9/02/15

'Confortarse mutuamente aguardando a Cristo'

El papa ayer en Santa Marta


1Tes (5,1-6.9-11) - Sal 26,1.4.13-14 - Lc (4,31-37)

¿Qué vemos en el comportamiento de la antigua comunidad de Tesalónica, como la presenta el texto de la carta de San Pablo que nos propone la liturgia? Una comunidad inquieta, que pide y pregunta al Apóstol por el “cómo” y el “cuándo” de la vuelta de Cristo, y hasta por la suerte que les tocaría a los muertos. Tan inquieta que incluso San Pablo tuvo necesidad de decirles: Quien no trabaje, que no coma.
San Pablo afirma que el día del Señor llegará de repente, como un ladrón, pero añade también que Jesús vendrá a traer la salvación a quien cree en Él. Y concluye: Confortaos mutuamente y ayudaos los unos a los otros. Y es precisamente este consuelo el que de esperanza. Este es el consejo: ¡Confortaos! Confortaos mutuamente. Hablad de esto. Yo os pregunto: ¿hablamos de esto, de que el  Señor vendrá, de que nos encontraremos con Él? ¿O hablamos de muchas cosas, incluso de teología, de cosas de Iglesia, de curas y de monjas, de monseñores, de todo eso? ¿Nuestro consuelo es esa esperanza? Confortaos mutuamente: confortaos en comunidad. En nuestras comunidades, en nuestras parroquias, ¿se habla de esto, de que estamos a la espera del Señor que viene? ¿O se murmura de ése, de aquél, de aquella, para pasar un poco el rato y no aburrirnos demasiado?
En el Salmo responsorial hemos repetido: Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida. (En italiano : Sono certo di contemplare la bontà del Signore)¿Tú tienes esa certeza de contemplar del Señor? El ejemplo a imitar es Job que, a pesar de sus desventuras, afirmaba con decisión: Sé que Dios está vivo y que yo lo veré, y lo veré con estos ojos. Es verdad que vendrá a juzgar, y cuando vamos a la Capilla Sixtina vemos esa hermosa escena del Juicio final, es cierto. Pero pensemos también que vendrá a encontrarme para que yo lo vea con estos ojos, lo abrace y esté siempre con Él. Esa es la esperanza que el Apóstol Pedro nos pide que expliquemos con nuestra vida a los demás, que demos testimonio de esperanza. Ese es el verdadero consuelo, esa es la verdadera certeza: Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.
Como San Pablo a los cristianos de ayer, el consejo sirve también a los cristianos de la Iglesia de hoy: animaos mutuamente y ayudaos unos a otros a crecer, como ya lo hacéis. Pidamos al Señor esta gracia: que aquella semilla de esperanza que ha  sembrado en nuestro corazón se desarrolle, crezca hasta el encuentro definitivo con Él. Estoy seguro de que veré al Señor. Estoy seguro de que el Señor vive. Estoy seguro de que el Señor vendrá a encontrarme. Este es el horizonte de nuestra vida. Pidamos esta gracia al Señor y consolémonos los unos a los otros con las buenas obras y las buenas palabras, por ese camino.