El 15 de diciembre de 2017 se introduce la causa de beatificación de este gran teólogo, y en el año 2018 se cumplen 50 años de su muerte
Es un buen momento para recordar este libro, uno de los más importantes de la teología del siglo XX.
Siempre es difícil trazar la historia de las ideas: cuáles son los momentos y contextos en que se perfilan, se formulan y logran difusión. Que el cristianismo se centra en la persona de Cristo lo formula bella y claramente Guardini, con un impacto que ha marcado toda la teología católica del siglo XX. Pero evidentemente no se lo ha inventado.
El mismo Señor lo da a entender cuando dice “Yo soy el camino, la verdad y la vida, nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Con toda la misteriosa fuerza del “Yo soy” de Cristo, en el Evangelio de San Juan: “Yo soy el pan de vida” (Jn 6, 35.48.51), “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12; 12, 46-48), “Yo soy la puerta” (Jn 10, 1-6), “Yo soy la resurrección” (Jn 11, 25).

Los contextos

Por un lado está el esfuerzo “racionalista liberal”, que desde el XVIII, intenta reducir el cristianismo a alguna idea o esencia “universal”, prescindiendo de sus concreciones históricas, que le parecen dudosas. Por otro lado, desde el siglo XIX, ha crecido exponencialmente el conocimiento de otras religiones: ¿qué tienen en común?, ¿qué caracteriza el hecho religioso? Y, dentro de esto, ¿qué singulariza a lo cristiano?
La teología liberal protestante, desde Schleiermacher, ha asumido la idea de que el cristianismo representa la esencia de lo religioso en su concreción histórica más acabada. En efecto, lo religioso puede definirse como la relación de sumisión y reconocimiento hacia el absoluto. Y, para Schleiermacher, el cristianismo lo realiza de manera eminente.
Pero en paralelo, durante el siglo XIX, se ha extendido el estudio comparado de las religiones. Y al igual que se intenta encontrar en otras religiones el esquema y los elementos que tan claramente se observan en la cristiana, con sus creencias, sus libros sagrados, su moral, su culto y su iglesia o comunidad creyente, también se intenta tipificar la religión cristiana por comparación con las demás. Y se ve en Cristo al Fundador y Profeta de la religión cristiana.
Desde luego, Jesucristo es el fundador y profeta de la religión cristiana, el vehículo por el que este mensaje llega y se difunde en el mundo. Pero, sobre todo, es el centro y el contenido del mensaje.
Esto es lo singular, que no encuentra parecido en la historia de las religiones. Buda o Mahoma pueden ser vehículos e incluso modelos en la práctica de una religión (aunque en el caso de Buda fuera más bien una filosofía), pero no son su esencia. En cambio, con su Encarnación, la Palabra de Dios se ha hecho presente en la historia en forma de persona. En Jesucristo, el Hijo encarnado, Dios se manifiesta y salva. Por eso la religión cristiana no se compendia en una idea sino en una persona.
Explicará Guardini: “Jesús no es solo portador de un mensaje que exige una decisión, sino que es Él mismo quien provoca la decisión, una decisión impuesta a todo hombre, que penetra todas las vinculaciones terrenas y que no hay poder que pueda ni contrastar ni detener” (La esencia del cristianismo, Cristiandad, Madrid 1984, p. 47)

El título

Dos famosos libros llevaban ya el mismo título. En 1841, Ludwig Feuerbach había publicado su La esencia del cristianismo. Era una explicación hermenéutica reductiva del cristianismo. El cristianismo sería lo contrario de lo que pretende ser. No la manifestación de un Dios que quiere salvar al hombre, sino la ilusión del hombre que sublima sus propias aspiraciones en la idea de Dios. Dios es solo lo que nos gustaría ser, llevado al infinito.
Adolf von Harnack, famoso historiador de la antigüedad cristiana y protestante liberal, le contestó con unas conferencias reunidas en su libro La esencia del cristianismo (1901). No se trata de una ilusión, sino que el mandamiento del amor es la máxima expresión histórica del progreso interior humano. La historia cristiana ha prestado, quizá, demasiada atención a la doctrina sobre Dios o sobre Jesucristo −eso le parece−, pero la esencia está en la realización del hombre interior en la justicia y la caridad. Eso es lo que le da su significado universal, para los hombres de todos los tiempos.
En realidad, tenían bastante en común. Como hijos de su tiempo, les parecía problemática la historia de la salvación y solo le daban un valor alegórico. Pero donde Feuerbach veía un infeliz espejismo, von Harnack encontraba la máxima manifestación del espíritu humano.
La ingenuidad liberal que quiere contemplar el progreso humano en la historia, también religioso, naufragaría en la primera guerra mundial. Y Barth juzgaría duramente el intento de la teología liberal de hacer razonable el cristianismo, convirtiéndolo en idea y esencia. Es el escándalo de la revelación el que tiene que juzgar la razón, y no al revés. Así la salva y la saca de sus límites. Pero Barth no desciende a la historia concreta.

El libro de Guardini

Sin citarlo, Guardini sigue el itinerario contrario a Harnack: parte del hecho histórico de Jesucristo y muestra su significado universal, que no puede reducirse a ninguna idea. Jesucristo, tal como fue y como es, es la esencia de la religión cristiana.
Como señala en la “Advertencia preliminar”, La esencia del cristianismo se publicó en 1929, en la revista Die Schildgenossen. Pero Guardini vio conveniente publicarlo aparte, porque le parecía que podía servir de ”introducción metódica”, para sus otros libros sobre Cristo, especialmente La imagen de Jesús, el Cristo, en el Nuevo Testamento, y El Señor.
Desarrolla la argumentación en cuatro partes que seguiremos brevemente: I. El problema; II. A modo de diferenciación; III. La persona de Cristo y lo propia y esencialmente cristiano. Finalmente, en el apartado IV, Resultado, resume brevemente su tesis.

El problema

“La pregunta por la esencia del cristianismo ha sido contestada de modos muy diversos. Se ha dicho que lo esencial del cristianismo es que en él la personalidad individual avanza al centro de la conciencia religiosa; se ha afirmado asimismo que la esencia del cristianismo radica en que en él Dios se revela como Padre, quedando el creyente situado frente a Él […]: también se ha sostenido que lo peculiar del cristianismo es ser una religión que eleva el amor al prójimo a la categoría de valor fundamental […]. De todas estas respuestas no hay ninguna que dé en el blanco” (16). Además de que son falsas, “se hallan formuladas en forma de proposiciones abstractas, subsumiendo su ‘objeto’ bajo conceptos generales” (17).
“El cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es eso también, pero nada de ello constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concretos; es decir, por una personalidad histórica” (19).
Esto plantea un “problema”. Porque estamos acostumbrados a someternos a normas o a leyes, pero aquí se trata de “reconocer a otra persona como ley suprema de toda la esfera religiosa”.

A modo de diferenciación

Se necesita un discernimiento: “Una mirada superficial basta para percatarse de la inconmensurable significación que reviste la persona de Jesús en el Nuevo Testamento” (25). Recuerda el caso de Buda, y también de los profetas de Israel: “El profeta como el apóstol son portadores del Mensaje, obreros en la gran obra, pero nada más” (32). “Por contraste con todo eso, se pone de manifiesto cuán fundamentalmente diferente es la posición de la persona de Jesús en el orden religioso proclamado por él” (33).

La persona de Cristo y lo propia y esencialmente cristiano

Hay muchas versiones sobre el mensaje de Cristo: predicó el Reino que venía, el amor universal, una nueva idea de Dios. En definitiva, “se ha afirmado repetidamente que Jesús no forma parte del contenido de su mensaje” (37). Pues bien, “esta teoría es falsa” (38). Por muchos motivos.
El primero es que Jesús “exige explícitamente que los hombres le sigan” (38), que opten por él, de una manera plena. Además, sus palabras y gestos “hacen aparecer la persona de Cristo como criterio y motivo de la conducta” (40). Hasta el escándalo que supone “el hecho de que una persona histórica pretenda para sí una significación religiosa absoluta” (50). “Todo lo cristiano que viene de Dios a nosotros, y lo mismo todo lo que va de nosotros a Dios, tiene que pasar por Aquel” (52). Es una mediación que forma parte del contenido.
“La doctrina de Jesús es la doctrina del Padre. Pero no como en un profeta que recibe y da a conocer la revelación, sino en el sentido de que su punto de partida se halla en el Padre, pero, a la vez, también en Jesús” (60).
También la salvación se da en él y a través de él. Por eso se entiende la expresión frecuente en San Pablo: “en él”, recogida en la liturgia: “Por Cristo, con él y en él”. Así viven, así rezan, así se salvan los cristianos, por la acción del Espíritu Santo. Cada uno en particular y, a la vez, todos en la Iglesia. Y se expresa de manera especial en la Eucaristía: todos están llamados a comer su Cuerpo, condición necesaria para entrar en el Reino de los Cielos.

Resultado

En este último y breve apartado concluye todo: “No hay ninguna doctrina, ninguna estructura fundamental de valores éticos, ninguna actitud religiosa ni ningún orden vital que pueda separarse de la persona de Cristo y del que, después, pueda decirse que es cristiano. Lo cristiano es Él mismo, lo que a través de Él llega al hombre y la relación que a través de Él puede mantener el hombre con Dios” (103).
El cristianismo tiene una doctrina y una moral (un sistema de valores) y un culto público y una oración personal. Tiene; pero no es ni una doctrina, ni una moral, ni un culto, ni una iglesia. Su esencia es Jesucristo. Su doctrina, su moral, su culto se realizan en Cristo. Y no hay doctrina ni moral ni culto que sean cristianos si no se enraízan y expresan en Cristo.
Y, por último, citando sin citar las otras “esencias del cristianismo”, concluye: “La tesis de que el cristianismo es la religión del amor solo puede ser exacta en el sentido de que el cristianismo es la religión del amor a Cristo y, a través de Él, del amor dirigido a Dios, así como a otros hombres […]. El amor a Cristo es, pues, la actitud que en absoluto presta sentido a cuanto es. Toda vida tiene que ser determinada por él” (105).
El teólogo y obispo italiano Bruno Forte tiene un ensayo sobre La esencia del cristianismo(2002), con un replanteamiento del tema en la actualidad y algunas valoraciones históricas; y también el teólogo español Olegario González de Cardedal escribió La entraña del cristianismo (1997), mucho más voluminoso y amplio, aunque con menos detalle en lo que se refiere a Guardini.