Antonio Rivero, L.C.
Domingo litúrgico para el 4º de Adviento, Ciclo B
24 de diciembre de 2017
Textos: 2 Sam 7, 1-5.8-12.14.16; Rom 16, 25-27; Lc 1, 26-38
Idea principal: Meditemos en el Misterio más importante de la historia: La Encarnación del Verbo de Dios en el seno de una muchacha llamada María de Nazaret.
Síntesis del mensaje: Acabamos de escuchar ese Misterio en el evangelio de hoy: ha sido concebido un niño, de madre soltera, ya desposada pero no casada. Y ese hijo no tiene padre. ¡Punto! Ha sido concebido un niño; el hijo es de otro. ¿Aborto? Pero la madre es mucha mujer, mucha madre y mucha creyente como para asesinar al hijo y el hijo es mucho hijo porque es el Hijo de Dios, que no se dejaría asesinar impunemente. Y ese hijo no tiene padre; ni conocido ni desconocido ni sospechado. Sencillamente no tiene padre. ¿Sorpresa? Además ni generación espontánea ni inseminación artificial ni niño probeta. Caso único de partenogénesis humana en la historia de la biología científica. ¡Punto! Creamos, admiremos, agradezcamos y adoremos el Misterio.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, tenemos que encajar este Misterio. La gente ha perdido el sentido de lo numinoso, de lo sagrado y de lo divino. Por eso hay tantos que rechazan los misterios. Curioso esto, pues esos mismos desayunan, comen, meriendan y cenan con misterios: la electricidad en el televisor, los átomos y moléculas, el amor y la vida. ¿Por qué comulga con estos misterios con minúscula y no se admira ante el gran Misterio de la Encarnación que tanta alegría debería darle, al saber que Dios quiere poner su tienda entre nosotros. En algunos que niegan este Misterio es porque no encaja en sus mentescompuestas solo de materia gris y dicen que es irracional; no encaja en su corazón en dónde sólo cabe él solito como en el cuento del gigante egoísta del poeta irlandés Oscar Wilde; no encaja en su voluntadporque este misterio pide mucho cambio de vida y dicen que es fastidioso. María nos da ejemplo de cómo encajar ese Misterio: abriendo los oídos del alma, reflexionando con serenidad en lo que implicaba ese misterio y abriéndose con fe a ese Misterio dejándose poseer por él.
En segundo lugar, tenemos que creer este Misterio. Creer es mucho más que entender. Es más, es ir más allá del entender, fiándonos de la Palabra de Dios que no engaña, ni decepciona. Creer es tender el cheque en blanco a Dios para que escriba lo que Él quiera, porque siempre será para nuestra salvación y felicidad. María en esos segundos o minutos de silencio reflexivo de discernimiento antes de dar su “sí, creo” repasaría toda la historia de fidelidad de Dios en el Antiguo Testamento, desde Abraham hasta el último profeta…y se dejó invadir por una inmensa paz y contentamiento interior y una gran certeza, la fe en Dios. Nos dice san Agustín: “Llena de fe concibió a Cristo en su mente antes que en su seno, al responder: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí lo que dices» (Lc 1,35)”. Antes de habitar el Hijo de Dios en el seno de María, sin duda ya «moraba Cristo por la fe en el corazón» (Ef 3,17) de quien, por la fe, le «concibió antes en su mente que en su vientre virginal». «En el alma la fe, y en el vientre Cristo». Así «María fue más feliz por recibir la fe de Cristo que por concebir la carne de Cristo» «ya que nada habría aprovechado la divina maternidad a María, si no hubiese sido más feliz por llevar a Cristo en su corazón que en su carne».
Finalmente, tenemos que vivir este Misterio y según este Misterio. Lógicamente este Misterio no puede quedar sólo a nivel intelectual y afectivo. Tiene que invadir nuestra vida, tocar y transformar nuestra vida. San Juan Pablo II en su primer viaje a México en 1979 al tratar de la fe, vista en María, dijo: “Coherencia, es la tercera dimensión de la fidelidad. Vivir de acuerdo con lo que se cree. Ajustar la propia vida al objeto de la propia adhesión. Aceptar incomprensiones, persecuciones antes que permitir rupturas entre lo que se vive y lo que se cree: esta es la coherencia. Aquí se encuentra, quizás, el núcleo más intimo de la fidelidad… Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida. El fiat de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el fiat silencioso que repite al pie de la cruz. Ser fiel es no traicionar en las tinieblas lo que se aceptó en público”. Por eso, quien se abre a este Misterio de la Encarnación tiene que vivir las consecuencias de su fe: una fidelidad en las buenas y en las malas, en las duras y en las maduras.
Para reflexionar: ¿Ya encajé este Misterio o todavía tengo las puertas cerradas como narra la poesía del español José María Pemán sobre el posadero: “El Evangelio empieza ante una puerta/ de una fonda en Belén y un posadero./ -¿No habrá una habitación para esta noche?/ – Ninguna cama libre; todo lleno./ Y Dios pasó de largo. ¡Qué pena, posadero!”? ¿Ya creí en este Misterio en lo profundo de mi ser y me llena de alegría? ¿Estoy viviendo conforme este Misterio?
Para rezar: Por ser un Misterio incomprensible, me arrodillo y te adoro, Señor. Por ser un Misterio de inmensa belleza, me extasío y te agradezco, Señor. Por ser un Misterio inefable, te presto mi boca para llevar este Misterio por todas partes por donde yo vaya.