9/16/15

En el centro: Jesús

Mons. Enrique Díaz Diaz


XXIV Domingo Ordinario 

Isaías 50, 5-9: “Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban”
Salmo 114: “Caminaré en la presencia del Señor”
Santiago 2, 14-18: “La fe, si no se traduce en obras, está completamente muerta”
San Marcos 8, 27-35: “Dijo Pedro: ‘Tú eres del Mesías’.- Es necesario que el Hijo del hombre padezca mucho”


Los pueblos mayenses han sabido expresar plásticamente su concepción de Dios, del mundo y de la historia, en el llamado “Altar maya”. Con los cuatro rumbos y sus vistosos colores, dan gracias al Dios de la vida que amanece y llena de alegría el oriente; que anoche y da reposo al morir el sol, que se hace presente en los vientos del norte y del sur. Flores, frutos, ramas, semillas y diversos objetos van tiñendo el color debido: blanco, negro, rojo, amarillo, pero en el centro los colores de la vida: el azul y el verde, representando el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra. Es en el centro donde convergen todos los rumbos, donde se entrecruzan todos los caminos, donde se sostiene todo el universo. Tatic Alberto contempla ya terminado el precioso y multicolor altar, ceremonioso va y coloca junto a las velas verde y azul, su Biblia en tseltal y la imagen de Cristo crucificado, mientras explica: “kAjualtik Jesucristo está en el mero centro porque es el más importante. Su Palabra es la que nos da vida”
Jesús y sus discípulos van de camino y ahí, caminando, es donde se presentan los problemas y las crisis, donde se cuestionan sobre la meta, donde se revisa el camino andado. Ya nos encontramos en la mera mitad del Evangelio de San Marcos… Jesús ha realizado prodigios en pro de la vida y del pueblo oprimido. Ha liberado a enfermos y endemoniados, ha restituido dignidad y valor a los marginados. Ha denunciado las actitudes hipócritas y serviles de los escribas y fariseos. Ha anunciado por todo Galilea y más allá de las fronteras, su Buena Nueva y llega el momento de preguntarse: ¿Qué se ha logrado? Parece poca cosa: la ceguera de los fariseos, la alabanza de un pueblo que busca respuestas inmediatas a sus necesidades, los intereses de sus discípulos, el escándalo y el alejamiento de su familia. ¿Es el camino que quiere Jesús? Entonces viene la pregunta a los cercanos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”, y las respuestas no se dejan esperar. Y viene la comparación con los personajes más importantes que conoce el judío, y se esperaría que Cristo estuviera muy contento con estas respuestas… pero lejos de mostrarse complacido, va más allá con otra pregunta incisiva: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. No es una pregunta accidental o sin importancia, sino la pregunta fundamental en la vida
Nuestras respuestas no estarían muy lejanas de las que dicen los discípulos. Ciertamente hay una admiración por Cristo como hombre, como persona, como fundador de una religión, como el gran maestro. Hay millones que se dicen sus seguidores y que en una u otra forma están bautizados y se reconocen cristianos. Pero ¿esto es lo importante para Cristo? También que hay quienes lo atacan y buscan enlodar su nombre, hay quienes quisieran destruirlo o que pasara ignorado… pero Cristo sigue insistiendo en su pregunta: “y tú, ¿quién dices que soy yo?”. No espera confesiones ni monumentos, no pregunta si llevas una medalla en el pecho o si tienes una bella imagen en tu cuarto, sino pregunta por tu vida. No por tus palabras, con tu vida quién dices que soy yo. Claro que somos multitudes los que nos decimos cristianos, pero quizás recibiríamos el mismo reproche dirigido a Pedro:“¡Apártate de mí, Satanás! Porque tú no juzgas según Dios, sino según los hombres”. Porque a pesar de llamarnos sus seguidores, nos acomodamos más a los criterios de los hombres que a los criterios de Jesús, porque buscamos los primeros lugares, porque luchamos denodadamente por el poder, porque mentimos y robamos, porque damos la espalda al prójimo, porque ¡no hemos entendido lo que quiere Jesús! Usamos su nombre para nuestros propios fines.
Cristo, después de la confesión de Pedro, presenta la Cruz como el camino y el único modo de liberación y salvación. Pero a Pedro le cuesta mucho aceptar el camino de la cruz y se opone valientemente a lo que considera son los enemigos de Jesús y quiere destruir todo obstáculo que pueda dañar a su Maestro. Lo hace sinceramente pero equivocadamente. No basta con la buena intención, necesita ajustar su pensamiento y su corazón al corazón de Jesús. A veces tras aparentes buenas intenciones se esconden egoísmos, justificaciones y ambiciones inconfesables. Quizás hoy nosotros como Pedro le diríamos a Cristo que es equivocado predicar una Cruz, que es preferible anunciar una salvación fácil, cómoda y compatible con las necesidades modernas. Quizás le diríamos que deje de soñar en un mundo de hermanos y hermanas donde todos sean iguales. Que su Iglesia y su Reino tienen que tomar los métodos de la publicidad moderna donde todo se hace agradable, fácil y posible… mientras que su propuesta exige renuncia, servicio, entrega y fidelidad. Y sin embargo, Cristo no está buscando puntos en una encuesta de popularidad, sino vida y amor. Por eso, lejos de aceptar la propuesta de Pedro, y quizás nuestra propia propuesta, define bien sus exigencias: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga”. ¡Qué lejos de un mundo de individualismo egoísta! ¡Qué criterios tan diferentes! Por eso muchos han tratado de compaginar el Evangelio con la mundanidad y sienten como una bofetada la definición y exigencia tan clara del Papa Francisco cuando pide poner a Cristo en el centro de la vida y de las decisiones. No se puede ser fiel al Evangelio si no se carga la cruz. No se puede ser fiel al Evangelio si se le despoja de su exigencia de justicia, de verdad, de misericordia y de entrega.
Lo que Cristo exige es decisivo en la vida del discípulo. No son superficialidades, no es una religión para vestirse, no son apariencias, es una entrega completa y definitiva a su Evangelio. Es tocar con su palabra todos los aspectos de nuestra vida, es abrir los oídos y el corazón y dejarse invadir por sus criterios. No se puede dejar a un lado la pregunta de Jesús. Hoy tenemos que tener una actitud de escucha. Debo empaparme de lo que Jesús me dice. Rumiarlo y asumirlo en todos los momentos de mi vida, aun en los más pequeños. Hoy necesito hablar con toda honestidad con Jesús sobre mis sentimientos, mis deseos y preguntarle si no son erróneos, si no es una forma de pensar a estilo de los hombres. Hoy necesito confrontar mi vida con el evangelio y hacerme preguntas en serio: ¿Es Jesús el centro de mi vida? ¿Hasta dónde estoy dispuesto a seguirlo? ¿Vale la pena vivir la vida como lo estoy haciendo?
Míranos, Señor, con ojos de misericordia y haz que experimentemos vivamente tu amor, para que podamos seguirte con sinceridad y servirte con todas nuestras fuerzas. Amén.