El Papa en Santa Marta
Hijo, ahí tienes a tu Madre. Son las extraordinarias palabras (cfr. Jn 19,25-27) que Jesús, desde la Cruz, dirige al discípulo que amaba, y a María: Ahí tienes a tu hijo. Desde entonces, no se puede pensar en María sin pensarla como madre. Al mismo tiempo, su maternidad se extiende en la figura de aquel nuevo hijo, se alarga a toda la Iglesia y a toda la humanidad. En este tiempo —no sé si será el principal sentido— hay un gran sentido en el mundo de orfandad, es un mundo huérfano. Por eso, esas palabras tienen una gran importancia, la importancia de que Jesús nos dice: No os dejo huérfanos, os doy una madre. Y ese es también nuestro orgullo: tenemos una madre, una madre que está con nosotros, que nos protege, que nos acompaña, que nos ayuda, también en los tiempos difíciles, en los momentos feos.
Los monjes rusos dicen que en los momentos de turbulencias espirituales debemos ir bajo el manto de la Santa Madre de Dios, y la Madre nos acoge, nos protege y cuida de nosotros. Pero podemos decir que la maternidad de María va más allá de Ella, que es contagiosa. De la maternidad de María viene una segunda maternidad, la maternidad de la Iglesia. La Iglesia es madre: nuestra Santa Madre la Iglesia, que nos engendra en el Bautismo, nos hace crecer en su comunidad y tiene actitudes de maternidad, como la suavidad, la bondad. La Madre María y la Madre Iglesia saben acariciar a sus hijos y dar ternura. Pensar en la Iglesia sin esa maternidad es pensar en una asociación rígida, en una asociación sin calor humano, huérfana.
La Iglesia es Madre y nos recibe a todos como Madre. María Madre, la Iglesia Madre, con una maternidad que se expresa en actitudes de humildad, de acogida, de comprensión, de bondad, de perdón y de ternura. Y donde hay maternidad hay vida, hay alegría, hay paz, ¡se crece en paz! Cuando falta esa maternidad solo queda la rigidez, la fría disciplina, y no se sabe sonreír. Una de las cosas más bonitas y humanas es sonreír a un niño y hacerle sonreír.
Que el Señor nos haga oír hoy también, cuando se vuelva a ofrezca de nuevo al Padre por nosotros: ¡Hijo, ahí tienes a tu madre!