta (segunda lectura).
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, ¿quién es el que les llama? Jesús, el Hijo de Dios vivo, el Mesías, el Señor, el Maestro, el buen Pastor, el Pan de vida, la Luz del mundo, el Camino y la Verdad y la Vida. Jesús, el hijo de María, la de Nazaret que le dio carne y latido humano. Jesús, el gran Pescador de hombres, lanzado a este mar de la vida para salvar de los dientes de los tiburones a quien pronuncie su nombre y lo acepte como único Redentor, subiéndose en el cabotaje de su Iglesia, cuyos primeros remeros son estos discípulos de Galilea. Sí, es Jesús de Nazaret quien les elige; ese Jesús pobre, austero, libre, confiado en la Providencia divina. No les promete cosas ni dinero, pues el dinero en manos de los consagrados puede ser un peligro, crear dependencia humana, rebajar la dependencia divina, corromper la austeridad de vida. Y si no, que hable la historia de algunas órdenes religiosas: su corrupción o relajo comenzó siempre por su riqueza. Mucho mejor libres, solos, distintos y distantes. Y si no, que hable Jesús por nosotros.
En segundo lugar, ¿a quién llama? No a filósofos, ni a sabios, ni a arquitectos, ni a sumos sacerdotes o escribas. No. Llama a pobres pescadores. No eran mendigos, pero sí trabajadores; iban a la sinagoga los sábados, pero no pisaron la escuela en los días de su vida; no tenían una gota de sangre azul en sus arterias ni un centavo en el bolsillo ni otro horizonte de vida que los montes, los vientos y las olas de su lago natal. Eran proletarios, ésos que a Dios parece que le encantan porque ¡hay que ver la cantidad de ellos que elige! De esa cantera Cristo sacó unos apóstoles que dieron su vida por Él. Arquímedes dijo tres siglos antes de Jesús: “Dadme un punto de apoyo y moveré la tierra”. Y le fracasó la palanca. Dijo Jesús: “Dadme doce simples y cambiaré el mundo”. El éxito a la vista. Pescadores con barcas y quillas bien traqueteadas, sus redes remendadas, sus manos callosas, su corazón en vilo y pendiente de la providencia. A esos llamó con amor y libremente.
Finalmente, ¿por qué y para qué les llama? El porqué es bien claro: porque les amó antes de nuestra creación, no por sus méritos, que no tenían; y sí muchos deméritos para que no les eligiera. Y el para qué, lo dice la famosa canción de Cesáreo Gabarain: “En la arena he dejado mi barca, junto a ti buscaré otro mar”. Para eso, ni más ni menos: echarse a la mar en la misma barca de Jesús para pescar muchos peces y así no sean devorados por los tiburones de la ideologías de moda y las falacias del mundo, y atraerlos al mar de Jesús; pues son peces que la sangre redentora de Cristo ganó y limpió y formó en espléndido cardumen. Un mar ancho y espacioso donde habrá abundantes peces de todos los tamaños y colores: peces chicos y grandes; peces escuálidos y saludables; peces que están en el banco de la educación, de los hospitales, de los asilos de ancianos, y en todas las periferias existenciales. Pero también un mar que tendrá –como todo en la vida- sus olas fuertes, sus momentos de calma. Un mar, donde por momentos soplarán los vientos monzónicos y bochornosos que parecen asfixiarnos, pero también los vientos alisios que nos adormecen en la mediocridad, y los glaciares, que tratarán de congelarnos. Un mar lleno de desafíos y piratas y sirenas. Pero un mar donde Jesús guía la barca y está en el timón. ¿A qué temer, a quién temer? Por eso, quien es escogido por Cristo como pescador de hombres debe rezar todos los días la oración de san Ignacio de Loyola: “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis, a vos Señor lo torno. Todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia que ésta me basta …”.
Para reflexionar: si he sido elegido por el Señor para ser pescador de hombre, ¿estoy feliz y agradecido con Él? ¿He dejado a Cristo en el timón de mi barca? ¿Lanzo las redes con todo mi arte y con la confianza puesta en el Señor que va en mi barca? ¿Prefiero ir a alta mar o me quedo en la orilla del miedo y de la pereza?
Para rezar: Señor, gracias, por haberme escogido. Limpia mis redes. Restaura mis remos. Toma el timón de mi barca. Contigo, estoy feliz. Si me das abundantes peces, yo feliz. Si quieres que experimente la esterilidad, también feliz. Con tal de ir contigo, ¿qué me importa lo demás? Contento, Señor, contento, como san Alberto Hurtado.