El Papa ayer antes del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas, ¡Buenos días!
En este domingo que inmediatamente precede la Navidad, escuchamos el Evangelio de la Anunciación (cf. Lc 1, 26-38). En este pasaje del Evangelio, podemos notar un contraste entre las promesas del ángel y la respuesta de María. Tal contraste se manifiesta en la dimensión y el contenido de las expresiones de los dos protagonistas.
El ángel dice a María:
"No temas María, porque has encontrado el favor de Dios.
He aquí que vas a concebir y dar a luz un hijo; le pondrás por nombre Jesús.
Él será grande , será llamado hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David su padre; él reinará para siempre sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin" (vv.30-33)
Es una larga revelación que abre perspectivas increíbles. El niño que nacerá de esta humilde mujer de Nazaret se llamará Hijo del Altísimo: no se puede concebir una dignidad superior. Y, después de la pregunta de María pidiendo explicaciones, la revelación del ángel se vuelve aún más detallada y sorprendente.
Al contrario, la respuesta de María es una frase breve, que no habla de gloria o de privilegio, sino solo de disponibilidad o de servicio:
"Aquí está la sierva del Señor; que todo me suceda según tu palabra" (v.38)
El contenido es diferente también. María no se exalta incluso ante la perspectiva de convertirse en Madre del Mesías, sino que sigue siendo modesta y expresa su adhesión al proyecto del Señor. María no se jacta, es humilde, modesta, sigue siendo como siempre.
Este contraste es significativo. Nos hace comprender que María es verdaderamente humilde, que no busca ir por delante. Admite ser pequeña ante Dios y está feliz de serlo. Al mismo tiempo, es consciente de que su respuesta depende de la realización del plan de Dios, y que, por lo tanto, está llamada a adherirse a él con todo su ser.
En esta circunstancia, María se presenta en una actitud que corresponde perfectamente a la del Hijo de Dios cuando viene al mundo: quiere convertirse en el Siervo del Señor, servir a la humanidad para llevar a cabo el proyecto del Padre.
María dice: “He aquí la sierva del Señor “, y el Hijo de Dios dice al entrar en el mundo: “He aquí que vengo a [….] hacer, oh Dios, tu voluntad” (10, 7.9). La actitud de María refleja completamente esta declaración del Hijo de Dios, quien también se convierte en el hijo de María. La Virgen se revela como la colaboradora perfecta del proyecto de Dios y verdadera discípula de su Hijo, y, en el Magníficat, puede proclamar que “Dios levanta a los humildes” (Lc 1, 52), porque por su humilde respuesta y generosa ha obtenido una gran alegría y también una gran gloria.
Admiramos a nuestra Madre por esta respuesta a la llamada y a la misión de Dios, pidamos que nos ayude a cada uno de nosotros a abrazar el proyecto de Dios en nuestras vidas con sincera humildad y valiente generosidad.