Pablo Cabellos Llorente
No se trata de sadismos ni masoquismos, sino de locura de amor hacia un Dios que, habitando en el misterio, se ha hecho uno de nosotros para darnos la vida con la chifladura y el escándalo de la cruz
Sí, desde sus comienzos, la Iglesia fundada por Cristo no ha cesado de pregonar despropósitos. Unos pocos de ellos −variables según los tiempos− han tenido un número más o menos elevado de adeptos alejados de ella. Hoy día ocurre respecto a tareas cuyos objetivos se centran en los enfermos, desfavorecidos por la vida, excluidos sociales por droga, inmigrantes, analfabetos, gentes sin techo, parados de larga duración, víctimas de las mil y una guerras, etcétera. Muchos alaban esas labores, lo que no significa que ayuden en las mismas. Algunos ya se retiran si ven que, con ocasión de tales actividades, los que las realizan procuran difundir el Evangelio entre sus beneficiarios, sin exclusiones de quienes no lo deseen. Se van los que quieren una Iglesia-ONG.
Pero procediendo con un poquito de orden, ¿cómo entender que Dios se haga hombre? Y puestos a que eso suceda, ¿cómo encajar que nazca en un rincón perdido del mundo y, además, en un establo? Lo último −porque el desvalido está de moda− podría ser más aceptado, hasta haría de Cristo un neosindicalista convencido que se muestra con obras, cosa difícil de evidenciar en el ramo. Pero la pertinacia de la Iglesia le lleva a decir que es el salvador del mundo y que, después de treinta años de ser un oscuro artesano, y tres intensos de predicación haciendo el bien, acabará condenado a morir en una cruz. Y que, precisamente ahí, será nuestro redentor.
¿Y qué decir de lo que amablemente, eso sí, pide a sus seguidores? Pues nada menos que, para serlo de veras, han de tomar la cruz de cada día y solamente así contarse entre sus incondicionales. Y el caso es que no es una frase: pide un talante desprendido y generoso respecto de los bienes que posean, llama bienaventurados a los misericordiosos, los que lloran, los que padecen por causa de la justicia, los limpios de corazón? Sí pide castidad a todos: solteros, sin distinguir heterosexuales de homosexuales, y casados, porque hay una castidad para los casados. La diferencia entre unos y otros solo es de una persona con quien relacionarse. Y con esa, siempre abiertos a la vida.
Obelix diría: están locos estos cristianos. Y en verdad es así. No se trata de sadismos ni masoquismos, sino de locura de amor hacia un Dios que, habitando en el misterio, se ha hecho uno de nosotros para darnos la vida con la chifladura y el escándalo de la cruz. Recordamos a san Pablo escribiendo que la cruz es escándalo para los judíos y locura para los gentiles, mas poder y sabiduría de Dios para los que se salvan, ya judíos, ya griegos. Recorrer ese camino sólo es posible si nos vemos pequeños y necesitados del misterio. Y sin misterio no hay esperanza, y sin esperanza, no hay alegría. Esta alegría es inalcanzable para bastantes pensadores modernos que han evitado el misterio negándolo.