9/21/15

“Sean capaces de crear la amistad social”

El Papa a los jóvenes del Centro Cultural Padre Félix Varela, tras escuchar el testimonio del joven universitario Leonardo Manuel Fernández Otaño en representación de los demás asistentes



Ustedes están parados y yo estoy sentado. ¡Qué vergüenza! Pero saben por qué me siento, porque tomé notas de algunas cosas que dijo nuestro compañero y sobre estas les quiero hablar.
Una palabra que cayó fuerte: “soñar”. Un escritor latinoamericano decía que las personas tenemos dos ojos: uno de carne y otro de vidrio. Con el ojo de carne vemos lo que miramos, con el ojo de vidrio vemos lo que soñamos. Esta lindo, ¿eh? En la objetividad de la vida tiene que entrar la capacidad de soñar. Y un joven que no es capaz de soñar está clausurado en sí mismo, está encerrado en sí mismo. Claro, uno a veces sueña cosas que nunca van a suceder. Pues soñalas, desealas, busca horizontes, abrite, abrite a cosas grandes.
No sé si en Cuba se usa la palabra, pero los argentinos decimos: “No te arrugues”, ¿eh? No te arrugues, abrite, abrite y soñá. Soñá que el mundo con vos puede ser distinto. Soñá que si vos ponés lo mejor de vos, vas a ayudar a que ese mundo sea distinto. No se olviden. Sueñen. Por ahí se les va la mano y sueñan demasiado y la vida les corta el camino. No importa. Sueñen y cuenten sus sueños. Cuenten. Hablen de las cosas grandes que desean, porque cuanto más grande es la capacidad de soñar, y la vida te deja a mitad de camino, más camino has recorrido. Así que primero, soñar.
Vos dijiste ahí una frasecita, yo tenía acá escrita la intervención de él, pero la subrayé y tomé alguna nota: que sepamos acoger y aceptar al que piensa diferente. Realmente a veces nosotros somos cerrados. Nos metemos en nuestro mundito: “o este es como yo quiero que sea, o no”. Y fuiste más allá todavía: que no nos encerremos en los conventillos de las ideologías o en los conventillos de las religiones. Y que podamos crecer ante los individualismos.
Cuando una religión se convierte en conventillo pierde lo mejor que tiene, pierde su realidad de adorar a Dios, de creer en Dios, es un conventillo, es un conventillo de palabras, de oraciones, de yo soy bueno vos sos malo, de prescripciones morales. Y cuando yo tengo mi ideología, mi modo de pensar, y vos tenés el tuyo, me encierro en este conventillo de la ideología.
Corazones abiertos, mentes abiertas. Si vos pensás distinto que yo, ¿por qué no vamos a hablar? ¿Por qué siempre nos tiramos la piedra sobre aquello que nos separa, sobre aquello en lo que somos distintos? ¿Por qué no nos damos la mano en aquello que tenemos en común? Animarnos a hablar de lo que tenemos en común. Y después, podemos hablar de las cosas que tenemos diferentes. Pero digo hablar, no digo pelearnos, no digo encerrarnos, no digo “conventillar”, como usaste vos la palabra. Pero eso solo es posible cuando uno tiene la capacidad de hablar de aquello que tengo en común con el otro, de aquello para lo cual somos capaces de trabajar juntos.
En Buenos Aires, estaba una parroquia nueva, en una zona muy muy pobre, estaban construyendo unos salones parroquiales, un grupo de jóvenes de la universidad, y el párroco me dijo: “por qué no te venís un sábado y así te los presento”. Trabajaban los sábados y los domingos en la construcción. Eran chicos y chicas de la universidad. Yo llegué, y los vi y me los fue presentando: “Este es el arquitecto, es judío. Este es comunista. Este es católico práctico, este...”. Todos eran distintos, pero todos estaban trabajando en común, por el bien común. Eso se llama amistad social: buscar el bien común. La enemistad social destruye. Y una familia se destruye por la enemistad, un país se destruye por la enemistad, el mundo se destruye por la enemistad. Y la enemistad más grande es la guerra. Y hoy día vemos que el mundo se está destruyendo por la guerra, porque son incapaces de sentarse y hablar. Bueno, negociemos. ¿Qué podemos hacer en común? ¿En qué cosas no vamos a ceder? Pero no matemos más gente. Cuando hay división hay muerte, hay muerte en el alma, porque estamos matando la capacidad de unir. Estamos matando la amistad social. Y eso es lo que yo les pido a ustedes hoy: sean capaces de crear la amistad social.
Después salió otra palabra que vos dijiste: la palabra esperanza. Los jóvenes son la esperanza de un pueblo, eso lo oímos de todos los lados. Pero, ¿qué es la esperanza? ¿Es ser optimista? No. El optimismo es un estado de ánimo. Mañana te levantás con dolor de hígado y no sos optimista, ves todo negro. La esperanza es algo más.
La esperanza es sufrida. La esperanza sabe sufrir para llevar adelante un proyecto. Sabe sacrificarse. ¿Vos sos capaz de sacrificarte por un futuro o solamente querés vivir el presente y que se arreglan los que vengan? La esperanza es fecunda, la esperanza da vida. ¿Vos sos capaz de dar vida, o vas a ser un chico o una chica espiritualmente estéril, sin capacidad de crear vida a los demás, sin capacidad de crear amistad social, sin capacidad de crear patria, sin capacidad de crear grandeza?
La esperanza es fecunda. La esperanza se da en el trabajo, y aquí me quiero referir a un problema muy grave, que se está viviendo en Europa. La cantidad de jóvenes que no tienen trabajo. Hay países en Europa que jóvenes de 25 años hacia abajo viven desocupados en un porcentaje del 40 por ciento. Pienso en un país. Otro país el 47 por ciento. Otro país el 50 por ciento.
Evidentemente que un pueblo que no se preocupa por dar trabajo a los jóvenes, un pueblo, y cuando digo “pueblo” no digo gobiernos, todo el pueblo, la preocupación de la gente, si los jóvenes no trabajan, es pueblo no tiene futuro.
Los jóvenes entran a formar parte de la cultura del descarte y todos sabemos que hoy, en este imperio del dios dinero, se descartan las cosas y se descartan las personas, se descartan los chicos, porque no se los quiere, porque se les mata antes de nacer, se descartan los ancianos, estoy hablando del mundo en general, se descartan los ancianos porque ya no producen.
En algunos países hay ley de eutanasia, pero en tantos otros hay una eutanasia escondida, encubierta. Se descartan los jóvenes porque no les dan trabajo. Entonces, ¿qué le queda a un joven sin trabajo? Un país que no inventa, un pueblo que no inventa posibilidades laborales para su jóvenes, a ese joven le quedan o las adicciones, o el suicidio, o irse por ahí buscando ejércitos de destrucción para crear guerras.
Esta cultura del descarte nos está haciendo mal a todos, nos quita la esperanza, y es lo que vos pediste para los jóvenes: “queremos esperanza”. Esperanza que es sufrida, es trabajadora, es fecunda, nos da trabajo y nos salva de la cultura del descarte. Y esta esperanza que es convocadora, convocadora de todos, porque un pueblo que sabe autoconvocarse para mirar el futuro y construir la amistad social, como dije, aunque piense diferente, ese pueblo tiene esperanza.
Y si yo me encuentro con un joven sin esperanza, por ahí una vez dije “un joven es jubilado”. Hay jóvenes que parece que se jubilan a los 22 años. Son jóvenes con tristeza existencial. Son jóvenes que han apostado su vida al derrotismo básico. Son jóvenes que se lamentan. Son jóvenes que se fugan de la vida. El camino de la esperanza no es fácil. Y no se puede recorrer solo. Hay un proverbio africano que dice; “Si querés ir de prisa, andá solo, pero si querés llegar lejos, andá acompañado”.
Y yo a ustedes, jóvenes cubanos, aunque piensen diferente, aunque tengan su punto de vista diferente, quiero que vayan acompañados, juntos, buscando la esperanza, buscando el futuro y la nobleza de la patria.
Y así, empezando como empezamos con la palabra soñar, y quiero terminar con otra palabra que vos dijiste, y que yo la suelo usar bastante: la cultura del encuentro. Por favor, no nos “desencontremos” entre nosotros mismos. Vayamos acompañados, uno. Encontrados, aunque pensemos distinto, aunque sintamos distinto, pero hay algo que es superior a nosotros, que es la grandeza de nuestro pueblo, que es la grandeza de nuestra patria, que es esa belleza, esa dulce esperanza de la patria a la que tenemos que llegar. Muchas gracias.
Bueno, me despido deseándoles lo mejor, deseándoles todo esto que les dije, se los deseo. Voy a rezar por ustedes. Y les pido que recen por mí y si alguno de ustedes no es creyente y no puede rezar porque no es creyente, que al menos me desee cosas buenas. Que Dios los bendiga y los haga caminar en este camino de esperanza, hacia la cultura del encuentro, y evitando esos “conventillos” de los cuales habló nuestro compañero. Y que Dios los bendiga a todos.